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CAMILO ORBES MORENO, LIBREPENSADOR CON EL DON DE LA FE

ELEGIA DE VARONES ILUSTRES EN LA PROVINCIA DE LA VILLAVICIOSA DE LA CONCEPCION DE LOS PASTOS (XXV)

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Por:

Jorge Luis Piedrahita Pazmiño

 

Jorge Luis Piedrahita Pazmiño

 

 

Dedicada con afecto a Ramiro Montenegro Orbes, Omar Moreno Jaramillo, Ricardo Orbes Narváez.

 

Se murió casi que clandestinamente. Salvó los confines de la vida como en la gesta griega. Fue hacia la muerte sin odio de la vida y la dejó entrar sin atraerla. Llevaba su biografía escrita en la mirada. No esperó las tinieblas de la pandemia, sino que quiso morirse anticipadamente para no sufrir una devastación vulgar, sino que esta postrera ceremonia también quiso singularizarla y sacramentarla. Pudiera haberla pronunciado: “¡La Muerte! No me impresiona pensar en ella; estoy seguro de que no es ni más horrible ni más misteriosa que la vida”.

 

Había sido según su peculiaridad un heterodoxo en sus trances literarios, paleográficos y escatológicos. No sólo poseía la erudición, sino que la disfrutaba. No es descaminado ubicarlo en los monasterios medievales, asomándose, plácido y acucioso, en las apabullantes bibliotecas y anacrónicos mobiliarios feudales.

Descendiente de los conquistadores Sebastián de Belalcázar y de Diego de Benavides El Mayor, amó su raza hispano-india-africana de América. Pupialeño integral, su apostura, bonhomía, erudición y simpatía nos transportaba mágicamente al ambiente de la recóndita e indescifrable novela del nombre de la rosa.

Camilo se nos antojaba el franciscano Guillermo de Baskerville, arribando vehemente a una abadía benedictina ubicada en el Piamonte renacentista y reputada por su pasmosa estantería, la cual imponía perentorias instructivas de arribo y consulta. En el entramado insospechado, Guillermo había de surtir una entrevista entre los delegados del papa y los tonsurados de la orden franciscana, en la que se litigara sobre la supuesta herejía de la doctrina de la pobreza apostólica, promovida por una rama de la orden franciscana: los espirituales. La celebración y la suerte de dicha convocatoria se agrietan amenazados por una serie de muertes que los supersticiosos monjes, a instancias del ciego ex bibliotecario Jorge de Burgos, consideran que siguen la urdimbre de un pasaje del Apocalipsis.

En esta narrativa despampanante no sólo se mecen las divisas filosóficas imperantes, sino que se invoca toda la tradición greco-latina y se rinde honores al ciego ultraísta Jorge Luis Borges en el rol preciso del intemperante Jorge de Burgos. En ese mundo alucinante pero iluminado sentía Camilo la plenitud de la sabiduría.

Quizá Camilo se hacía ruido del porfiado raciocinio de Teilhard de Chardin, el jesuita que intentó conciliar la teología con las ciencias del siglo XX y el sueño –o la metáfora- del “reino del amor”, con la iniciativa transformadora del socialismo. El cambio de estructuras, la violencia, la frustración colectiva en estos países, fueron los temas del profesor, el investigador y el sociólogo que era Camilo. Esta inquietud sociopolítica que ha cundido en todas partes entre la clerecía católica refleja a su modo el impacto creciente del socialismo, ya que éste insinúa horizontes a las apetencias de los hombres que viven en las sociedades competitivas. Aún en Norteamérica –la meca del imperialismo ateo-, insurgen predicadores iconoclastas quienes comprometen sin ambages al mismo Dios en las presentes contingencias sociales.

Podría haber rubricado convencido que “Cuanto más ahondamos en la biblia y en nuestra historia, más comprobamos que Dios mismo es una realidad revolucionaria, origen de cambios sociales y personales”, penetrado igualmente de la excitación de Schopenhauer: “La religión igual que las luciérnagas, necesita de la oscuridad para brillar”.

Todo ello se pone de manifiesto en el inusitado reportaje con el teólogo, sociólogo y filósofo lasallista socorrano Fray Martín Carlos Morales Flórez, fundador, decano y provincial, y que fue divulgado por Ediciones Paulinas para consumo de universitarios, laicos, seglares y librepensadores conectados por la sensibilidad y solidaridad imperantes. Repárese en el conversatorio tan palpitante, agudo y erudito de Camilo con el teólogo lasallista…, en el que florece por igual la erudición y agudeza del entrevistado y la perspicacia de Camilo y que fue editado en folleto por Ediciones Paulinas y que revolucionó hasta los muros de la Universidad La Salle y que parecería replicar aquella confesión en los pasillos medievales.

Allí se asoma que el cristianismo nació no sólo como moral, como regla del Estado y de la Sociedad. Su acción en el mundo se justifica plenamente aún allí donde impera el pecado, ya que se trata de una doctrina de salvación. En el nacimiento de la época moderna los pueblos católicos fueron, por lo común, los más pecadores. “No obstante su catolicismo, en España imperan las buenas costumbres”, pontificaba Andrea Navaggiero en el siglo XVI. Y esta escisión entre religiosidad y moralidad fue haciéndose cada vez más dramática. Adviene un siglo en que es posible decir: “Je suis atheiste, mais je suis catholique”. En tales alcances no era sorpresivo decir: “Sed menos católicos, y creed más en Dios”.

El cristianismo se ha convertido así en una fuerza de resentimiento incapaz de amar pero también de odiar. Indiferente a todo, se alberga en el esquema muerto de una doctrina que ya no siente. El amor al prójimo lo ha reemplazado por un informe amor a la humanidad entera, disuelto en la misma medida en que se hace más universal. Ya no hay inquisición, ya no se queman libros en la hoguera. Pero todo esto que se hacía antes por la salvación de las almas, hoy deja de hacerse por indiferencia ante ellas.

Al fin y a la postre, era más cristiano aquel general de nuestras guerras civiles que impedía la confesión para los ajusticiados del partido contrario, en la espera de que a la pena de muerte se añadiera el castigo de la condenación en el fuego eterno.

Su insensibilidad ha llegado a tal extremo que hace cierta la terrible admonición de Nietzsche: No es su amor por la humanidad, es la impotencia de su amor lo que impide a los cristianos de hoy hacernos subir a la hoguera”.

***

Para la ceremonia de colación de grados de bachilleres generación 1977, el Hermano Félix Rengifo Reina, quien era Rector del Colegio Champagnat de Ipiales, había invitado como orador de fondo al docto pupialeño Camilo Orbes Moreno, a la sazón presidente del Concejo de su municipalidad y ya logrado historiador y filósofo de la historia, coronado lírico, gestor cultural, catedrático en Bogotá y empinado recitador, compositor modernista rubricaba su poética con el anagrama Olimac Sebro. Acababa de ser el primer director de la Casa de la Cultura de Nariño, recientemente fundada por la sensibilidad y empuje de Edgar Bastidas Urresty. Como yo había pronunciado las palabras de despedida en nombre de los graduandos, Camilo se me acercó al finalizar la ceremonia y me invitó amablemente a ingresar a la Universidad de La Salle a la cual estaba vinculado como directivo y docente.

Camilo había sido de los infantes que habían cursado también con los hermanos maristas, asentados en su villa desde 1907, antes de que tomaran la decisión en 1950 de trasladarse con clérigos, alumnos, devocionarios e inventarios a la circunvecina ciudad de Ipiales. En Túquerres habían arribado en avanzada apostólica, desde 1898, cuando se había fundado la “Escuela de San José”. El hermano Rengifo igualmente, había sido un descollante pedagogo y prior esclarecido, incluso tres veces provincial de la hermandad marista.

Camilo era ya un reconocido intelectual, y en los círculos más exigentes, si se tiene en cuenta que era uno de los poquísimos humanistas que sabía y enseñaba las lenguas llamadas muertas, el griego y el latín y el quechua, que quedaron definitivamente difuntas con su muerte y con la de Andrés Holguín. Burla burlando decía que era de la familia de los herbívoros por que se nutría de raíces griegas, latinas y las variopintas del Tahuantinsuyo.

En estos alcances pudiera decirse que nada es más fúnebre que la extinción de una lengua, porque con ella desaparece todo el esplendor de su época y de su gente al decir unamuniano, porque ella es la sangre del espíritu.

Es que cuando una lengua desaparece durante siglos, preservada solo en las cavernas y las telarañas del enjambre sacerdotal, esa hoguera que son los textos sagrados que los eruditos soplan y atizan hasta hacerla arder con su fuerza inmemorial. Constaín hablaba de que así había sucedido con el hebreo, por ejemplo, que murió cuando el exilio babilónico, en el siglo VI antes de Cristo, y que solo hasta 1948 volvió a ser una lengua nacional, la del Estado de Israel. Era icónico repetir entre ellos una lengua: el hebreo; un pasado, la biblia; un Estado: Israel.

