PEDRO DE PUELLES, FUNDADOR Y CONSPIRADOR
ELEGIA DE VARONES ILUSTRES EN LA PROVINCIA DE LA VILLAVICIOSA DE LA CONCEPCION DE LOS PASTOS (14)
Por:
Jorge Luis Piedrahíta Pazmiño

I
Felizmente no hemos quedado expósitos en nuestro aserto viejo de más de treinta años que adjudicaba la fundación y población de la Villaviciosa de la Concepción de los Pastos a Pedro de Puelles, alegato que iniciamos en “Geometrías” de Diario del Sur (1987) y proseguimos en “El Derecho a la Ciudad”, “Ipiales mi Pueblo”, “La fuerza de la Patria”, cuando arrimamos prueba reina del primer mapa que apareció en el mundo occidental, que daba cuenta de la cartografía de nuestros primitivos asientos coloniales, que confirma la existencia de la Villaviciosa de la Concepción en la provincia de los Pastos, para 1540 sería, distinta a la existencia de Pasto que allí también figura pero más al norte. Si se recuerda que el Virrey Núñez Vela expidió Cédula Real desde Ipiales en 1545 (como lo puntualizamos en nuestra Elegía), pues cartesianamente se obtiene que, nuestra primera ciudad, fundada en 1537 como Villaviciosa de la Concepción de los Pastos, fue reemplazada por Ipiales, antes de 1545.
Junto a nosotros militan paleógrafos tales como Mauricio Chaves Bustos, Armando Oviedo Zambrano, Gilberto Pineda, el mismo Álvaro Gómez-Jurado, Jesús Alberto Cabrera y el cura Jaime Álvarez quien porfiaba por encontrar “ese padre desconocido que le dio vida a la Villaviciosa, que aparece distinta de Pasto en los antiguos mapas”.
Pedro de Puelles participa de la primera hornada de Adelantados que desafiaron la autocrática Corona de Carlos V y osaron sustituirla, constituyendo gobierno vernáculo desgajado de aquestas mismas cordilleras. Por eso se dijo que la independencia empezó con la conquista.

Y es que el despegue que logró el Tahuantinsuyo a comienzos del Siglo XVI fue titánico. En extensión territorial era el pueblo más expansionista del planeta, sin que en Europa ni siquiera Rusia, no digamos España, pudiera pensar en igualarlo. En red vial, avistando las altas cimas de los Andes, era la más dilatada del mundo con su “camino real del Inca” de 5.000 kilómetros de estiramiento que lo hacía el más largo y trabajado en la historia de la humanidad. En su recorrido había, además, cien puentes colgantes de grandes dimensiones, prodigios de ingeniería que cuatro siglos más tarde los norteamericanos habían de imitar por primera vez en su puente de Brooklyn. A lo largo de ese mismo camino se alineaban en una extensión de 1.000 kilómetros una larga serie de fortalezas con moles ciclópeas, como para inmortalizar los pasos sucesivos de su expansión.

El trono era de Huaina Cápac, magnánimo y mayestático. Cuzco era la capital sagrada que irradiaba el esplendor fabuloso y legendario.
La organización administrativa del Imperio, sus fuerzas militares, así como el clero masculino y femenino eran conducidos y controlados por la aristocracia incaica de sangre tanto en la capital como en las ciudades de provincias.
Es verdad de a puño que el Imperio se componía de doscientos o más reinos satélites y en cada uno de ellos se fraguaba un odio visceral al Imperio madre. Campeaban en su interior los inefables curacas, descendientes de los antiguos reyes locales conquistados por los incas que socavaban la religión y todos los resortes del Estado. Querían extinguir la voluntad del Sapa Inca o Rey de reyes, cuya sola palabra les resultaba odiosa. Desde Tumbes y Quito hasta Charcas y Chile el ambiente era igual. Todos abrigaban un hosco y vehemente encono.
Cuando el racismo, por negar la identidad de la propia nación, se incuba dentro de la población de un mismo país, deviene fatalmente su defección.
Huaina Cápac sostuvo campañas muy prolongadas por la periferia del Tahuantinsuyo. A pesar de haber hecho la guerra por más de una década al Norte del Imperio y haber llegado al terrible escarmiento de bañar una laguna con la sangre de sus enemigos como lo hizo en Yaguarcocha, comprendió que era injusto y perjudicial para los intereses del Estado impedir el ascenso a cargos superiores de elementos indígenas y mestizos prominentes. Así fue como dio oportunidades a los soldados más valerosos de su ejército y honró con el título de generales a Quispuis del valle de los Chillos junto a Quito, a Calicuchima verosímilmente de Riobamba y a Rumiñahui del ayllu de Pillaro. Con ese mismo espíritu contrajo matrimonio con una princesa indígena de Caranqui, de la cual nació el príncipe mestizo, Atahualpa. Pero durante las tres décadas subsiguientes el odio antirracista contra los orgullosos “hijos del Sol”, que humillaban y explotaban a los pueblos indígenas del Norte, siguió fermentando entre las sombras. Finalmente sobrevino la muerte de Huaina Cápac que arrostró igualmente la desaparición del Tahuantinsuyo, pues sólo el amor paternal de ese hombre superior había alejado la reacción antirracista que estaba a punto de explotar. Las pretensiones supuestamente divinas de Huáscar y el rechazo de Atahualpa chocaron al cabo de pocos años.
Cabe decir, pues, que la conquista española fue jalonada por las masas aborígenes, y que la guerra fratricida de Huáscar y Atahualpa impedía una respuesta “nacional” frente al invasor, por lo que la historia de la conquista era un capítulo de la historia de España que ocurrió en los Andes.
El 24 de mayo de 1547, brillaron por última vez en el Cabildo de Quito, las charreteras y los impetuosos sables del fundador Puelles, pues que inmediatamente fue acuchillado en su cama el domingo de pentecostés.
La defensa de las encomiendas otorgadas graciosamente a los conquistadores fue la causa de la resistencia agresiva y suicida en contra del primer Virrey que vino con la tarea de pacificar las sangrientas rivalidades entre almagristas y pizarristas, pero, ante todo, a obtener el acatamiento de los díscolos encomenderos al cedulario, lejano pero coercitivo, inserto en las Leyes de Indias. El fundador de la Villaviciosa de la Concepción de la provincia de los pastos –presumiblemente Ipiales-, aliado con las huestes de Gonzalo Pizarro corrió su misma suerte por el grave desacato para con el soberano ultramarino en el amanecer mismo de nuestras luchas sociales. Téngase presente que los pastos de la Villaviciosa de la Concepción fueron alfiles de Puelles en su suicida enfrentamiento con la corona.
Este alzamiento protoseparatista fue aplastado por el enviado extraordinario Pedro de la Gasca. Todos abandonaron al sedicioso Gonzalo Pizarro, menos nuestro fundador que siguió la beligerancia y murió en sus insaciables torbellinos. (Ver Elegía El Virrey Ha Muerto).
La historiografía admite que lo que aniquiló definitivamente al colosal Imperio de los Incas no fue el puñado de 170 aventureros españoles, que tuvieron la suerte de estar presentes a tiempo, embriagándose de oro y celebridad, sino la naturaleza misma de las luchas racistas entre sus súbditos, en inusitado paralelo a la que en el Siglo XX se deshizo con Hitler la Alemania verdaderamente grande de Bismark. Garcilaso de la Vega nunca se imaginó que el mito de “hijos del Sol y estirpe divina”, que tan poéticamente había historiado en sus “Comentarios Reales”, era la causa rotunda para la desaparición del Tahuantinsuyo.
