Jesucristo: un corazón de puertas abiertas
Jesús llama: es un corazón de puertas abiertas
“Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador”: Papa Francisco, Urbi et Orbi especial, en la plaza de San Pedro, hace un año, al inicio de la pandemia.
Homilía del Papa Francisco
Domingo de Ramos 2021

El Papa Francisco celebró en el Vaticano este 28 de marzo, Domingo de Ramos, la Misa de la Pasión del Señor en la que invitó en esta Semana Santa a contemplar con asombro los misterios de la pasión y muerte de Jesús.
“Hermanos y hermanas, hoy Dios continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón. Dejemos que este estupor nos invada, miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: ‘Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios’”, dijo el Papa.
A continuación, la homilía pronunciada por el Papa Francisco:
Esta Liturgia suscita cada año en nosotros un sentimiento de asombro. Pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén al dolor de verlo condenado a muerte y crucificado. Es un sentimiento profundo que nos acompañará toda la Semana Santa. Entremos entonces en este estupor.
Jesús nos sorprende desde el primer momento. Su gente lo acoge con solemnidad, pero Él entra en Jerusalén sobre un humilde burrito. La gente espera para la Pascua al libertador poderoso, pero Jesús viene para cumplir la Pascua con su sacrificio. Su gente espera celebrar la victoria sobre los romanos con la espada, pero Jesús viene a celebrar la victoria de Dios con la cruz. ¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar “crucifícalo”? ¿Qué sucedió?
En realidad, aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Seguían una imagen, no al Mesías. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad. También hoy hay muchos que admiran a Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la historia. Lo admiran, pero sus vidas no cambian. Porque admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro.
¿Y qué es lo que más sorprende del Señor y de su Pascua? El hecho de que Él llegue a la gloria por el camino de la humillación. Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. Jesús, en cambio —nos dice san Pablo—, «se despojó de sí mismo, […] se humilló a sí mismo» (Flp 2,7.8). Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado. ¿Por qué toda esta humillación? Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto? Y esta pregunta nos asombra.
Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. Para recuperarnos, para salvarnos. Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó. Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas.
Pidamos la gracia del estupor. La vida cristiana, sin asombro, es monótona. ¿Cómo se puede testimoniar la alegría de haber encontrado a Jesús, si no nos dejamos sorprender cada día por su amor admirable, que nos perdona y nos hace comenzar de nuevo? Si la fe pierde su capacidad de sorprenderse se queda sorda, ya no siente la maravilla de la gracia, ya no experimenta el gusto del Pan de vida y de la Palabra, ya no percibe la belleza de los hermanos y el don de la creación. Y no tiene otra alternativa que refugiarse en el legalismo, en el clericalismo, en todas estas cosas que Jesús condena en el capítulo 23 de Mateo.
En esta Semana Santa, levantemos nuestra mirada hacia la cruz para recibir la gracia del estupor. San Francisco de Asís, mirando al Crucificado, se asombraba de que sus frailes no llorasen. Y nosotros, ¿somos capaces todavía de dejarnos conmover por el amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él? Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la costumbre. Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras frustraciones. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos creemos incluso fracasados. Pero detrás de todos estos “tal vez” está el hecho de que no nos hemos abierto al don del Espíritu, que es Aquel que nos da la gracia del estupor.
Volvamos a comenzar desde el asombro; miremos al Crucificado y digámosle: “Señor, ¡cuánto me amas, qué valioso soy para Ti!”. Dejémonos sorprender por Jesús para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados. Esta es la grandeza de la vida descubrirse amados y la grandeza de la vida está en la belleza de amar. En el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un despojo. Y con la gracia del estupor entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está allí, en los últimos, en los rechazados, en aquellos que nuestra cultura farisea condena.
Hoy el Evangelio nos muestra, justo después de la muerte de Jesús, la imagen más hermosa del estupor. Es la escena del centurión que, al verlo «expirar así, exclamó: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”» (Mc 15,39). Se dejó asombrar por el amor. ¿Cómo había visto morir a Jesús? Lo había visto morir amando, y esto lo asombró. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando. Esto es el estupor ante Dios, quien sabe llenar de amor incluso el momento de la muerte. En este amor gratuito y sin precedentes, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. ¡Realmente este hombre era Hijo de Dios! Su frase ratifica la Pasión. Muchos antes de él en el Evangelio, admirando a Jesús por sus milagros y prodigios, lo habían reconocido como Hijo de Dios, pero Cristo mismo los había mandado callar, porque existía el riesgo de quedarse en la admiración mundana, en la idea de un Dios que había que adorar y temer en cuanto potente y terrible. Ahora ya no, ante la cruz no hay lugar a malas interpretaciones. Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y desarmante del amor.
Hermanos y hermanas, hoy Dios continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón. Dejemos que este estupor nos invada, miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: “Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios”.

Un corazón de puertas abiertas
Por: José Saúl Grisales Grisales, Obispo Diócesis de Ipiales

Con esta expresión desearía recoger el sentido de la Semana Santa, entendida como un paso de Dios por la vida de los creyentes y como propuesta para todos los hombres de buena voluntad.
En ocasiones centramos mucho la atención en las tradiciones que expresan nuestro sentir cristiano, valiosas sin duda, pero que nos pueden oscurecer el verdadero sentido de esta memoria que quiere ser ocasión de salvación.
Los dos últimos años, por las afectaciones de la pandemia y las subsiguientes restricciones, muchas de nuestras tradiciones religiosas han tenido que cambiar, cuando no postergarse para ser vividas en otro momento de ser posible.
No obstante, podemos sacar algo bueno, centrar nuestra atención en lo fundamental, llevar nuestro entendimiento y corazón ante Jesús, que no es un personaje más de la historia humana, sino el Hijo mismo de Dios, sus mismas palabras así nos lo indican: “Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta, sino que verdaderamente me envía el que me envía, pero vosotros no lo conocéis. Yo lo conozco, porque vengo de él y él es el que me ha enviado” (Jn. 7, 28-29), manifestando en otro pasaje, “Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn. 8, 29). Y, ¿Quién es éste que está siempre con él?, la respuesta nos la ofrece el mismo Jesús, señalando que es su Padre: “Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn. 16, 32). Y agrega un anuncio de esperanza: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulaciones. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn. 16, 33).
Cuán importante es pues que entendamos el sentido de estos días, que para el creyente son santos en razón del don que Jesús nos quiere comunicar, su vida y con ella las bendiciones que Dios desea desciendan en el corazón del hombre y en toda la realidad creada.
Por eso el título de esta pequeña reflexión, “un corazón de puertas abiertas”, porque año tras año el Señor muestra que la puerta de su corazón está de par en par -no sólo ahora sino siempre- para aquellos que quieran entrar a morar en él, es éste somos acogidos, somos curados de heridas, somos alentados en las fragilidades, somos iluminados ante nuestras confusiones o dudas, somos aconsejados para opciones de vida que dignifican, somos alentados para trabajar por el bien y la justicia, somos sosegados dadas nuestras turbulentas relacionales con el prójimo, somos llamados a cooperar en la construcción de un mundo mejor, somos sembrados de los valores de Reino para diseminarlos a lo largo de nuestra existencia.
Ojalá seamos muchos los que acudamos a esta puerta y atravesemos este pórtico para que, experimentando amor, sembremos amor: experimentando paz, seamos artesanos de paz; experimentando bondad, optemos en todo tiempo y lugar por el bien; experimentando bendición, seamos portadores de la misma a esta humanidad; siendo dignificados, trabajemos en la dignificación de los demás, siendo socorridos, entendamos que la fragilidad hay que acogerla y acompañarla con nuestra ayuda; siendo perdonados, aprendamos a compartir la alegría del perdón a los demás; siendo insertados en la familia de Dios, trabajemos por hacer una sola familia, de hermanos y en amistad social, como lo enseña Papa Francisco en Fratelli Tutti.
Deseo vivamente que el encuentro con Cristo en su Pasión, Muerte y Resurrección traiga vida y vida abundante de parte del Resucitado: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10, 10).
+ José Saúl Grisales G, Obispo de Ipiales.
La procesión de los muertos en Semana Santa
Por: Mauricio Chaves-Bustos

