GAITAN EN EL CORAZON IPIALEÑO

"Conocimos a Gaitán en 1933, cuando hacia un viaje por los países sudamericanos. En Ipiales, fue recibido como un prometido del destino para dar batallas y salir triunfante".

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Por:

Jorge Luis Piedrahíta Pazmiño

 

Jorge Luis Piedrahíta Pazmiño

 

Al conjuro de su mitológico nombre todavía se estremecen los factores reales de poder que siempre le disputaron su espacio en la lucha democrática. Es tanto el peso de su impronta popular que las fuerzas agazapadas oligárquicas hoy mismo no atinan si repeler o heredar su parábola política de inconmensurable diámetro en el alma nacional.

El primogénito Gaitán Ayala –homónimo del caudillo- nació y murió en 1898. El verdadero Jorge Eliécer es de 1903 y por eso apenas tenía 45 años cuando rindió su meteórica biografía en el altar de los sacrificios incancelables.

En la política, en el foro, en la magistratura, en la oratoria, en la academia, en la diplomacia, en el gobierno, tuvo JEGA su escenario natural. En la Ciudad Eterna se arrojó a los brazos del profesor Enrico Ferri y en la Real Universidad de Roma se consagró en los estudios del positivismo y la premeditación.

Regresado a su patria (1927), denunció las aberraciones del imperialismo yanqui -también de la narrativa macondiana- y anticipándose a la llamada hoy “ley de víctimas”, asumió frente a la masacre de las bananeras la defensa insobornable de los explotados y sus familias, y así también coadyuvó a la liquidación de la cómplice hegemonía conservadora. Que no se cayó por ley de gravedad como dijera Gerardo Molina, sino que la derrumbaron las premoniciones gaitanistas y la porfía de prepararse a asumir el poder que pronosticó López Pumarejo.

En 1931 fue el primer presidente liberal de la Cámara de Representantes. De Olaya Herrera fue embajador volante para socializar la defensa del trapecio amazónico; por ello viajó a Méjico y a Centroamérica abogando por la soberanía territorial ante las arremetidas de la atrabiliaria dictadura peruana de Sánchez Cerro. De Eduardo Santos, fue ministro de Educación. De López, alcalde de Bogotá, de cuyo ejercicio tuvieron que “exonerarlo” porque había muchos intereses oligárquicos que apretó, empezando por los de los taxistas. Enrique Santos Molano, bogotano raizal insospechable y avisado periodista si los hay, comprueba que con su homónimo Jorge Gaitán Durán han sido los mejores alcaldes de la capital en todos los tiempos. A Echandía le aceptó ser Ministro de la cartera de Trabajo que recién se creaba. Otto Morales dice que creó con Santos el Instituto Caro y Cuervo.

En cualquier caso, fue leal, hasta donde pudo, de las divisas de la República Liberal y de la Revolución en Marcha.

De acuerdo con las atribuciones que confería la Constitución de 1886, la Asamblea departamental de Nariño, con el definitivo apoyo de los diputados de Ipiales, lo eligió por primera (y resultó única vez) Senador de la República, en abril de 1942. (Cuando fui Diputado de Nariño exhumé los archivos, pero no di con la constancia de esta elección). Y en septiembre, fue Presidente del Congreso de la República.

Gaitán vino en varias visitas al departamento de Nariño. Y en más de una correría estuvo en Ipiales, por lo menos en 1931, 1933, 1946 y 1947. En una de ellas, Carlos Erazo, el “patilimpio”, le extrajo, graciosa y subrepticiamente su cartera, para devolvérsela allí mismo, y así no ensombrecer la fama de leales y honestos gaitanistas que tuvimos y tenemos los ipialeños. En 1946, Ligia Zambrano Solís encabezó, de las primeras en Colombia, las huestes femeninas a favor del jefe liberal. Inclusive llevó con orgullo a lo largo de los años la cicatriz que le dejó un proyectil disparado por los intolerantes. En las fotografías de aquella ocasión que son ícono en la historia de la ciudad, -y que se fabricaron en el estudio del Maestro Teófilo Mera Ponce- aparecen los patricios liberales confundidos con los líderes de barriada que todos de consuno simpatizaban con el caudillo de piel quemada y oratoria electrizante.

 

Jorge Eliécer Gaitán en Ipiales, 1946, Foto: Teófilo Mera Ponce

 

En la campaña del 46, a los bravos habitantes del barrio El Gólgota de Túquerres los bautizó como hacheros. Ellos eran herreros en fábricas artesanales, y entre otros materiales fraguaban hachas, chapas y herraduras. El caudillo peroró y pernoctó en la ciudad sabanera y a los gritos de “¡a la caaarga, con los hacheros de Túúúquerres!” puso virtualmente en vilo la vida de los líderes regionales, que algunos de ellos tuvieron que escaparse de las provocaciones de los godos-turbayistas hacia la ciudad reconocidamente liberal de Ipiales que alojó cálidamente a Jorge “Chamizo” y sus hermanos Luis y “El Ronco” Victoriano Muñoz que se quedaron para siempre.