II
En “Villaviciosa de la Provincia de Hatunllacta” (1975), postrer y pródigo opúsculo que entregó a la docta especulación Monseñor Justino Cástulo Mejía y Mejía (de quien está lista su Elegía) se sintoniza cabalmente con el dicho de don Emiliano Díaz del Castillo (creo que éste último siguió al prelado historiador) y paladinamente entrambos confunden las Villaviciosas. Claro que Mejía y Mejía es categórico en advertir que se trata de la Villaviciosa de Hatunllacta, cuando presidió la sesión capitular el pretendido fundador Sebastián de Benalcázar el 30 de julio de 1537. “Benalcázar es el primero que habló de fundación, de población del lugar donde debía fundarse más tarde la Villaviciosa, no en verdad la Villaviciosa de la Concepción, como se había dicho por primera vez en la sesión capitular del 26 de marzo, sino de la Villaviciosa de la Provincia de Hatunllacta” (ps. 57, 148) “Llano grande o tierra grande”, quizá se refería a la amplitud del Valle de Atriz o también a la actual población de Catambuco, donde había un sitio llamado hasta hace poco Llanogrande. Estos son los sitios, concluye Mejía: Hatunllacta, Guacanquer, Atriz”, p.68
Justino acoge la variante filológica Benalcázar, como Jacinto Jijón y Caamaño y José Rafael Sañudo discrepando de Marco Fidel Suárez.
Y así también confunde y se confunde el pastuso Díaz del Castillo a lo desparramado de sus pesquisas sobre “San Juan de Pasto-siglo XVI”. Don Emiliano fue apologista del conquistador Sebastián de Belalcázar como fundador de San Juan de Pasto sólo que simultáneamente le atribuye la de la Villaviciosa de la Concepción de los Pastos, y para ello apela a los más intrincados alegatos cual más insostenibles. Abre plaza argumentando que “Pasto oficialmente se distinguió y conoció con los diferentes nombres que le dieron desde el principio: Villaviciosa de la Concepción, Villaviciosa de la provincia de Pasto y Villa de Pasto (p.189) Y por eso divaga desenfadadamente que Belalcázar fue no sólo uno sino dos veces su fundador. A pesar de que el entusiasta propagandista pretende insistentemente hacer caer en error al lector en la identidad de Pasto con pastos, Villaviciosa con Villaviciosa de la Concepción de Pasto (75) Villaviciosa de la provincia de Hatunllacta (101), siendo que los folios de los Cabildos siempre hablan de la Villaviciosa de la Concepción de los pastos, distinta de la Villaviciosa de la Provincia de Hatunllacta.
El profesor José Ignacio Avellaneda Navas, de la University of Florida (Revista de la Academia de Nariño, p.120 y ss.) se pronuncia también ante un interrogante provocado por el mismo Puelles y en el que a la pregunta 15, dice… “sí, muchas provincias y pueblos que se habían rebelado y que no habían venido a dar a su Majestad la obediencia, los puse debajo del dominio de su Majestad y poblé y fundé una Villa a la cual puse por nombre la Villaviciosa de la Concepción”. “Más claramente no puede asegurar que él fue el fundador de la ciudad de Pasto”, concluye desembozadamente el profesor Avellaneda. Pero, ¿dónde habla Puelles de Pasto? Habla de ser fundador de la Villaviciosa de la Concepción.
Era tal el extravío que prohombres como Manuel María Rodríguez, tenido como cofundador del departamento de Nariño dice: “En mitad de este maravilloso cuenco de los Andes, con inmejorables condiciones para la higiene y una extensa urbanización futura (…) está bien trazada desde el año 1539 la ciudad de San Juan de Villaviciosa de los Pastos, irreprochable en los alineamientos de sus calles y plazas…”
El mismo Justino en su pulimentada memoria trae las galeradas en su contra: El 26 de marzo de 1537, bajo la presidencia del Capitán Pedro de Puelles, el escribano público y del consejo por su Majestad, Cristóbal Rodríguez, al efecto de que se le nombrase un reemplazo dijo “porque yo el dicho escribano Cristóbal Rodríguez, voy con el señor capitán Pedro de Puelles a la Villaviciosa de la Concepción que se ha de poblar”.
Y esta es la primera vez que surge en el Libro Verde el nombre de la Villaviciosa de la Concepción. Ocho días más tarde, el 4 de abril, presente todavía en Quito el capitán Pedro de Puelles, el regidor perpetuo Rodrigo de Ocampo solicita ser reemplazado del cargo, dando por razón “porque él está de partida para irse a residir y avecindar a la villa de Pasto”. (p. 96) Ocho días efímeros apenas, decimos nosotros, en aquella marejada despectiva de las horas, los días, los años, los lustros y los siglos. Y se habla de Pasto distinta a la Villaviciosa de la Concepción. Otra prueba de que se trata de dos asientos diferentes.
Juan de Arévalo, otro testigo de Puelles, dice categóricamente que lo sabe porque vio a Pedro de Puelles poblar la Villa de la Villaviciosa de la Concepción. Y son 5 los testigos concordes en lo de la Villaviciosa.
Y otra probanza adventicia: El 30 de junio, Benalcázar, que había asumido la regencia de Quito, declinó definir un pleito del alguacilazgo, porque él estaba “ocupado en cosas que tocan y convienen al servicio de Dios y de su Majestad, de la guerra contra los indios y está de partida para ir a fundar la Villaviciosa de la Provincia de Hatunllacta”.
III
PEDRO DE PUELLES, FUNDADOR DE IPIALES EN 1537

Pudiera narrarse, de acuerdo con rigurosas y detenidas excavaciones paleográficas que a mediados del año 1537, entre el 26 de marzo y el 4 de septiembre, el capitán Pedro de Puelles, a quien acompañaron Rodrigo de Ocampo y Cristóbal Rodríguez como tenientes del gobernador Francisco Pizarro, emprendió la conquista y poblamiento de la provincia de los Pastos, situada inmediatamente al norte del río Carchi, en donde habitaban los pueblos y parcialidades aborígenes de Piales, Gualmatán, Paguayes o Sapuyes, Túquerres, Mallama, Yascuales, Colembas, Putes, Cumbales, Puetosines, Pástas, Pupiales, Guachuales, Males, etc.
De esta provincia y sus habitantes se refiere el cabildo de Quito en sus diferentes Actas y, particularmente en la suscrita en las fechas que atrás puntualizamos, se hace referencia explícita a la conquista y pacificación de los pastos y de su provincia, a la que pertenecimos, como quedó advertido.
Tales actas anotician acerca de la conquista y población de la Villaviciosa de la Concepción, promovida por Pedro de Puelles en territorio pasto y no en territorio Quillasinga, lo que condujo a confusión a nuestros historiadores.
