¿ESTUVO BOLIVAR EN IPIALES?
ELEGIA DE VARONES ILUSTRES EN LA PROVINCIA DE LA VILLAVICIOSA DE LOS PASTOS (4)
Por:
Jorge Luis Piedrahíta Pazmiño

Es fama que el Presidente Murillo Toro al verse asediado por sus copartidarios los radicales y por los conservadores -en temas de nuestro trópico-, se inventó como estratagema salvadora el lanzar inopinadamente como verdad revelada que san Pedro no había estado en Roma. Semejante revuelo que provocó entre todos, cuál menos transido teologalmente como un Ratzinger para contradecir al jefe apóstata. Mientras tanto, el presidente ejercía plenamente la gobernanza.
Es lo que nos puede pasar con el encabezado de esta Elegía. Que se pronuncien los paleógrafos de nuestros pueblos por comprobar la pernoctancia del Libertador. En cinco ocasiones visitó el Libertador nuestra provincia.
Por ejemplo, que sepamos, en Cumbal hay una piedra conmemorativa. No sé sabe si en Pupiales. O en Túquerres. ¿En Guachucal? ¿En Sapuyes? En Ipiales no la hay.
Por lo pronto, con el joven, pero ya ilustre historiador Mauricio Chaves Bustos hemos arribado al siguiente predicamento:
1822: Bolívar en Pasto estuvo del 8 al 10 de junio, de donde salió ese día. El 11 estaba en Túquerres. El día 12 a Tulcán. Así que ¿Cuándo estuvo en Ipiales, si por tradición hemos sabido que en nuestra villa estuvo el 12? Esa es la gran duda. El siguiente es el itinerario (previsto y oficial) fechado en Túquerres, el día 12 de junio:
“Cuartel general de Túquerres a 12 de junio de 1822.
REPÚBLICA DE COLOMBIA, Secretaría General
A los Jueces del Tránsito comprendidos en este Derrotero.
S.E. el Libertador hará su marcha hoy 12 del corriente a Tulcán.
El 13 irá a comer a Tusa y dormirá en el Puntala. El 14 irá de Puntala a la Villa de Ibarra. El 15 irá de Ibarra a comer en Otavalo y a dormir a Tabacundo. El 16 irá de Tabacundo a comer a Guayllabamba y a dormir a Quito. Se le tendrán prevenidas cien bestias en cada punto de dormida a los expresados y también el forraje correspondiente. Tendrán también prevenida la comida para S.E. y su comitiva; en la inteligencia de que será satisfecho el valor de todo cuanto suministren. Este derrotero será conducido por la posta de Justicia en Justicia para que todos estén entendidos anticipadamente.
Por orden de S.E., El Secretario General, JOSÉ GABRIEL PÉREZ”
Ese era el itinerario oficial. Tendremos que pensar que de Túquerres pasó a Sapuyes, Imués, Funes, Iles, Gualmatán, San Juan, Ipiales y pasó a Tulcán ese mismo 12. Ese es el voto del historiador Vicente Cortés Moreno, porque quiso pasar por Ipiales a dar la nueva de la capitulación pastusa.
El genealogista – historiador ecuatoriano Fernando Jurado Novoa, apunta:
“Era miércoles 12 de junio de 1822 cuando Bolívar llegó a Carlosama, un pueblito más chico que una mosca y más frío que Moscú. El plan era dormir en Tulcán, pero le aconsejaron que se quedara en Carlosama, pues en Tulcán el frío era aún más terrible. Ya bien dormido con Da. Paula, amaneció el jueves 13 en Carlosama, y enseguida y con buen ánimo pasó a Ipiales, donde Josefina Obando —con otras damas— le coronó con palma de laurel. Luego pasó a Tulcán, donde fue saludado por el párroco Juan José Arellano y Muñoz —gran mujeriego— hizo 2 nombramientos y a las 8 o 9 de la mañana partió para Tusa (hoy San Gabriel) con el ánimo de almorzar”.

Así que –para Novoa- arrimó a Ipiales el jueves 13.
En un itinerario que preparó la Academia Nariñense de Historia, publicado en la revista Cultura Nariñense (1972) se precisa que por Ipiales estuvo el 12:
“1822, junio 7 llega a Pasto, 10, sale hacia Yacuanquer y llega a esta población; 11, sale hacia Túquerres, 11, llega (regresa, jlp) a Yacuanquer; 12, sale hacia Ipiales y pasa por Sapuyes y Pupiales; 12, pasa a Tulcán desde Ipiales.
“1823, enero primero pasa del Sur a Yacuanquer, llega a Pasto. 15, sale hacia y llega a Túquerres. 16, sale hacia el Sur.
“1826, octubre 11, pasa del Ecuador a Cumbal (se hospeda en casa del cura Manuel León López. Allí escribe carta a José Rafael Arboleda (padre de Julio y Sergio): “Ya estoy en la provincia de Popayán, mi amada provincia, patria de Arboleda y Mosquera”. Habla también de “Payán” por Popayán (jlp.) Al otro día a Guachucal, pasa a Sapuyes y pernocta en Túquerres; 13, sale hacia Pasto por Yacuanquer y Catambuco, llega a Pasto.
Ese día según O’Leary y según José María Obando, Bolívar es recibido con todas las demostraciones de aprecio y veneración, y con cuanto pudo darse de esmerado. Con la perspectiva de un pueblo nuevo para S.E., pacífico y olvidado de todo, parece que revocaba interiormente los terribles anatemas que había fulminado contra él, mostrándose admirado y sobremanera complacido de aquella inesperada transformación”. Al día siguiente El Libertador dicta decreto, “considerando que la guerra de Pasto debe terminarse por un rasgo de clemencia que muestre la generosidad de Colombia y alivie para siempre a estos desgraciados habitantes de sus últimos estragos, PRIMERO, todo faccioso que se halle prófugo en la provincia de Pasto, y que se presente dentro del término de dos meses recibirá un salvoconducto para su familia y persona. El ciudadano que denuncie o aprehendiese a un faccioso de esta provincia, expirado el término que concede el artículo primero y lo presente al gobernador militar, o a cualquiera otra autoridad, recibirá mil pesos de premio” .
“1829, marzo 11, sale de Pasto hacia Túquerres y llega por Yacuanquer; 12, pasa de Túquerres a Cumbal por Sapuyes y Guachucal (Este día suscribe sendas cartas a Flores y a Sucre congratulándolos por la buena suerte de Portete de Tarqui. 13, sigue hacia el Ecuador.
