EL TRATADO CON ECUADOR DE 1916, SUAREZ-MUÑOZ VERNAZA, ¡INEXEQUIBLE!
ELEGIA DE VARONES ILUSTRES EN LA PROVINCIA DE LA VILLAVICIOSA DE LOS PASTOS (13)
Por:
Jorge Luis Piedrahíta Pazmiño

Al cabo de más de cien años, se ha venido a saber que este Tratado de Límites, suscrito el 15 de julio de 1916 en Bogotá, entre el canciller de Colombia Marco Fidel Suárez y el embajador ecuatoriano Alberto Muñoz Vernaza “que resuelve todo lo pendiente entre los dos países por razón de fronteras”, no se publicó y se mantuvo secreto hasta que el Ministro de Relaciones Exteriores ecuatoriano lo hizo público, “ya que en Colombia nada se ha dicho del tema. Ignoramos las razones para mantener en secreto este anuncio”, dice El Tiempo del sábado 22 de julio de 1916. ¡Por lo que –y de acuerdo con el Derecho de los Tratados- simplemente este Instrumento binacional, al no haber sido publicado ni notificado, es sencillamente inexequible! Con el agravante de que por haber modificado los límites de la República, exigía reforma constitucional.

Desde esa época se dijo y probó que Colombia perdió en la delimitación de la frontera con Ecuador, más de 50.000 kilómetros cuadrados (40.000 dice el profesor Gilberto Pineda; 90.000 alega Oviedo Zambrano, p. 234) porque la frontera sur-oriental se agrietó entre la región que abarcaba los ríos San Miguel, Coca, Napo y Aguarico. Se afectó igualmente la desembocadura de Sucumbíos y perdimos el Corregimiento del Pun, que se convirtió en tripartito: del corregimiento de La Victoria; de la Parroquia El Carmelo, Carchi; y de El Playón de San Francisco, Sucumbíos. Toda la cuenca de los ríos Aguarico y Churuyaco, yacimientos de petróleo, que nos arrebataron por componendas con la Shell. Ni se diga de los vertimientos de oro de veta y de caucho maldito y embrujador.
Atisbando la guerra que finalmente vino con el Perú, por lo del Putumayo, Rafael Uribe Uribe, quien adelantaba gira hacia el Brasil, ya escribía al Canciller Vázquez Cobo en 1906: “Debemos apresurar la construcción de los caminos de tierra y multiplicar su número y dirección, para caer con nuestras fuerzas, de las mesas de Túquerres por el Aguarico al Napo, de Pasto al Caquetá y del sur de Tolima a ese mismo río y al Putumayo”.
Y en esa misma carta: “Una labor previsora será la de preparar un porvenir mejor, procurando al recipiente de nuestros centros de población situados en nivel más alto, aberturas por donde naturalmente se derrame hacia las regiones amazónicas. Estas aberturas son los caminos y entre los que yo más me permito recomendar está el de Ipiales al Aguarico (Sucumbíos), que implica un movimiento de flanco, sobre las posesiones peruanas en el Putumayo, que no podría dejar de causarles grande alarma”.
Tan profético fue Uribe Uribe que al mismo General Vázquez Cobo le tocó 25 años después venir a defender el trapecio amazónico.
El primero –y aislado- contestatario contra este otro “panamismo”, se pronunció José Rafael Sañudo, quien advierte el placer de un ecuatoriano al “estrechar la mano del doctor Muñoz Vernaza, que amplió, a donde no pudiera por derecho, los límites de su patria; y cuán triste es para un colombiano, estrechar la mano de los negociadores nuestros, que sólo puede hacerse extendiendo sobre ellos el manto de una compasiva misericordia”. Tan indignado estaba Sañudo que cuando Suárez, jefe natural del conservatismo y además como presidente de la república estuvo de gira oficial por Pasto no concurrió a saludarlo. En aquella gira don Marco Fidel a título indemnizatorio con los nariñenses dictó un decreto de 3 de abril de 1920 apropiando treinta mil pesos para la construcción de la carretera Ipiales-San Juan-Capulí-Tangua-Pasto, que no se construyó nunca.