En el Libro de Cabildos de Quito, o Libro Verde, se puntualiza que en un lugar perteneciente a las parcialidades indígenas de la nación pasto, que habitan al norte del Río Carchi, distante 30 leguas de Quito, una legua al septentrión del puente de Rumichaca y 18 leguas al sur del Valle de Atriz, ubicado posiblemente en la región Panam-Pastás o localizado en la zona de Yaramal-Téquez, Pedro de Puelles fundó en la primera década de junio de 1537, la Villaviciosa de la Concepción de los Pastos.
Así se explica cartesianamente que muy luego aquella porción se conociera como Puelles en homenaje al fundador y en virtud a la desaparición por incendio de la primera Villaviciosa de la Concepción. En su consultado “Diccionario Geográfico” Eugenio J. Gómez remata: “la primitiva población existió en la colina de Puenes o Puelles, nombre éste que corresponde al conquistador Pedro de Puelles”, oriundo de Villaviciosa Andalucía, España
La denominación “pasto” empleada por el Cabildo de Quito en sus actas de sesiones correspondientes a los años de 1535 a 1539 en su acepción específica, que designa a los territorios situados al norte del río Carchi o Grande de Quillasinga, hace relación exclusiva a la antes citada Provincia y a sus habitantes de origen chibcha y de lengua cocche, y menos aún al valle de Atriz que se encuentra situado en el corazón de estas provincias.
Y bien vale la pena brevemente en la distinción étnica, geopolítica y sociológica de Pastos y Quillasingas. No debe olvidarse que para éstas épocas de las actas de conquistas, que la ciudad de Pasto no se había fundado y que por eso cualquier alusión con ese topónimo se refiere al territorio que habitaban los aborígenes pastos, situados tanto al norte como al sur de Rumichaca, es decir que cubría las provincias de Túquerres y Obando en Colombia y la del Carchi en el Ecuador.
Estos Pastos, es decir, las parcialidades en Tusa, Huasca y Turca fueron incorporadas al “Tahuantinsuyo” y conocidas por el Cabildo de Quito con la denominación genérica de “Pastos”; para el Cabildo las parcialidades al norte de Rumichaca fueron todas “Quillasingas”.
Así las cosas, la gran nación colombo – ecuatoriana de los Pastos fue dividida en Pastos y Quillasingas: Pastos para los ecuatorianos; Quillasingas para los ubicados al norte de Rumichaca, lo que condujo al extravío de varios intérpretes, algunos incluso, incisivos (y despistados) contemporáneos.
Inclusive el propio Diccionario Geográfico del IGAC señala que “el territorio de (Ipiales) era habitado por Ipiales y Pastos del grupo Quillasinga” (sic) (T. II. P .1117). Y el coronel Julio Londoño en su trabajo de la Historia Extensa de Colombia también (T. XI. P.114).
Cuando se da comienzo a la conquista y Pedro de Puelles, obedeciendo designios del Gobernador Pizarro, viene al norte de Rumichaca y entrega encomiendas, los habitantes de esta comarca pierden linaje de “Quillasingas” y vuelven a ser los mismos pastos habitantes de la Provincia de los Pastos.
A esta provincia Quillasinga de los Pastos y a sus habitantes los aborígenes de raza pasto, se refiere en múltiples ocasiones el Cabildo de Quito en sus diferentes Actas, especialmente en aquellas que consignan lo acontecido en las sesiones correspondientes al 26 de marzo de 1537 hasta el 10 de noviembre del mismo año, pues que hace referencia a la conquista y pacificación de los “Pastos” y de su provincia de los Pastos; muchas de tales Actas dicen relación a las actividades de Pedro de Puelles y sus acompañantes en la conquista y población de la Villaviciosa de la Concepción, cuando como Teniente de Gobernador de tal provincia y de tal villa, se ve enfrentado a la actitud del Cabildo de Quito y del mismo Belalcázar, en relación a la guerra o sublevación de las parcialidades pastos del norte del río Grande de Quillasinga, como queda constancia en las Actas de 20 de agosto de 1537, de 5 de septiembre y de 10 de noviembre del indicado año.
En el Atlas Germánico (1594) publicado en Colonia, y que es punto de partida de la cartografía colombiana se distingue categóricamente Pasto como población distante y diferente de la Villaviciosa.
De nuestra propia cosecha y de acuerdo inclusive con un mapa, el primero que apareció en Europa sobre las tierras que hoy integran la República de Colombia, en esas calendas llamada Castilla de Oro, editado en Lovaina, Bélgica (1597), atribuido a Cornelius Witflyer, que ubica a la Villaviciosa de la Concepción de la provincia de los pastos al norte del río Carchi y muy al suroccidente de la ciudad de Pasto; así como también un segundo mapa impreso en comienzos del siglo XVI con datos que corresponden 1540 y 1550, en donde de nuevo aparece la Villaviciosa de la Concepción al suroccidente de Pasto y al norte del río Carchi: amén de los mapas de Dídaco Mendezio, Arnoldo Florencio Langren, Lenius Hulsium y el Atlas de Mercator – Hondius, respaldados también por los antecedentes de sublevación que para ese entonces se dieron en nuestra comarca y que son recogidos en las Actas de Cabildo, llevan fundadamente al pleno y hasta ahora inédito pero no menos contundente epílogo de que esta Villaviciosa de la Concepción de la provincia de los pastos corresponde a nuestro Ipiales que en esta primitiva oportunidad fue destruido por los aborígenes en protesta por la atrabiliaria incursión ibérica. Obsérvese que en la plena prueba cartográfica que aquí aportamos Pasto es identificable y distinta a la Villaviciosa que aparece nítidamente en territorio Pasto.

En el acta del 5 de septiembre de 1537 se consigna lo acontecido en la sesión de esa fecha y que presidió Belalcázar se deja constancia de haberse dado lectura a una carta que remitiera Pedro de Puelles desde la Provincia de los pastos, en la cual solicitaba auxilios al Cabildo que Quito para controlar la insurrección de los aborígenes de raza “Pasto”
En esta primera expedición que intentaba un súbdito imperial en nuestra comarca debe destacarse que lo hacía como Teniente del Marqués Francisco Pizarro para la Gobernación de la Nueva Castilla.
Para abundar en alegatos es pertinente citar el documento anónimo sobre el resumen de las visitas hechas a los indígenas en gran parte del territorio del Nuevo Reino y en el que se describen sus poblados.
El documento data de 1560: “El primer pueblo de la Gobernación de Popayán que cae en el Distrito del Nuevo Reino de Granada de Villa de Pasto, poblóla y descubrióla Pedro de Puelles por comisión del Marqués Pizarro”. Pues que hemos repetido que los pastos existieron desde edades inmemoriales; que todos los poblados del norte del río Carchi así fueron conocidos; que el más temprano de los cronistas, Cieza de León, así los vio y reconoció en el libro primero, capítulo XXXIII de su crónica y que por lo tanto el primer pueblo al que se refiere el remoto visitador era el pueblo pasto de Ipiales fundado imperialmente por Pedro de Puelles.
Desde 1545, cuando atravesaron la cordillera, los conquistadores dominaron el mundo de los Pastos, su impresionante densidad demográfica (cerca de 100.000 indígenas), su toponimia que alcanzaron a identificar en más de 15 parcialidades y Cieza de León identificó a Ipiales como fronterizo de Rumichaca. Siendo el primer pueblo Pasto colombiano es pasible la confusión.