Porque además hay una diferencia enorme entre los textos y la vida, entre la “experiencia literaria”, como se predicaba en la capilla alfonsina, y el habla de la calle y de la gente. La lengua es un torrente –una bandada de pájaros– que se desata en la boca silvestre desde blasfemar hasta comprar el pan, desde gritar en el estadio hasta cantarle al amor o llorar a los muertos e invocar a los dioses. Estamos hechos de palabras, esa es nuestra naturaleza.

Hay casos excepcionales como el del arameo –que la hablaba Jesús, el galileo-, una lengua semítica pariente del hebreo y que los judíos volvieron suya en el exilio babilónico, por eso se acabó por más de dos mil años el hebreo, entre otras cosas. El arameo era la lengua de un pueblo pobre y sometido que, sin embargo, dada la dispersión de sus hablantes, se volvió el idioma que todos usaban para entenderse desde Egipto hasta Persia. Hablar en ‘caldeo’, entonces, era como hablar hoy en inglés.

Hasta que llegó el griego, la nueva lengua de todos (y lo sigue siendo, de alguna manera). Otro caso excepcional: un idioma que por la fuerza de sus ideas se reveló más fuerte que el de sus conquistadores, los romanos, a los cuales doblegó. Lo dijo Horacio, más o menos: “La Grecia vencida sedujo con su arte a los vencedores”. A veces pasa eso, que las lenguas sobreviven al poder que las oprime. O sobreviven al azar, a la incuria, al paso del tiempo.

El autor de “Calcio” reconoce que a veces no y a lo largo de la historia perecieron el galindiano y el cúmbrico, el gorgotoqui y el cacán, el yao y el sudovio, en fin: la lista de los idiomas muertos es la de un cementerio insepulto. En América han desaparecido miles de lenguas desde hace siglos, con un dato más triste: la mayoría de ellas no se extinguieron durante la Conquista, como bien lo ha señalado la profesora Lyle Campbell, sino en estas últimas seis décadas.

Incluso hay quienes distinguen las lenguas extintas de las lenguas muertas, porque al menos las segundas tienen todavía quien las cultive, aunque sea solo para leerlas. De esa lengua nómada y austral no queda nada, solo los estudios y las descripciones de los lingüistas.

Excepciónese, que la primera pragmática imperial que decretó la Corona inmediatamente después de la sublevación de Túpac Amaru fue que extinguió los dialectos, las hablas, las germanías, jergas, jerigonzas, de los aborígenes quechuas, pues que eran vehículo de sediciones y por su reemplazo universalizó el castellano, el idioma de los invasores, para recargarlos de ventajas coloniales (el antropólogo Paúl Rivet clasificó 123 familias lingüísticas en Suramérica, no obstante que aun tratándose del  mismo idioma no el mismo lenguaje).

Nariñense presumido del anterior bagaje, Camilo Orbes, nacido en Pupiales, su formación cultural, moral e intelectual se escanció bajo la avezada guía de místicos versados, primero los hermanos maristas, luego los padres salesianos y coronó su preparación en la Ilustre Universidad del Valle de donde egresa graduado en Lenguas y Literatura. Así abrigó su vocación decidida y su entusiasmo creciente por las humanidades. No escapa del diámetro de sus conocimientos la torrencial teología, que penetra con acendrado amor de católico ejemplar.

Como impecable y perspicaz investigador, Camilo hizo preciosas contribuciones a la Academia para precisar las vicisitudes de la derrota, detención y extradición del Precursor Antonio Nariño en manos de los pastusos; así como también comprobó  la condición de hija extramatrimonial y expósita de Manuelita Sáenz; algunas antiguallas pertenecientes al extraño santo Ezequiel Moreno; de las peripecias, fatigas y logros del cacique Pedro de Henao ante la Corte de Felipe II, sobre los que ha esculcado recientemente el pastuso Tiepolo Fierro Leyton; intimidades y secretos –hasta ahora mismo ocultos- del crimen de Berruecos de junio de 1830; la biografía de la madre Encarnación Rosal Vásquez (ensayo),  de Francisco de Jesús Bolaños y Rosero, evangelizador del Reino de Quito, amigo y confesor de Eugenio de Espejo, y escribió además la biografía de Fray Doroteo de Pupiales, quien fuera su pariente y fundador en 1902, de Florencia capital del Caquetá. Cuando su noviciado cultural en el Valle de Aburrá espulgó “el itinerario del vilipendiado Francisco Antonio Zea”, y cuando su habitación en el Valle de Pubenza y en la Revista de la Escuela Superior de Guerra, divulgó las proezas del Verbo de la Revolución.

 

Retrado de Fray Doroteo de Pupiales, fundador de Florencia

 

De todo ello daremos cuenta en esta Elegía para comprobar la factura intelectual de nuestro personaje, nativo el 24 de octubre de 1934 en tierras del cacique Papialpa, decía que el nombre de su pueblo provenía del ombligo del mundo porque Pupiales deriva de “pupo” que en quechua significa ombligo. Igualmente equivale a “papiy”, secar al sol lo húmedo. Muerto, en olor de sabiduría antigua y moderna el 5 de agosto de 2019, a los 85 años.

Era macizo, vivaz, culto, de finos modales que permitían atisbar esmerado y delicado crecimiento personal. Impecablemente vestido, traje de paño, corbata, gabán y sombrero. Su rostro de halo clerical adornado por gruesos lentes, asomaba pícara mirada, preámbulo a una estentórea carcajada. Parecía un monseñor, profesó profundas convicciones cristianas, en especial marianas. Educado por los Salesianos en La Ceja (Antioquia), lo que explicaba su acento pupialeño con dejos de voceo antioqueño. Aprendió y divulgó el latín, griego e italiano junto a sus condiscípulos, el ilustre jurista Hernán Valencia Restrepo y el polémico sacerdote Bernardo Hoyos Montoya. Nunca ocultó vocación, se dijo que una enfermedad ocular truncó su ordenación sacerdotal.

 

Camilo Orbes Moreno

 

Destacó como filósofo, teólogo, historiador, antropólogo, curador de arte, poeta, editor y educador, oficios a los que dedicó más de sesenta años, como él decía, era su “modus vivendi y comiendi”. Enseñó en Cali, Medellín y Bogotá, igualmente en las Universidades Libre, La Salle y San Martín, a las que consagró varios decenios. Fue fundador y primer Rector del Colegio Nocturno de la Universidad de La Salle, en compañía del grupo JUHER. Prestó sus servicios profesionales en varias universidades, entre ellas la Universidad de La Salle y la Universidad San Martín, la cual le confirió doctor Honoris Causa, donde dictó clases precisamente de griego y latín, lenguas que le apasionaban.

En Ipiales y en Pasto fue pionero para instalar una sede de su entrañable y póstuma Alma Máter. Se inició como profesor de literatura y castellano en el Colegio Bermanhs de Cali, luego en Medellín al colegio lasallista San José, bajo la tutela del hermano Andrés Moreno Belalcázar, su tío. Allí atiende la cátedra de español, literatura, latín y griego en el colegio San Ignacio de la comunidad jesuita. Funda por encargo de la comunidad lasallista y dirige el colegio de esa comunidad en Cartagena. Regresa a Bogotá a formar equipo en la U. de La Salle. Organiza las ceremonias del centenario lasallista en Colombia. En esos trances convence a Carlos Pizarro Leongómez, su exalumno (ya amnistiado) de colgarse corbata y asistir al evento, al que concurre igualmente el expresidente lasallista Lleras Restrepo. En la nueva U ejerce la secretaría de estudiantes y dicta francés, griego y latín durante 12 años.

Camilo, miembro de varias instituciones nacionales e internacionales, empezando por la de Historia Eclesiástica, era Correspondiente de la Nacional de Historia del Ecuador –a la que merecidamente también pertenece nuestro paisano y pariente Julio César Chamorro-, y de la Bolivariana y Santanderista de Colombia. Igualmente, a la Academia de Ciencias y Humanidades que presidía Horacio Gómez Aristizábal, areópago al que concurrimos las lucrativas y perentorias sesiones a las que fuimos convidados por Camilo. Puntual en sus compromisos con los paisanos de la provincia de los Pastos, me acompañaba generoso y altruista al lanzamiento y entrega de mis manufacturas sobre la Villaviciosa de los Pastos y la Fuerza de la Patria.

