Gente Demasiado Buena

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Por:

Graciela Sánchez Narváez

 

Graciela Sánchez Narváez

 

En días pasados una amiga escritora me envió el artículo del columnista del periódico “El Tiempo”, Moisés Wasserman Lerner, quien es un conocido bioquímico, docente y ex rector de la Universidad Nacional, para que diera mi opinión al respecto. En su columna del 28 de abril, el periodista ha elegido un título que me llamó poderosamente la atención: “El temor a la gente demasiado buena”.  En uno de sus párrafos dice lo siguiente: “Hay una palabra inglesa que me hace mucha falta en el español: “self-righteousness”. He buscado inútilmente en muchos diccionarios. Algunos la traducen como “fariseísmo”, pero no es lo mismo”.

En resumen, su artículo se refiriere a ese “sentimiento de grandeza moral” que posee y manifiesta la gente que se cree suficientemente buena, debido a que cree poseer la única verdad, esa que aprendió desde niña con la certeza de que sus ideas, creencias y saberes son la “verdad verdadera”; por lo cual, aparecen como personas virtuosas y bondadosas y con la autoridad para orientar la conducta de los demás, sin embargo y dolorosamente, esta aparente bondad es el acto más grave de sometimiento a una cultura.

Personalmente, he investigado la palabra: “self-righteousness”. “Self”, es una palabra inglesa que significa “uno mismo”, se refiere al “yo” y desde este punto de vista a la “personalidad individual”. “Righteousness”, hace mención a las palabras: “justicia” “virtud” “honestidad” e “integridad”. Es fácil explicar que su significación tiene todo un sentido referido al ser humano que se ha construido a “sí mismo” como un sujeto íntegro, poseedor de todas las virtudes morales que determinan un medio cultural, un territorio, o una ideología. En definitiva, su sentido hace mención a la “buena persona”.

En mi consideración, estos conceptos dependen de la conciencia (“el sí mismo que conoce”) que se construye desde la infancia con la convivencia en el hogar, en la escuela (entendida como todos los espacios donde nos educamos) y con la cultura social del territorio donde nacemos y crecemos los sujetos pensantes. Todos estos factores tendrán que ver con la visión que más tarde, tendremos sobre el mundo y sobre la vida. Estos valores y principios con los cuales nos formamos, de acuerdo con el carácter, la personalidad y la clase de inteligencia que cada quien tenga, irán cambiando de diferentes maneras porque el mundo y la vida están en constante dinamismo.

Cada quien somos “buenos o malos”, de acuerdo con la visión que tengamos del mundo y de la vida en la sociedad a la que pertenecemos. Éticamente, cada medio cultural, cada sociedad, cada ideología, cada cosmovisión a nivel individual o colectivo, elabora una jerarquía de valores que la practican los integrantes sociales, porque consideran que es lo más adecuado para su bienestar general y la convivencia de todos. De esta manera, quien cumple estos valores sociales a cabalidad, es quien marca la superioridad moral y se hace acreedor a llevar el título de “buena persona”, por el contrario, si alguien se sale de estos lineamientos, será una “mala persona”; sin embargo, esto es muy complicado porque quienes califican y valoran, son individuos de su misma comunidad o grupo social a la que pertenecemos, ellos, lo harán de acuerdo con lo que entienden como “bueno” y como “malo”. Además, sabemos que, hay múltiples culturas e ideologías cambiantes de muchas formas, aún entre las mismas familias.

Lo más grave es que esta clasificación la sufre el hombre desde niño como una marca, de acuerdo con el medio cultural donde nace, como ya se ha dicho.

Para dar un ejemplo de lo argumentado: si alguien nace en Israel, será “buena persona” si cree en “Jehová” y sigue al pie de la letra las normas morales de la “Torá”. En este mismo medio, será “malo” quien no cumple con los preceptos determinados por la religión del judaísmo consignada en este mismo libro sagrado.