El soldado y sacerdote Juan de Castellanos relieva elocuentemente esta versión cuando en una octava, en la tercera parte de la “Historia de Popayán” relata los preparativos que hizo Belalcázar para su incursión al norte: “El cual, dispuesto para la jornada. Que vistes en la ritma precedente. A la ciudad volvió recién fundada. Del dicho San Miguel a buscar gente. Dejando con caballos ávida Aquella que tenía presente. Con Ampudia, que luego hizo vía a Pasto, donde Añasco residía”.
“Pasto, donde Añasco residía” y adonde Ampudia “hizo vía”. Se trataba como se concluye fácilmente de un territorio Pasto en donde se asentaría la Villaviciosa de la Concepción de la Provincia de los Pastos. Sencillamente porque la ciudad de Pasto aún no existía. No se había fundado. Todo lo del norte, soñado país del dorado, era provincia Pasto.
El cosmógrafo – amén de reconocido cronista – Juan López de Velasco también admitió “Poblóla Pedro de Puelles o Lorenzo de Aldana, por comisión de Francisco Pizarro y nombráronla Pasto por estar en la provincia de los indios que llaman Pastos”.
El propio Lucas Fernández de Piedrahita en su “Historia General”, en el tomo I, libro IV Capítulo II confirma la intención europea de fundar y poblar la Villaviciosa en la Provincia de los Pastos: “por este tiempo, Gonzalo Díaz de Pineda, teniente de Quito, había pedido comisión a don Francisco Pizarro para poblar una villa en los Pastos … confina con los Quillasingas, aunque en las costumbres se diferencian, porque los Pastos no comían carne humana”.
Inclusive de acuerdo con los escribanos de Quito, los españoles fundaron la Villaviciosa de Pasto en la “Provincia de Hatunllacta”, o sea, ciudad grande y principal, distinta a la Villaviciosa de la Concepción que fue fundada en territorio Pasto.
Aún al borde del siglo XXI eminentes administrativistas y políticos caen sensiblemente en la confusión. El ex ministro de Justicia, de Gobierno, alcalde de Santa Fe de Bogotá, ex constituyente Jaime Castro, cuando decía refiriéndose al nuevamente estrenado onomástico de Santa Fe de Bogotá: “Me parece que la cosa va a terminar en algo parecido a lo que ocurre con Santiago de Cali y Cali, con Cartagena de indias y Cartagena; con San Juan de los Pastos y Pasto”. Es notorio que Castro aquí asemeja a los Pastos habitantes antaño y hogaño de las actuales provincias de Obando y Túquerres con los Quillasingas fundadores y habitantes de la provincia de Pasto, y una parte del centro del departamento de Nariño.
Así mismo, el historiador Jorge Morales, en el tomo IV de la Historia de Colombia de Salvat (p. 417) dice que Lorenzo de Aldana: “En su camino efectuó la segunda fundación de Pasto en tierra de los indios homónimos (pastos) y no entre Quillasingas, como erróneamente se ha afirmado”. (sic)
El propio monarca español, a la sazón Carlos V o su hija Juana (17 V, 1559) cuando concedió nombre y armas a la ciudad la llamó “ciudad de San Juan de Pasto”, sin hacer ningún requiebro a su pretendida condición de Villa y menos Viciosa…
Cuando el Papa Gregorio XI erigió a Pasto en obispado auxiliar comienza diciendo (y desde luego confundiendo): “La ciudad de Pasto, fundada casi en el centro de aquella provincia (la de los Pastos) se la juzga digna de honor…” (Manual de Historia de Pasto, 1996, p. 389)
Y el propio director de la “Nueva Frontera” y ex presidente Lleras Restrepo, que al comentar el libro de Germán Arciniegas “Los comuneros”, celebra: “Cuántos sutiles y acertados atisbos que no he encontrado en otros historiadores, los relativos al caso de Túquerres, por ejemplo, que también ayuda a entender la actitud de los Pastos durante la guerra de independencia”, desconociendo quizás que los Pastos fueron fervientes independentistas al contrario de los Quillasingas (sede de los pastusos) que fueron fernanditas. En el “Correo de los Andes”, erudita revista de Gómez Valderrama, Morales Benítez, Sanz de Santamaría, Zubiría y de Arciniegas, naturalmente, tan encumbrados letrados hablan también de “Los Clavijos de Pasto” (Vol. 2, Núm. 2 de marzo de 1980, portada y p. 73) avalados por Vicente Pérez Silva!
Por otra parte, Puelles jamás revindicó la pretendida por otros fundación de Pasto sino que dijo y comprobó la fundación de la Villaviciosa de la Concepción en territorio Pasto, ubicada en una lometa al pie de los volcanes Chiles y Cumbal, junto al río Blanco y/o Guáitara (como lo exigían las pragmáticas reales). Lometa que llevó y lleva el apellido del visionario andaluz, y que actualmente es barrio progresista del municipio de Ipiales en la ruta andina de la Conquista y la independencia hacia el Guáitara, hacia Pastás, Guachucal, Carlosama y Túquerres, mojones ruinosos e indesvirtuables de la antigüedad y cultura Pasto.

De personalidad azarosa, casi trágica, fue el primer fundador de Ipiales. Por los años veinte anduvo en Centroamérica y con el adelantado Pedro Alvarado y el capitán Garcilaso de la Vega (padre) se embarcaron para el osado viaje hacia el Perú. En 1537, luego de la fundación de Villaviciosa, Puelles va a Santa Fe a explicar sus exploraciones y hazañas. Se entrevista, uno de los primeros, con el Licenciado Jiménez de Quesada a quien acompaña como testigo en la fundación legal y solemne de la capital de la República. El sevillano lo hace encomendero de Chía en 1539. Bajó a la costa con Jiménez, Federmán y Belalcázar; pasó por Cartagena a Panamá y el 12 de septiembre de 1540 se recibió como Teniente el gobernador Lorenzo de Aldana para la Villa de Quito.
Los años siguientes son de tormenta y conspiración.
En 1544, los conquistadores se niegan a someterse a las autoridades civiles que nombra el Rey y no obedecían las leyes de indias, proteccionistas de los aborígenes. El mismísimo Virrey peruano Blasco Núñez Vela, cae degollado en presencia de Puelles cuando en 1546 el ejército real se enfrenta con el sublevado Gonzalo Pizarro, de cuya causa era uno de los jefes nuestro fundador, y se enfrenta con el propio Belalcázar que acompañaba al Virrey. Pasan por Caranqui en diciembre de 1545. En Otavalo esclarecen que son su ejército de 400 improvisados y bisoños aprendices. Cruzan el río Guayllabamba y llegan a Quito, abandonado y desierto. Allí toman exacto conocimiento de las fuerzas acantonadas de los rebeldes. Son los preliminares aciagos de la célebre batalla del llano de Iñaquito que se empeñará el 15 de enero de 1546. Es la derrota total del Virrey y su muerte ignominiosa.
Interesante saber al margen que el soldado-historiador Cieza de León participó a órdenes de Belalcázar en esta batalla y más seductor enterarse que tuvo tiempo para ser corresponsal de guerra. El libro II de la IV parte de su obra “La guerra de Quito”, así lo comprueba.