Su obra es prolífica, esmerada, iconoclasta. Investigó a Los Sindaguas como pueblo gemelo y pariente de los Caribes o Mayas del mar Pacífico. Tradujo del francés “El Latín Progresivo” y la novela “Amanza”, que es un relato de las hazañas legendarias de un cacique y su novia mestiza y sus desafíos épicos; y es autor del libro de poemas “Cántaro de Fuego”, que a su turno fue traducido al francés por la semióloga Jacqueline Grazi. Escribió en periódicos y revistas nacionales y extranjeras. Director de la Casa de la Cultura de Nariño; miembro de varias Academias de Historia y Letras de Colombia y del Ecuador; secretario auxiliar de la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica. El Gobierno Español le otorgó la Orden de Isabel La Católica, en grado de Caballero. Ocupó la Presidencia del Colegio Nacional de Periodistas (Capítulo Nariño), que había fundado Carlos César Puyana; presidente del Honorable Concejo Municipal de Pupiales y presidente honorario de la Asociación Nacional de Poetas “Grupo Orbe”.

El 2 de abril de 2011, fue recibido por la Academia Nacional de Historia del Ecuador como miembro correspondiente de la institución. Camilo subrayó los vínculos ancestrales y familiares que unen a ecuatorianos y colombianos, los cuales no reconocen fronteras. Bien pudo decir como el latino –no podía ser en otro idioma-, “colombiano soy y nada de lo ecuatoriano me es extraño”. Habló de su familia en Ecuador, particularmente del vicepresidente de la República, Lenin Moreno, a quien reconoció como su sobrino, por mantener vivo el sentimiento de unidad que pervive en los dos pueblos. Moreno Garcés es nieto del pupialeño Buenaventura Moreno Bolaños, quien fuera notario y juez del Circuito en Ipiales.

“Yo les suplicaría a mis queridos hermanos y colegas del Ecuador que no me llamen extranjero, porque desde mis antepasados aborígenes tengo el honor de pertenecer al reino de Quito”, mencionó el sucesor del Papialpa.

Por su destacada labor como educador recibió numerosas condecoraciones, escribió varios libros de historia, periodismo científico y poesía, actuó en varias ocasiones como jurado de concursos de cuento y poesía, se destacó como conferencista en varios congresos nacionales e internacionales.

Escogido por su paisano y pariente Hugo Belalcázar Lucero, como director de la Casa de la Cultura de Nariño, ratificado por el sapuyeño Miguel Ángel Caicedo.

Vuelve a la Salle como asistente de Rectoría. Es invitado por la U. San Martín a vincularse, y en virtud de su iniciativa se funda la facultad de Optometría. Funda también la Facultad de Administración de Empresas en Ipiales y en Pasto las facultades de Medicina, Administración y Sistemas, lo mismo que el Colegio Superior San Martín.

Retirado de la San Martín, se vincula como consultor con la Uniminuto, logrando la recuperación de la hacienda San Antonio de Tena (municipio de La Mesa) lugar donde inició la Expedición Botánica. Con los auspicios de la Uniminuto inauguró el Museo Arqueológico Nueva Esperanza, una gran excavación realizada en una aldea muisca antigua de más de 2.000 años, colindante al salto del Tequendama, al cual Camilo se vinculó donando todas sus riquezas antropológicas acumuladas al través de los trabajos y los días, particularmente de la cultura Pasto que él coleccionó y seleccionó en compañía de su desasosegado par Justino Mejía y Mejía en sus expediciones y excavaciones precisamente en la vereda de Miraflores. Lograron recopilar los talentos de esa raza excepcional desde la remota Prehistoria de Pupiales, con cuya geometría en sus discos giratorios está solicitando un puesto de preferencia en la orfebrería autóctona americana. El ex alcalde y su pariente, Omar Moreno Jaramillo hace poco comprobó que en el Museo del Oro de Bogotá reposan afortunadamente algunas probanzas de la asombrosa orfebrería papialpa, guacas, narigueras, pectorales, y la declaratoria de monumento nacional y reserva arqueológica decretada por el gobierno de López Michelsen. (Camilo confesaba que muchas veces ofreció sus riquezas arqueológicas a diferentes alcaldes sin ser atendido).

Cercano a los presidentes conservadores desde Ospina Pérez, amigo personal de la inefable Berta Hernández de Ospina y de su hijo Mariano, de Pedro Medina Avendaño autor de la letra del himno de Bogotá, del jurista Horacio Gómez Aristizábal, del sacerdote Manuel Briceño Jáuregui, del poeta, exgobernador Rafael Ortiz González, del embajador Alejandro Ordóñez Maldonado y del socorrano Fray Martín Carlos Morales Flórez, fundador de la Universidad de la Salle; pariente por parte de padre del expresidente ecuatoriano Lenin Moreno, contertulio de “el paisa” Serna y del novicio crudivegano que llamaba “Fray Chuhuaco”, peruanismo para ayudante de cocina. Amigo, confidente y contertulio de Eduardo Del Hierro Santacruz, su par en el dominio de dialectos difuntos. Tanto más veraz que Del Hierro departía en inglés antiguo –el bostoniano- con el intelectual Alfonso López Michelsen, igualmente baquiano del latín y del griego que los aprendió en el Colegio Saint Michael de París.

 

 

Al principio aliado y coideario de Belisario Betancur, después decepcionado, confesaba que en las gavetas presidenciales extravió esmerados manuscritos y que el amagüeño creía que en el sur occidente era insular en su valimiento el indígena Agualongo, despreciando a los otros sindaguas, aborígenes más osados e intrépidos.

De verdadera antología es la lámina en la que aparecen Camilo, Miguel Garzón, Julio César Chamorro, Blanquita Murillo de Calderón (desde luego sensible la ausencia de Monseñor Mejía y Mejía, curador y anfitrión del Santuario de Las Lajas) –sería de 1974-, con el maestro Eduardo Carranza, en el mirador del milagro del abismo, poeta ecuménico, compañero de nuestro Aurelio Arturo en el club de los piedracelistas.

Antológica y premonitoria instantánea como que todo (a) s lo (a) s que allí aparecen fueron y son verdaderos adelantados y cruzados de la cultura total, como se diría hoy. Carranza director de la Biblioteca Nacional (1949-52) y de las bibliotecas distritales, desde 1963 hasta su muerte. Como Borges, Ricardo Palma, Eugenio Espejo, Sarmiento, Gonzales Prada, Enríquez Ureña y el inefable Miguel Antonio Caro, personeros de sus respectivos universos eruditos. Con todo y ser egresado de los hermanos cristianos era amigo de Neruda y de Bolívar, su “jefe único y único jefe”.

Presumo que ante tantos semejantes, el poeta de Apiay sintió la debilidad de pronosticarles: “¿Quién me diera otra vez aquellos días? /quien los trajera otra vez hasta mi alma?”. Haciéndome carne y espíritu del poema, confieso que esa fue la ocasión, cuando el recital carranciano, que conocí por primera vez la recién inaugurada Casa de la Cultura ubicada in diebus illis (en aquellos días) donde hoy se levanta la antigua Emisora Cultural Bolívar. Los personajes que posan en la fotografía, el uno director de la Casa de Cultura del Departamento. Los otros, fundadores de la recién creada Casa de la Cultura Ipialeña. Sólo está ausente Jaime Coral Bustos y quedaría conformada la “gruta simbólica” que sacramentó el quincenario “Nueva América” que fundamos muy poco después.

Desde Caracas, en voces del letrado y académico Mario Briceño Perozo, dicen que Camilo es poeta de exquisito estro, escritor meduloso, maestro de larga y fecunda trayectoria, periodista de multivaria actividad dentro y fuera de Colombia. Además de su idioma que es el de Cervantes y Caro y Cuervo, recorre con señorío los campos del latín, del griego, del alemán y del italiano.

Linajudos y puristas académicos opinaron de la obra de Camilo, así Rafael Ortiz González, David Mejía Velilla, Horacio Gómez Aristizábal, Arcesio Guerrero Pérez, Carlos Mesa… celebran en Camilo a un colombiano que por haber nacido en una región profundamente nacionalista y haber absorbido los elementos vitales de la tradición con sólo respirar el aire de los campos nativos y en parte por la educación y por propia disciplina transformóse en tipo representativo del carácter colombiano sin haber perdido los rasgos de su región, así haya estudiado en Antioquia.

A Don Camilo le duele su tierra, de puro amor. Alumno juvenil de las escuelas salesianas, se ha nutrido de clásicos latinos y griegos y hoy mismo enseña esos idiomas en el Instituto de Cultura Hispánica de Bogotá. Lector de los antiguos prosistas españoles maneja un castellano de solera, expresado con vivacidad y calidez. Poeta cuando el alma se lo pide, pasa de la melodía ingenua a la trompetería sublime; periodista, opina con desembarazo y a veces en tono agresivo sobre los temas más diversos; rebuscador de archivos se acerca a las faenas de la historia con la riqueza de sus expolios tomados de los viejos papeles y polvorientos legajos.