Nosotros no sabemos qué pensar de esa demarcación si se tiene en cuenta que el jefe de la comisión era nada menos que Eduardo Rodríguez Piñeres, el insobornable jurisconsulto que había repudiado a los dictadores Reyes y Rojas Pinilla. Pero téngase en cuenta que el negociador ecuatoriano era cuencano y primo hermano del Hermano Miguel tan venerado en Tulcán (y en Ipiales…) Además, que era irresistible la urgencia del amojonamiento, sin que el Congreso haya deliberado debidamente la lesión enorme que autorizaban.
Pero como el tratado no se publicó ni se canjeó -ni se reformó previamente la Constituciòn- bien pudiera demandárselo ante la Corte Constitucional de Colombia o ante la Internacional de La Haya para ver de rescatar el Pun (cedido desde 1917) y repatriar la Virgen de El Carmelo que –según el poeta Julio César Chamorro- es la misma Virgen de Las Lajas.
La ley 59 de 1916 y el decreto de julio 9 de 1919 protocolizaron el despojo. Era la abrogación misma de la ley 25 de 1824 que había formalizado los linderos desde la colonia y cuyo primer depredador fue el pirata internacional Juan José Flores. En nuestro texto “La Fuerza de la Patria”, en el capítulo “El atribulado diferendo en la frontera”, damos cuenta de la inusitada arremetida de los ecuatorianos sobre nuestro suelo durante el siglo decimonónico.
De origen modesto, pero bien casado –con una sobrina de Miguel Antonio Caro-, el hijo de Hatoviejo remontó toda la burocracia posible, particularmente la de la Cancillería. Amojonó todas las fronteras nacionales no obstante la lesión enorme que nos infringió en la colombo-ecuatoriana, en la que nos mutiló más de 40.000 km. cuadrados. Últimamente se ha venido a saber que el Tratado Suárez-Muñoz Vernaza se mantuvo en la clandestinidad hasta que los interesados ecuatorianos lo divulgaron. Pues dar cuenta de semejante despojo no se avenía con el pretendido prestigio del canciller colombiano. No se sabe si alguna vez se intentó demandar la inexequibilidad de este instrumento espurio por lo clandestino y por lo devastador.

La opinión pía elogiaba su “Oración a Jesucristo”, de perfección superior a la de Donoso Cortés, decían; cataba sus diálogos -o sueños- a lo Platón o lo Quijote o a lo Conan Doyle o a lo Luciano Pulgar y sus impecables y morosos recuerdos de viaje. El crítico Rafael Maya reconocía que la “Oración a Jesucristo” a fuera de ser una pieza, la más perfecta de nuestra literatura, resume toda su fe, hace patentes sus convicciones acerca del poder civilizador del cristianismo, demuestra su confianza en el poder de la doctrina cristiana como fuente del bienestar social, del progreso positivo; pero es al mismo tiempo, una especie de desahogo personal, donde lágrimas y suspiros componen ese himno sin palabras que siempre ha resonado a los pies del Crucificado, como consecuencia de la desventura humana. Cuando las pasiones políticas y los odios personales estrechaban el cerco en torno suyo, y por efecto de su sensibilidad desnuda, y acaso, por aquello que designó Montaigne con el nombre “de la pasión de la desgracia”, se sentía deshonrado y en perfecto desamparo, siempre acudía al “deshonor del Gólgota”, y a las plantas de Jesucristo iba depositando las flechas que estoicamente se arrancaba de la carne, y que solía ofrecer como signo de rescate por sus propios enemigos. Estos heroísmos de la virtud fueron, naturalmente, desconocidos por quienes se complacían en atacarlo, y en esto aventajó el señor Suárez a sus adversarios. Supo vengarse de ellos, no en el tiempo efímero, sino en la eternidad, que es donde se cobran sus deudas los pacientes y los misericordiosos.