Según el etnohistoriador ipialeño Armando Oviedo, el nombre de Pasto como región y Pastos como gentilicio indígena de ese asiento hispánico después de la conquista lo comenzaron a usar los españoles. Pastos denominaron a la etnia enmarcada, por el norte, entre las cercanías de los actuales municipios de Yacuanquer (desde la orilla sur del actual río Guáytara, Pastarán en lengua Pasto) y Funes; y por el sur, desde la orilla norte del río Chota (en la actual república del Ecuador), tomándolo del nombre del poblado conocido como Pastás o Apastás (hoy, Aldana, muy cercano a Ipiales por la carretera hacia Túquerres). A este caserío, el conquistador capitán Pedro de Puelles llamó Villaviciosa, en honor y recuerdo de su patria chica en la provincia de Asturias, pues ya antes había llamado Villaviciosa de Portoviejo al actual Portoviejo, en la costa ecuatoriana.
A la segunda Villaviciosa (Pastás o Apastás), se le llama luego Villaviciosa de la Concepción o sólo Pasto, cuando al parecer se le funda oficialmente con su cabildo, misa y sanción religiosa correspondientes. En 1538, el conquistador Belalcázar la despuebla. Entonces Lorenzo de Aldana la funda nuevamente pero ya entonces en el norte, en la actual población de Yacuanquer (mucho más “arriba” de la orilla norte del rio Guáytara), con igual nombre: Villaviciosa de la Concepción o sólo Pasto, conservando el mismo nombre con el que la fundara Puelles años antes en el poblado indígena de Pastás. Es decir, el mismo nombre para dos sitios bastante distantes entre sí; al sur, el original y al norte el posterior.
Poco después, al parecer en 1541, se le traslada donde definitivamente se encuentra hoy, en el llamado Valle de Atriz, con el extenso nombre de Villaviciosa de la Concepción de Pasto, primer apelativo de la actual ciudad, no importa que no estuvieran habitados ni Yacuanquer ni el Valle de Atriz por la etnia de los Pastos sino por la de los Quillasingas, sometidos ambos, antes de los españoles, al imperio incaico.
Para su administración, los españoles dividieron la región en Distrito de Pasto; poblada por los Quillasingas (de la nación Quillasinga), todo lo que estuviera al norte del rio Guáytara; y la Tenencia de los Pastos, lo que estuviera hacia el sur (Ipiales y Túquerres, los más importantes y representativos). Pero Pasto quedó para siempre como la ciudad y como la región que se seguiría llamando así, hasta que esta última cambió su nombre por el actual, departamento de Nariño.
Las “Geometrías”, escrito con el que colaborábamos en Diario del Sur, en 1987, (13 de enero), traen la prevención de que las celebraciones del 450 aniversario de la fundación de la ciudad de San Juan de Pasto nos anticipábamos a advertir: “Se debe significar que el acta de fundación no ha sido hallada. Y que bien podría encontrarse. Por ejemplo, Camilo Orbes Moreno que tantas sorpresas históricas nos ha dado puede hacerlo. Y que bien puede figurar allá otro año. Por lo que esta celebración trisesquicentenaria resultaría sencillamente inexequible”.
No fue Orbes Moreno, pero sí Álvaro Gómez Jurado Forero, el erudito explorador de nuestros ayeres quien en un espléndido tomo editado por la Biblioteca Popular Nariñense denominado “Lorenzo de Aldana, fundador de Pasto”, rastrea con meticulosidad y profesionalismo no solo la totalidad de los libros que contienen las actas de los cabildos de Quito, sino que con una abultada y documentada bibliografía fulmina uno a uno todos los sumarios y ligeros argumentos que llevaron a todos nuestros cronistas tanto incaicos como “surianos”, a levantar las falacias –ahora demolidas- del trisesquicentenario en 1537-1587”.
Inicia el autor con una ponderada precisión de conceptos que hasta ayer mismo fueron para nosotros mismos confusos e ininteligibles. Fueron Quillasingas, p.ej., todas las naciones situadas al norte del Tahuantinsuyo.
El rio Angasmayo no es el mismo río Carchi – Guáitara como hasta ayer mismo lo creíamos, sino que es el límite entre una pretendida gobernación de Quito con la gobernación de Popayán; los Pastos habitaban los territorios situados tanto al norte como al sur del río Carchi, comprendiendo en consecuencia las regiones de la actual provincia del Carchi en Ecuador y la sabana de Ipiales y Túquerres, en Colombia.
Fueron dos las Villaviciosas de la Concepción que se fundaron en aquellas edades. La una, Villaviciosa de la Concepción, fundada por Pedro de Puelles en 1537, que desapareció por la feroz resistencia de los aborígenes en septiembre de aquel mismo año (y que nosotros, dados los antecedentes históricos que conocemos y que aquí también hemos publicado y aún más de acuerdo con los documentos cartográficos, pensamos fundadamente que fue nuestro pueblo de Ipiales).
La otra Villaviciosa, la de la Provincia de Hatunllacta, que corresponde a la primitiva población antecesora de Pasto, fundada en octubre de 1539 por el teniente general del Reino de Nueva Castilla, don Lorenzo de Aldana.
Y para mayor alarma de nuestros académicos: el príncipe de los cronistas, Pedro Cieza de León, quien pasó por Pasto, ya trasladada al Valle de Atriz, en el año de 1547, cuando pergeñaba sus memorias, consultó el acta de fundación de la Villa de Pasto en 1539 de Yacuanquer y conoció el AUTO por el cual aquella fue adicionada, algunas de cuyas frases textuales transcribió entre comillas; quien además recibió el testimonio unánime de sus moradores con relación a la Fundación de su Villa, perteneciente a la Gobernación de Popayán, bajo la autoridad de Belalcázar.
A propósito del Adelantado –que ha sido considerado el flamante fundador de Pasto-, éste nunca reclamó para sí la fundación (El, que pretendió falsamente ante el Rey serlo de ciudades como Neiva o Anserma o Timaná, que nunca ni siquiera conoció). Apenas en 1540 supo de la fundación de Pasto que había hecho Aldana en octubre de 1539.
Así mismo, muy mal parados quedaron legendarios cronistas como Juan de Castellanos o fray Pedro Simón que, según se sabe hoy, carecieron de una elemental crítica histórica para respaldar sus apuntamientos en los hechos o por lo menos en noticias fehacientes.
Empero, por decisión autorizada, la controversia está liquidada. Fue en el año 1537 la población y fundación de la Villaviciosa de la provincia de Hatunllacta; de la Villaviciosa de Pasto, de la Villa de Quillasinga, Villa de Pasto y/o San Juan de Pasto, como se quiera. (Hatunllactas eran los indios mal llamados Quillasingas, y los Pastos se encontraban al sur de los Hatunllactas).
Pedro de Puelles, Rodrigo de Ocampo, Gonzalo Díaz de Pineda, Lorenzo de Aldana, se disputan con Sebastián de Belalcázar el eximio honor.
Justino dice: “Aunque precariamente, Pasto fue fundada en 1537. La precariedad depende de las enrevesadas circunstancias políticas en que se llevó a cabo. Pero tan fundada estaba oficialmente que el gobernador Francisco Pizarro habla en la ciudad de los Reyes el 30 de octubre de ese año sobre la Villaviciosa de la Concepción que agora nuevamente se funda y da un mandamiento al teniente y justicia de ella”.
Catorce años atrás, en 1961 –empero- en su monumental investigación sobre la “Geografía pastusa de la fe”, monseñor encuentra la fundación de la ciudad en el año de 1536 (Op. Cit., p. 123).