Noviembre 7, pasa de Tulcán a San Juan (Ipiales), 7, llega de San Juan a Contadero, 8, sale hacia Iles, 8, pasa por Imués, 8 llega a Yacuanquer, 9 llega a Pasto”.
Volviendo al 12 de junio 1822: no está documentada la visita del Libertador a Ipiales. Pero tampoco lo contrario.
Párese mientes en la importancia, para ese entonces de Cumbal, desde donde se despachaba nutrida correspondencia. Recuérdese así mismo que en Cumbal, veinte días después se ratificó la declaración independentista que toda la provincia de la Villaviciosa de los Pastos proclamó en Ipiales el 7 de septiembre de 1810.
La única carta oriunda de Ipiales es del Obispo Jiménez de Enciso, fugitivo ante el avance bolivariano de Bomboná, del 27 de abril de 1822, en la que excomulga a todos los patriotas. Y otra, que la reporta el Secretario del Libertador: “Pativilca, 20 de febrero de 1824, “He tenido el honor de recibir la nota de VS. de 22 de enero fechada en Quito en la que me incluye copia de la que dirigió a VS el señor General Barrete desde Ipiales el 18 del mismo enero. S.E. el Libertador queda enterado del estado de Pasto y espera que con los 400 hombres que VS va a destinar para engrosar la columna del General Barrete se concluirá esa facción que tanto entorpece la marcha de nuestros negocios en ese Departamento privándonos de las comunicaciones directas con Bogotá y causándonos, en fin, males infinitos. No hallo señor General, como encarecer a VS. el interés que debe tomar en exterminar esos pastusos, y en concluir a todo trance esa facción. Dios guarde, etc., JOSE GABRIEL PEREZ. (De un copiador del Archivo del Libertador, Sección O’Leary, t. XXII, Primera Parte, f 14 y vto.) A decir verdad, no se sabe nada del General Barrete.
Ni Jurado Novoa ni la Academia Nariñense registran que el año viejo de 1822 pasa de regreso a Pasto por Ipiales en compañía de Manuelita Sáenz. Lo que rastrea Armando Oviedo en “Reminiscencias II”.
El también médico (y genealogista) Fernando Jurado Noboa y Cacua Prada habilitan que Bolívar pernoctó en mayo y en junio de 1822 en El Trapiche, en Túquerres y en Carlosama de donde desapareció con una atractiva moza de apellido Bolaños. De ese amor nació Ángel Bolaños, tronco que llega hasta el doctor Rogerio Bolaños, de notable figuración en la política y el periodismo y que no tuvo descendencia.
Bolívar, típico “genio hipomaníaco”, y hombre voluptuoso “capaz de independizar a un continente, pero incapaz de renunciar a un placer”.
Cacua Prada en su investigación sobre “Los hijos secretos de Bolívar”, (Plaza y Janés,1992) denuncia la descendencia comprobada de Flora Tristán (francesa), Miguel Simón Camacho y José Antonio Costas (Potosí).
En esos días fue cuando Bolívar había superado la pretendida desdicha de Bomboná.
La historia militar de todos los tiempos enseña que la suerte de las batallas y aún la de las guerras no se decide necesariamente en el campo de batalla ni en el día señalado, sino que obedece a las vicisitudes propias de las armas. Napoleón les enseñaba a sus brigadas que “una batalla se decide en un segundo de inspiración del estratega”. Y Hobbes: “La guerra existe no sólo cuando se está librando sino cuando la batalla puede comenzar en cualquier momento”.
Así, la del Pantano de Vargas fue ganada trece días después en el puente de Boyacá. La de la pampa de Junín, en la pampa de Ayacucho, batalla, la del 6 de agosto, librada a hoja de sable y punta de lanza porque no se hizo ni se oyó disparo. Bolívar batió a Canterac “a lanza y arma blanca, sin un tiro”.
Y la de la quebrada de Bomboná (o Cariaco) que se desató un mes y medio después en las estribaciones del Pichincha.
De entre los derrotados de Boyacá, los nefastos Sebastián de la Calzada y Basilio García huyeron hacia el sur, hacia Pasto y Quito, y traerían consigo 450 hombres del regimiento Aragón. A su paso por Popayán arrastraron al obispo Jiménez Enciso conocido ya por su contumaz monarquismo. El 27 de septiembre de 1819 llegaron los fatales fugitivos a Pasto a encender de nuevo la hoguera de las imperdonables retaliaciones. Con un ejército de 3.250 monarquistas, azuzados por el báculo del obispo, los pastusos se lanzaron contra Popayán, noble y martirizada ciudad que fue sometida a las atrocidades sin cuenta. Por fortuna en Pitayó, 5 meses después de esta infame toma, el 6 de junio de 1820, los patriotas desbarataron a Calzada que contramarchó a Pasto, blindado cuartel de sus cuitas logísticas.
Pasto fue así la summa monárquica de refugiados de todos los pelambres: desde curas y obispos levantiscos, hasta energúmenos coroneles que rumiaban su cobardía y hostigamiento.
De La Calzada nuevamente se fugó a Quito y fue reemplazado por el inefable Basilio García.
Del Juanambú hacia el norte era la República; hacia el sur, la vengativa monarquía. Y su cerco se reducía toda vez que el antiguo puerto realista de Guayaquil, el 9 de octubre de 1820, y Cuenca un mes más tarde, vieron triunfar el movimiento independentista. Desde allí vigilaba Sucre. El primero de enero de 1821 juraba también Barbacoas. El litoral pacífico blindaba al macizo de los Andes.