Recuérdese que para vengarse de los Marroquín, en 150 folios corrigió gramaticalmente la novela “Pax”, escrita a 4 manos –por lo menos- entre Lorenzo Marroquín y Rivas Groot. Por lo menos; porque en el cuerpo de la susodicha novela milita la construcción “vine, vi y me alcanforé”, de rancio sabor ipialeño… Igualmente el folletín agrede la memoria del recientemente difunto José Asunción Silva: “S.C. Mata”, “ese se mata”, alusión a su supuesto suicidio.
Al iracundo y altanero Laureano le azotó que no se dice “ovejos” sino carneros.
No se sabe si su obstinada pero inapelable conciliación con Estados Unidos al lograr finalmente la aprobación del Urrutia-Thomson, fue el precio que pagó por la Presidencia en 1921. Diego Montaña Cuéllar le cuestionó la derogatoria del decreto que nacionalizó el dominio del petróleo, pues que era más claudicante y vergonzoso que la propia amputación de Panamá. No así Eustorgio Sarria, que reconoce valentía en el mandatario al devolver el dominio eminente del subsuelo, al Estado.
Suárez fue autor igualmente de la “doctrina” que lleva su apellido: el ius soli, “derecho por el suelo”, la adquisición automática de la nacionalidad. Y de la “rés pice polum”, mirar abnegadamente al polo, de docilidad ante el gringo.
Es fama que durante su gobierno se estaba construyendo la línea del ferrocarril entre Santa Marta y Fundación, y por la prensa se discutía de manera muy acalorada si la obra debía ser nacional o de la fatal frutera. Con ese motivo había un tráfico de influencias muy grande y un señor de apellido Fernández, costarricense, representante de la United Fruit Company en Bogotá, fue a visitar a don Marco Fidel y estuvieron conversando largo rato sobre el tema. Ocurrió entonces que Suárez, sin mayores prolegómenos, le confesó que tenía que tratar con él un asunto personal, ajeno al problema del ferrocarril y a continuación le pidió prestados diez mil dólares. Naturalmente Fernández regresó a su oficina y le comunicó a la compañía que el presidente de Colombia le había solicitado un crédito personal por diez mil dólares. Soltó la información en diferentes círculos sociales bogotanos, que la enriquecieron a su antojo, y no tardó en llegar a oídos de Laureano Gómez, quien armó su histórico debate en el Congreso…
Empero, Germán Arciniegas narra que en la historia de este episodio está incurso el general Isaías Luján, ministro de Guerra de don Marco Fidel, que le había soltado su angustia por no poder pagar el arriendo que ya alcanzaba la suma de dos mil pesos. El presidente recurrió a su agente bancario, le solicitó el crédito, le prestó la plata a su ministro y así evitó que lo lanzaran de su arrendamiento. El motivo era encomiable y el préstamo en pesos…
La nieta de don Marco Fidel Suárez, Teresa Morales de Gómez, confidenció alguna vez que había que entender que su abuelo era un hombre místico, más cercano a la mentalidad del siglo XV que a la del siglo XX, ajeno a las cuestiones de la vida profana y que creía que a quien debía darle cuenta de sus intenciones era a Dios. Y ciertamente que los hacendistas precisaron la pobreza del presupuesto colombiano. Éramos un país decente –pontificaron- porque éramos pobres. Suárez conseguía plata –por igual- para pagar la deuda pública y la privada. En sus correrías por el país mendigaba a los ricos para honrar los empréstitos. Y debe decirse igualmente que Suárez no renunció, sino que se retiró del gobierno, varios días después del debate parlamentario. Así que Laureano no tumbó al presidente. En 1918, éramos 6 millones de colombianos. El déficit de tesorería, $ 5 millones, las rentas $ 16 millones. Sistema vial desarticulado en 1915, 1.114 km. en un territorio de 1.200.000 k2.

Epítome cimero literario, filosófico, diplomático, teológico y político, sus manuscritos en todos estos horizontes destilan la química de su hercúleo e invencible adiestramiento.