Notabilísimos suramericanistas disienten desde los socavones de la historia de la versión de Mejía y Mejía. Pedro Cieza de León –el primero-, consagrado indiano, en su “Crónica del Perú”, señala 1539; coincide en el año, el autor de la “Descripción de las Indias Occidentales”, Antonio de Herrera; Giandomenico Coletti, en su Dizzionario Stórico-geográfico del América Meridional, ubica también la fundación en 1539; así mismo Lucas Fernández de Piedrahita, en su “Historia General del Nuevo Reino de Granada”, y para rematar también el jesuita Juan de Velasco se apunta con los anteriores. En 1538, lo afirma Lupercio Obando Sotelo, que antes de 1537 también se ha afirmado, en el Sexto Congreso Nacional de Historia reunido en Pasto, uno de los ponentes, autor de “Pasto, ciudadela de España en el Virreinato de Santa Fe”, ubicó en 1536 la fundación, dato del cual dijo puede suministrar toda la bibliografía. Lo interpeló Emiliano Díaz del Castillo, pero la memoria del congreso no registra su sustento. (Jorge Buendía, Cultura Nariñense,103, p. 101).
IV
En nuestro trabajo “La Fuerza de la Patria”, incursionamos extensamente en la narrativa de la epopeya que concluyó con nuestra épica fundación: Nadie intentó realizar sobre la costa la penetración a un interior que detrás de un intrincado bosque de manglares se presentaba selvático o inhóspito contra un fondo de alta montaña. La exploración y conquista del Suroeste Colombiano empezó en la frontera andina, a los 3.000 metros de latitud y desde el antiguo Imperio del Tahuantinsuyo.
Ha sido expuesta – entonces- la versión aquella de que uno de los capitanes de Adelantado Sebastián de Belalcázar -o él mismo-, fue el fundador de Ipiales en la cuarta década del cinquecento. Nacido en 1498 vino con Colón en su tercer viaje. En una excursión que hizo a Panamá dio con Pizarro y Almagro. Estuvo con ellos en la isla de Gallo, participó en la conquista de Cuzco y Cajamarca. Habían estado en Centroamérica (Cuba y Nicaragua), desplazándose al Perú, donde pulieron su estrategia violenta que alcanzó su mayor crueldad con el secuestro y crimen final del inca Atahualpa. Gracias a su sevicia y saña pudieron dominar los señoríos incas, que les posibilitó de inmediato su ingreso al Macizo Colombiano. Después de batir al indio Rumiñahui llegó Belalcázar a Quito en mayo de 1534. Halló una ciudad demolida, en cenizas. El 28 de mayo la volvió a fundar y pidió a Pizarro el título de gobernador que éste le negó. A partir de aquí, Belalcázar se sustrajo de Pizarro viajando hacia el Norte.

Luis de Daza, un español subordinando a Belalcázar, encontró en Latacunga un indio ajeno a la región que le habló de un país situado muy lejos al norte en el cual abundaban el oro, las esmeraldas y “refería además entre otras particularidades que allí se ejecutaban anualmente un sacrificio singular”, y era que el señor principal de uno de sus pueblos, después de embetunarse el cuerpo y cubrirse todo con polvo de oro, se bañaba en el centro de una gran laguna. A este hombre dio Belalcázar el nombre de “El Dorado” y su leyenda se fortaleció con los informes de Pedro de Tapia, explorador hacia el norte, había alcanzado las riberas del Guáytara, afluente del Patía, de donde trajo noticias fabulosas de tierras ricas y prósperas.
Belalcázar, que había solicitado de Pizarro la autorización para conquistar aquella comarca decidió, mientras tanto, enviar a Pedro de Añasco a la tierra de los Quillasingas para que los dominara y al mismo tiempo obtuviera noticias completas de el Dorado. Pero como pasara el tiempo y no llegaran ni la autorización de Pizarro ni las noticias de Añasco, designó Belalcázar a Juan de Ampudia para que lo reforzara.
Ampudia, hombre inteligente, perverso y ambicioso salió de Quito como explorador y por mandato de Belalcázar. Eran los expedicionarios sesenta veteranos a pie, treinta de a caballo y dos mil indios. De éstos la mitad iba siempre adelante describiendo brechas, buscando víveres y todo cuanto alcanzaban para satisfacerse Ampudia y sus compañeros; la otra mitad conducía los equipajes.
El precursor de Belalcázar no encontró desde Quito hasta las riberas del Cauca ningún estorbo de significación; los Pastos y Quillasingas conocían la crueldad de los españoles y ante ellos huían abandonando sementeras, casas y cuando poseían. Ampudia, dejó muy bien marcados sus pasos esmaltados de cenizas y de sangre. Si en alguna población encontraba moradores los condenaba al suplicio a fin de que declarasen sus tesoros, y si la encontraban desierta, entregaba a las llamas habitaciones y sembrados.
En 1536, Belalcázar siguió las huellas inconfundibles dejadas por Ampudia. Distribuyó su séquito en cuatro agrupaciones: mil indios adelante como descubridores: Pedro de Puelles, con cincuenta españoles y otro millar de aborígenes formaban el ala izquierda; el ala derecha bajo la dirección del Capitán Alfonso Sánchez, la formaban otros tantos ibéricos e indios; y el del centro con Belalcázar, a la cabeza, se hallaba integrado por cien veteranos de a pie y dos mil indios.
Cuando los expedicionarios llegaron a la población de Huaca, circunvecina ya con Rumichaca, sus habitantes la habían desalojado y sólo mujeres y niños salieron a recibirle con algunos presentes y a sus soldados con insignificancias. Sánchez, indignado por la fuga de los hombres y la pobreza de los obsequios, mandó a pasar a cuchillo a estos infelices que ofrecían solo cuanto habían podido recoger.
Belalcázar reconoció a su salida del Huaca, a las naciones Pastos y Quillasingas, distribuidas en numerosas parcialidades y dueñas absolutas de un dilatado y fértil territorio. Todos los historiadores convienen en informar que los caciques pudieron enfrentar a Belalcázar con más de sesenta mil hombres, pero la relajación de las tribus era tal, que nada hicieron para defenderse. La avalancha conquistadora de los capitanes de Belalcázar de Quito a Pasto, ostenta su cruda tragedia en una carta transcrita por un testigo presencial y dirigida a Fray Bartolomé de Las Casas. Aparte de miles de indios cargueros y sirvientes, que compulsivamente extrajeron de Quito y de otras provincias colindantes, Belalcázar pidió al cacique mayor de Otavalo, 500 hombres más como auxiliares para la guerra. Y éste se los dio con algunos caciques principales para la conducción de ellos. Parte de los Otavalos fueron distribuidos entre los soldados españoles, y a los demás los condujo cargando los bagajes. Para que no escaparan los ataron y amarraron con cadenas unos a continuación de otros, si bien dejó sueltos algunos para que pudieran traer las comidas y bebidas que necesitaba el conquistador español. Pero en Pasto también constriñó a los caciques para que le proporcionaran más auxiliares.