Bolívar estaba seguro de arribar a Guayaquil por Buenaventura y para ello ya había dado instrucciones de apertrechar barcos para dos mil hombres. “Pero Bolívar –dice Gerard Masur- se vio obligado a desechar este plan al enterarse de que una flota española estaba en la costa del Pacifico. Sabía que su convoy podía ser destruido por esa flota y que corría el riesgo de caer en poder del enemigo. Con pesadumbre, se decidió a abandonar la idea de invadir el Ecuador por el mar; solo quedaba la ruta terrestre, y sobre ella brillaba una estrella maligna desde los primeros días de la revolución”
“Pasto es la única ciudad grande entre Popayán y Quito, y toda la región toma el mismo nombre, Pasto fue la Vendee de la revolución sudamericana. Era un país interior, sin comunicaciones ni comercio, donde se había desarrollado una raza de hombres fuertes, porfiados y fanáticos. El clero mantenía un dominio absoluto sobre el pueblo y había fomentado la formación de muchas supersticiones primitivas y en desuso. Los habitantes de Pasto creían que el rey de España y Dios constituían una sola persona y que la República era obra del demonio. Durante diez años habían luchado por su rey con un fervor sacrificado que no se halla en otra región de Suramérica. Fueron los primeros en empuñar las armas y los últimos en deponerlas; ni el terror, ni la crueldad pudieron torcer su obstinada voluntad. Bolívar tenía que quebrar su tozuda resistencia y temía afrontar la tarea”.
Y este era el imperativo geopolítico que avizoraba Bolívar: liberar el sur, desatar aquellas fuerzas agazapadas que le impedían su arribo a Quito y al Virreinato de Perú para lograr la liberación continental, estrategia que había atisbado también Antonio Nariño diez años atrás. Por eso Bolívar no quería dar el combate de Pasto. El plan inicial de la campaña comprendía el embarque de sus tropas en Buenaventura o Panamá, y a partir del Guayas, consolidar la libertad de Quito y Guayaquil hasta el Potosí, adelantándose a San Martín. Pero la batalla contra Basilio García se le hizo inevitable. Y el Libertador sabía bien que la única batalla que no se puede perder es la última… pero mientras tanto hay obligación de librar todos los combates. La suerte final la corría toda la guerra de independencia.
El general Manuel Valdés, de su ejército mayor, había sido convocado para librar la vanguardista batalla de ganar a los pastusos para la causa republicana, que la inició en los albores de 1821. Empero, en los campos de Genoy el 3 de febrero, quedó fulminada esta alucinada ilusión.
Por lo que el propio Libertador tuvo que asumir el desafío de arrostrar al mayo, al Patía, al Juanambú, al Guáitara; todo el irrefragable macizo andino, sus insufribles desfiladeros de muerte, sus impenetrables cañones funerarios y peor aún, de enfrentar a los indomables pastusos que porfiaban irresistibles en derrotarlo y execrarlo.
Montufar, Caicedo y Cuero, Macaulay, el Precursor Nariño, Cabal, el general Valdés habían sido destruidos en aquellas rocas de Agramante. Sus soldados miraban con espanto la posibilidad de una batalla en un país “donde en vez de laureles encontraban los recuerdos de las derrotas de sus hermanos y las tumbas de los que valerosamente cayeron”, como lo rememora el edecán O’Leary.
El 8 de marzo dejaron Popayán y el 22 llegaron a La Alpujarra. Dos divisiones y 3.000 hombres se alistaron para la campaña a orillas del canicular Patía de espantable y monarquista fama. Verdaderos hospitales iban quedando en los pueblos en tránsito y el ejército no sabía si marchaba a la tierra prometida o al dantesco infierno. Más de la cuarta parte de sus efectivos sembraron sus nombres en aquel itinerario ominoso.
Bolívar aspiraba a esquivar el Juanambú, llamada “la Termópilas de Cundinamarca” por Santander. En consecuencia, giró a Taminango. Pero la garganta de aquel río misterioso es sin retorno y allí lo estaba acechando la revanchista reconquista.
El 25 de marzo de 1822, atravesaron la angostura del Juanambú con el propósito de flanquear el Guáitara y avanzar por Yacuanquer hasta Túquerres e Ipiales, y por aquí seguir a Quito. Bolívar estaba prevenido de la apabullante cadena montañosa de la región del Cauca, pero también sabía de la devoción a su causa que le profesaban estos pueblos, particularmente los de la provincia de los pastos, Túquerres, Cumbal e Ipiales. Excepción lamentable la de Pupiales y de Sapuyes.
Pero don Basilio había maliciado la maniobra y desbarató el puente de Ales, Veracruz y Yacuanquer y situado allí una fuerza suficiente para impedirle atravesar el rio. Y cuando se percató del giro, sigilosamente fue a cerrarle el paso sobre la margen sur oriental de la escarpada quebrada de Cariaco, mientras Bolívar avanzaba hasta la hacienda de Bomboná. En El Tambo pernoctaron los milicianos después de tan inacabable jornada.
El primero de abril propuso el Libertador al coronel Basilio García, un armisticio de 15 días que éste no aceptó. El Libertador entonces volteó por detrás del Galeras, pasando por Sandoná. El 4 de abril llegó a la meseta de Chaguarbamba (hoy Nariño-Nariño) frente a Genoy, montículos donde acechaban las milicias de García. El 6 de abril, entonces, ocupó la hacienda y llanura de Consacá.
Cuando el 7 trató de seguir hacia el Guáitara, para pasar a Túquerres, en la quebrada de Cariaco lo esperaba la fusilería insufrible. Sin otra alternativa dijo “Bien, la posición es formidable. Pero no debemos permanecer aquí ni podemos retroceder. Tenemos que vencer y venceremos”
Logística y estratégicamente don Basilio usufrutuaba la geografía y no se pondere a sus moradores que le eran feligreses y le mantenían alerta e informado, aunque tenía alistadas las milicias pastusas en el orden de 1.500 individuos más las tres compañías de los regimientos de Aragón y Cataluña. Inclusive contaba con los tercios de Aymerich en acecho.
En Ayacucho igualmente la superioridad fue apabullante. 16.000 chapetones vs. 9.000 patriotas. Y ni se diga de la travesía apocalíptica del páramo de Pisba. 3.200 hombres comenzaron la expedición y sólo 1.200 espectros descendían por la ladera occidental de la corpiña boyacense, a más de cuatro meses de haber iniciado la marcha. Barreiro holgado y descansado esperaba desprevenido su hora.
En Bomboná, sólo el feliz suceso de la conversión patriota, el 8 de febrero en Popayán, de José Marìa Obando, con su astucia y sus facciosos, equilibró las cargas.
García hubiera querido marchar a Quito para coadyuvar con Aymerich en el duelo con el mariscal Sucre. De haberlo logrado, quizá Sucre no hubiera triunfado en las faldas del Panecillo y del Pichincha.
Durante cuatro horas, los milicianos se devoraron dejando un pavoroso cementerio de cadáveres y heridos. Para los realistas Bolívar perdió 700 soldados y 300 heridos.