Su condición de nariñense lo ha hecho afín de su tierra y de la cultura ecuatoriana. Quito le ha franqueado sus archivos y allá tiene un grupo selecto de amigos y corresponsales que lo estiman y acogen. Es un regionalista paladino y declarado, pero no de campanario y corral estrecho, ya que en el corazón le caben holgadamente Antioquia en donde estudió humanidades, Cali y Bogotá, donde ha profesado la docencia; Ecuador y Venezuela que ha visitado como estudioso e investigador y toda la Hispanidad que le palpita intensamente por imperativos de abolengos y de cultura.

Este libro que hoy prohíja y publica la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica –dice Carlos E. Mesa, C.M., Medellín, 16 de octubre de 1986-nos descubre una figura en verdad sobresaliente, pincelada ya la entusiasta semblanza que le trazara con visible cariño y afervorada prosa, ya en el elogio fúnebre que pronunciara en Quito el Padre Ontaneda con esa rozagante y profusa retórica de aquellos días en que la sensibilidad ecuatoriana moldeaba también sus barrocos altares, sus dorados retablos.

Quién fuera, qué valiera, qué hiciera el Padre Bolaños, celebérrimo pastense, es lo que en este opúsculo queda esculpido gracias a la diligencia y dilección del biógrafo hodierno a quien la Orden de la Merced, tan floreciente en Ecuador, y la comarca nariñense por este nuevo motivo le deben perenne gratitud. Es muy bella y encomiable la tarea del historiador y biógrafo que Camilo se ha impuesto como hijo de Nariño y de la Iglesia.

***

Eran tónicas y picarescas las tenidas en su aparta-biblioteca de La Candelaria de Bogotá. Semejaba una sacristía monacal, surgida como presumimos de la novelística de Humberto Eco y él mismo se encarnaba en uno de esos frailes sabios y perseverantes que sacrificaban su huesura en aras de preservar la intangibilidad de sus sacras pertenencias.

No sólo por su convocatoria personal sino por la excitación provocada por un aviso de El Tiempo, en el que el solícito profesor ofrecía sus cursos libres de latín y griego, Camilo congregaba una contemporánea ágora férvida para resucitar a los socráticos, a los sofistas, a los epicúreos, a los aristotélicos, a aquellos que aman a Platón, pero más aman la verdad. Nadie pagaba expensas, unos porque sus finanzas eran exiguas, otros porque Camilo rehusaba el pago de sus apetecidas lecciones.

Adviértase la pertinencia de decir que la modesta aula que nos congregaba para recibir el fuego del pasado, era colindante con la también colonial residencia del editor y antologista –también nariñense- José Félix Castro. No se desdeñe su historia y selección de la poesía nariñense en la cual se escalafonaba en primer renglón la escala métrica de Camilo:

 

AL CRISTO MORENO DESDE COLOMBIA

 

¡Oh Señor de los Milagros,
sol y nardo del Perú,
Hijo de la Madre Virgen
que vistes morado tul.  
En la pared te pintó  
un moreno, como yo,
en Pachacamilla santa,
culto de Antonio León,
el Virrey Conde de Lemos
jamás te pudo borrar. 
De las almas del incario,
Manco Cápac de la luz,
te ofrendamos, por tus llagas,
cuando brote en la oración,
con nuestros santos peruanos,
y santa Rosa hecha flor.
A los pies de tu pasión,
guardián la Virgen María,
con el apóstol San Juan,
mitigaron tu dolor.
Don Sebastián Antuñano,
Sor Antonia Maldonado,
te ofrecen la preeminencia
de ser esclavos también.
Míranos con ojos bellos,
Divinísimo Hacedor.
Recuerda: somos pequeños,
Mostaza de compasión.
Por el Espíritu Santo,
gozamos en el carisma
de bendecir con tus manos
a los pueblos sin la tilma.
Esta sagrada novena
la comenzamos, Jesús,
por los cinco hemisferios,
frutos de la Santa Cruz
son de Ana Catalina,
profetisa del amor.
Estas páginas divinas
del viacrucis, rojo alcor.
en Lima, es tu procesión,
como el Rímac, cerca de Tacna
se desbordan los cargueros
por las calles del perdón.
Escríbenos, Tú, Maestro,
por la Hermandad Nazarena.
en tu corazón, fiel claustro,
bajo el INRI salvador.

 

La enseñanza del latín, que no está en los programas oficiales de educación desde 1963, copa las aulas de los sitios en donde se enseñaba en Bogotá.

“Lingua speciem involutam praebet, sed sat cito eam comprehendes”“parece una lengua difícil, pero te das cuenta de su belleza muy pronto”, traducía y entusiasmaba Camilo.

Muchos nos tomábamos al pie de la letra el significado de esas palabras, a juzgar por lo que pasaba en la tertulia “orbiana”: en el salón en donde impartía las lenguas clásicas colgaba pícaramente el letrero de “no hay cupo”.

¿Está de moda el latín, que en 1963 desapareció de los programas oficiales de educación en Colombia? Camilo Orbes Moreno, quien se hallaba al frente del diplomado de latín y griego que comenzaba los abriles de cada año en la Universidad San Martín, respondía con un dejo de sarcasmo: “Se trata de un crecimiento no despreciable, pero Bogotá hace tiempo que dejó de ser la Atenas Suramericana para ser la ‘apenas suramericana”’.

Criticaba que los jóvenes de la Nacional se inscribían en lenguas clásicas pensando que se trataba de italiano y francés. Esto sucedió de forma tan repetida que en el anuncio publicitario del curso se colgaba entre paréntesis que se trata de latín y griego.

Se quería que los inscritos no lleguen con la definición de latín que cantaban Les Luthiers: un violín de lata. Ni que les pase lo del antiguo vicepresidente de Estados Unidos Dan Quayle, de quien se cuenta que alguna vez declaró, de regreso de una visita por América Latina, que le hubiera gustado no haber ‘capado’ tantas clases de latín, “para entender mejor el idioma de los latinoamericanos”.

Sin embargo, el latín no es un pénsum exclusivo de la Iglesia católica, que ha sido definitiva en la expansión de este idioma –decía Camilo- pues hasta mediados de los años sesenta celebraba la misa en esa lengua (¿Qué persona mayor de 50 años no recuerda el Dominus vobiscum o el introibo ad altare Dei?) Inclusive una de las discrepancias mayores entre los dos papas reinantes reposaba en la obligatoriedad o no de la misa latinizada.

El catedrático latinista imprecaba que el latín ha tenido que ver con ateos también. Los documentos oficiales de la Primera Internacional Socialista se escribieron en latín. Y el filósofo Federico Nietzsche declaró hace más de un siglo que le daba vergüenza el alemán que se hablaba en su época y que prefería que se volviera al latín y que se dejara de tratar esta “como si fuera una lengua muerta y como si no existiera obligación alguna en relación con su presente y su futuro”.

Según Orbes, aprender latín era (¿es?) fundamental porque “quien no sabe latín y griego queda con el cerebro virgen, como con un piso desocupado”. Y remataba que “el latín es el sombrero de copa de la inteligencia”.

Orbes incluso llega a formular esta hipótesis: la tragedia colombiana comenzó cuando se abandonaron las humanidades en la enseñanza y se dejó de lado el latín.

 

Camilo llevaba en su valija el latín para el aeropuerto

 

¿Scisne Latine? = ¿Sabes latín?

¿Quid tempus est? = ¿Qué hora es?

¿Ubi est caupona bona? = ¿dónde hay una buena taberna?

Non scio = No sé.

¿Habesne plus vini? = ¿Tienes más vino?

¡Macte! = ¡Bien hecho!

Noli me tangere = ¡No me toque!

¿Quid faciendum? = ¿Que debemos hacer?

¿Quid novi? = ¿Qué hay de nuevo?

¿Quo vadis? = ¿A dónde vas?

Vade mecum = Ven conmigo.

Amantes amentes sunt = Los amantes están locos.

Non dolet = No te preocupes.

¡Post festum venisti! = ¡Llegaste muy tarde!

¡Valete aeternum! = ¡Hasta nunca más!

Tibi gratias agimus quod nihil fumas = gracias por no fumar.

Nihil declaro = No tengo nada que decir.

Heu, ¿modo itera omnia quae mihi nunc nuper narravisti, sed nunc Hispanic? = Oye, ¿podrías repetirme todo lo que me has dicho, pero ahora en español.

 

Latinajos clásicos

 

Acta est fabula = la comedia ha concluido.

Alma Mater= Madre nutricia.

Aquila non capit muscas = Águilas no cazan moscas.

Bonum vinum laetificat cor hominis = El buen vino alegra el corazón del hombre.

Cogito, ergo sum = Pienso, luego existo.

Credo quia absurdum = Creo porque es absurdo.

De motu proprio = Por iniciativa propia.