De ellos, no se reincorporó ninguno a su tierra, y de los 6.000 quiteños y zonas vecinas apenas retornaron veinte. Todos murieron, víctimas de pavorosas penalidades de tierra caliente, muy diferentes a las suyas. Tales hechos sucedieron cuando el Capitán Ampudia fundaba una ciudad con su nombre cerca de Cali. Los atribulados habitantes de Otavalo, ahora estaban padeciendo mucho más que en la época de los Incas.
En esta aflictiva expedición Quito, Cayambe, Caranque o Pasto, cuando algún hombre o mujer se cansaba en el camino, imposibilitado de andar, prestísimamente le remataban a estocadas y le cercenaban la cabeza para no darse el trabajo de abrirles la cadena y también para escarmentar a los que seguían vivos.
Así pues, Belalcázar, sin ningún esfuerzo redujo a las parcialidades de Ipiales, Gualmatán, Funes, Sapuyes, Túquerres, Mallama, Yascual, Inmazaca-males, Bejondinos, Sybondoyes y Mocoas; sometió luego las naciones de los Pichilimbíes y Cuyles, comprendidas entre los ríos Telembí y Patía; luego de estas conquistas se unió a fines de 1536 con su Teniente General en la villa de Ampudia, ubicada en el curso alto de río Jamundí, a la que se le nombró su correspondiente Cabildo. Los invasores tenían poderosas intenciones de residenciarse en nuestros territorios, buscando rápida posesión ante las ambiciones de sus rivales, pero no contaban con la resistencia aborigen que se abultaba cotidianamente.
Esto sucedió en la Villa de Ampudia cuyos moradores al mando del cacique Petecuy obligaron la retirada de los peninsulares y casi su derrota, si no es por la oportuna llegada de Belalcázar. Ordenó la despoblación de la Villa y el traslado a tierras aún más altas de la Cordillera Occidental, en los valles interandinos que forma el río Calima. Allí, el 25 de julio de 1536, se fundó la futura Sultana de Cali.
Es pertinente decir que estas primeras fundaciones obedecían más a imperativos guerreros que a conveniencias urbanísticas. Se trataba era de construir fuertes militares para acampar tropas y cargar municiones. Estas fundaciones no eran centros urbanos, como lo definiría la arquitectura colonial, si no fuertes militares, tambos o “presidios” donde los vecinos feudatarios mantenían soldados con el fin de garantizar la paz necesaria para sus encomiendas y para la tripulación.
Luego, Belalcázar marchó hacia el sur, hacia donde en 1537 fundó Popayán y viajó a Quito, dejando a Ampudia como teniente gobernador y a Pedro de Añasco como alcalde.
Añasco tuvo un trágico pero merecido final cuando desatendiendo las súplicas de la cacica Gaitana incinera vivo a su hijo, pavoroso suceso de fogatas que se le enroscan al cuerpo como serpientes. Desesperada, transida de dolor, levanta a los indios para la venganza justiciera y aterradora; cerca al conquistador, le pone grilletes, le arranca los ojos con las uñas, le abre un hueco en la garganta para pasar por él una soga cuya punta le saca por la boca, para amarrarlo y llevarlo de cabestro por todas las aldeas, hasta que muere de dolor y podredumbre.

En mayo de 1538, Belalcázar vino como jefe de colonia a someter a las comunidades sublevadas. Desde el comienzo de la cruenta invasión europea, como se ha visto largamente, hubo una creciente resistencia indígena, lo que comprueba que la conquista y la colonia fueron verdaderos hervideros de la rebeldía.
La Real Cédula de 8 de junio de 1538 había ordenado que todos estos asientos pertenecieran a la Provincia de Quito y al gobierno de Perú o Nueva Castilla, del que era Gobernador Francisco Pizarro. Epígono que era con Belalcázar por sus sonadas conquistas, envió a Lorenzo de Aldana como teniente suyo en todos los territorios del Norte, para contrarrestarlas.
Entre tanto y por ello mismo Belalcázar había viajado a España a obtener el reconocimiento oficial de sus conquistas. Lo que obtuvo realmente como nuevo Adelantado y Gobernador de Popayán. Así que vino en febrero de 1541 investido de plenos poderes por el propio Carlos V. Los territorios por él conquistados fueron separados de la jurisdicción quiteña y conformaron un gobierno independiente con el nombre de Gobernación de Popayán, privilegio jurídico-militar usual en el imperio para el dominio de territorios conflictivos o de frontera.
Belalcázar dividió en quince tenencias el territorio de su gobierno. Entre estas figuras la de los Pastos cuya capital fue el Villaje de Ipiales, residencia habitual del Corregidor. Téngase en cuenta que para estas fechas de 1541 Ipiales ya era Villa o Villaje, es decir había sido fundada para el beneplácito del rey de España. Propiamente diremos desde 1537 cuando fue fundada Villaviciosa de la Concepción de la Provincia de los Pastos por Pedro de Puelles.

La tenencia de los Pastos estuvo gobernada por un teniente de gobernador o justicia mayor como representante del rey. Inmediatamente después del despojo con que saludaron a los aborígenes, los peninsulares dieron comienzo a las más inauditas exacciones tributarias que fueron verdaderos saqueos. De templos, hogares, santuarios y hasta de las veneradas tumbas comunales. Cuando el atropello de hecho se agotó, vino el jurídico.
Se dispuso la encomienda, de tan aborrecible sabor. La autoridad distribuida entre los conquistadores de los grupos de naturales “liberados” de sus antiguos caciques. El encomendero asumía la presente y onerosa tarea de protegerlos y defenderlos de la supuesta rapiña de sus compañeros y de las amenazas de sus vecinos indígenas. Los conquistadores debían inculcarles la religión católica. Muy pronto todo se convirtió en atropello y los encomendados pasaron a ser esclavos personales, que además tenían la obligación de tributar a sus señores en sus vidas, servicios y terrenos.
Belalcázar aquí repartió tierras e indios a 35 encomenderos. Los primeros fueron Hernando de Cepeda y su esposa Catalina de Belalcázar, hija del adelantado. Cepeda, primo de Santa Teresa de Ávila, tuvo gran figuración veinte años después cuando aplastó la insurrección de Gonzalo Rodríguez, “precursor de precursores”, en Pasto, en 1564, que comprometió también la paz de Ipiales y la comarca, según lo narró en su erudita pieza de ingreso a la Academia Colombiana de Historia el profesor Alberto Quijano Guerrero.
Es conocido un acuerdo de la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, de 11 de enero de 1552 (no existía todavía la de Quito), que ordenó la comparecencia de Cepeda, justicia mayor de la Villa de Pasto y provincia de los Pastos, ante el oidor Francisco Briceño a responder en juicio de residencia por el ejercicio de su cargo que ostentó tantos años.
El resultado de la residencia fue tan deplorable que muy poco después el propio Carlos V desde Flandes decretó que las encomiendas de Popayán sólo podían ser adjudicadas directamente por el Virrey de Perú (15 de diciembre de 1558).
Por estos años, en 1574, llegó al cacicazgo Pedro de Henao quien seguidamente de recibir el título, se propuso llevar a cabo planificaciones de Ipiales como pueblo o reducción de los indios.
En 1576, por decisión de Felipe II, radicada en libro de Cabildos de Pasto, fue designado como juez de Naturales de la Provincia de los Pastos el capitán Diego de Benavides que como se ve no fue cura doctrinero, como tantos articulistas lo han tergiversado reiteradamente.