Digna de aquéllos héroes esquílanos es la escena inolvidable que inmortalizó el general Pedro León Torres que mal interpretó una orden de Bolívar.
Exasperado el Libertador le quitó en el acto el mando de la división. Torres con el vértigo de la indignación exclamó: “No !, estas divisas que VE. desea empañar, las debo a mi valor y no las he recibido de Usted, sino de la Patria que es el objeto de mis sacrificios; la sangre de mi familia derramada casi toda en esta gloriosa guerra, me reclama en este momento la vindicación del ultraje que en mi persona quiere hacérsele. Si no sirvo como general serviré como soldado, y nadie podrá impedirme que preste este servicio más a mi Patria”.
El Libertador, sorprendido y emocionado, le respondió: “Bien, general, vuelva Ud. al enemigo”. Al poco rato, Torres caía mortalmente herido.
El parte de batalla es devastador: “El ardor del general Torres, lo llevó hasta los abatidos sobre los cuales no pudo penetrar, allí nuestros esfuerzos fueron impotentes, y los fuegos del enemigo mortíferos. La metralla hacía estragos horrorosos en aquella impavidísima columna. Los fusileros enemigos dirigían sus fuegos con el acierto más funesto para todos nosotros. En media hora, el General, todos los jefes y oficiales, excepto seis, y una centena de hombres fueron muertos o heridos, sin dar un paso atrás, y antes por el contrario rechazando valerosamente cuantas tentativas hizo el enemigo por completar su destrucción. El señor Coronel Lucas Carvajal sucedió al General Torres, y fue igualmente herido”.
Al caer de la tarde y cuando todo era espantoso, el batallón Rifles que había audazmente maniobrado sin ser detectado por el enemigo, logró sorprender por el flanco el dispositivo realista; y el Coronel García, temiendo ser cortado por la retaguardia, dejó sus posiciones, pero fue a replegarse a otras igualmente inexpugnables, donde le impedía al Ejército Libertador cumplir su objetivo. En el inclemente “Rifles” militaba el novato Pedro Pascasio Martínez que arrestó a Barreiro y había sido incorporado por el Libertador en Boyacá.
El general Torres, de 32 años murió en Yacuanquer cuatro meses después, el 22 de agosto de 1822, en brazos de la familia chapetona de don Tomás Santacruz, como precio de las heridas que recibió en Bomboná. Fue conducido por cuatro indígenas Nicanor Botina, Pedro Puetamá, N. Pastás y Antonio Quenguán para ser albergado en una casa que hizo construir don Pedro de la Alcántara Insuasty, capitán de alabarderos del conquistador y fundador Pedro de Puelles, y allí fungió de solícita enfermera Margarita Rivera quien también hizo todo por curar los finales arrebatos de aquel corazón atribulado.
Había nacido en Carora y acompañaba a Bolívar desde las desoladas horas de Puerto Príncipe en 1816. Seis de sus siete hermanos también dieron su vida al torrente de la independencia. Había sido miembro del Consejo de Guerra que se le siguió al general Manuel Carlos Piar en Angostura. En Yacuanquer reposan sus restos y allí se levanta su estatua de bronce que obsequió el gobierno de Rómulo Gallegos al cura Luis Antonio Paz.
El coronel Ibáñez en un abultado tomo dice: “De tal manera, la acción del batallón Rifles permitió a la reserva apoderarse del terreno enemigo y clavar el pabellón tricolor, como símbolo del triunfo republicano. Pero qué costoso y pírrico triunfo”. José Manuel Restrepo habla de “un estéril triunfo”. Y Basilio García cuando devuelve las banderas patriotas, entre gallardo y socarrón, reconoce una fácil destrucción, pero una imposible victoria.
Leopoldo López Álvarez se interroga si triunfo Bolívar en Bomboná: “La respuesta debe ser afirmativa, pues García y del Hierro se retiraron y Bolívar se hizo dueño del campo de batalla y de la artillería y de los heridos y consiguió el fin de impedir los auxilios de Quito. Tuvo en verdad, enorme efusión de sangre; pero el éxito de una batalla no se mide por el número de bajas. Puede ser que un triunfador quede imposibilitado para perseguir a un enemigo, pero no por eso se le negarán los laureles de la victoria… Valdés, Barreto y Sanders fueron los factores decisivos de la acción; Torres y París supieron sostener con heroísmo el combate, mientras los otros coronaban la altura; por esto fueron muy justos los ascensos que recibieron del Libertador en el mismo campo de batalla”.
El General Manuel Antonio López lo admite: “El verdadero resultado de la batalla de Bomboná consistió en paralizar las operaciones de una gran fuerza que, auxiliando al ejército del general Aymerich, habría puesto en duro conflicto al general Sucre”
Quedándose en el Valle de Atriz el batallón español no pudo auxiliar a Aymerich y el mariscal Sucre venció espectacularmente al lado de héroes como Abdón Calderón que apretó su brazo tronchado con la otra mano, continuó la pelea e infundió valor irresistible a los patriotas. La misma desgarradora conducta del coronel James Rook en el Pantano de Vargas.
El también General Manuel Antonio Flórez coincide con López Álvarez: “Bolívar se declaró vencedor, porque quedó dueño del campo, de las artillerías y de algunos heridos; pero para conseguirlo fue necesario superar muchos obstáculos, derramar mucha sangre, hacinar cadáver sobre cadáver y ostentar un lujo extraordinario de heroísmo. Tal fue la sangrienta batalla de Bomboná, cuyo verdadero resultado estratégico consistió en paralizar las operaciones de una gran fuerza que, auxiliando al ejército del General Aymerich, habría puesto en duros conflictos al General Sucre”.
Y Rafael Bernal Medina: “Esta batalla porfiada y sangrienta, tiene suma trascendencia en el decurso de la guerra americana. Basta considerar el funesto desconcierto que la derrota hubiese acarreado a los patriotas y el consiguiente auge del enemigo, en plena lucha de dos razas y en juego de dos criterios dispares sobre la manera misma de vivir: obedeciendo a un rey o sirviendo a una democracia”.