Divide et vinces = Divide y vencerás.

Excusatio non petita accusatio manifesta = Explicación no pedida acusación manifiesta.

¡Fiat lux! = ¡Hágase la luz!

Verbi gratia = Por ejemplo.

Vox populi, vox Dei = la voz del pueblo es la voz de Dios.

Timeo hominem unius libri = Temo al hombre de un solo libro.

Primus inter pares = el mejor entre sus iguales.

Manu militari = Por mano militar.

Magister dixit = El maestro lo ha dicho.

***

Los Sindaguas

Fue muy apreciada y calibrada su investigación sobre Los Sindaguas, emparentados con los naturales de México y de Guatemala. Quedan topónimos que evidencian aquella hermandad como carcoxama, chapal, maxanoy, tgequez, Uxmal.

Sin su perseverancia y su temple, sería apenas un alegato más de la novela rosa o la leyenda negra del encubrimiento y conquista. Pero esta perspicaz memoria, apoyada en archivos y en una investigación vanguardista, se convierte en la tabla salvadora de las gestas aborígenes en procura de la libertad interoceánica. El mismo esfuerzo continental de “la Visión de Anáhuac” y de “la biografía del caribe”.

Los primeros habitantes de América, como los de Tiahuanaco, están presentes en estas páginas, como el mar de Vasco Núñez de Balboa. En sus estampas finas y candorosas, según la elegancia del tiempo, se aprecia la progresiva conquista de los litorales; barcos diminutos se deslizan por una raya que cruza el mar: en pleno océano se retuerce como cuerno de cazador, un monstruo marino, y en el ángulo irradia picos una fabulosa estrella náutica. Desde el seno de la nube esquemática, sopla un Eolo mofletudo, indicando el rumbo de los vientos, constante cuidado de los hijos de Ulises. Vence pasos de la vida africana, bajo la tradicional palmera y junto al cono pajizo de la choza, siempre humeante; hombres y fieras de otros climas, minuciosos panoramas, plantas exóticas y soñadas islas.

El mar del siglo XV es el mar perfecto. Un mar de islas misteriosas, de confines desconocidos, como son todos los mares que nosotros soñamos. Mar del siglo XV, llanura de alas azules, en donde la rosa de los vientos se levanta entre círculos de oro que dejó vibrando el nacimiento de Venus. Mar del siglo XV, mar del viento, de la estrella y del imán. De los vientos libérrimos…; vientos que les daban a las velas su pujanza y que revolvían el mar entre un crujir de galeras o de barineles, de carracas o de carabelas azoradas. Mar de las estrellas que bailaron danzas trágicas ante las miradas azoradas de los mozos en la Santa María, en la Pinta, y en la Niña. Mar en donde los árabes guiaban las naves por el hechizo de la aguja mágica. ¡Mar de los mareantes!

El Nuevo Mundo nació primero en la imaginación. Se construían globos y planisferios antes de que las naves salieran a cruzar el Atlántico. Pero la geografía se mostró agradecida, y confirmó esos sueños. España abrió las rutas trasatlánticas. Sus naves, que hasta la víspera apenas sí contaban en la historia del mundo, pasaron a ser las más famosas. Fueron minúsculos castillos de madera de donde salieron héroes como no conoció antes el mundo. Balboa, Cortés, Pizarro, Jiménez de Quesada, Hernando de Soto, Ponce de León, Orellana, Valdivia… En cincuenta años la esfera de la tierra salió de entre sus manos…

De aquí en adelante, los Sindaguas surcarán nuevas rutas de Hispanoamérica, hasta llegar a decir: esto sucedió en nuestro Continente, antes y después de la lucha frontal de los sindaguas, personajes estos que más amaron y se inmolaron por la integridad étnica del Continente. Sin ellos nuestra raza aborigen continuaría con la afrenta de ser raza vencida.

Fueron pioneros en las costas de mar pacífico, por la oposición valiente y enconada que ofrecieron al invasor español, a lo largo del siglo XVII. Primero estuvieron dentro del ámbito del Perú, se desplazaron a la Real Audiencia de Quito, por último, al Virreinato de la Nueva Granada, a la provincia de los cuastos, hoy Pastos. La corona española luchó ardientemente contra ellos con el designio irrevocable de exterminarlos.

Como lo desentraña Camilo, “los sindaguas valen por lo ignorados, por lo castigados sin justicia y por haber sufrido la muerte antes de entregar la América en manos extranjeras”. Con esta reseña sobre los Sindaguas:¿mayas o caribes del mar pacífico?, se conectan los vasos comunicantes de la policultura racial, en pie de guerra 82 años, manteniendo como un gonfalón los derechos aborígenes frente al hirsuto ibérico.

Con los sindaguas avizores, la provincia de los cuastos -hoy Pastos- ofrece un fehaciente testimonio indoamericano.

“Podemos sugerir que los kwaiqueres que hoy pueblan el mar del sur, son los restos que sobrevivieron de los belicosos y corajudos sindaguas de la provincia de Santamaría del puerto de Barbacoas” (p. 25), y también, decimos nosotros, que esta investigación servirá para posteriores estudios etnográficos de nuestro continente.

“Yo estoy para afirmar categóricamente –Camilo- que la provincia de los Sindaguas estuvo situada entre la cordillera, el rio Iscuandé, la isla de Gorgona y el río Magüí. Mi tesis la sustento gracias al mapa que de la región levantó el capitán Francisco de Prado y Zúñiga. En Barbacoas, abril de 1635”.

Monseñor Justino  Mejía y Mejía –a quien ya conocemos suficientemente en estas Elegías-, apoyándose en el también prelado historiador Federico González Suárez asegura que los caras ecuatorianos fueron una poderosa inmigración de caribes, que con los años aprendieron de los nahuas la ciencia del gobierno: “Vestigios de la presencia caribe se ha encontrado en la provincia de Imbabura, pues ahí tenemos con la raíz cara, el nombre caranqui, y quien sabe si la radical de Carchi tenga esa misma filiación…”. Continúa Justino: “El desbordamiento occidental de los caribes por la costa del Departamento de Nariño y por el Norte del Ecuador sin duda llegó a ser frontera del territorio de los indios que vinieron a llamarse pastos”. Pues mientras González Suárez, al hablar de la viandanza caribe en la provincia de Imbabura, eso opina, Carlos Cuervo Márquez dice: “Y quizá otras tribus, cruzando el arrastradero o istmo de San Pablo, encontraron el río San Juan y llegaron a las costas del Océano Pacífico, por las cuales se extendieron hasta el sur, casi hasta Guayaquil…”. “La invasión occidental caribe había ocupado parte de Panamá y toda la parte del occidente y sur de Antioquia, y en el departamento del Cauca todas las costas del Pacífico y desde el golfo de Urabá hasta los confines de los Pastos”.

Ahora bien, ¿será posible que sólo lo que hoy forma las provincias de Obando, Ipiales, Túquerres y Pasto hubiérase de valla al empuje conquistador de una raza que en sus andanzas de exterminio, cercó herméticamente el territorio de las prenombradas provincias?

No es seguramente compartida la opinión que sostiene que los Pastos y los Quillacingas sobrevivieron al naufragio de la raza americana, quedando como islotes de soberana indiferencia en medio del mar huracanado de la peregrinación indefinida de los caribes. El etnógrafo venezolano Julio César Salas, con copia de verdad sostiene que “la dominación de los caribes se hizo desde el Ecuador hasta las costas del Norte. Atentas pues, las zonas de dispersión de la raza caribe, no creo sea pecado de a folio, sostener que a ésta pertenecen en segundo lugar los pastos y quillacingas”.

Sañudo, en su trabajo sobre La Conquista, dice que es muy común en las provincias  de Ipiales, Túquerres y Barbacoas, la terminación de los nombres de los lugares en que parece indicar que en ellas se habló una sola lengua, y como aún subsiste en la última el idioma kuaiquer, kuay, agua, quer, lugar; y en términos de Guachavés, hay la región de Astarón, que en ese idioma significa el espíritu del mal, y Cuasput, como antes se decía, puede traducirse como volcán de agua, pues cuage es agua pronunciada la g a la manera francesa y put volcán, es natural deducir que era la lengua de las provincias y que la raza maya las habitó, poco después del siglo VI en que comenzaron a emigrar a Guatemala. Porque en un documento de 1635 se dice que los sindaguas que habitaban la de Barbacoas, eran de aquella raza, lo que corrobora el nombre de Uxmal de un lugar de la costa nariñés, idéntico al de una famosa ciudad de los mayas en Guatemala. Además Chapala y Colima son nombres de México que designan localidades aledañas a las que moraban los mayas, y Chiles y Cumbal se asemejan al nombre Chilam-Cambal de un profeta maya del Yucatán, también poblados por aquellas gentes; y no hay que olvidar que en las lenguas que no tienen escritura, el andar de los tiempos corrompe y trastorna las palabras.

