CRÍTICA LITERARIA Y RADICALIDADES FRENTE AL TEXTO LITERARIO
Un crítico desenmascara con pautas generales para detectar si un texto es arte o un artículo de moda. Si se mantendrá en los tiempos o desaparecerá.
Por:
Graciela Sánchez Narváez

Esclarecer el sentido estético de un texto literario parecería ser la función de la Crítica Literaria, sin embargo, y más allá del simple juicio impresionista que cualquier lector desprevenido hace de estos textos, sólo quien escribe y lee literatura puede, desde adentro, ser un crítico confiable, pues quien es escritor y lector a la vez sabe de las encrucijadas y laberintos que ha tenido que recorrer quien crea y produce una obra estética de esta clase.
De manera que “criticar desde adentro” es una ardua tarea, que va desde la lectura acuciosa del texto hasta desentrañar el sentido estético de la obra, por lo cual nunca los conceptos se pueden encasillar en el lenguaje técnico de la lingüística pura, como se ha hecho al aplicar mecánicamente las teorías estructuralistas, que formulan cierto número de pasos para realizar un juicio de valor a cualquier hecho o creación literaria, sin decir, claro está, que este tipo de enfoque sea innecesario, por el contrario, es un primer paso.
Profundizado un poco en el tema, Julia Kristeva (1988) hace referencia en casi todos sus textos a la “radicalización”, tanto social como corporal, del lenguaje. Desde este punto de vista se puede comprender mucho mejor el lugar donde se asienta la crítica para elaborar su teoría semiótica, pues ésta enfrenta los límites de la lingüística estructural, argumentando que debe transformarse con el fin de dar una visión más completa del lenguaje desde la función simbólica, la función semiótica y la función significativa. Así que el crítico literario requiere comprender la teoría del lenguaje como una fuerza capaz de romper el formato radical estructuralista, es decir, ser capaz de considerarlo no como un sistema de códigos lingüísticos de dimensión estática y reproductiva, sino como un cuerpo que es reflejo móvil, polisémico, heterogéneo, plural y polifónico, resultado de la infinita e inagotable creatividad que mantienen los sujetos en su función creadora.
Para dilucidar la función de la crítica literaria es necesario reflexionar sobre la “poiesis”, término que puede ser su esencia, pero con un concepto que va más allá de su significancia griega, pues no simplemente aludir al proceso creativo de la producción, sino a su realidad de la obra artística, por lo cual sabemos que la “palabra creada” en el campo literario es aquella forma, como Platón afirma en El Banquete, que se entiende como el reflejo estético de lo que son, piensan, sienten, y viven los sujetos sociales en relación con el universo y con ese otro universal que nos contiene y nos construye.
Es por esto que “El poeta habla en el umbral del ser”, como justamente lo entiende Gastón Bachelard (1957) en su Poética del Espacio. Nos preguntamos entonces, con esta esencia tan móvil y subjetiva, ¿cómo se puede criticar una obra literaria?
A finales del siglo XIX y a comienzos del XX, se enseñoreaba como crítico literario Luis Bonafoux Quintero, cuyas obras quedaron lastimosamente en el olvido. Fue un escritor y crítico, nacionalizado en España, pero nacido en Francia, anticlerical y anarquista, apodado “La Víbora”, por sus conceptos mordaces y desalentadores sobre las producciones literarias de su tiempo. Se cree que esto ocurrió por sus constantes afrentas a “Clarín”, otro crítico importante llamado Leopoldo Alas, quien fue un escritor español, autor, según algunos estudiosos, de la mejor novela española, titulada “La Regenta”. Según Adolfo Sotelo Vásquez, este crítico aquilató con sus conceptos la significación de la Literatura Contemporánea. De la misma manera, Menéndez y Pelayo lo ensalzó diciendo que “los escritos de Clarín, son comparables con los de Emile Zolá”. Uno y otro eran temidos por la rigurosidad de su crítica, basada en sus amplios conocimientos y en su experiencia como escritores, pues lo hacían como escritores, por lo tanto, “desde adentro”.
Pero nadie como Michiko Kakutani, crítica del periódico New York Times, uno de los medios de comunicación más emblemáticos de Estados Unidos y el más leído internacionalmente, quien ha desarrollado profundamente una labor crítica desnudando a los más grandes escritores del mundo. Decía que era difícil hacer crítica con alabanzas por bien esgrimidas que ellas estuvieran. Era curadora experta, su crítica la realizaba con un formato y unas técnicas que inquirían con preguntas como: ¿De qué manera ha abordado el libro el autor? ¿Qué resultados ha conseguido? y ¿Cuánto se acercan estos logros a lo esperado por el lector?