Quintero Peña añade: “sin que presumamos de técnicos en la materia, el sentido común sugiere desde luego la pregunta de si, sin esta campaña costosa hasta donde se quiera, hubiera sido posible el triunfo de Sucre en Pichincha, como que es evidente que en García y en Aymerich tenían Bolívar y Sucre sendos adversarios de capacidad comprobada, y de seguro no fueron ellos quienes descuidaran una concentración de todas las fuerzas sobre uno cualquiera de los dos frentes, si se les hubiera dado tiempo y modo de ejecutarlo. La respuesta se impone: la presión ejercida en Bomboná no lo permitió. Bomboná y Pichincha se complementan; podríamos considerarlas por sus resultados como una acción única; Bomboná hizo posible la rendición de Aymerich, como Pichincha decidió la capitulación de García”.
Simón S. Harker también dice que Bomboná fue un triunfo. (Credencial, enero 95, ps. 4,14, 15) Y el ecuatoriano Roberto Crespo Ordoñez: “Miradle también en su corcel de guerra, como una estatua sobre un peñón de Bomboná, abriendo paso a las huestes del Sur, venciendo a sangre y fuego, la terquedad y resistencia realista de Pasto, para llegar al fin a la línea ecuatorial y arribar a Iñaquito, donde Sucre, el Vencedor de Pichincha lo recibió, le enseña de la batalla y le informa del holocausto de Abdón Calderón, a quien resuelve glorificarle como lo hizo antes con Girardot y Ricaurte”.
Mauricio Vargas Linares destaca también que con esta batalla de Bomboná se derrumbó la puerta para atravesar hasta Quito (p. 221), “pero el cumanés que actuaba como intendente del nuevo departamento integrado a Colombia, y a los líderes republicanos quiteños que en 1809 habían sido los primeros americanos en alzarse contra el gobierno español impuesto por Napoleón, acordaron reservar el gran festejo para la llegada de Bolívar quien venía de golpear el 7 de abril a los realistas y sus aliados pastusos en los campos de Bomboná. Los dos bandos chocaron a lo ancho de un rellano de la cordillera sobre la cordillera oriental del cauce encañonado del Guáitara, al oeste de Pasto, en una batalla en la que Bolívar perdió a 114 hombres y sumó trescientos cincuenta y tantos heridos, pero garantizó que los realistas, que vieron morir a 50 de sus efectivos, no pudieron acudir en ayuda de Aymerich para defender a Quito ante el avance de Sucre desde el Sur. El Libertador había sido el primero en loar la brillante ejecución militar de su preferido en el Pichincha, pero después trocó su orgullo paternal en celos. “La victoria de Bomboná es mucho más bella que la de Pichincha”, le escribió a Santander.
El canciller, historiador y tratadista Alfredo Vásquez Carrizosa: “Tomó la ruta que conduce hacia Pasto atravesando el Juanambú donde encontró una resistencia enemiga y luego de librar los combates del Guáitara, vence en Bomboná la primera de las grandes batallas que sostendrá en el largo y escarpado camino hacia El Cuzco, el último reducto de la fuerza española” (“El poder presidencial en Colombia”, Dobry Editores, 1978, p.45) Lo secunda el general Álvaro Valencia Tovar, estratega de más de cincuenta años a partir de Corea.
Si siguiéramos con vidas paralelas (que las intentaron –entre otros- Carlos Lozano Lozano y también don Juan Montalvo) lo mismo se dijo de la batalla de Borodino, de septiembre de 1812, que a pesar de dejar difuntos a 43 de sus generales, le abrió a Napoleón las puertas de Moscú. Y valga decir entonces que, en contraste, ¡Bolívar no perdió batallas o no tantas y definitivas como Napoleón y ante todo el gran mérito bolivariano descansa en que en Indo América NO REGRESARON LOS BORBONES!
Bolívar intentó recuperarse por la vía diplomática. Ofició a García para sondear su entrada a Pasto o cuando menos que le permitiera retirarse sin hostilidad. Lo primero le fue negado de plano por el Cabildo y lo segundo sólo a medias. Retrocedió hasta El Trapiche en donde recibió el refuerzo enviado por Santander.
Para fortuna de Bolívar en aquellos días, en el mayo ecuatorial de 1822 los realistas sufrieron el desastre del Pichincha, y Quito cayó en poder del Mariscal Sucre y del batallón Magdalena comandado por el Coronel José María Córdoba. Noticia infausta para España que primero la supo Basilio García y por eso se apresuró a aceptar la capitulación propuesta por Bolívar. La rendición de Aymerich incluía también la del territorio de Pasto. Así que la batalla del 7 de abril se decidió el 24 de mayo. La idea-fuerza del Libertador se impuso. Lo imperativo era tomarse Quito no Pasto.
La capitulación se firmó en Berruecos el 6 de junio. Y Bolívar dio una proclama conciliadora: “Una transacción honrosa acaba de estancar la sangre que vertía de vuestras venas…vuestro valor y constancia os han hecho acreedores a la consideración del ejército libertador y de pueblo colombiano. Pastusos, vosotros sois colombianos y por consiguiente sois mis hermanos. Para beneficiaros no sólo seré vuestro hermano, sino también vuestro padre. Yo os prometo curar vuestras heridas antiguas, aliviar vuestros males, dejaros en el reposo de vuestras casas, no emplearos en esta guerra, no gravaros con exacciones extraordinarias ni cargas pesadas. Seréis, en fin, los favorecidos del gobierno de Colombia. Ya toda vuestra hermosa tierra está libre; las victorias de Bomboná y Pichincha han completado la obra de vuestro heroísmo… Regocijaos de pertenecer a una gran familia que ya reposa a la sombra de bosques de laureles. Participad del océano de gozo que inunda mi corazón”.
Al cabo de dos fechas, a las cinco de la tarde, pudo ingresar el Libertador a Pasto escoltado de su estado mayor. El ejército realista lo recibió en calle de honor y en presencia suya, Bolívar bajó de su caballo para abrazar al coronel García, cuyo bastón de mando y cuya espada se negó a aceptar. Después hubo Te Deum, coloquio y alegría entre militares. La algarabía civil se vio muy poco, pues no estaban conformes los pastusos con la capitulación; ellos aspiraban a pelear todavía más, por tiempo indefinido, hasta triunfar o desaparecer.
Bolívar le escribió a Santander: “Lo hago lleno de gozo, porque la verdad hemos terminado la guerra con los españoles y asegurado para siempre la suerte de la República. La capitulación de Pasto es obra afortunada para nosotros, porque estos hombres, son los más tenaces, más obstinados. Y lo peor es que país es una cadena de precipicios donde no se puede dar un paso sin derrocarse. Cada posición es un castillo inexpugnable y la voluntad del público está contra nosotros… Pasto era un sepulcro nato para nuestras tropas”.