El sábado, mis abuelos maternos escogían las palmas más grandes, verdes y frondosas para mis hermanos y para mí, sin saber el daño ecológico que se estaba haciendo; al llegar a su casa, mi abuelita empezaba la tarea de tejernos canastos, aventadores, trenzas y cruces, piezas que terminaban siendo verdaderas obras de arte; el domingo, a media mañana, nos íbamos a San Felipe, lo que más recuerdo era la tremenda piquiña en la espalda, ya que en el frenesí de la bendición se generaba en los niños asistentes una competencia, como si al batirla la palma quedara más bendecida, y así, llenos de pelusa regresábamos a casa, con media palma y con los tejidos de mi abuelita desbaratados.
Así empezaba nuestra Semana Santa. El lunes santo, mi padre y mi madre viajaban a Tulcán para comprar algunos productos que no se conseguían en Ipiales, o se conseguían mucho más baratos, especialmente aceitunas españolas, sardinas portuguesas, vinos españoles y algunos productos de mar; ya mi mamá, mientras nosotros estábamos enfrascados con las palmas el sábado, había mercado todos los productos para hacer la tradicional juanesca, siguiendo paso a paso la receta que dejara mi abuelo paterno, un ilustre y eminente abogado que en sus horas de solaz se dedicaba a la culinaria, algo que muy pocos saben, ahí, en la Plaza de los Mártires, la calabaza tierna, los frijoles tiernos, los ollucos, las habas, la mazorca, la papa pastusa y chaucha, y toda una arandela de productos que componen esta tradición culinaria de Semana Santa en el sur de Colombia y en Ecuador.
El martes santo, en la noche, esperábamos con ansía la procesión de las Siete Caídas, tuvimos el privilegio de vivir en el centro de la ciudad, en una vieja casona con tres balcones, de tal manera que mientras vivimos ahí no tuvimos que preocuparnos por coger un buen puesto para ver esos santos vestidos de terciopelo, con rostros angustiantes, que esos días se engalanaban para pasear por la ciudad. El jueves santo, la casa se ataviaba con las mejores vajillas y copas, se disponía el inmenso comedor para recibir a familiares y a contados amigos, ya que este evento se consideró siempre un evento privado; papá, pese a que nunca manifestó públicamente sus creencias, nos prohibía jugar desaforadamente o gritar, además, la única música que se escuchaba era la clásica o la sacra, y ese día, en especial, nos vestían con las mejores galas y nos pedían la mayor compostura, cosa difícil de cumplir, sobre todo entre los hermanos menores.


Las calles de la ciudad, a partir de las 7 de la noche se llenaban y parecían “ríos de gente”, como decían mis abuelitos; en la noche visitábamos los templos de San Felipe, la Catedral, La Medalla Milagrosa y Las Conceptas, entre quienes se generaba una especie de competencia para mostrar de la mejor manera hostias y custodias, así como las imágenes que llegaban de las procesiones. El sextazo estaba atiborrado de gente vestida de luto, como si algún familiar hubiese muerto, aunque se aprovechaba para comprar una que otra golosina o para saludar a los amigos. MI abuelito materno, ese día, desde tempranas horas compraba un bulto de pan, el cual repartía entre la gente más pobre, ya que decía él que era la forma de rendir tributo a ese Cristo convertido en pan y pleno de amor.
El viernes santo era el día de mayor solemnidad, había varias creencias que se perpetuaban en el pueblo, una de las cuales decía que ese día no se podía bañar porque se convertían en peces, o que al tener relaciones sexuales se quedaban pegados, y no faltó quien adujo ver al demonio en una casa ubicada en el marco de la plaza 20 de Julio, donde aseguraban no habían guardado la templanza en los días santos. Debo confesar que entonces, en la inocencia de la infancia, con mi hermano Fabio empezábamos a sufrir, ya que nos contaban que ese día, después de la procesión del Santo Sepulcro, a medía noche, salía la procesión de los difuntos.
A las 7 de la noche, las matracas anunciaban el paso de la procesión, entonces las calles se llenaban de incienso, como para espantar a diablos y apariciones, y a lo lejos se empezaba a divisar las luces de neón que alumbraban los pasos y los cirios que llevaban los Esclavos y Esclavas, creyentes y sacerdotes, monjes y monjas, militares y policías, obispos y colados, quienes desfilaban por las calles de Ipiales. Además, el tono del Miserere, una tonada que daba el toque final a una ciudad lúgubre, anunciaba la solemnidad de tal evento. El paso del Santo Sepulcro de la Catedral era muy esperado por muchos, una verdadera pieza artística tallada en madera, así como La Dolorosa de San Felipe por cuyo rostro discurrían unas lagrimas de cristal que brillaban como nunca; pero nosotros lo que más esperábamos era el paso del Anima Santa, una especie de turbante gigante, envuelto en una tela blanca y con una cinta negra que descendía como en un cono, acompañado por unos 20 indígenas, todos hombres, vestidos con enaguas blancas, y quienes llevaban en sus cabezas unos turbantes más pequeños.

Al finalizar esta procesión, con mi hermano Fabio empezábamos a padecer, ya que a media noche empezaba la precesión de los muertos, que salía del Cementerio y recorría toda la ciudad; decían que no llevaban cirios, sino fémures, y que entonaban sonidos tan lúgubres que quienes lo escuchaban terminaban por acompañarlos en dicha procesión el próximo año; buscábamos a toda costa no quedarnos solos, pero a las 10 de la noche cada quien cogía para sus habitaciones, y con mi hermano temblábamos y sudábamos de físico miedo, hasta el punto de acostarnos en la misma cama y abrazarnos como dos huérfanos. Mi hermano me despertaba o yo a él, preguntando: “Si oyes, si oyes, son los muertos, ya vienen” y nos tapábamos toda la humanidad con las cobijas, así, hasta que nos quedábamos dormidos.
Al despertar, sentíamos un alivio tremendo, salíamos felices a contar a mis padres y hermanos que no habíamos sentido la procesión de los muertos. Y hasta ahí llegaba nuestra semana santa. El domingo ya nos permitían jugar, la música cambiaba y ya la carne formaba parte de la comida en el hogar. En el fondo, todos esperábamos que llegara pronto la próxima semana santa, para preparar la juanesca, para ver las precesiones y para espantarnos con la no pretendida vista de la procesión de los muertos.

Aquellos días de semana santa
Por: Gerardo Trejo Chamorro

Muchos son los recuerdos que permanecen y se guardan como algo muy entrañable que marcó tu vida. Por los años sesenta y setenta cuando en épocas de infancia y juventud viviendo en el campo se tenía la experiencia de pasar la semana santa al lado de los abuelos, padres, familiares, amigos y vecinos. Entonces la vida era tranquila, sin afanes, en la constante lucha por buscar el sustento y el trabajo en las faenas del campo.
Lo aprendido en el catecismo del padre Astete había que tenerlo muy en cuenta porque ante todo los sacramentos eran algo muy especial en la formación cristiana y el respeto por lo sagrado, lo divino y religioso no eran motivo de burla y había que guardar lo ordenado por la iglesia con todas las normas de la cristiandad.

Quien podía salir al pueblo el Miércoles de Ceniza recibía en su frente la señal para recordarle que uno no es más que polvo de la tierra y hacia ella debía de volver. Esa cruz por ningún motivo se podía quitar o borrar sino hasta que ella mismo desaparezca por acción del viento, la lluvia o el sudor. Este acto preparaba al cristiano para que dentro de cuarenta días llegase el momento del recogimiento para celebrar la semana de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Para el Domingo de Ramos previo a la semana mayor como decían los abuelos, muchos conseguían el verdadero ramo de la palma que era llevado desde los territorios de la Victoria a las plazas de mercado. Entonces no nos preocupaba la deforestación y muchos feligreses con su ramo acudían a la celebración, participando en la procesión que el Sacerdote encabezaba desde un lugar distante del templo parroquial. Con cánticos y alguien disfrazado de Jesús, montado sobre un borrico se hacía el trayecto con mucha devoción y solemnidad. En nuestro imaginario suponíamos cómo sería en realidad esa entrada triunfal en Jerusalén del Divino Salvador de la Humanidad. Se quemaba mucho incienso y al final el sacerdote bendecía los ramos y esparcía agua bendita. Los feligreses llevaban cantinas y recipientes para que también les bendijera su agua y tenerla para regar en distintos lugares de la casa y así ahuyentar los malos espíritus y maleficios de su hogar.
Con una tradición muy arraigada los abuelos imponían unas reglas bastante severas para la vivencia de la Semana Santa. Las personas debían guardar un profundo respeto cuando se trataba de realizar las actividades cotidianas. Para esa semana no había labores agrícolas en el campo, no se podía arar el suelo, menos picar el terreno, cortar matas, rajar leña, colocar estacas en los potreros o cualquier situación que tuviese el sentido de herir porque era una ofensa a Dios. Los mayores suponían que esas acciones era como estar torturando o agrediendo el cuerpo del Señor. Por eso, la semana previa debían dejar ya las estacas ubicadas en el potrero para ir haciendo simplemente el traslado de la soga a un nuevo espacio para que las vacas, bueyes y caballos pastaran en su diaria alimentación.