El crítico “deconstruye” el texto literario. Sí. Hay que “deconstruirlo”, como propone Jaques Derridá, hay que comprenderlo inquiriendo y preguntando; es así como cobra fuerza esta tarea. Si alguien se impresiona por una obra artística no puede sustraerse a las preguntas, pues todo conocimiento es cuestionable. La búsqueda deconstructiva revela dimensiones nuevas y refrescantes de las cosas conocidas. Derridá, liberó los potenciales cognitivos e imaginativos en la mente de los lectores, detectó las tensiones y las contradicciones de la “auto-comprensión humana”. Su procedimiento fue revelar con persistencia que las orientaciones humanas son discontinuas, inacabadas e irresolutas. Una herencia inquietante pero estimulante.
La crítica, en su capacidad de discernimiento, juzga y emite juicios de valor, hace precisamente una apreciación, pero muchas veces, en su afán de ser objetiva, utiliza exageradamente el lenguaje técnico, lo que puede despertar desaliento en los lectores.
El crítico por su parte, sabe que no podrá inventar ni explicar lo que el escritor ha construido, pues una obra de arte es única. Además de sus conocimientos amplios sobre el lenguaje, el discurso, los sentidos y su pluralidad, la imagen estética, la simbología y la semiótica del texto artístico, ha desarrollado una capacidad de leer más allá de la letra, porque escarba la huella del escritor para desentrañar los infinitos límites de la palabra.
El crítico advierte que debe penetrar en el centro del texto, aún en sus silencios, para llegar a un conjunto de signos prefigurados para otorgarle sus sentidos. Capta que esa simbología tiene significados no explícitos, sentidos que pugnan por salir hacia afuera y esperan expectantes que los proyecten para cerrar el círculo de la significatividad. Pero es necesario buscarlos, encontrarlos, aprender a hallar la señal desde la cual nos gritan para dar un paso hacia afuera.
Esta es la labor del crítico, cristalizar en palabras lo que el escritor ha dejado abierto como oculto. El lector común, por la crítica, alcanza a arribar a estas fronteras. Los escritores le temen a la crítica porque temen que ella esté atravesada por intenciones políticas ideológicas o de cualquier índole ajena a la esencia de lo literario, porque por ella, en el tiempo quedarán al desnudo sus innumerables travesuras.
El texto no se explica en una forma unívoca y las metodologías para escribirlo son tantas y diferentes que sólo surgen del texto mismo, tal vez preguntas o interrogantes sobre lo que en él se puede releer. Sería importante que el crítico fuera evolucionando junto con la escritura, acompañando al escritor de hoy, al escritor con quien nos cruzamos en cada esquina, con quien compartimos el mismo texto histórico y social, no solo de nuestra región, sino del mundo de hoy, que es cada vez más pequeño.
Es justo permitirle al crítico leer lo “no dicho”, eso que quedó en suspenso, sin límites de tiempo ni comportamientos estancados, ya que mantiene en vilo al escritor y enseña otra alternativa de lector a lector.
Un crítico desenmascara con pautas generales para detectar si un texto es arte o un artículo de moda. Si se mantendrá en los tiempos o desaparecerá.
Pero al crítico no se le puede perdonar: aunque creamos que el crítico goza de la libertad para expresarse y decirlo todo, esto no es así. Muchos creen que decir que algo es bueno o malo es hacer crítica. Por el contrario, el crítico lee con rigurosidad para decir en qué medida un texto es merecedor o no de pertenecer en algún grado a la literatura, gracias a sus propios conocimientos de estudio y al ejercicio como escritor y lector que esta disciplina requiere. El gusto por un libro lo decide el propio lector. Lo que sucede es que hay que enseñar y estimular a leer y a escribir como un solo proceso imposible de separar y, en esto, el crítico si tiene mucho qué decir.
En la despedida a Michiko Kakutani, se alababa su dedicación durante cuarenta años al arte de la crítica. Ella contestaba que era la única forma en que había conseguido que su apellido se convirtiera en un verbo: Cuando alguien se refería con dureza a otra persona, se decía que lo “Kakutaniaron”.
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Referencias:
- Kristeva, J. (1988). El lenguaje, ese desconocido. Introducción a la Lingüística. Madrid. Fundamentos
- Derridá, J. (1989). La Escritura y la Diferencia. Barcelona. Anthropos.
- Sotelo Vásquez, A. (2003). Los discursos del Naturalismo en España (1881-1889). Universidad de Barcelona.