Bomboná ingresó al elenco de las gestas más gloriosas de la Independencia. En el monumento que se erigió a los Héroes en Bogotá, figura en compañía de las batallas de Boyacá y Carabobo, como una de las tres proezas bolivarianas. En Carabobo se inmolaron Cedeño y Ambrosio Plaza. En Boyacá Anzoátegui. En Bomboná Torres. La flor y nata de la oficialidad, en plena primavera.
El Libertador invocó la batalla en su postrera y sublime carta a Fanny:
“A la hora de los grandes desengaños, a la hora de las íntimas congojas, apareces ante mis ojos moribundos, con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras, y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas, y en tu voz oigo las dianas inmortales de Junín y Bomboná… Adiós Fanny… Todo ha terminado… Juventud, ilusiones, sonrisas y alegrías se hunden en nada; sólo tú quedas como visión seráfica, señoreando el infinito, dominando la eternidad”. (Así lo certifica el “bolivariólogo” Jorge Mier Hoffman, y así lo repite el presidente Nicolás Maduro).
IPIALES EN BOLIVAR Y BOLIVAR EN IPIALES
Aquel miércoles 12 de junio de 1822 cuando el Libertador hizo su arribo a Ipiales (por vez primera) el itinerario de sus luchas señalaba la aurora de su victoria definitiva. Siguiendo el camino que desde Yacuanquer, Tasnaque, Guapuscal, Funes, Guàytara, Iles, Gualmatán, conduce a Ipiales y a Rumichaca y pasa por Tulcán, Huaca y Tusa hasta dar con Ibarra y Quito, Bolívar pasó por la Villaviciosa de la Concepción de los Pastos y en su compañía viajó el coronel Basilio García hasta esa capital, siguiendo después sólo hasta Guayaquil para embarcarse rumbo a Cuba y abandonar definitivamente las tierras feraces que en frustrado intento trató de conservar para su ignoto rey.
Hace dos meses había derrotado a “don” Basilio García en Bomboná en la jornada guerrera más sangrienta de la independencia. Y las vísperas apenas, en mayo, sus generales habían aplastado rotundamente a Melchor de Aymerich en las laderas del Panecillo y del Pichincha. En Washington, el senado había reconocido la independencia de la nueva República.
Militar y diplomáticamente los homéricos e insufribles esfuerzos estaban fructificando prontos a restaurar los derechos inalienables de los hombres en todo un continente que durante 300 años no conoció sino vasallaje y humillaciones. Así que ese día inolvidable Ipiales saludó al dios escapado del Olimpo, cuyo corazón latía, torrentoso e incontrolable. Y para nuestra villa era su fecha suprema que escribía en el calendario de sus glorias. Fue recibido con abrumadores y delirantes homenajes a su descomunal y viva estatura de Padre de la Patria; verbo y maestro de la Revolución.
De entre todos surgió la más primorosa ninfa que cantó y colgó en las sienes venerables del Libertador los laureles de la gloria. Era la primavera de su vida y la primavera de la patria que se forjaba en estos Andes milenarios de caminos imposibles que se van de bruces por los abismos.
Nuestro pueblo le había seguido adicto, impaciente, con fe iluminada desde cuando el 7 de septiembre de 1810 se anticipó en todo el Virreinato, a pronunciar su independencia absoluta. Ni Gobernación realista de Popayán, ni Real Audiencia de Quito, ni Junta virreinal de Santafé, ni Consejo de Regencia de Cádiz, ni José I Bonaparte, ni Fernando VII. Verdadero acto sedicioso, precursor en todo el Continente de la Independencia, de lo cual dejó Acta y conformó Junta.
Pero ni en España ni en América se logró unificar la resistencia a favor de Fernando ni en contra de Napoleón. Como vimos, en algunas poblaciones se constituyeron juntas provisionales que pronunciaron su autonomía frente a sus homólogas de la Península, pero no ante la autoridad todavía avasallante de la Corona.
Excepción hecha de la de Ipiales que el 7 de septiembre de 1810 formó Junta y promulgó acta de independencia absoluta de todas las autoridades.
Así lo había investigado y divulgado Ildefonso Díaz del Castillo que vivió en Ipiales y Sergio Elías Ortiz, oceánico historiador, que fue Rector del Colegio Sucre. Contemporáneamente lo ha rastreado Mauricio Chaves Bustos
El año nuevo siguiente (1823) fue pavoroso para pastusos y para patriotas si se tiene en cuenta que la conducta contumaz del ejército de Benito Boves y Agualongo en contra de los imperativos bolivarianos provocó la navidad nefanda y las sanciones horribles del Libertador, quien tuvo que regresar precipitadamente de Quito a imponer las retaliaciones. El año viejo pasó por la frontera y el 3 de enero ya estaba en Pasto. Dejó al mando a Bartolomé Salom y a Juan José Flórez, catastróficos militares, éste último más tarde ecuatoriano expansionista. Así que, por segunda y tercera vez y por quinta vez, vino a nuestras campiñas el Libertador.
Dejó aparentemente pacificado San Juan de Pasto y retornó por Ipiales- Tulcán a Quito a enfrentarse a su complicada y triunfal campaña al interior del Virreinato del Perú, a la que consagró tres febriles años hasta 1826 cuando retornó sobrecargado del peso de Junín, Ayacucho, Pativilca, de la apoteosis de Potosí y Chuquisaca. En el cerro Pucará el alcalde de Azanzaro, señor Choquehuanca le apostrofó que “su gloria crecerá como crece la sombra cuando el sol declina”.
En el año fastuoso de 1824, de Junín y Ayacucho, se reorganizó la división política de las nuevas entidades nacionales. La ley 24 de ese año señaló los mojones entre los Estados grancolombianos y sus 12 departamentos, uno de ellos el del Cauca, con cuatro provincias, las de Chocó, Popayán, Buenaventura y Pasto.
El artículo 22 de esta ley número 25 de 1824, mandaba: “El departamento del Cauca se divide del Ecuador por los límites que han separado la Provincia de Popayán en el río Carchi, que sirve de término a la Provincia de Pasto”.