El lunes santo no había mayor actividad, simplemente había que permanecer en recogimiento, sin hacer alboroto, ni risas y aquellos que no se habían confesado acudían al templo a hacer el sacramento por lo menos una vez al año y poder comulgar desde el jueves santo hasta el Domingo de Resurrección.
El martes santo se llevaba a cabo el Santo Viacrucis por las calles de la población. Las diferentes Estaciones se repartían a los habitantes quienes debían hacer un altar y colocar la imagen de Cristo Crucificado. Con la debida solemnidad los feligreses seguían al sacerdote entonando cánticos y respondiendo las jaculatorias y acompañando las oraciones propias de ese día. Alguien llevaba una gran cruz y cada Estación se detenía para ejecutar los rezos respectivos. Se prohibía totalmente comer carne tanto martes como viernes santo y también bañarse las mujeres porque decían que ese día se bañaba la mujer mula, (o la mula del diablo), una mujer pecaminosa que había tenido relaciones con un sacerdote. Aquellos que tenían la sospecha de esos actos la seguían disimuladamente y donde dejaba sus huellas la tapaban con un sombrero y al destaparla decían que quedaba impregnada en el piso la forma del casco del equino en mención. Creencias o supersticiones de nuestras gentes.

El miércoles santo quizá era la última oportunidad para confesarse y prepararse para el siguiente día estar en gracia de Dios y poder comulgar. Pero también para alistar los distintos alimentos que serían preparados en la comida especial del jueves que se denominaba “Los Doce Platos” en memoria de los doce apóstoles que acompañaron a Jesús en la difusión del evangelio por la Galilea de aquellos tiempos. Se debía tener la suficiente leña porque como se dijo no se podía partir los trozos para no ofender a Dios, se tenían los choclos, los fríjoles verdes, arvejas, papas criollas, habas, repollos, zanahorias y otros vegetales y legumbres propias de la región. Se preparaba un dulce hecho de calabaza y panela del guaico, unas buenas cuajadas para acompañarlo, además el arroz, que se complementaría con sardina enlatada y para la época la muy famosa “Sardina Real” en salsa de tomate. No se sacrificaban ni pollos, ni gallinas, cuyes o conejos, menos cerdo u oveja. En las noches se hacían rezos del rosario o lectura de oraciones aquellos que tenían libros con estos escritos. Las abuelas enseñaban los rezos y los descendientes debían aprenderlas de memoria para que se perpetúen de generación en generación. De ahí surgían aquellas mujeres que despectivamente les apodaban “las rezanderas”; considero que eso era bueno porque animaban las celebraciones religiosas, las veladas de un santo y los velorios, especialmente.

El jueves santo muy temprano las mujeres se levantaban a preparar un café y brindarlo con pan amasado en casa y era ofrecido a todo vecino que se asomaba a compartir algún alimento. Una canasta de papas, una cantina de leche, unas tortillas de maíz, unos alfajores o el dulce de chilacuán, o algo que signifique hermandad como en los tiempos de los primeros cristianos. Algunas personas más pudientes era el único día que regalaban la leche a los pobres y los invitaban a que vayan hasta sus casas para recibir su parte. Comenzaba la preparación de un delicioso locro de calabaza, con habas, frijoles tiernos, arvejas, repollo fresco, pedazos de choclo y papa amarilla para darle un delicioso sabor y cocinado en el fogón o la hornilla de leña. Aparte había una olla de deliciosos choclos, papas con cáscara para acompañarlas con arroz, queso y la Sardina Real que casi era infaltable porque no se conseguía el pescado. No eran precisamente doce platos los que se preparaban, pero sí había abundante comida no sólo para los de la casa sino para algún vecino y los hijos que se reunían con su prole para participar de la comida a semejanza de la “Última Cena”.

Una vez reunidos a la mesa la gran familia era invitada por el abuelo o la abuela a ofrecer una oración dando gracias por los alimentos que se iban a compartir, seguidamente se procedía a consumir los alimentos, pero casi en silencio porque decían los mayores que en la mesa no se habla, cosa extraña porque debía ser todo lo contrario para hacer más amena la reunión. Poco a poco se terminaba la comida con el dulce de calabaza, guayaba, chilacuán o cuajada y para finalizar con un vaso o tasa de refresco o chicha muy bien “fuerteada” como decían los abuelos. Ahí se daba una acción de gracias por la comida y se invitaba a descansar un poco porque no se debía comulgar con el estómago tan lleno ya que a las tres de la tarde había que partir hacia el pueblo para participar de la Vigilia Pascual con toda su ceremonia.

Ya tenían organizado previamente el grupo de los doce Apóstoles que generalmente eran los llamados Esclavos del Santísimo Sacramento para realizar el lavatorio de los pies como lo hizo el Señor Jesús previo a la ofrenda de la Última Cena y en símbolo de pureza y sumisión de quien los lava y los besa. Para muchos mayores era un privilegio pertenecer a esta congregación y se notaba su devoción en los actos religiosos. Estos personajes serían los custodios del Santo Sepulcro durante el viernes, sábado y Domingo de Resurrección. La larga ceremonia continuaba con la lectura de los evangelios, la reflexión de la palabra y luego la comunión, acto que se prolongaría por casi tres horas. Entonces el Templo estaba repleto de feligreses y era muy difícil recibir la santa comunión. Terminado esto cada uno retornaría para su casa o se quedaría en el templo haciendo oración unas horas más, decían que era visitando el monumento al Señor.

El viernes santo se guardaba mucho respeto y había que permanecer en silencio, los grandes leían la Biblia o los libros de oraciones. Los niños no podían jugar o reírse siquiera porque durante los dos días Jesús estaba muerto y sería una gran ofensa mostrar distracción. Para ese día se preparaba una comida denominada “las tres ollas” para simbolizar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. No era tan abundante, pero tenía un significado muy especial en la creencia religiosa; las familias ya no se reunían como el día anterior, sino que se compartía en sus casas con sus hijos. Nuevamente a las tres de la tarde había que asistir al Templo para participar de la ceremonia del Descendimiento de la Cruz, el Sermón de las Siete Palabras, la adoración del Crucifijo y la comunión. Un evento bastante largo para los creyentes, esto se terminaba casi al anochecer, por eso, los feligreses se quedaban haciendo oración esperando una hora más ya que en seguida se iniciaría la Procesión del Viernes Santo, llevando el Santo Sepulcro, se hacia el recorrido por las calles deteniéndose en cada una de las Estaciones del Viacrucis y rezando oraciones y haciendo reflexiones para todos los cristianos Acompañaban los Esclavos, además un grupo de personajes ataviados con túnicas blancas, cubierto su rostro y un turbante; caminaban pausado y juntando sus manos en señal de penitencia y un tanto agachados. Iba también un hombre al cual le ataban pesadas cadenas que arrastraba con dificultad, decían que simbolizaba al “Judío Errante”, un hombre que le negó un trago de agua al sediento Jesús durante el camino de la Crucifixión y por lo que Dios lo condenó a “errar” hasta su retorno. No había repicar de las campanas de la iglesia, sino que se hacía sonar una matraca para acudir a los santos oficios. Una vez terminada la procesión las gentes se apresuraban a regresar a sus casas porque había la superstición de que si no se llegaba pronto al hogar aparecería otra procesión, pero del “más allá” que eran todos los condenados que salían por el mundo a llevarse a todo aquel que permaneciera hasta altas horas de la noche sin hacer recogimiento ni oración. Algunos decían que habían visto esa procesión, eran muertos que desfilaban dando lamentos, sus rostros y su cuerpo ardían en llamas sin consumirlos y en sus manos llevaban algo que parecían velas, en realidad eran canillas de esqueletos de otros muertos. Por si acaso a alguien se le ocurría sacar la cabeza por una ventana se le aparecía uno de esos penitentes mostrándole su calavera y dejándole como prenda un largo hueso que echaba llamas infernales. Imagínense el susto que provocaría una cosa como esa.