En su Gobierno sufrió la iracunda persecución de su propio partido que logró su retiro en 1921, cuando en el Congreso se comprobó el cobro anticipado de sus dietas presidenciales. El presidente alegó que lo había hecho para repatriar el cadáver de su hijo Gabriel, muerto en penosa circunstancia en Nueva York. Laureano Gómez, jefe de la facción conservadora -el antiguo historicismo-, en tormentoso y cruel debate lo despojó del solio y, paradójicamente, debido al escándalo de rigor, abrió las puertas al retorno del Liberalismo expulsado 50 años del Gobierno.
Suárez fue la víctima del episodio, pero en realidad-al decir del profesor Marco Palacios en su trabajo “Entre la legitimidad y la violencia”– su caída tenía más tela que cortar. El gobierno de Suárez se había venido desgastando en el manejo de la coyuntura económica, la consiguiente agitación urbana y la fase final de negociación del tratado sobre Panamá, que garantizaba entre otras cosas la indemnización de 25 millones de dólares. Suárez debió dar garantías a los norteamericanos, que emitiría un nuevo decreto petrolero aceptable a sus intereses, y a los jefes políticos de su partido, que dejaría en manos del próximo gobierno el reparto de la indemnización. Expedido el decreto convenido, el senado norteamericano ratificó el tratado en abril de 1921 y el colombiano hizo lo propio en octubre; al mes siguiente Suárez se apartó, acusado de colusiones con intereses extranjeros. En plata blanca: el petróleo no era buen activo para Colombia, pero si era el as de oros del juego político interno.
El primer mandatario se había desviado de una bien trazada línea de conducta en la economía exportadora. Había barajado la prioridad de la infraestructura física en función de la ventaja comparativa internacional. Según él, la indemnización norteamericana debía gastarse en este orden: educación primaria, escuelas normales y escuelas vocacionales especializadas en ciencias naturales, agricultura y minería; sólo después vendrían los transportes y los puertos. De allí la llave de banqueros y especuladores, con políticos ambiciosos, como el futuro presidente conservador Laureano Gómez para orquestar el escándalo por corrupción que forzó el retiro del presidente.
Paradójicamente, por desatender los intereses políticos y económicos de los grupos que respaldaban su régimen, cayó también Gómez 30 años después.
De todos modos, el sensible episodio de una cruenta renuncia demostró la absoluta pobreza del magistrado, que en esas alturas del poder temporal recurría a un procedimiento extremo para salvar un asunto doméstico como lo hubiese hecho cualquier otro compatriota en similar desesperación.
Los últimos años del presidente paria (murió en 1927) los consagró a hacer la apología de su carrera pública. Recurriendo al género inventado por Sócrates en la Grecia de los sofistas, en densos y venenosos diálogos descorre el telón de su amarga e intensa biografía y uno a uno tritura impasible a sus émulos y detractores.
Aquí es cuando surge el seudónimo de “Luciano Pulgar” que lo hizo célebre panfletista, y al cabo de sus once tomos y sus más de 200 sueños tormentosos, el apéndice registra sus alocuciones y exposiciones presidenciales.
En los primeros meses de 1920, en la exposición presidencial que hizo el señor Suarez refiriéndose a su gira por el occidente y sur occidente del país que culminó en su entrevista en el puente de Rumichaca con el presidente ecuatoriano Baquerizo Moreno, el mandatario colombiano describe, de primera mano, sus ilustradas impresiones acerca del “estado de la Nación”. En territorio nariñés el presidente señala: “la comunicación de Popayán con Pasto se hace hoy en seis jornadas por caminos que dejan mucho qué desear, siendo de notar que gran parte de ellos han sido construidos con el trabajo personal de los vecinos de cada localidad, lo que revela un gran interés muy encomiable por las obras que atañen al bien común. La deficiencia de estos caminos nos hizo palpar una vez más la imperiosa necesidad de construir una vía férrea entre las ciudades de Popayán y Pasto, pues sin ella el rico e importante departamento de Nariño permanecería virtualmente aislado del interior de la República”.