Desde este año, pues, data la línea fronteriza colombo-ecuatoriana, cuyo desacato –especialmente por Juan José Flórez- fue motivo de tan sangrientos y reiterados conflictos en nuestro siglo XIX, de los cuales dimos noticia en nuestra obra “La fuerza de la patria”.
En octubre de 1826 de regreso del Perú, por la vía de Guayaquil-Quito pasó también por la provincia de los pastos, Guachucal e Ipiales. Desde Cumbal envía correspondencia a Popayán, al doctor José Rafael Arboleda, padre de Julio y Sergio, al parecer comprometido en percances separatistas. El capitán Ramón Morillo lo escoltó en el fausto recorrido. Empero, los desórdenes políticos en Bogotá y en Caracas lo esperaban.
A comienzos de 1829 tuvo que volarse nuevamente, a pesar de su acribillada salud, a la frontera con el Perú, al Portete de Tarqui, cerca de Cuenca, a salvar la soberanía grancolombiana ultrajada. Pero en el Cauca los caudillos José Marìa Obando y José Hilario López también lo asechan y lo demoran. Así que, a mediados de marzo, atraviesa Rumichaca para viajar directamente a Guayaquil a evitar su desgajamiento de Colombia.
Y es que un quiteño avecindado en Lima, militar envanecido José Lamar (Vásquez Carrizosa dice que era colombiano y que todo se originó por la avilantez de un personaje de apellido Vila) se encontraba gobernando al Perú y le dio por anexarse a su patria chica, los territorios fronterizos de Azuay, Loja y Guayas.
En la política caucana, los generales Obando y López amotinaban el Cauca contra Bolívar tachándolo de dictador y otras calumnias. Aislaron Popayán y Pasto. “La poderosa Perú marcha triunfante sobre ese ejército de miserables (los colombianos) El Perú, triunfante de Bolivia y de Colombia, viene a proteger nuestro alzamiento”, proclamaron en aire de traición. A los mismos pueblos les prometieron que si derrotaban a Bolívar jurarían otra vez la monarquía española. Las pretensiones territoriales de Lamar, así, pudieron llegar hasta el Rio Mayo auspiciado por estos dos caudillos pendencieros y felones.
Después de seis intensos meses el extenuado héroe, por sus pasos contados, retorna a la Nueva Granada y sólo a mediados del año execrable de 1830 llegará a Bogotá. Por fortuna la salud moral le alcanzó para cablegrafiar a Bogotá respondiendo las fatales sugerencias de los áulicos que ofrecían la tiara secular a él o a un príncipe europeo. Leonardo Palacios y José Fernández Madrid ya cumplían sus misiones en las cortes de Londres y en París.
El Libertador avizorando las trágicas resultas de Iturbide, de Desaalinnes y Henry Cristophe y del propio Napoleón, envenenado en una perdida isla del Atlántico, cerró definitivamente tal posibilidad.
Abelardo Forero recuerda que “Bolívar estaba enfermo y descaecido cuando se aproximó a Pasto a comienzos de 1830, que fue el año de su muerte. En el sur actuaban en contra del gobierno bolivariano los generales José Marìa Obando y José Hilario López. Consideraban que Bolívar había implantado una dictadura que ofendía a los defensores convencidos de la libertad. El general Santander vivía en el exilio.
Bolívar se hallaba ante la posibilidad infortunada de hacerle frente, en guerra civil, a ejércitos de patriotas. No quería derramamiento de sangre. Se mostró favorable a una aproximación con los renuentes, que la propició el clero.
En una entrevista llegaron a un acuerdo que los partidarios de Obando y López consideraron amplio y generoso y los amigos de Bolívar excesivo y claudicante. El texto de la amnistía incluía la protección en Pasto de la religión católica. Tampoco se reclutará en la provincia a ningún individuo durante un año para el servicio de las armas, ni se exigirá contribución alguna ordinaria o extraordinaria en atención a sus padecimientos.
El Libertador llegó a Pasto. Llevaba el alma entenebrida y recelosa. Fue recibido dignamente. “Por la noche los generales Obando y López con todo su estado mayor, hicieron al Libertador la visita de Protocolo, durante la cual reinó la más franca camaradería y se pronunciaron las frases más rebosantes de patriotismo. Con todo no debieron ser muy tranquilizadores los avisos recibidos por Bolívar de sus amigos de la ciudad, porque a la salida de los generales, se dio la orden de redoblar la guardia y colocar parte de la misma en los tejados de la casa”.
Bolívar no estaba muy seguro de los efectos que había tenido el decreto de amnistía, que por lo menos sirvió para pasar la última noche.
Así que, por nuestra frontera, pasa por última vez en octubre de 1829. Desde Cumbal envía correspondencia laudatoria a los generales Sucre y Flórez, a propósito de su victoria en Tarqui.
Igualmente, Bolívar concedió prerrogativas del Patronato a los curas José María Burbano de Ipiales, Rufino Garzón de Pupiales y Bautista Arteaga de Males (Córdoba) Monseñor Justino Mejía los conoce como los “párrocos colados” por Bolívar.
Es tradición que los notables de nuestra villa le ofrecieron cálida hospitalidad al extenuado prócer. Don José Antonio Rojas, en su desahogada mansión de la esquina noroeste de la plaza mayor le saludó con amable albergue. Así como el cura José Marìa Burbano de Lara, músico de renombre quien con su hermano Tomás que tocaba la flauta, dieron solemne Te Deum en su homenaje. Es fama que hasta hace algunos lustros existía la silla grande pintada en la que descansó e imploró piadosamente el gran revolucionario. Por lo menos así se lo recordaba en 1915 doña Leticia Ruano a la familia Rosero Arellano y a don Miguel Revelo Chaves.