Como anécdota del viernes santo, recuerdo una ocasión que mis tíos nos llevaron a esa procesión, tendría unos trece años y mi hermana quince. Una vez arribamos al pueblo mi tío, mi hermana y yo nos quedamos en una esquina, serían las siete de la noche. Mi tía tenía que ir a llevar algo a casa de un familiar unas dos cuadras más allá de donde nos encontrábamos. Ella se fue diciendo que no se demoraría, las calles eran oscuras porque no había alumbrado, ni siquiera había llegado la energía al pueblo. Mi tío estaba un poco impaciente porque había pasado un largo rato y ella no regresaba, le dice a mi hermana que vaya a verla o llamarla para estar listos apenas comience la procesión. Nos quedamos en la esquina esperando y hasta donde se pudo la miramos alejarse, después de unos dos o tres minutos sentimos unos gritos que indicaban que alguien regresaba muy asustada, era mi hermana que llegó hasta donde nosotros, temblando del miedo, balbuceando y medio hacía entender que había visto a alguien de la procesión del más allá. Logramos calmarla un poco hasta que detrás llegó mi tía; resulta que ella llevaba una linterna y en lugar de aclarar al piso al encontrarse con mi hermana se alumbró la cara, y como estaba tapada la cabeza con su chalina en medio de la oscuridad parecía algo fantasmal lo cual la espantó tremendamente y salió corriendo porque mi tía no pronunció ninguna palabra, sino que la siguió con un trote lento como si estuviese persiguiéndola. Finalmente se aclaró el malentendido en medio de muchas personas que salieron a mirar por qué eran los alaridos que pegó mi hermana. Con cierto temor yo hice el recorrido de la procesión a lado de ellos y no veía la hora de retornar a mi casa, que por cierto quedaba a más de tres kilómetros, lógicamente antes de la media noche.
El sábado santo no había mayor actividad, ese día transcurría como una larga espera porque los mayores decían que había que permanecer en silencio al estilo de guardar luto, en el pueblo hacían una procesión que le llamaban de la Virgen de la Soledad, decían que el Señor aún no había resucitado. Lógicamente nadie podía irse a trabajar o hacer parranda, sino mucho recogimiento, leyendo la Biblia o libros de religión. Como niños debíamos demostrar mucha obediencia.
Para celebrar este día en el templo todo comenzaba con la encendida del Cirio Pascual. El sacerdote debía producir una llama de las brasas colocadas en el incensario y luego con un pequeño mechero prender el velón que permanecería encendido hasta la Fiesta de Pentecostés, es decir, cincuenta días después de la Vigilia Pascual. Se llama ‘Cirio Pascual‘ a la vela que se consagra y enciende en la Vigilia Pascual en la liturgia romana de la noche del Sábado Santo; y es signo de Cristo resucitado, y su luz. Las gentes iban a participar de la ceremonia y el sacerdote hacía una procesión dentro de la iglesia. Aún no había celebración de la misa, sino liturgia de la palabra. Terminada esta, los esclavos del Santo Sepulcro hacían guardia toda la noche por turnos de a dos, rezando de rodillas sobre el reclinatorio.

Llegaba el Domingo de Resurrección y había que asistir a la misa de Pascua. Obligatoriamente tenían que comulgar los mayores y según el catecismo, por Pascua Florida, por estar en la edad de la discreción, ya que si no podían hacerlo en los domingos posteriores al menos ese año estarían en gracia de Dios. Cuando se encontraban los vecinos, familiares o amigos ese día se deseaban felices pascuas. En casa preparaban una comida especial, ya se podía volver a consumir la gallina criolla y el cuy porque había pasado el tiempo de la cuaresma.
Para esa época, no se retornaba a la escuela terminada la semana santa, aún se concedía a los niños otra semana de descanso. Quizá los profesores vivían lejos de su lugar de trabajo y para retornar los medios de transporte eran escasos y las vías simplemente caminos empedrados que demoraban el tránsito vehicular. Tampoco había tantos afanes de terminar la escuela. El grado quinto era lo máximo que se ofrecía en los recintos educativos. Cuán lejos estaba el bachillerato y más aún la universidad. Hoy esto no tendría sentido por cuanto únicamente se otorgan los días jueves y viernes santo.

Esto es una pequeña memoria de las vivencias de la época de la infancia donde queda el recuerdo de la fraternidad de la familia, de la unión y la solemnidad con que se practicaban los actos religiosos en el templo parroquial. De las enseñanzas de rezos y oraciones y el respeto hacia Dios. Facetas que nunca volverán porque muchos de los nuestros ya se han ido, sus casas campesinas se han derruido y cambiado por nuevas construcciones, sus terrenos ya no tienen las nutrientes chagras, sus sembrados ya no son los mismos y sólo hay pasto para algunas vacas y sus terneros. Quizá algunos guarden estas tradiciones en sus pueblos y sientan la presencia de Dios más cercana al menos en la Semana Santa.
Autor: Gerardo Trejo Chamorro, marzo 27 de 2021
10 obras de arte fundamentales relacionadas con la Semana Santa en el mundo
Por: ARZU FERNÁNDEZ ANDRÉS – ARTELARAÑA
A lo largo de los siglos, numerosos artistas de todas las disciplinas han mostrado interés por el arte sacro. Con motivo de la Semana Santa, que conmemora anualmente la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús de Nazaret, y que se celebra cada año en función de la primera luna llena de la primavera, recopilamos 10 obras destacadas, en este caso de la pintura y de la escultura, dedicadas a esta temática:
1. Entrada en Jerusalén, de Giotto di Bondone

El Domingo de Ramos, el Mesías, a lomos de un borrico y escoltado por sus discípulos, es recibido por los judíos con esperanza y alegría a su llegada a Jerusalén. En la obra de Giotto, todas las miradas se centran en Jesús, en una escena en la que contrasta la tranquila y segura figura del Salvador, que bendice a su pueblo, con las reacciones de algunos habitantes; como los que se desvisten y ofrecen su túnica como alfombra para su entrada en la ciudad, o los que se encaraman en los árboles para presenciar mejor el acontecimiento.
2. La expulsión de los mercaderes del templo,
de Giovanni Paolo Panini

Al visitar el Templo de Jerusalén, Jesús lo encuentra lleno de ganado y de cambistas de monedas. Se molesta tanto por esa situación que a latigazos hace salir al ganado y tira las mesas de los cambistas haciendo caer las monedas por el suelo. Panini situó la acción en un espacio porticado a la entrada del templo. Jesús, en lo alto de la escalera de acceso, destaca del entorno por el vívido colorido de sus ropas, azul y rosa, junto con el halo resplandeciente alrededor de su cabeza. Al mismo tiempo, algunos mercaderes recogen apresuradamente sus objetos y otros huyen con su género en distintas direcciones.
3. La última cena, de Leornardo Da Vinci

Continúa este repaso a la Semana Santa en el mundo del arte con una de las pinturas murales más famosas, que se encuentra en el convento dominico de Santa María de las Gracias de Milán; realizado al temple y al óleo sobre yeso. El momento que refleja, en Jueves Santo, es el inmediatamente posterior a que Jesús anuncie a los apóstoles que uno de ellos le iba a traicionar. Da Vinci detalla las distintas reacciones individualizadas de cada uno de los doce discípulos ante tal afirmación; algunos se asombran o se espantan, otros se levantan porque no han escuchado bien, y Judas, que a diferencia de anteriores representaciones no está delante de la mesa, retrocede al sentirse aludido. Destaca su construcción en perspectiva, convergiendo en Jesús, en el centro, todos los puntos de fuga; además de una curiosa composición en la que aparecen los apóstoles, aislados en forma de triángulo, agrupados de tres en tres.
4. La coronación de espinas, de Van Dyck

La coronación de espinas tuvo gran difusión en las artes, siendo representado por El Bosco, Tiziano o Caravaggio. En el caso del óleo de Van Dyck, unos soldados judíos visten a Jesús con una túnica que simula su realeza y le fabrican una corona de espinas para coronarlo, en tono de burla, como rey de los judíos; al tiempo que un perro, a sus pies, demuestra una pose agresiva. La peculiaridad de la obra se encuentra en el anacronismo de que uno de los soldados porte una armadura de la época del pintor flamenco.
5. Cristo abrazado a la cruz, de El Greco

Se trata de un tema muy recurrente a lo largo de la carrera artística de El greco, ya que era muy demandada por la sociedad toledana de la Contrarreforma. Jesús, a pesar de sus lagrimosos ojos, mira al cielo con serenidad; mientras sujeta una cruz muy escorzada en su camino al monte Calvario el Viernes Santo. Su anatomía parece inspirada en los cánones escultóricos de Miguel Ángel, aunque el pintor cretense alarga los miembros para adaptarlos a su propio lenguaje. En cuanto a los pliegues de su túnica, están modelados con luz y color muy al estilo de la escuela veneciana que tanto admiró.
6. Crucifixión o Corpus hypercubus, Salvador Dalí