“Otra necesidad inaplazable es la construcción de la carretera entre Pasto y la frontera con el Ecuador, de la cual están ya hechos, aunque sin consolidar, 35 kilómetros de los 85 que median entre aquella ciudad y la de Ipiales. Para esta obra destinó el gobierno, por decreto dictado en Ipiales, $30.000 en bonos colombianos, y se procurará apropiar los demás recursos necesarios a la pronta terminación de la obra. También se obtendrán los que se requieran por la conclusión de la carretera entre Pasto y Túquerres y entre esta ciudad y la de Ipiales, que es de notoria conveniencia local y nacional. La comunicación de Ipiales con Tumaco se hace hoy en cinco días, cuatro por un camino de herradura, que es quizás el mejor de la República, y uno de navegación a vapor en los ríos de Telembí y Patía y en el Pacifico”.
En su pormenorizado informe a los Gobernadores, Intendentes y Comisarios, Suárez, se ocupa con la prolijidad de un ingeniero que visitó a lomo de mula éstos caminos de Dios, con su vastísima erudición de estadista finisecular comprobado en la paciencia del dato y del detalle. Usando su elocuencia clásica y en emocionado acento el muy luego infortunado mandatario escribe: “Donde quiera se habla de acueductos, escuelas, edificios, hospitales y demás obras públicas, revelándose ese espíritu en los jardines que adornan las plazas hasta las reducidas aldeas En los ingenios de alumbrado eléctrico y en otras de comodidad y ornato. El desempeño constante del himno nacional ejecutado en las escuelas y colegios y cantado no solamente por los niños y los jóvenes, sino por personas de todas las edades en las reuniones de regocijo y en los actos más solemnes, es indicio seguro de un profundo sentimiento de amor patrio. Los ojos se humedecen al impulso de patrióticos recuerdos y de inefables esperanzas cuando se escuchan esos acordes dignos de Tirteo, que se repiten desde nuestro capitolio, por las laderas de los Andes y por las llanuras de nuestro valle, hasta los lindes de la patria, hasta las olas de mar de Balboa, hasta las selvas de opulento Chocó, pregonando a su tiempo la estabilidad y la integridad de la Nación y declarando que el bien y la esperanza germinan ya en surcos de dolores, como lo dijo el autor de este canto, que con mano firme e inspiración poderosa detuvo a Colombia en el camino de la disolución, aunque en cambio no haya recibido todavía más que una gratitud silenciosa de parte de sus conciudadanos”.
Cuando se ocupa de nuestros pueblos y nuestras gentes, el celebrado autor de “los sueños de Luciano Pulgar” es gentil y cumplido al exaltar sus virtudes ancestrales: “El Departamento de Nariño, cuyas industrias tanto prometen en sus varios ramos, agrícola, mineral y fabril, es región también privilegiada por esos recursos y por el grande espíritu público de sus habitantes. En ese espíritu se mezclan todavía, como en los primeros días de la república, la lealtad y el patriotismo, cuya concurrencia hizo vacilar a los de Pasto en ese entonces y ejecutar grandes acciones, convirtiéndose el gran vencido en vencedor, de suerte que todavía al recordar los ciudadanos de esas comarcas aquellos tiempos inolvidables, se afanan sin motivo por comprobar y repetir que a pesar de todo son y serán los abanderados del patriotismo”.