El 5 de mayo, recibió instrucciones de la audiencia de Quito para repartir los mitayos. Allí fueron enumerados los siguientes pueblos Pastos: Yascual, Yascuaral, Yacanga, Túcares, Guáitara, Mallanas, Muelleanas, Guachocal o Guachoscal, Pastas, Carlosama, Gungana, Ipiales, Pupiales, Gualmatán, Iles, Males, Funes, Tescual, Canchala, Chapacual, Puerres. En total: veintiuna reducciones. Cerca de Yascual existía un pueblo llamado Piaramac. A Muellanas también se le decía Mollanues y Muelleanas.
Diez años más tarde, empero, en 1578, como justa resistencia al desalojo que venían padeciendo, los Pastos se sublevaron dando auténtica y altiva prueba de su temple rebelde y justiciero. Los poblados fueron destruidos y quedaron sus ruinas. Los rebeldes se refugiaron hacia Guamuez, hacia la cordillera andina. Para someterlos, la Real audiencia de Quito designó a los capitanes Primitivo Astorquiza y Francisco Hernández Terán, sargentos que ahogaron en sangre la protesta y así se convirtieron en cruel anticipo de los pacificadores que vendrían siglos después.
En 1558, quedaron nuevamente sometidos a la Corona. Establecieron entonces en Ipiales, jefe de guarnición que fue designado el capitán Astorquiza. También gobernadores subalternos y encomenderos de la nueva reducción, con orden terminante de mantener desembarazadas las comunicaciones entre Quito y Popayán y de apoyar eficazmente la acción de los misioneros para evangelizar a los aborígenes.
En los años finales de ese siglo (1594), el primer Sínodo Diocesano de Quito, ordenó la pronta evangelización de los Pastos y Quillasingas y la traducción al idioma vernáculo del catecismo católico. En aquella misión llegó a Ipiales, en 1595, el mercedario Fray Alfonso de Jerez.
Bien vale la pena rescatar la siguiente introducción del sínodo de Quito que comprueba cómo los Pastos no hablaron el quechua: “Art 3. Que hagan catecismos de las lenguas donde no se habla la del Inca. Por la experiencia nos consta que en nuestro obispado hay diversidad de lenguas que no tienen ni hablan la del Cuzco ni la Aimara. Y que para que no carezcan de la doctrina cristiana, es necesario traducir el catecismo y confesionario en las propias lenguas”.
“Por tanto conformándonos por lo dispuesto en el concilio provincial último, habiéndose informado de los mejores lenguas que podían hacer esto y nos ha parecido someter este trabajo y cuidado a Alfonso Núñez de San Pedro y Alfonso Ruíz para la lengua de los Llanos y Tayana; y a Gabriel de Miraya, presbítero para la lengua cañar y purgay; y a Fray Alfonso de Jerez, de la Orden de la Merced, para la lengua de los Pastos; y a Andrés Moreno de Zúñiga y Diego Bermúdez presbítero, para la lengua Quillasinga”.
Alfonso de Jerez, pues, que no Moreno de Zúñiga, ni de Diego Bermúdez, como se ha reiterado equivocadamente por nuestros escribidores, se dio a la tarea en 1597 de trasladar el poblado desde la lometa de Puenes, en donde se hallaba fundado primitivamente, hasta la hoy plaza 20 de Julio. Bautizó la nueva sede como Villa de San Pedro Mártir de Ipiales en homenaje al Cacique lugareño.
El primitivo nombre de “Puenes” (Puelles) con el que se reconoció la primera fundación bien puede ser una levísima desviación del apellido del fundador que más adelante puntualizaremos.

Subsisten otras noticias fragmentarias que dan cuenta de don Juan Caro, quien en el año de 1615, siendo administrador del repartimiento indígena de Ipiales “dejó levantadas doce casas que formaban el pueblo de Ipiales y en ellas a veintitrés moradores a quienes distribuyó tierras para sembrar, y una ermita”, según el mismo Caro lo informa en 1616, al Cabildo de Pasto. Se impone decir que es inexacto lo pretendido por Caro como que el asiento indígena venía fundado desde las épocas del Marqués Pizarro. Caro fue un administrador más. Pruébalo el nombramiento de su sucesor cuyo tenor es el siguiente:
“Don Phelipe por la gracia de Dios, Rey de Castilla de Aragón, etc.; por cuanto conviene nombrar que vaya a la provincia de los pastos y administre los indios y administre el pueblo de Ipiales y sus anejos y cobre los tributos y envíe la caja real de ésta ciudad (San Francisco de Quito) lo que ha de cobrar, nombra al Luis Antonio Fernández, por el administrador, en lugar de Juan Caro, persona nombrada por esta real audiencia, con el salario que el susodicho tenía (6 pesos por cada 100 pesos) que de fianzas de administrador bien y envíe a la caja real lo procedido de este repartimiento y la dicha fianza de la ciudad de Pasto, a satisfacción de cabildo de ella, con sumisión a esta real audiencia ya los oficiales leales de esta real caja, y mando al mi gobernador de la gobernación de Popayán y a su lugarteniente de San Juan de Pasto, a los alcaldes ordinarios y cabildo, justicia y regimiento de ella guarden el contenido de esta mi carta y provisión, so pena de mi merced y de 500 pesos de buen oro. Doctor Antonio de Morga. El licenciado Don Martín de Peralta – Diego de Vergara Gaviria – Diego Valencia León.”
Repárese en el nombramiento de Fernández que en 1616 venía a administrar el repartimiento indígena de Ipiales, lo que vale decir en nombre de la corona a continuar mandando a los indígenas organizados en repartimiento, entidad territorial su génesis creada por los reyes de España para el gobierno de sus súbditos americanos.
Hacia 1713, Fray Juan Verdugo continuó la colonización, el poblamiento e incluso hizo adjudicar a los indios los terrenos comprendidos a lo largo de norte a sur, entre el Contadero y Rumichaca (…) Fray Verdugo era dominico, orden que se vinculó desde los inicios de la evangelización de los Pastos. Fueron constructores de conventos e iglesias. La doctrina de los dominicos subsistió hasta 1774, año en el que se secularizó el convento.
Uno de los curas doctrineros fue el presbítero Eusebio Mejía, natural de Riobamba. En el mismo año que arribó a Ipiales tocóle testimoniar el deslumbrante milagro de la aparición de Nuestra Señora de Las Lajas, en 1794.
Hacia 1796, irrumpe la insurrección indígena en Ipiales por la restauración al cargo de corregidor del infausto Francisco Clavijo, quien para esos años venía extorsionando a los Pastos y cuya insostenible e inaudita conducta será la causa detonante para la revuelta espectacular y universal de toda la comarca de 1800.
Ipiales, fue capital del corregimiento de los Pastos hasta 1794, época para la cual el Corregidor Cosme Hernández se trasladó a Túquerres con todos sus empleados y permaneció hasta 1804, año en el cual Hernández trasladó nuevamente a Ipiales la sede administrativa.
En todo caso, la crónica del empadronamiento de Ipiales sigue inédita, toda vez que no ha sido localizada el acta de Fundación de nuestra ciudad, por lo que son válidas todas estas especulaciones historiográficas, mientras algún atinado “ipialciólogo” descubre en los ocrosos y olvidados archivos el magno documento.