Al ser el momento clave de la Semana Santa, muchos son los pintores que han tratado la crucifixión de Jesús, y algunos de manera muy destacada, como Goya o especialmente Velázquez; pero Dalí le dio una vuelta de tuerca al asunto. En esta pintura, Jesucristo aparece sin mostrar su rostro de manera directa y sin los estigmas de las manos ni las heridas del torso habituales; no obstante, lo curioso en esta obra de Dalí es que lo hace levitar frente a una cruz formada por ocho cubos. El pintor español se basó en los estudios que Juan de Herrera realizó para el Monasterio del Escorial, en su Discurso sobre la forma cúbica; restando importancia a la simbología propia de la cruz y centrándose en la figura geométrica. En la composición también aparece Gala, mujer de Dalí, representada como la Virgen María; utilizando un tratamiento similar al de artistas como Zurbarán o Murillo. Además, en el fondo se puede observar la localidad de Cadaqués, lugar en que el artista pasaba sus veranos y donde hoy se encuentra la Casa Museo Salvador Dalí..
7. Descendimiento de Cristo, Claustro de Santo Domingo
de Silos

Un excelente ejemplo del románico castellano. La escena, situada en el lado norte del claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos, se distribuye en tres partes. En la central, Nicodemo y José de Arimatea bajan a Jesús de la cruz mientras, a ambos lados, la Virgen y San Juan esperan el cuerpo fallecido. En la parte superior, aparecen un hombre y una mujer que representan las alegorías del sol y la luna cubiertos con velos haciendo alusión al momento de oscuridad que se produjo al morir Jesús; y también unos ángeles que portan un sudario, utilizado después para envolver el cuerpo del Salvador. Por último, en la parte baja vemos una sucesión de olas que se han interpretado como el efecto de los vientos que produjo la tormenta acaecida en el momento de su muerte.
8. La Piedad, de Miguel Ángel

Es una magnífica obra escultórica, contemplable desde cualquier ángulo, que representa el momento en el que una joven, bella y piadosa Virgen María sostiene a Cristo, ya muerto, que intencionadamente aparenta mayor edad que su madre. Dicha intención se enmarca dentro del ideal renacentista; una madre eternamente joven y bella. A sus 24 años, fue la primera de las muchas veces que Miguel Ángel abordaría este tema iconográfico; y como la obra era tan espléndida y él era tan joven algunos dudaron de su autoría, por lo que, en un ataque de furia, grabó a cincel su nombre en la escultura, siendo su única obra firmada.
9. Entierro de Cristo, de Caravaggio

En esta pintura barroca, San Juan y Nicodemo sostienen con esfuerzo el cuerpo de Jesús, y detrás de ellos se encuentran las tres Marías. Caravaggio se aleja de los modelos renacentistas al mostrar personajes abatidos y agachados, y Jesús, a diferencia de la pintura española de la época, aparece sin sangre y desplomado. Cobran importancia las diagonales trazadas desde los brazos de María de Cleofás, que agudiza el dramatismo al gesticular mirando al cielo y abrir las manos, hasta el realista brazo caído que toca la piedra del fallecido, cuyas venas aparecen dilatadas. Caravaggio quiso representar así el mensaje de que Dios viene a la tierra y la humanidad se reconcilia con los cielos.
10. Resurrección de Cristo, de El Tintoretto

Con esta magnífica obra de Tintoretto llegamos al Domingo de Resurrección. En ella, un monumental Jesús resucitado, portador de la bandera de la Salvación, encabeza una composición llena de fuerza. El escorzo de su atlética figura queda reforzado por una anaranjada luz sobrenatural, que surge del sepulcro cuando cuatro ángeles levantan la gran losa de mármol que lo cerraba. Abajo, en la contrastada zona de penumbra, se encuentran los soldados, dormidos.
Y así acaba nuestro recorrido. Ahora, a disfrutar de los festejos propios de la Semana Santa.
Orates, sin duda
Por: Alberto Villota Noguera, arquitecto

Trascurría 1962. Nos narra Hernando Zambrano que su padre Alfonso, se desplazó a Bogotá en compañía de Cruz Elías Carrillo y de los hermanos Jorge y Eduardo Zarama, encargados de los ajustes, ensambles, tarugos y pulido de la madera y con la misión de instalar su Cristo en cedro y la cruz en camones de 5 metros y de una tonelada de peso en la iglesia de Nuestra Señora de la Paz del hospital psiquiátrico, por iniciativa de los Hermanos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, siendo Benito Cárdenas, su superior provincial, Benjamín Agudelo, su capellán y Javier Gutiérrez Monsalve, superior local. Costo $ 20,000.
El encargado de esta labor estaba ausente de Bogotá y por esas cosas, no informó en el psiquiátrico de la llegada del maestro y su delegación. Muy extraño por cierto el cuento de que traía una talla desde Pasto que no llegaba aún y de semejantes proporciones. Le permitieron su ingreso y le asignaron celda; una vez alojado, pese a que notificó que estando en Bogotá visitaría a su hermano Félix, médico de profesión, no le permitieron su salida del reclusorio. ¡Orates, sin duda! Aclaradas las cosas; anécdota, risas, las correspondientes disculpas y a lo que vinimos desde el sur.

El 10 de diciembre de 1967, se bendijo la imagen del Cristo en la Iglesia de Sandoná, el cual fue contratado por el comerciante Lucio Mesa quien además lo transportó. Mide 5.70 metros, pesa una tonelada y costó $30,000. Monedas que olían a panela, según Jorge Guzmán.
Talla en cedro que se debe amoldar a un muro curvo y con líneas más profundas y definidas, está dividida en dos a la altura de la cintura; no es maciza sino hueca porque de lo contrario se resquebraja; su cabeza se compone de dos piezas posteriormente ensambladas. La cruz se construyó en concreto armado. Jorge Pantoja se encargó de la instalación y sus ensambles.

También una talla de un Cristo Resucitado de 3.80 metros se despachó a Manizales con destino a un convento, y el Hospital San Rafael de Pasto de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios y su director el hermano Arturo Celis, por allá en 1962, encargaron su Cristo para la capilla de 2.50 metros.

En 1956, la madre Celina de la Dolorosa de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada programó una romería al vaticano, y solicitó un cofre tallado con un Cristo de 30 centímetros, con destino al papa Pio XII. En su tapa y con incrustaciones en madera de diversos tonos, está la panorámica de la ciudad de Pasto con el volcán Galeras en erupción.
Lo complicado de las tallas, sostiene Hernando, se concentra más en la desbastada de la madera que en las proporciones, plantillas, cuadrícula en verdadero tamaño, habilidades y experiencia del artesano.
El maestro Alfonso no talló más Cristos de gran formato.

La hermosa flor del Guáitara
Recopilación de imágenes en revistas, libros, fotos, bibliotecas e internet, sobre nuestras manifestaciones patrimoniales, pero con otro punto de vista.
Por: Alberto Villota N. Arquitecto
Ipiales, en donde se encuentran Las Lajas y Nuestra Señora del Rosario, son motivos recurrentes de visita para propios y extraños, y así cada uno registra su encuentro y desde hace mucho tiempo. Unánime, la grata sorpresa por el particular sitio en donde está localizado el santuario, y el origen de la imagen de la virgen. De por sí, son un milagro sobre el abismo, como alguien lo calificó.
Acopio paciente de material fotográfico a partir de la primera capilla, la construcción registrada por Manuel María Paz de la comisión coreográfica entre 1850 a 1859; continúa el recorrido con el proyecto de Abraham Giacometti y la remodelación final adelantada por nuestro arquitecto Lucindo María Espinosa Medina, que se aprecia, entre otros, en el periódico Ilustración Nariñense de Rafael Delgado Chaves, hasta su culminación en 1944, con decreto de Coronación Canónica en 1952.
La Hermosa Flor del Guáitara, como la denominó acertadamente el compositor Jorge Villamil, es además motivo filatélico, de carátulas de discos, revistas, postales, libros, loterías, numismática, artesanías, velas, murales, ilustradores, poetas, músicos, videos y maquetas, nacionales y extranjeras. No hay límite.
Los artistas y artesanos del Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, patrimonio inmaterial de la humanidad, no son ajenos ante tanta belleza, además de los testimonios de agradecimientos por los favores recibidos, en placas que casi ya no caben por su número.
Por supuesto que debe existir mucho más material al respecto. Comparto con ustedes lo recopilado hasta el presente.




