Luego se deja llevar por su atildada pluma y en aceradas evocaciones históricas rastrea las huellas de los héroes legendarios en los caminos que cien años después él recorre palmo a palmo: “Cursando los caminos y navegando las aguas por donde hemos hecho nuestra correría, pudimos divisar varios sitios famosos en la historia de nuestra independencia y en la de nuestras guerras civiles o internacionales, tales como los sitios de Santa Bárbara, Sonso y Los Chancos, los campos de Cuaspud y Tulcán, los lugares donde se libraron las jornadas de Palacé, Calibío, Tasines, Bomboná y Juanambú. Aquí, en este último sitio, fragoso como el que más puede serlo en nuestra topografía, no se comprende hasta dónde llegó la audacia del Precursor de nuestra independencia al intentar escalar peleando los riscos donde hoy anidan efectivamente los cóndores y donde se sienten amagos de vértigo en presencia de los abismos por donde corre un río enfurecido, entre rocas resonantes que hacen recordar las descripciones de la Divina Comedia. Saliendo de La Unión ciudad puesta hoy en el sitio de la antigua Venta, y andando menos de medio kilómetro y entrando a mano derecha por una senda pendiente y resbaladiza a causa de la lluvia, llegamos después de recorrer unos pocos metros al sitio donde según la tradición pereció Sucre al golpe de manos asesinas que lo sacrificaron juntando en uno la gloria, la virtud y el infortunio; y al subir de la montaña, intentamos en vano, porque nos lo impidió un aguacero torrencial, desviarnos del camino para entrar en el campo donde Caín, huésped de sus trágicas comarcas, hirió también mortalmente a don Julio, el lugar de cuya muerte divisamos luego en una profundidad de Berruecos”.
“Los Nevados de la cordillera Central se ocultaron a nuestra vista, velados tenazmente por las nubes de invierno desde el Ruiz hasta el Cumbal y el Chiles”.
En el tercer acápite de su exposición sobre el viaje presidencial de 1920, el antiguo canciller de Caro y Concha relata el encuentro presidencial de Rumichaca: “Teniendo conocimiento de nuestro viaje al sur de Colombia, el excelentísimo señor Alfredo Baquerizo Moreno, presidente de la República del Ecuador, se sirvió de expresarnos el deseo de saludarnos en el Puente de Rumichaca, sobre la línea de la común frontera, y festejar allí las resultados de tratado de límites de 1916 (que suscribió como canciller con el embajador Alberto Muñoz Vernaza) (sic), colocando la primera piedra de un monumento conmemorativo. Grato nos fue sobre modo aceptar esta invitación, y una vez concertamos el día y la forma de las visitas propuestas, tuvimos la dicha y el honor de saludar al digno jefe de la Nación Ecuatoriana, ella hermana de Colombia por origen, por sentimientos y por hechos afectivos y el gran señor y gran caballero por su afabilidad y cultura”.

“El saludo consistió en los discursos que el público conoce, a los cuales siguieron las correspondientes salvas de artillería y la ejecución de los respectivos himnos nacionales, lo mismo que el brindis celebrado sobre el Puente de Rumichaca entre manifestaciones de la más cordial alegría, con discurso de Ministro de Obras Públicas de Colombia y del Ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador, rematando la ceremonia con la colocación de la piedra del monumento y con un abrazo efusivo que se dieron las dos Repúblicas por medio de sus mandatarios”.
Remata Suárez, con su opinión apologética de lo que ha de ser la integración bolivariana, sueño que como consumado internacionalista prohijó en contrapeso de su propia teoría del “Respice Polum”: este acontecimiento, que no ofrece antecedentes entre nosotros y muy raro por su naturaleza en las relaciones de los pueblos, tiene un significado histórico v puede tener un significado futuro: él por su parte, al recordar el tratado de límites de 1916, conmemoran un acto de civilización y de paz entre Colombia y Ecuador; y por otra parte puede influir para estrechar más y más el grupo de los estados emancipados por Bolívar, grupo llamado de las Naciones Bolivianas, Federación Pacifica de los Pueblos que aquél libertó, conjunto de algo como veinte millones de hombres que pueden presentarse ante el mundo, unidos por amistad fraternal y en pos de un porvenir dichoso mediante el cultivo de las relaciones pacíficamente sus intereses y derechos. Estos votos son contentivos del telegrama dirigido desde Rumichaca por los presidentes del Ecuador y de Colombia.
Huelga decir que el presidente ecuatoriano Alfredo Baquerizo Moreno no era inferior en achaques retóricos y humanísticos. Autor de varios títulos “Tierra Adentro”, “El señor Penco”, “Evangelina”, sus dotes oratorias eran superiores al benedictino antioqueño.