Pero para no ir tan lejos, doy otro ejemplo de manera elemental para evidenciar más lo que ocurre con estos conceptos: en una familia de personas cuyos padres roban diariamente, para sobrevivir, será “bueno” el hijo que es hábil para robar y “malo” el que no es capaz de obtener el dinero necesario para su subsistencia, inclusive, tendrá un premio o una sanción de acuerdo con los resultados de sustraerle al otro sus pertenencias. Así, se admira en este medio y se cataloga como “bueno” a quien es más astuto y hábil en esta actividad. Todo este comportamiento, la familia lo justifica con el argumento de una necesidad por la escasez, la pobreza y la imposibilidad de conseguir dinero para su sobrevivencia. Lo que es igual a lo sustentado por Maquiavelo: “el fin justifica los medios”. En estas condiciones, se aprende de los propios padres a robar, a matar, a hablar soezmente, etc. Quien más desarrolle estas habilidades, se destacará en el grupo y será mencionado como “bueno”, como importante, como una persona que puede ocupar un cargo representativo en su grupo; aquí, será “malo” aquel que se resiste a matar, que se deja pillar porque no es hábil para engañar. De manera que los conceptos de “bueno y malo” dependen de cómo se construyó nuestra conciencia a través de la vida y en el medio cultural y social donde nos hemos desarrollado.

Nada más diciente en este aspecto que lo que pasa con las religiones. Ellas han sido las que tomaron superioridad moral, ellas han sido las “self righteousness”. La historia nos cuenta de las enormes mortandades que se cometieron contra los llamados “herejes”, o “videntes” y algunos “hombres o mujeres inteligentes” que pensaban diferente. En estas religiones, sus integrantes se sentían poseedores de la “única verdad”, entendían que lo que hacían era bueno, ya que se trataba de que todos creyeran en su Dios. En la “Santa Inquisición”, para la salvación eterna de las almas no veían problema en martirizar los cuerpos de sus conocidos, porque de lo que se trataba era de ejercer un poder frente a quienes no creían lo que ellos comprendían como fe.

Es así como las “personas buenas” aparecen como generosas, virtuosas, silenciosas, humildes, obedientes, sumisas, sonrientes. Son felices siendo líderes y altruistas, tolerantes, pacientes y consejeros. A veces desprecian a la gente “mala”. Esa que lo dice todo, la que denuncia, la que discute, la que no tolera la injusticia y la desigualdad, la que lucha por sus derechos, la que se sale de casillas cuando se siente maltratada, por lo general, si estas personas no se clasifican en el campo de lo que es “malo”, se las menciona como “conflictivas y problemáticas”, pero mucho más si son autónomas, independientes o si piensan diferente.

Lo más grave es que la escuela y la familia colaboran con estas marcas a los sujetos desde la infancia, muy fácilmente se dice: “es un niño malo” porque habla mucho, es inquieto, distraído, rebelde, desobediente. Se les repiten tanto estas nominaciones, que los estudiantes terminan creyéndose “personas malas”. Estas personas buenas y formadoras, no comprenden que, como muchos pedagogos lo sustentan, el desarrollo en esta etapa de la vida, es la clave de la formación del pensamiento crítico, de la autonomía y de la independencia de ellas.

Para terminar, lo que más asusta de caer en el “self righteousness”, entendida como la comodidad que implica pertenecer al equipo de la “única verdad”. Por eso prefiero a las personas normales, llenas de dudas e incertidumbres. Me gustan quienes conocen sus derechos, quienes piensan con independencia y autonomía. Está bien que ellas tengan convicciones, pero que se atrevan a someterlas a prueba. Me gusta más la gente libre y razonable, no la “demasiado buena”. Me gustan las personas auténticas, empáticas, pero que no se esfuercen por sonreír, porque la vida no solo está hecha de mieles, me gustan las que no se revisten con extremada bondad, para ser aceptadas por los demás.

El “self righteousness” mencionado por nuestro periodista, es lo que debemos evitar o sea formar un “falso sí mismo”.

Y… Para no dejar sin piso mi opinión, hay algunos valores fundamentales que trascienden en el tiempo, porque constituyen la esencia de la existencia humana y son base de nuestros fundamentales derechos, pues ellos, siguen siendo la luz que guía en este tiempo diferente, nuestra razón frente a la deleznable y múltiple “verdad”: el amor, la justicia, la dignidad, la libertad, la honradez, la rebeldía inteligente (denuncia, protesta, reclamo, discusión), la empatía, el respeto, la ciudadanía y la hospitalidad, como las entiende Derridá.

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