(Recopilación: Alberto Villota N. Arquitecto)
A Jesús Crucificado
Por: Carlos Hernando Guevara Rodríguez

¿No te cansa el estar así pendiente,
ni al despertar, sin querer, así mirarte,
aunque sé que en mi cruz el alma siente
ese peso del cual no he de librarte?
Pues no te libro porque Tú quisiste
cargarla a cuestas en venganza mía,
ni de morir clavado no pudiste
para que fuera siempre mi alegría.
¡Qué mal me hiciste porque con tu muerte
comprometiste toda la esperanza
de ser la causa de una nueva suerte!
No puedo amar sin olvidar de serte
origen de ese amor donde no alcanza
a conjugar los actos de la muerte.

Jesús Eucaristía
Por: Carlos Hernando Guevara Rodríguez
“Después de esto pasó Jesús al otro 1ado del mar de Galilea o Tiberíades: y como le siguiese una muchedumbre de gente porque veían los milagros que hacía con los enfermos, subióse a un monte y sentóse allí con sus discípulos”
San Juan, Capítulo VI

Contemplaba Jesús desde aquel monte,
el paisaje estival de un mundo hermoso,
y apagaba en redor del horizonte
en incendios de amor gayo crepúsculo.
Y ante el místico ensueño de Natura,
la mirada creadora del Rabino
derramaba en efluvios de ternura
una dulce y sutil melancolía.
Presurosa venía la muchedumbre
en el alma trayendo la esperanza;
la bondad desbordando en el que sufre
se acrecienta en Jesús;
y era el hombre también con esa angustia
que a las gentes les da la incertidumbre
cuando en pos de la fe buscan la vida.
Rebosante de amor, muy compasivo,
interroga Jesús a sus discípulos:
– ¿Acaso hay pan suficiente que mitigue
el hambre que en pos mío los conduce?…
Y Andrés responde con filial tristeza:
– ¿Qué hacer con dos panes y cinco peces
para tantos que vienen?…
Mas, Jesús con un gesto Omnipotente,
se sentaran, ordena, sobre el césped…
Y saciaron el hambre, sin medida,
y aún quisieron seguirle paso a paso,
porque fue un alimento que enamora.

Ya la noche pintaba el horizonte
con la tinta dorada en amatista;
solitario Jesús desde ese Monte
era un Dios… Un Señor… ¡Un Gran Artista!
El Mar de Tiberíades, apacible,
con sus barcas, sus playas, sus colinas,
con sublime vaivén reverberaba
en el nítido océano de sus ojos.
Encontró sus discípulos amados,
donde los hizo “pescadores de hombres”;
por sus aguas azules y tranquilas
deslizóse en la barca del milagro.
Allí, Pedro, aprendió a tener confianza en Él;
los recuerdos… muchos nombres
a su mente surgieron; sus pupilas
se nublaron entonces
con el alma suspensa en el pasado
cuando siente nostalgias en el pecho
y el amor le circula entre las venas.
– Procuraos el Pan que da la vida
y no el pan que perece en el olvido;
el Señor nos lo envía desde el cielo
para calma y consuelo del que llora;
y en altares de amor donde se ofrenda
sacrificios, piedad, el alma implora.
Él desciende, en cascadas misteriosas
en el pecho piadoso del cristiano,
en la dulce y divina Eucaristía
que se guarda en el cofre del sagrario,
como joya invaluable y sempiterna,
y se mira sublime entre las manos
del humilde y piadoso sacerdote…

Es la luz que ilumina la existencia,
y el perdón de los hombres como hermanos.
– El que come este Pan -Jesús prosigue-,
hambre ni sed no sentirá jamás;
vivirá en Mi porque soy la vida
y hallará el cielo todo el que me sigue;
por el amor yo descendí del cielo
a ser para vosotros la comida;
os doy entonces el pan que no se acaba
y vive y reina hasta la vida eterna;
y cuando vuelva hacia mi Padre,
seguirás de ese Pan saciando el hambre;
no os abandonaré, pues, para siempre:
seré paz, seré fe, luz sempiterna
y seré la visión en noches largas…
El Maestro se alejó callado y triste
por la senda hacia el Monte Los Olivos;
contempló la ciudad, lloró por ella
con amor paternal ante su ruina;
fue el lugar más amado de su vida
donde oró y realizóse su agonía;
bendecido después, a cuanto existe,
con la huella preciosa de sus pies.

Gloria a Ti mi Jesús Eucaristía:
tú conservas la vida de las cosas,
y alimentas las cosas con tu vida;
tú palpitas en todo cuanto existe
y en todo cuanto existe tú estás…
Estás también, lo mismo que la Hostia
en el pecho del hombre vivirás…
Eres el Pan que fortifica el alma…
Eres el Bien, mi aspiración… ¡La Paz!
Vida
Por: Jesús Torres

… ¿Y qué es la vida?,
me pregunté en una noche de fatiga,
en una noche nostálgica de luna;
cuando sombras y penumbras se trenzaban
y en mi mente se agolpaban grandes dudas.
¿Qué es la vida?, gritaba en mi silencio.
¿Qué se esconde entre lágrimas y risas?
¿Por qué hay tormentas y luego densas calmas
¿Que confunden, que dan miedo y que lastiman?
Inocente, continuaba preguntando
Esperando que en el alma escucharía
La respuesta majestuosa del amigo
Que asegura que jamás nos fallaría.
Mas, al sentir que las dudas me llegaban
Galopando con fiereza a mis sentidos.
Se ilumina en mi mente, con luz tenue.
El retrato inconfundible del Dios Niño.
Y con dulce sonrisa entre sus labios.
Con la ternura que solo Él puede brindarnos
Me acaricia y con su voz tierna y sonora
Da respuesta a todos mis agravios.
Es la vida el mayor de los regalos
Que el Dios Padre les ha dado en esta tierra
A los hombres, a las plantas y animales.
Es el don de la paz, no de la guerra.
Es la vida, el camino que lo surcas
De la mano de tus padres, tus amigos;
Es el valle que se extiende ante tus ojos
es la cima imponente del destino.
Es el marco que encierra tus deseos.
Es la fuente de tus sueños e ideales.
Es la fuerza que te lleva a la victoria
Ante el dolor, la tristeza y muchos males.
Y, acariciando con cariño mi cabeza
Con la tierna suavidad de sus dos manos.
Con divina ternura dióme un beso
Con el amor que nos tiene a los humanos.
Recibí con asombro y alegría
las respuestas que el Dios Niño me ofreció
Y cerrando mis ojos por el sueño
Me entregué a los designios del Señor.
Grandeza del Dios Divino
Por: José E. Ricardo Nasner, Sede Educativa Santo Tomás, Cgto. Santander

Grandioso momento de oración
de estar frente al creador Divino,
pedir perdón y solidaridad
Señor de grandeza, muestra tu camino.
Fueron grandes sus proezas vividas
seguirle hasta la eternidad,
escuchar atento su palabra
palabra de amor, de dicha y felicidad.

Son los sufrimientos que compartimos
que entregó la vida por la humanidad,
que lleva a su lado los seres queridos
amor eterno, una divinidad.
Son sueños, esperanzas de paz
son torturas en el madero Divino,
que abriendo sus brazos al mundo
exhaló palabras de perdón peregrino.
Fueron las humillaciones compartidas
de hombres creyentes de su gran verdad,
fueron opacados por su silencio
o palabras que callaron la lealtad.
Sus amigos fieles del alma
los brillantes doce apóstoles,
por comprender su palabra divina
protegerlo siempre como los ángeles.
Fue de tristeza la muerte en la cruz
de estremecer el corazón herido,
de sentir la creación divina
y de vivir tu amor compartido.
Lágrimas de una madre que estremece
y que estuvo siempre al pie de la cruz,
sintiendo el amor verdadero
que su hijo seguirá siendo la luz.
Vivimos en carne propia la resurrección
compartimos siempre su amor sincero,
junto al Padre eterno, mi devoción
¡Oh, divino Maestro!, un madero.
Somos amantes de la historia
de seguir compartiendo su oración,
¡Oh, mi Jesús sacramentado!
Palpita mi alma de emoción.
¡Oh, Jesús, mi divino Maestro!
Latente en la historia de la vida,
somos peregrinos del camino
¡Oh, Padre Nuestro! Oración preferida.
La fidelidad al pueblo escogido
dejó la huella impregnada,
en los hombres de gran corazón
y al Padre eterno, vida consagrada.