Notables arqueólogos opinan que la costa ecuatoriana fue habitada por los mayas, quizá arrojados a ella por las corrientes marinas, como la de Humboldt, que obligaban a tomar ese rumbo, cuando veleros los buques, según lo prueba el hecho de que Pizarro y Gasca hubieron de recalar en la Isla del Gallo, y Vaca de Castro en Buenaventura, y la formación de esta ensenada y la de Tumaco, adyacentes a aquella costa.

Es de anotar que el voquible que, conforme a un documento hallado por Monseñor Mejía, se traduce por nava o llano, pues así se denominó a Iscualquer o llano de las lombrices (Miraflores), al modo que en éuskaro equi que lo mismo significa, entra en la combinación de numerosos nombres, lugares y apellidos.

No es de extrañar que presentemos aquí una fuerte y fraternal trilogía de las culturas prehispánicas: maya, chibcha y quechua, existentes en el departamento de Nariño, especialmente en la región habitada por los Sindaguas. A este respecto comparamos los objetos arqueológicos de Tumaco, Pupiales y Berruecos, especialmente la estatuaria de Chimayoy y la piedra del sol o de los monos del municipio de Arboleda.

Así lo repite o enseña Moreno Mora cuando en su Diccionario Etimológico y Comparado del Kichua del Ecuador, relieva la influencia maya en el idioma quichua. Además, los famosos quipus de los peruanos, también los usaron para contar las unidades del tiempo, no solamente los mayas sino los pueblos orientales de Norteamérica.

En este sentido, repárese en la denuncia altamente reveladora que hace el espeleólogo Camilo: “En las excavaciones realizadas en el parque arqueológico de Pupiales, los huaqueros botaron a la basura algunos quipus que yo recogí con devoción inusitada, junto con trozos de los discos giratorios de los restos de la prehistoria pupialeña, rica en la vereda de Inchuchala”, que según el padre e historiador Luis Gabriel Moreno Chamorro, traduce “región donde se cultiva maíz”. Y precisaba que Kwaiquer no es vocablo awa sino Pasto: kuay=agua; quer, lugar. Ricaurte-Piedrancha-Mallama naciones kwaiqueres; guagansanjo, “llorar sangre”; Warma kuka= “amor de niños”.

No solamente los mayas fueron navegantes y conquistadores. También los Pastos de Ipiales, Pupiales, Túquerres, Mallama, Yascual, Guachucal, Carlosama, Gualmatán, Iles, Males, Funes, Puerres. Mejía y Mejía, trae los siguientes condimentos ecológicos de la tribu de los Pastos, diferente a los Quillacingas: “Estos pueblos (de los pastos, 1570) y sus respectivas jurisdicciones ocupaban una extensión territorial aproximadamente de 9.400 kilómetros, con 7.000 habitantes, de los cuales más o menos 1.000 indios tributarios”.

El paleógrafo Camilo Orbes se suma a historiadores y antropólogos como Ildefonso Díaz del Castillo, José Rafael Sañudo Torres, Sergio Elías Ortiz, el mismo Justino Mejía, Milcíades Chaves, Jacinto Jijón y Caamaño, Eduardo Zúñiga y Benhur Cerón Solarte, quienes también advirtieron de la epopeya y tragedia de aquella nación levantisca.

Sus investigaciones versan con la carta de don Juan Bermúdez de Castro a Su Majestad, datada en Popayán el 1 de marzo de 1631, hasta la del gobernador Gabriel Díaz al mismo destinatario, dictada en Popayán el 17 de abril de 1669. En estas minutas, informes y actas de procesos criminales, está el testimonio concluyente de la arrojada actuación y holocausto de aquella nación extenuada, jamás exterminada, ni extinguida de la Historia, como quisieron los déspotas del antiguo régimen colonial y los palurdos de las de épocas recientes.

No podía ser ajena la epopeya de esta raza querenciada por Camilo sin que el amoroso investigador no le ofreciera una dádiva de su estro. Corre publicada en la p. 118 op.cit.

Por su pertinencia cabe traer a colación el trabajo del presbítero Gabriel Moreno, el cual cita a Camilo Orbes, aclarando así el significado y posible procedencia del nombre de los Pastos. “Y hablando de los indios mal llamados Pastos y de la ciudad de Pasto, y leyendo el documento de abril de 1547 sobre las acciones de poblamientos y derechos de encomiendas que reclamaba el capitán Diego de Benavides en Madrigal de las Altas Torres de las provincias de Chapanchica y Andagona, y en la Villaviciosa de la Inmaculada Concepción de San Juan de la provincia de Hatunllagta, en el valle de Atarres… Aturres… Atures… Atrís… Atríz, en donde el dicho capitán fue uno de los primeros pobladores y donde construyó la primera casa de tapias y piedras según el extenso documento que publica Camilo Orbes Moreno en su libro Los Sindaguas” (1), encontramos un largo interrogatorio que los escribanos Juan Rodríguez Verdugo, Arcos Cortés, Antonio de Oliva, Antonio Morán, Cristóbal de Solís, Diego de Villanueva, Juan Becerra, Alonso Velásquez y Salvador Toscano les hacen a los abades, pásqueles, pacuales, cuastos y otros … De esa lectura nos queda la sensación de que los mencionados escribanos captaron equivocadamente el nombre tribal de los indígenas, y como el gentilicio de todos ellos era y es cuastos, pues constatamos que esos nombres aún permanecen en nuestros campos, quebradas y personas, como Cuás, Cuasalpú, Cuasilpú, Cuastusán, Cuastumal, Cuasamayán, Cuatis, Cuetial, Cuesafle, Cuasés, Cuasapas, Cuatín, Cuaspa y otros, todos de la familia de los cuastos, deducimos que los mencionados escribanos de “Su Sacra, Católica, Cesárea y Real Majestad” don Felipe Segundo, al oír cuastos creyeron oír pastos, nombre éste tan familiar al oído castellano ibero, y de ahí el pequeño, grave y grande error y horror… de llamar Pasto, a nuestra amada capital departamental, equivocación ahora ya irremediable e incorregible”.

Lo asegura el Sínodo de Quito de 1593. La “Descripción de la ciudad de San Francisco de Quito” de 1573 dice, por ejemplo: “En los términos de la dicha ciudad son muchas y diversas las lenguas que los naturales hablan; sin embargo, que por la general del inga se entienden todos, excepto los pastusos, que es lengua dificultosa de aprender”.

El colorado es el propio Cara de los Mantas, Santo Domingo y la Hoja de Latacunga o los Panzaleos, y que el Cayapa fue el primitivo idioma de los Quitus, distinto del Pasto, en Esmeraldeño el color rojo se llama chachis, gentilicio que aplicanse los colorados y Cayapas a sí mismos y que ellos traducen por “hombres”, pero que en realidad significa: “pintados de achiote”. Ahora bien, en Cayapa rojo es ungalala, y en Colorado, Lúban.

Según el lingüista Ortiz, en el Suroeste de Colombia y en la región de los Pastos, así como en la Tolita y Tumaco, hubo una influencia “Maya (o mayoide) en la costa del pacífico, según Uhle (1922, 1923), que pudo extenderse entre Esmeraldas (Ecuador) y Tumaco (Colombia), a la que puede atribuirse la cerámica de acusada influencia mayoide y una lengua extinguida, el Malla (Maya) del pueblo Sindagua, con parentesco lejano con la familia lingüística Maya-Soke”.

Pérez de Barradas citado por Martínez asegura: “Los chibchas pasaron del istmo de Panamá a Colombia, hacia los siglos VII y VIII d. C.  Mas, posteriormente, sería la inmigración de los pueblos del dialecto Talamanca- Barbacoas que llegaron a ocupar el Sur de Colombia y el Norte del Ecuador: Este último movimiento de los pueblos chibchas sería el de los Paeces, tal vez empujados por la invasión Caribe Oriental”.

Tesis fundada en este fragmento de Cieza: “Estos de Panzaleo (y Tacunga) tenían otra lengua que los de Caranqui y los de Otavalo”, los cuales eran también llamados Pastos y así lo comprueban sus antropónimos y topónimos, los petroglifos y las costumbres selváticas de los Quilcas y otras varias etnias influidas por Pastos o Coayqueres.

Desde la toponimia pasto, podemos traducir los nombres de los municipios y de las comunidades pastos donde encontramos elementos simbolices de cómo se  conceda el territorio desde un significado lingüístico resaltando y considerando que varios de los municipios no poseen o no conservan su nombre indígena y lo mismo los pueblos o comunidades de los pastos.