En aquella postrer visita de 1829, el legendario Francisco Antonio Sarasty, prócer subversivo, autor del Acta del 7 de septiembre de 1810, se hizo presente ante el Libertador por medio de su hijo Manuel Sarasty Garzón (hijo de Josefa) que con su medio hermano el presbítero Rufino Garzón dieron afectuoso banquete a Bolívar quien moribundo y desilusionado no olvidará jamás que en la frontera colombo-ecuatoriana, creadora del derecho de asilo (que se lo dieron a otro grancolombiano 40 años después) podía volver sus pasos desahuciados en procura de partidarios y solares incondicionales. Mientras Caracas lo detestó y prohibió su ingreso a su patria chica, mientras Bogotá casi lo acuchilla, en Bolivia lo habían creado embajador ante la Santa Sede y el Perú le obsequió con 1 millón de pesos (que luego se robaron los Leocadios)
Al igual que Bolívar –y creemos que aún más- Santander tiene acciones en la navidad nefanda y la lucha contraindependentista. Asúmase que Bolívar atendía la guerra en Perú y Santander era el vicepresidente –en ejercicio- de la Gran Colombia, jurisdicción que recaía en San Juan de Pasto. El decreto del 9 de octubre de 1821 y la misma Constitución de Cúcuta, artículo 109, así lo habilitaban. No sólo la carta de la que ya hablamos (en la que habla de lo perversos que son los pastusos, a los que envía a Córdoba como un demonio sin instrucciones) sino que mantuvo correspondencia con Agualongo y Merchancano:
“…. Convengo con Uds. en el modo decoroso de restablecer la paz en ese territorio y ahorrarle los desastres que pudieran sobrevenirles… establezcamos la paz, o declárense los enemigos irreconciliables de Colombia”. (nov. 6, 1823) Esto da pie para una revisión de las responsabilidades en la navidad nefanda que algunos historiadores imputan sumaria y exclusivamente a Bolívar.
En la respuesta, Merchancano –posiblemente abogado y que firmó el pacto de Berruecos- explicó las causas de la guerra que hacían los pastusos: “No entraré en otra negociación, no siendo en la que Colombia rinda armas y vuelva al rebaño de donde se descarrió desgraciadamente, cual es la España y sus leyes; y por el contrario tendrán sus hijos la gloria de morir por defender los sagrados derechos de la religión y la obediencia al rey, su señor natural, primero que obedecer a los lobos carniceros e irreligiosos de Colombia” (dic. 7, 1823)
La religión y el rey son sus únicas banderas erizadas. Es la pluma y talante soberbio de uno de los demagogos de la contrarrevolución. La batalla de la independencia en el sur, la obstinada resistencia de los pastusos ante el acoso de Quito y eso del comercio y la expansión de los mercados lo tuvieron que justificar ex post facto Sergio Elías Ortiz, Montezuma Hurtado, ¡Edgar Bastidas hasta Jairo Gutiérrez Ramos y Gerard Masur!; y ese, como se sabe, ha sido siempre motivo de las grandes agresiones. Dígalo Alemania e Inglaterra a propósito de las dos guerras mundiales.
En fin, Bolívar, Panamá y Gabriel García Márquez son la urna triclave universal, los únicos temas que han merecido aureola mundial.
Entristecen por eso las prosas e imposturas de un Juan Domingo Díaz, Sañudo, Madariaga, Marx, Holstein, Bartolomé Mitre, Arturo Capdevilla, que más que estudios sobre una vida son una decapitación. Otto Morales siempre se ha afilió a la corriente que favorece la herencia histórica del general Francisco de Paula Santander. En ese prejuicio lo acompañan Germán Arciniegas, Carlos Restrepo Piedrahita, Roberto Botero Saldarriaga, Laureano García Ortiz, Maximiliano Grillo, Enrique Otero D’Costa.
No es prosa de epopeya, sino de historia disecada.
Nietzsche decía que Monsieur Thiers no era la pluma ni el carácter para la crónica veraz del Emperador. Desde su muelle curul burguesa no podía captar la parábola del héroe por los desiertos de Egipto, su pánica retirada de Rusia, su movilidad fulgurante en las batallas de Francia, cuando ya la libertad había cambiado de campo y estaba simbolizada (¿quién lo creyera!?) por los pendones del zar Alejandro I. Ello quizá y sólo lo podían sublimizar –por ejemplo- Rojo y Negro y/o Víctor Hugo.
¿Quién como Bolívar podría recorrer sin fatiga más de 100.000 kilómetros, a lomo de su caballo blanco donado por la Casilda Zafra de Santa Rosa de Viterbo, después de Boyacá, dejando muy atrás a Marco Polo, Colón, César, al mismo Napoleón; y luego danzar cuadrillas y minúes hasta la medianoche y madrugar al otro día para dictar cartas estupendas y documentos los más arteros y esclarecedores de la literatura política y militar?
Por ello también tiene su escolta la de más alcurnia; en el culto bolivariano ofician Indalecio Liévano Aguirre, López Michelsen, Álvaro Uribe Rueda, Guillermo Camacho Montoya, Fernando González, Luis Eduardo Nieto Caballero, Fernando Hinestrosa, Benjamín Ardila Duarte, Enrique Santos Molano, Víctor Otero Paz, William Ospina, Edgar y Julián Bastidas Urresty, Milton Puentes, Fernando Vallejo. (Cuando el parque de San Francisco fue convertido en parque Santander, dijo que “Han cambiado el nombre de un santo piadoso por el de un prócer dudoso”)
“Nos redimió de la coyunda ibérica/ y aunque no tuvo hijos de sangre/ bajo la cruz del sur y las estrellas/ en coito con la historia universal/ engendró seis banderas” (Helcías Martán Góngora)
¿O mejor será Neruda?
Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra,
el laurel y la luz de tu ejército rojo
a través de la noche de América con tu mirada mira.
Tus ojos que vigilan más allá de los mares,
más allá de los pueblos oprimidos y heridos,
más allá de las negras ciudades incendiadas,
tu voz nace de nuevo, tu mano otra vez nace:
tu ejército defiende las banderas sagradas:
la Libertad sacude las campanas sangrientas,
y un sonido terrible de dolores precede
la aurora enrojecida por la sangre del hombre
Mi apreciado Jorge Luís, magnífico rescate del itinerario de Bolivar en tierras del sur. Ante algunos historiadores que desconocieron dicho tránsito arguyendo que no existían documentos al respecto, tu estudio e igual el de J. Mauricio Chaves Bustos hace claridad más que suficiente.
En Pupiales, pese a su postura realista, existió una placa que rezaba: “”Pasó el Libertador – junio de 1822”, ubicada en la casona que fungía como la Alcaldía Municipal, la cual conocí y leí en muchas ocasiones. Cuando se remodeló dicha casona y se estableció un centro cultural, dicha placa desapareció y he averiguado dónde se encuentra sin resultados favorables. La mayoría de habitantes de la “cuna del Pensamiento”, mayores de 35 años, da fe de la existencia de dicha placa que era idéntica a la de Cunbal.
Fuerte abrazo y felicitaciones..