Miseria humana
Por: Tulia Mercedes Coral

Señor estoy aquí, postrado en tu presencia
con mi alma transparente y compungida
para pedir tu luz y entendimiento
el porqué de la Miseria Humana.
Alzo mis ojos para mirar al Cristo
Que por siglos ha mostrado su presencia
Para enseñar su cuerpo adolorido
Causado por la indolencia humana.
Miro su rostro ensangrentado y triste
Como gritando al mundo su clemencia
De tanto odio del uno por el otro
Se están matando sin piedad y con miseria.
Miro sus ojos llenos de amor y angustia
Implorando que vivamos como hermanos.
Que la miseria humana ya desaparezca
La que tanto dolor nos ha causado
Que volvamos a compartir la bendición
de hermanos
Y vivir con JESUS RESUCITADO.
Sin ambición de poder, sin egoísmo,
Para hacer este mundo más humano.
Miro sus llagas y golpes de su cuerpo
Cuánto dolor le causaron sus hermanos
Y tú colgado de esa cruz agonizando
Pidiendo al padre perdón para el tirano.
Cierro mis ojos llenos de dolor y llanto
Para llamar al Dios Resucitado
Que ya es hora de regresar al mundo
A poner la paz que anhelamos.
Himno a Nuestra Señora del Rosario
de Las Lajas
Por: Sor Celina de La Dolorosa
CORO
Salve, llena de gracia,
Madre del mismo Dios
Oh Virgen de las Lajas
danos tu bendición.
I
Hoy la nación entera
acude a tu santuario
buscando en tu Rosario
su nueva redención,
y te proclaman Reina
al coronar tu frente
en pacto reverente
de sempiterno amor.
II
Oh Virgen de las Lajas
heréldica viñeta
que Dios grabó en las peñas
cual simbolo de paz,
bendice a nuestra patria
que es tu heredad, tu pueblo,
bendice al mundo entero
con mano maternal.
III
Oh Reina de las rocas
tu cetro en la frontera
es nuestra alianza eterna
con tu Hijo Dios y Rey..
la caravana ignota
trayendo el alma ahita
de penas infinitas
viene a jurar tu ley.
IV
Si sobre el Carchi que huye
por fieros precipicios
tu manto azul, propicio
es iris de piedad;
también tu manto enjuge
de lágrimas el río
que al implorar tu auxilio
vierte la humanidad.
V
Surgiste en las montañas
Aurora que propicia
Al sol de la justicia
Engendra en el perdón…
Divina y tan humana
Por virginal portento
Eres la Madre a un tiempo
Del juez y del pecador.
VI
Insomne defensora
De la verdad de tu Hijo
Sostén desde los riscos
La Iglesia contra el mal
Si humildes te coronan
Cien pueblos de tus greyes
Impera Tú… en sus leyes
Y ampara nuestro hogar.
VII
El alma Colombiana
Cual laja bendecida
Tu imagen esculpida
Ostente con amor,
Y encuentres Reina amada
Un trono a tu belleza
Que a todos embelesa
En cada corazón.
VIII
Santísima Señora
Piedad para tus hijos
Hoy pobres peregrinos
Del mal y del dolor…
Y por tu excelsa gloria
Desde tu trono augusto
Concede paz al mundo
En tu Coronación.
Sor Celina de la Dolorosa
Ofrenda a la Virgen de Las Lajas
Por: Florentino Bustos Estupiñán

Madre mía, ¡Llegó por fin el día
De tu coronación… La florescencia
Es de Ipiales, amor en acrecencia
Rendido en tu fastuosa Hiperdulia.
Todo Aquí es singular y poesía…
Es la Virgen Lajeña la clemencia
Con sus Ojos de dulce refulgencia
Y el río al desgranar su sinfonía.
Todo Aquí es singular… El sentimiento
Que vuela en el suspiro hecho plegaria
Y el sollozo cual blanca Trinitaria
Se confunde de Dios en Pensamiento
Y María, en fontana de consuelos
Es Pelícano caído de los cielos.
“Nuestra señora del Rosario de Las Lajas”
Carmen Coral de Cálad

Como fugaz paloma que buscara nido
sobre la fría roca reposo en su vuelo;
y mientras cantaba el río adormecido,
se convirtieron los riscos en otro cielo.
En otro cielo donde el alma siente
dulce reposo en sus días tristes,
donde una virgen bella y riente
llama al que sufre en las horas grises.
Todo el que llega le lleva ofrendas
de llanto o gozo el alma llena;
muchos que tienen brillante senda,
y otros que lloran profunda pena.
En el santuario como una fuente
donde el que sufre bebe sediento;
donde la madre templa la cuna
del hijo que duerme aún naciente,
donde la virgen, sol de hermosura,
espera a todos dicha y contento.
La víctima del Gólgota
Por: Luis Felipe de la Rosa

Hay niebla en la ciudad. En los senderos
del Gólgota se ven sangrientos lodos;
blasfeman irritados los beodos
y en el cielo tiritan los luceros.
Luzbel está de fiesta. Los lanceros,
la chusma y los guardianes, ebrios todos,
danzan y gritan, con extraños modos,
al son de timbales y panderos.
“¡Muere Jesús!” prorrumpen los soldados,
el petrarca, el sayón, los magistrados:
¡todos al Mártir de la Cruz maldicen!
Y mientras ruge la mesnada loca,
“¡Padre! —musita su entreabierta boca —
¡Perdónalos!… No saben lo que dicen”.
“Quédate con nosotros, Palabra viviente
del Padre”
Mensaje del Papa Juan Pablo II
Ciudad del Vaticano, domingo, 27 marzo de 2005
1. Mane nobiscum, Domine!: ¡Quédate con nosotros, Señor! (cf. Lc 24,29).
Con estas palabras, los discípulos de Emaús invitaron al misterioso Viandante a quedarse con ellos al caer de la tarde aquel primer día después del sábado en el que había ocurrido lo increíble. Según la promesa, Cristo había resucitado; pero ellos aún no lo sabían. Sin embargo las palabras del Viandante durante el camino habían hecho poco a poco enardecer su corazón.
Por eso lo invitaron: «Quédate con nosotros». Después, sentados en torno a la mesa para la cena, lo reconocieron «al partir el pan». Y, de repente, él desapareció. Ante ellos quedó el pan partido, y en su corazón la dulzura de sus palabras.
2. Queridos hermanos y hermanas, la Palabra y el Pan de la Eucaristía, misterio y don de la Pascua, permanecen en los siglos como memoria perenne de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
También nosotros hoy, Pascua de Resurrección, con todos los cristianos del mundo repetimos: Jesús, crucificado y resucitado, ¡quédate con nosotros! Quédate con nosotros, amigo fiel y apoyo seguro de la humanidad en camino por las sendas del tiempo. Tú, Palabra viviente del Padre, infundes confianza y esperanza a cuantos buscan el sentido verdadero de su existencia.
Tú, Pan de vida eterna, alimentas al hombre hambriento de verdad, de libertad, de justicia y de paz.
3. Quédate con nosotros, Palabra viviente del Padre, y enséñanos palabras y gestos de paz: paz para la tierra consagrada por tu sangre y empapada con la sangre de tantas víctimas inocentes; paz para los Países de Oriente Medio y África, donde también se sigue derramando mucha sangre; paz para toda la humanidad, sobre la cual se cierne siempre el peligro de guerras fratricidas.
Quédate con nosotros, Pan de vida eterna, partido y distribuido a los comensales: danos también a nosotros la fuerza de una solidaridad generosa con las multitudes que, aun hoy, sufren y mueren de miseria y de hambre,
diezmadas por epidemias mortíferas o arruinadas por enormes catástrofes naturales.
Por la fuerza de tu Resurrección, que ellas participen igualmente de una vida nueva.
4. También nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio, tenemos necesidad de Ti, Señor resucitado. Quédate con nosotros ahora y hasta al fin de los tiempos. Haz que el progreso material de los pueblos nunca oscurezca los valores espirituales que son el alma de su civilización.
Ayúdanos, te rogamos, en nuestro camino.
Nosotros creemos en Ti, en Ti esperamos, porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68).
Mane nobiscum, Domine! ¡Alleluia!
Mensaje Urbi et Orbi 2021 del Papa Francisco en Domingo de Resurrección