 

El General Antonio Nariño sí se entregó preso en Pasto y otras noticias

 

Con ocasión del bicentenario del nacimiento del trágico personaje de la Nueva Granada: Antonio Amador José, hijo de Don Vicente Nariño y Vásquez y de Doña Catalina Álvarez del Casal, Camilo solicitó un juicio crítico sobre el Precursor, al eminente humanista colombiano Profesor Luis López de Mesa; por respuesta obtuvo: “Nariño es un tema agotado por los historiadores. Pida a cualquiera de los académicos de allá un par de biografías del héroe y todo le saldrá fácil”, le respondió el alambicado y estratosférico filósofo de Don Matías.

“Como nariñense que soy, lo cual me honra en medio del roznido satírico de la sarasa realengo, mi retozo radicará en defender la verdad del traductor de los Derechos del Hombre, específicamente en su gesta frustrada el 14 de mayo de 1814, después de haber dado la irónica orden: “¡Muchachos, a comer pan fresco a Pasto que lo hacen muy bueno!”. Para seguir al arquitecto pastense, graduado en jurisprudencia en la centenaria Universidad de Salamanca (me refiero al coronel y Dr. Tomás de Santa Cruz Caycedo) cuando el presidente de Quito, Don Toribio Montes, ordenó que Don Antonio siguiera el camino de muerte de Caycedo y Macaulay, Tomás de Santa Cruz, espécimen de nobleza, libre juicio y tasador de valores, respondió al jefe europeo: “Juro por mi honor que, mientras no se acepte o se deseche el canje, no caerá ni un sólo cabello de la cabeza de Nariño”.

Ha sido casi que canónico repetir que: “Era la mañana del 14 de mayo de 1814. Las faldas del Galeras las recorría un indio pastuso — diría más tarde en su bicentenario, un hijo putativo de la sociedad bogotana y yanki— exactamente: en la montaña de Lagartijas. La ambición de los jefes realistas era la de tomar presos a sus adversarios. Andando entre el zigzag de la maleza, dos soldados de la dependencia del coronel Agustín Agualongo se toparon con un oficial patriota. El indio al verle enristró la lanza y arrojándose contra él, le gritó: “¡Blanco, te mato!”. Momento único en la vida del militar descubierto. Pero éste no pierde la serenidad, a pesar de la extrema fatiga y debilidad que revelan su rostro y la dificultad de sus movimientos, responde sin titubeos: — No me mates. Llévame a Pasto y allá te entregaré a Nariño. El indio, enristrando nuevamente la lanza, se acerca diciendo: — Blanco, me engañas. — No te engaño. Les prometo entregar al General Nariño en Pasto, pues yo sé dónde está. La gravedad imperturbable del oficial, su verdadero aire de superioridad moral, les hizo aceptar. Echaron a andar los tres caminos de la ciudad. El prisionero no podía seguir tan presto como hubieran querido sus conductores, por lo cual se quedaron atrás de muchos paisanos que volvían de Buesaco, quienes al llegar a Pasto lanzaron a los cuatro vientos la nueva, y así gran parte de la población había salido hasta “El Calvario”.

Durante tres horas anduvieron sin hablar. A las tres de la tarde llegaron los conductores a Pasto, con el misterioso prisionero. Inmediatamente lo condujeron a la presencia de Aymerich. Este no conocía personalmente a Nariño y se hallaba tratando de los asuntos del Rey con el coronel Tomás de Santa Cruz. Al advertir en el prisionero cierta marcada elegancia de acciones, no dudó en encontrarse ante un personaje de alta alcurnia y elevada categoría militar — al decir de un acucioso historiador pastuso— y comenzó a hacerle preguntas. — Mándeme usted dar una taza de caldo y después hablaremos; fue la respuesta del interpelado. Dispuso el Mariscal de Campo que se hiciera como lo pedía. Con qué avidez comió el prisionero, y según confesó después llevaba una semana sin comer ni beber y había pasado tres días debajo de unos matorrales”.

Gracias al Archivo Nacional de Historia de la Casa de la Cultura Ecuatoriana pudo Camilo Orbes examinar nuevos documentos. Aquel acervo le permitió rescatar la correspondencia enviada de Pasto a Ipiales por sus respectivas autoridades, dando cuenta a Don Toribio Montes de los acontecimientos de guerra suscitados por el ejército del General Antonio Nariño. En el Archivo Nacional de Historia de la Presidencia de la Real Audiencia de Quito, dio con los acontecimientos de la prisión del caballero andante del Infortunio: Don Antonio Nariño, “son una especie de mito, porque quienes escribieron esas apasionantes páginas carecían de documentos, y, en tal apuro aceptaron la tradición”.

De aquella exhumación, Orbes sacó en limpio que: 1) No hubo “indio” que lo entregara, sino que él mismo, vencido, lo hizo. 2) En la fatigosa batalla, Nariño recibió varias heridas. 3) El no entró en Pasto el 14 de mayo, sino al otro día: el 15 del quinto mes del año de 1814. 4) Parece que no hubo la tal salida al balcón con la frase: “¡Pastusos! ¿Queréis que os entregue al General Nariño? ¡Aquí lo tenéis! 5) y, por lo tanto, Vicente Azuero y Diego Fernando Gómez jamás le calumniaron ante el Senado de 1823, cuando dijeron que se había entregado voluntariamente en Pasto al enemigo.

Aquí viene igualmente otra contribución inédita de Camilo Orbes al orden protagónico e historiográfico de nuestra provincia:

Mientras Nariño combatía en el Juanambú, en Ipiales siete hermanos Belalcázar, descendientes de Don Sebastián y oriundos del municipio de Pupiales, tomaban las banderas insurgentes y las izaron separatistas en su favor y eran los precursores del Precursor, noticia de revuelo si se tiene en cuenta que Pupiales -de donde eran oriundos y habitantes- fue, en esas azarosas y sediciosas edades, irreductible monarquista. Camilo los reconocía como “los macabeos”.  Entre paréntesis he sabido que don Simón Bolívar era “Simón Macabeo”…

En nuestro mismo puerto, Ipiales, las huestes realistas hacían promesas a Nuestra Señora de Las Lajas, para que los librara del “sanguinario” Nariño. Tanto en Pasto como en Ipiales se sabía de la campaña fatigosa del general Nariño en el sur. Así lo comprueba la correspondencia remitida desde esas dos poblaciones al presidente y capitán general de Quito, Toribio Montes. En Ipiales, inclusive, siete descendientes del adelantado Belalcázar izaron la bandera separatista solidarios con el Precursor. (Similar el caso de los 7 hermanos hijos de doña Simona Duque que se fueron con Córdoba, en el Valle de Aburrá por la misma época).

En Ipiales, desconocieron hasta más allá del 6 de junio la derrota del ejército de Don Antonio Amador; Camilo lo afirmaba arropado en el volumen 9, página 155, documento 130 del archivo citado, donde se lee un contenido al Excmo. Sr. Don Toribio Montes, del 6 de junio de 1814, en el cual se le informa que hasta ese día no había llegado al pueblo Don. Antonio Nariño.

Todo lo anterior contradice fehacientemente los argumentos sumarios de alguno (a) s académico (a) s de Pasto que machacan gratuitamente dizque el realismo temprano de los ipialeños para esas épocas y para ninguna.

La correspondencia del Mariscal de Campo: Don Melchor de Aymerich. Pasto, marzo 13 de 1814. Excmo. Sr. Don Toribio Montes: (…) Oficio seductivo de Nariño: Pasto, marzo 14 de 1814. Excmo. Sr. Don Toribio Montes: (…) Carta de Estanislao Merchancano a Don Toribio Montes: Pasto, a 12 de mayo de 1814. (…)

 

Nariño presentóse en la Ciudad de Pasto sin que nadie lo llevara:

 

Carta del coronel y doctor Don Tomás de Santa Cruz a Don José Zaldumbide: Pasto, de 1.814 (sic) Señor Corregidor Don José Zaldumbide. Muy Señor mío y Estimado Amigo: La suerte en esta vez nos acompañó; en medio de los montes ha quedado mal herido, después que mataron su caballo, en brazos y piernas el repugnante v sanguinario Nariño, a quien le tengo prisionero; se mantuvo algunos días en el monte con frutas silvestres como tengo escrito a V. con el extraordinario (fue mandé hacer de Ipiales cuya carta me dice mi amigo Señor Mexía que la remitió pagando a un mozo fiel que con el debo remitir a su Villa el Magistral … (no se alcanza a leer). Después repito, con el correo dirigiéndose todos los progresos felices, que hasta allí habíamos recibido de manos de María Santísima. [en otro documento número 93 del volumen 9, la llama: “Gloriosísima Madre nuestra adorada patrona de Mercedes”, quien fue la abanderada y Generalísima de los ejércitos realistas]. Ahora, le añado esta comunicándole que tenemos prisionero al depravado, bandido y sanguinario Nariño. Éste caviloso y astuto general en el combate le mataron el caballo, saliendo también herido, aunque no de peligro: en un brazo y pierna, no había adelantado según dije a usted, sino que se había quedado entre los montes, según afirma un oficial suyo ya prisionero. Nariño se había retirado al campo a tratar de reunir y examinar los peligros, de suerte que creo es la verdad: había logrado tomar una mula para seguir al efecto, pero no lográndolo, apeóse de la mula, tomóla, el oficial indicado a quien alcanzó mi Francisco Xavier, viéndose cerrado eligió retirarse a los montes, y luego, a venirse a presentar a esta ciudad donde se halla prisionero. Afirma que no había comido cinco días (sic), y yo no lo creo pues no salió tan débil. Estoy por creer que se mantuvo con frutas silvestres, moras y otras. El General me obligó a venir aquí para que le formalice el proceso. En efecto, había comenzado solicitándole el principal mérito: sus papeles públicos y privados, y he determinado hoy tomarle compasión y descubrir los cómplices; pues uno de los papeles que ha puesto … [no se entiende] afirma que ha venido invitado con cartas de la provincia y de Quito. En este estado mío le mando suspender porque Nariño en dicha propuesta de no sé qué conciliaciones, hasta dar parte al Señor presidente con el extraordinario que lleva esta.