Con Esteban Jaramillo su ministro de Obras, Suárez hizo esta gira totalmente inédita por el territorio de la frontera Sur-Occidental. En 1919 lo había realizado por la Costa Atlántica y Antioquia. “Hemos sentido, hemos dicho y vuelto a decir- dice el clásico insigne – que conociendo como conocemos nuestra pobreza de merecimientos, capacidades y preparación, y viéndonos así en contraste con nuestros predecesores en este pueblo delicado y abrumador, hemos querido suplir esa falta con este esfuerzo simplemente físico y que al mismo tiempo expresa el interés, respeto y fraternidad que hacia nuestros conciudadanos nos animan”.
No hubiese sido completa la noticia de la gira del señor Suárez, repúblico cristiano por excelencia, autor de la meritísima, literaria y filosófica “Oración a Jesucristo”, si no hubiera echado a volar unas alas de su ascético pensamiento a dejar un conmovedor testimonio de su visita al Santuario de Las Lajas:
“Sobre la profundidad del Carchi, en territorio colombiano atravesando por este río y sobre una roca que por formar un plano terso y vertical se llama de La Laja, está la imagen de Nuestra Señora del Rosario, pintada con vívidos colores, regular dibujo e inefable expresión, teniendo a un lado a Santo Domingo de Guzmán y a otro a San Francisco de Asís. Esa imagen es objeto de piadoso culto de parte de muchos fieles colombianos y extraños, y el pequeño templo edificado en su honor y defensa es un santuario famoso a donde acuden muchos peregrinos a agradecer los favores del cielo y a expresar los votos de su esperanza”.
“Así como vimos la hermosa fábrica ya muy adelantada, que sobre poderosos cimientos puestos a ambos lados del río, cubrirá a éste formando sólido puente el cual se desarrollará una hermosa basílica. Después de las visitas de Rumichaca intentamos de nuevo ir al Santuario a agradecer el buen éxito de aquel acto internacional, pero faltándonos tiempo, rogamos al clero y a los fieles de Ipiales que asistiesen a una acción de gracias que luego se hizo en nombre nuestro por el acto internacional de Rumichaca, y por la salud del Prefecto de Ipiales, quien conservó la vida a pesar de un accidente que se creyó mortal”.
“Al llegar a Ipiales de rico suelo, de cielo tornasolado y de señoras y señores tan cultos como hospitalarios, nos fue dado a conocer su hermosa plaza y sus amplias calles, aquella muy limpia y adornada de un hermoso monumento central, éstas aseadas también, guarnecidas de buenos edificios y animadas por un regular comercio. Visitamos las escuelas, el colegio y los institutos religiosos y dedicamos lo mejor del tiempo a la entrevista internacional de que ya hablamos y a la visita del Santuario de Las Lajas. En ésta nos acompañaba el prefecto señor Rosero, quien se vio a cantos de perecer, por haber despedido los caballos del coche en una pendiente muy pronunciada del camino, la que va a rematar en un recodo, que tiene al lado un precipicio. En ese punto se desbarató el carruaje, y el señor prefecto fue a caer de bruces sobre el duro suelo, accidente que los médicos consideraron irremediable; sin embargo, la reposición del contratiempo empezó antes de muestro regreso”.
El prefecto de la provincia era don Manuel María Rosero (1874-1954) hijo de don Juan Ramón Rosero, generoso y legendario mecenas del escritor ambateño Juan Montalvo. Pero no sólo el Prefecto había sufrido las penalidades de un accidente viajando al santuario. Treinta y cuatro años atrás nada menos que la fundadora de las Bethlemitas, madre María Encarnación Rosal del Corazón de Jesús (María Vicente Rosal Vásquez en la vida civil) murió cuando cayó del caballo que la transportaba de Ipiales hacia el Santuario. Sus restos se veneran en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús, en Pasto. Por decisión del Papa Wojtyla recientemente fue elevada a los altares esta beata nacida en Quetzaltenango.
No sólo en el apéndice Suárez evoca su viaje a la frontera. También le dedicó “el sueño de los terremotos”, el número 42 de 24 de diciembre de 1923, cuando sucedió el grave fenómeno tectónico cuyo epicentro se dio en Cumbal, hace cien años.