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua! ¡Feliz, Santa y Serena Pascua!
Hoy resuena en cada lugar del mundo el anuncio de la Iglesia: “Jesús, el crucificado, ha resucitado, como había dicho. Aleluya”.
El anuncio de la Pascua no muestra un espejismo, no revela una fórmula mágica, no indica una vía de escape frente a la difícil situación que estamos atravesando. La pandemia todavía está en pleno curso, la crisis social y económica es muy grave, especialmente para los más pobres; y a pesar de todo -y es escandaloso- los conflictos armados no cesan y los arsenales militares se refuerzan. Y hoy. Es el escándalo de hoy.
Ante esto, o mejor, en medio a esta realidad compleja, el anuncio de Pascua recoge en pocas palabras un acontecimiento que da esperanza y no defrauda: “Jesús, el crucificado, ha resucitado”. No nos habla de ángeles o de fantasmas, sino de un hombre, un hombre de carne y hueso, con un rostro y un nombre: Jesús. El Evangelio atestigua que este Jesús, crucificado bajo el poder de Poncio Pilato por haber dicho que era el Cristo, el Hijo de Dios, al tercer día resucitó, según las Escrituras y como Él mismo había anunciado a sus discípulos.
El Crucificado, no otro, es el que ha resucitado. Dios Padre resucitó a su Hijo Jesús porque cumplió plenamente su voluntad de salvación: asumió nuestra debilidad, nuestras dolencias, nuestra misma muerte; sufrió nuestros dolores, llevó el peso de nuestras iniquidades. Por eso Dios Padre lo exaltó y ahora Jesucristo vive para siempre, y Él es el Señor.
Y los testigos señalan un detalle importante: Jesús resucitado lleva las llagas impresas en sus manos, en sus pies y en su costado. Estas heridas son el sello perpetuo de su amor por nosotros. Todo el que sufre una dura prueba, en el cuerpo y en el espíritu, puede encontrar refugio en estas llagas y recibir a través de ellas la gracia de la esperanza que no defrauda.
Cristo resucitado es esperanza para todos los que aún sufren a causa de la pandemia, para los enfermos y para los que perdieron a un ser querido. Que el Señor dé consuelo y sostenga las fatigas de los médicos y enfermeros. Todas las personas, especialmente las más frágiles, necesitan asistencia y tienen derecho a acceder a los tratamientos necesarios. Esto es aún más evidente en este momento en que todos estamos llamados a combatir la pandemia, y las vacunas son una herramienta esencial en esta lucha. Por lo tanto, en el espíritu de un “internacionalismo de las vacunas”, insto a toda la comunidad internacional a un compromiso común para superar los retrasos en su distribución y para promover su reparto, especialmente en los países más pobres.
El Crucificado Resucitado es consuelo para quienes han perdido el trabajo o atraviesan serias dificultades económicas y carecen de una protección social adecuada. Que el Señor inspire la acción de las autoridades públicas para que todos, especialmente las familias más necesitadas, reciban la ayuda imprescindible para un sustento adecuado. Desgraciadamente, la pandemia ha aumentado dramáticamente el número de pobres y la desesperación de miles de personas.
«Es necesario que los pobres de todo tipo recuperen la esperanza», decía san Juan Pablo II en su viaje a Haití. Y precisamente al querido pueblo haitiano se dirige en este día mi pensamiento y mi aliento, para que no se vea abrumado por las dificultades, sino que mire al futuro con confianza y esperanza. Y yo diría, que va especialmente mi pensamiento, queridos hermanos y hermanas de Haití, les soy cercano, y quisiera que los problemas se resolvieran definitivamente para ustedes, rezo por eso queridos hermanos y hermanas haitianos.
Jesús resucitado es esperanza también para tantos jóvenes que se han visto obligados a pasar largas temporadas sin asistir a la escuela o a la universidad, y sin poder compartir el tiempo con los amigos. Todos necesitamos experimentar relaciones humanas reales y no sólo virtuales, especialmente en la edad en que se forman el carácter y la personalidad. Lo hemos escuchado el viernes pasado en el Vía Crucis de los niños.
Me siento cercano a los jóvenes de todo el mundo y, en este momento, de modo particular a los de Myanmar, que están comprometidos con la democracia, haciendo oír su voz de forma pacífica, sabiendo que el odio sólo puede disiparse con el amor.
Que la luz del Señor resucitado sea fuente de renacimiento para los emigrantes que huyen de la guerra y la miseria. En sus rostros reconocemos el rostro desfigurado y sufriente del Señor que camina hacia el Calvario. Que no les falten signos concretos de solidaridad y fraternidad humana, garantía de la victoria de la vida sobre la muerte que celebramos en este día. Agradezco a los países que acogen con generosidad a las personas que sufren y que buscan refugio, especialmente al Líbano y a Jordania, que reciben a tantos refugiados que han huido del conflicto sirio.
Que el pueblo libanés, que atraviesa un período de dificultades e incertidumbres, experimente el consuelo del Señor resucitado y sea apoyado por la comunidad internacional en su vocación de ser una tierra de encuentro, convivencia y pluralismo.
Que Cristo, nuestra paz, silencie finalmente el clamor de las armas en la querida y atormentada Siria, donde millones de personas viven actualmente en condiciones inhumanas, así como en Yemen, cuyas vicisitudes están rodeadas de un silencio ensordecedor y escandaloso, y en Libia, donde finalmente se vislumbra la salida a una década de contiendas y enfrentamientos sangrientos. Que todas las partes implicadas se comprometan de forma efectiva a poner fin a los conflictos y permitir que los pueblos devastados por la guerra vivan en paz y pongan en marcha la reconstrucción de sus respectivos países.
La Resurrección nos remite naturalmente a Jerusalén; imploremos al Señor que le conceda paz y seguridad (cf. Sal 122), para que responda a la llamada a ser un lugar de encuentro donde todos puedan sentirse hermanos, y donde israelíes y palestinos vuelvan a encontrar la fuerza del diálogo para alcanzar una solución estable, que permita la convivencia de dos Estados en paz y prosperidad.
En este día de fiesta, mi pensamiento se dirige también a Irak, que tuve la alegría de visitar el mes pasado, y que pido pueda continuar por el camino de pacificación que ha emprendido, para que se realice el sueño de Dios de una familia humana hospitalaria y acogedora para todos sus hijos.
Que la fuerza del Señor resucitado sostenga a los pueblos de África que ven su futuro amenazado por la violencia interna y el terrorismo internacional, especialmente en el Sahel y en Nigeria, así como en la región de Tigray y Cabo Delgado. Que continúen los esfuerzos para encontrar soluciones pacíficas a los conflictos, en el respeto de los derechos humanos y la sacralidad de la vida, mediante un diálogo fraterno y constructivo, en un espíritu de reconciliación y solidaridad activa.
¡Todavía hay demasiadas guerras y demasiada violencia en el mundo! Que el Señor, que es nuestra paz, nos ayude a vencer la mentalidad de la guerra. Que conceda a cuantos son prisioneros en los conflictos, especialmente en Ucrania oriental y en Nagorno-Karabaj, que puedan volver sanos y salvos con sus familias, e inspire a los líderes de todo el mundo para que se frene la carrera armamentista.
Hoy, 4 de abril, se celebra el Día Mundial contra las minas antipersona, artefactos arteros y horribles que matan o mutilan a muchos inocentes cada año e impiden «que los hombres caminen juntos por los senderos de la vida, sin temer las asechanzas de destrucción y muerte». ¡Cuánto mejor sería un mundo sin esos instrumentos de muerte!
Queridos hermanos y hermanas: También este año, en diversos lugares, muchos cristianos han celebrado la Pascua con graves limitaciones y, en algunos casos, sin poder siquiera asistir a las celebraciones litúrgicas. Recemos para que estas restricciones, al igual que todas las restricciones a la libertad de culto y de religión en el mundo, sean eliminadas y que cada uno pueda rezar y alabar a Dios libremente.
En medio de las numerosas dificultades que atravesamos, no olvidemos nunca que somos curados por las llagas de Cristo (cf. 1 P 2,24). A la luz del Señor resucitado, nuestros sufrimientos se transfiguran. Donde había muerte ahora hay vida; donde había luto ahora hay consuelo. Al abrazar la Cruz, Jesús ha dado sentido a nuestros sufrimientos. Y ahora recemos para que los efectos beneficiosos de esta curación se extiendan a todo el mundo. ¡Feliz, Santa y Serena Pascua!
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Gracias por leernos.
Testimonio de Nariño, Periodismo para Pensar en Serio.