Nariño es el hombre más sagaz y astuto que tiene la tierra y lo encomiendo a vuestras consignas. Todavía van saliendo prisioneros en los montes, y los más heridos pertenecen al ejército de Nariño en disolución de nuestros ejércitos no son los nuestros sino … [no se entiende]. Ayer salió Chasqui a Popayán haciéndosele intimación. Dios quiera darnos felicidad en todo y guarde a usted como desea su afectísimo amigo y servidor, Tomás de Santa Cruz (firmado). P.D. Se sabe que aquellos fugitivos pasaron el Juanambú entre ellos el hijo de Nariño, Cabal, Virgo y el tesorero se halla sitiado en el pueblo de San Pablo por los nuestros.

 

Nariño escribe a Toribio Montes desde la Cárcel de Pasto:

 

En el archivo del historiador, políglota y orador Doctor Justino Mejía y Mejía, descansa inédita y expósita una epístola procedente de la prisión de Nariño en Pasto (Se puede consultar si es de interés, JLPP).

Pasto, mayo 17 de 1814. Excmo. Sr. Antonio Nariño (firmado) Al Excmo. presidente de Quito Don Toribio Montes.

Resume Camilo: Este hombre fraternizado con sus horripilantes mazmorras, amó a su patria con tanto desinterés que a sus hijos solamente les alcanzó a dejar el recuerdo y a su patria sus cenizas; pero hombres vandálicos y destructores de nuestros héroes quieren revolcar su recuerdo en la letrina de sus necedades, sobre todo la de este hidalgo Quijote de la Libertad que sobre las rocinantes montañas y abismos del Juanambú, quiso llevar el evangelio patriótico a ese pueblo de leones “estúpido, perjuro e ingrato y que, como el pueblo judío, debía ser entregado al saqueo y a las llamas”, según sentimientos del pérfido y honorable Concejo de la ciudad culta de Popayán, en su acuerdo del 4 de julio de 1812. Colombianos: aquí tenéis al General Nariño como protector de un pueblo que ha heredado de su héroe homónimo su tragedia y amargura; nada de lo que hace esa democracia es de agrado para la patria, si conserva inmaculada la bandera de la paz es porque esos latifundios y minifundios están subdesarrollados, según dogma del “estudio de un proceso social”, como si la violencia en Colombia fuera fruto de una conciencia que sabe leer y entender las Tablas de la Ley.

Al respecto, es muy claro el mensaje de Alfonso Alexander Moncayo: “Contamos a nuestro haber con el factor de nuestra mentalidad pacífica, pero al mismo tiempo guerrera cuando se llega el caso. De ahí que nunca permitiremos aquí el menor estallido guerrero, y estamos dispuestos a ahogar cualquier conato antes de nacer y aún a riesgo de equivocarnos. Si se trata de guiarnos hacia la revolución por la sangre, nuestra revolución es la más dura y la más difícil, pero consideramos que es la única que nos dará esa libertad social y comunal que nos hace tanta falta: la revolución para la construcción”.

Léase y óigase una catilinaria de Camilo Orbes, en su típica sintaxis y elocuencia:

Sí, ¡Don Antonio Nariño!, preséntate ante los colombianos y reclama lo que nos pertenece. Hace más de dos años que un hijo de la patria austral no se sienta en un ministerio, sus sacerdotes apenas llegan a ser HISTORIA» secretos camareros de Su Santidad; para los hombres de pluma laureada por academias universales, la Cruz de Boyacá ha sido sañuda. Si hay hombres de tu departamento que han alcanzado el Ministerio Público, han sido nombrados para que los ordene cualquier politicastro y difícilmente mandan en la patria que te ofreció hiel y vinagre hasta la saciedad. Hay paisanos nuestros que en la medida de su ignorancia se han avergonzado de tu rincón mil veces profanado por las falsas promesas, llegadas al colmo en la presidencia de uno que dijo: “Yo me siento nariñense, y cuántas veces creo que merezco ser colombiano, oídme bien señoras y señores de esta comisión, es cuando principio a sentirme con derecho a ser pastuso y nariñense. Y como si eso fuera poco, cuando el “ águila de Pasto”, Don Julio Orbes Zapata, llevaba a Pasto los documentos de la creación del “Décimo Departamento de Nariño” , a los cinco días del regreso del gran viaje a maratón de Pasto a Bogotá, y viceversa — trayecto realizado entre sima y cima en solo treinta y dos días de camino— a los cinco días, repito, como premio a su itinerario épico, se le recluía en la cárcel por no entregar a tiempo una fuente de madera para la Imprenta del Departamento, como ebanista que era; ante tamaña locura nos consuelan las palabras de Joseph Adisson: “Nada que pueda conseguirse sin pena y sin trabajo, es verdaderamente valioso”. Hoy, a los 163 años de tu prisión en la ciudad muy noble y leal de Pasto, en donde se te trató con admiración e indulgencia, recordamos que como pago te obligaste “a utilizar en el Senado de Colombia una figura retórica que es una calumnia inverecunda, indigna de Nariño, contra sus más leales amigos, que fueron después de tu vencimiento, decididos favorecedores tuyos”.

Amarga el espíritu de la juventud colombiana que documentos trascendentales de nuestras gestas gloriosas reposen intranquilos bajo el maternal amparo del “jus soli” en el reino de Atahualpa, donde el eminente di­rector del archivo, doctor Galo Martínez Acosta, conserva todo lo que pertenece a la patria de José María Córdoba, con religioso honor. Hay páginas de tanta valía que dan para más de diez volúmenes. Claro que han sido consultados con interés de sucesión. A estas alturas me pregunto: ¿Qué han hecho los agentes culturales de Colombia, en Quito, a favor de la historia? Ya quisiéramos tener una holgura económica para dedicarnos a estas tareas archivísticas, o un mecenas ante el César, pero sin canonjías políticas, basta que se conozca la norma de nuestro juicio: “Prefiero no tener razón con Cristo, que razón con los discípulos de Marx”.

Sobre la aparición del General Antonio Nariño en el mitológico balcón, tampoco creía Camilo, hasta poder cerciorarse de ello, en documentos que transcriban lo pertinente. “Mientras tanto, aquello lo consideraré como hermosa fábula y fruto de la picaresca de los bogotanos como de doña Soledad Acosta de Samper”.

No empecé lo irrefutable de Camilo, tímidamente citamos aquí que con ocasión de ser declarado Antonio Nariño el personaje neogranadino de todos los tiempos, los eruditos que opinaron dijeron que había aparecido enhiesto y arrogante desde el balcón de la casa del pastuso Máximo Delgado Polo.

Así mismo, y estribado yo en el decir de Vergara y Vergara que igualmente exhumó el acta de nacimiento, el Precursor nació en 1760 y para el año de su muerte frisaba los 63 años y no los 58 como infirmaba Camilo. (¡!)

 

Camilo Orbes Moreno con Jorge Luis Piedrahita
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1 comentario
  1. Édgar Bastidas Urresty dice

    Dedicarle una Elegía a un individuo tan oscuro como Orbes, no tiene perdón de Dios, ni de los hombres. O se le acabaron los personajes, o los temas, lo que sería lamentable.
    No tiene explicación llamar humanista a quien tuvo una formación mediana, que fue un escritor mediocre, que fracasó en sus intentos de ingresar a la Academia colombiana de historia, a la Academia colombiana de la Lengua.
    No le quedó otra opción que tratar de salvar su alma quizás para el Paraíso perdido de Milton, no se sabe su destino final.

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