El ipialeño José Elías Del Hierro Guerrero que alcanzó meritoria y merecida figuración en la política colombiana –de quien haremos aquí su correspondiente Elegía-, en sus Memorias sostiene que su primera intervención en el Congreso tuvo que ver con un debate que libró con Gaitán –en 1931 sería-  toda vez que Gaitán “había sido elegido representante a la Cámara por Nariño. Cuando viajó para conocer el Departamento trajo pésimas impresiones producidas principalmente por quienes lo rodearon y acompañaron durante el viaje. Al regresar, pronunció en el Parlamento un discurso en el cual con tintes acentuados como era su estilo, sostenía que la población total de Nariño era aborigen y que vivían en condiciones mendicantes. Prescindió del análisis de los aspectos positivos de Nariño y no planteó ninguna solución a los problemas presentados”. Esa misma noche los parlamentarios nariñenses decidieron contestar a Gaitán y Del Hierro fue el escogido. (Según nuestros cálculos eran parlamentarios, los ipialeños Gerardo Martinez Pérez, Horacio Ortega, el tumaqueño Julio César Delgado, José Elías Dulce, Benjamín Burbano).

Así que, de atenernos a las memorias de Del Hierro, Gaitán habría estado en nuestro Departamento y naturalmente en Ipiales en 1931 y habría sido elegido Representante por Nariño para el bienio 1931-1933.

José Elías Del Hierro junto a Forero Benavides fueron los asesores históricos de la crónica del bogotazo que difundieron maniqueamente en “Revivamos nuestra Historia”, hace 40 años y que hace descansar la responsabilidad del crimen en los comunistas Lombardo Toledano y el venezolano Machado amén del escritor guatemalteco Cardoza y Aragón y del universitario cubano Fidel Castro.

“El ambiente revolucionario era claro, se lo respiraba. La intranquilidad no tenía límites y era peligroso transitar después de las seis por las calles de Bogotá, donde se formaban tumultos. “Jornada” (el periódico de los gaitanistas, jlp) anunciaba: “Lo que vendrá ahora será lo que el gobierno debe cosechar: la anarquía y el desorden”, dice Del Hierro.  “Las directivas de la IX Conferencia instalada en el Palacio de San Carlos recibieron el anuncio de que la delegación liberal se retiraría, presionada por Gaitán, aunque algunos liberales expresaron que estaban dispuestos a concretar a Gaitán y librarse de sus amenazas. Esas reuniones contaron con la presencia de Laureano Gómez, Antonio Rocha, Camilo de Brigard Silva y Carlos Lozano entre otros”.

Poco antes, dicen las memorias del delegado a la IX Conferencia José Elías Del Hierro, “Gaitán había dado a conocer el denominado “Plan de Abril” elaborado por el partido comunista para ser cumplido en la Conferencia Panamericana. Este plan exigía la participación del liberalismo y contenía entre otras exigencias el asesinato del Secretario de Estado de los Estados Unidos George Marshall, con el fin de impedir la condena unánime de los países al comunismo, y el plan integral en su contra. Inesperadamente se vio envuelto en un plan que no era el suyo, pero había ido demasiado lejos y sabía demasiado de los intentos del comunismo. Gaitán había creado un ambiente revolucionario, apoyado activamente por el sindicalismo infiltrado de fuertes dirigentes comunistas y con financiación del comunismo internacional”.

En aquel tufillo Macartista y sicopático que sufría el establecimiento, Del Hierro llega a decir que “había encendido (Gaitán) una pasión en el alma popular imposible de contener: se le había señalado un objetivo y se lo había envenenado presentando al gobierno y al conservatismo como autores de los atropellos que sufría, de muertes, de hambre. El doble juego del liberalismo había fracasado”.

Después de describir las exhaustas jornadas familiares sufridas, Del Hierro comenta sobre la entrevista de los jefes liberales en Palacio y las cajas destempladas que recibieron de Ospina Pérez quien se negó a entregar su banda tricolor. Interesadamente Del Hierro olvida que también Laureano Gómez desde su blindada trinchera del Ministerio de Guerra, en donde se guarneció vergonzosa y humilladamente, azuzaba a los generales y coroneles para que instaran a Ospina a abandonar la presidencia dejándolo todo en una junta militar. Aquí comienza la grave y esdrújula enemistad de entrambos monstruos.

Las conclusiones de Del Hierro no pueden ser más consabidas y sibilinas en un dirigente sectario: “Al formar gabinete mixto, el conservatismo conservaba el poder. Lo grave fue que esta colaboración se conservara, con debilitamiento del partido y su quebrantamiento en vísperas de elecciones. Con el paso de los días el liberalismo se afianzó en el poder, olvidó el servicio a la Patria para pensar solo en afianzarse como partido y debilitar al conservatismo (…) El golpe del 9 de abril fue un golpe fraguado, planeado y dirigido por el comunismo. Mucho se ha escrito sobre ello y existen los documentos que confirman este hecho. Fue una clara intervención del comunismo para buscar el fracaso de la IX Conferencia Panamericana, donde se planeaba establecer la formación de un frente continental anti-comunista”.

 

Nariñense –de Pasto- fue el médico que recibió al Gaitán moribundo en la Clínica Central, calle l2 entre carreras 5 y 6, hoy Universidad Autónoma

 

 

La muerte de Gaitán (Foto Luis Gaitán, Lunga; Color digital Laureano Ortiz Díaz)

 

Tenía 23 años el recién graduado Hernando Guerrero Villota. Recuerda que sobre la 1 de la tarde de ese día, él y su compañero Noel Gutiérrez estaban empezando a almorzar cuando una enfermera llegó a buscarlos y les dijo que había llegado un herido. Era su primer caso en ese turno que comenzó siete horas antes.

Guerrero cuenta que cuando llegó a la sala de cirugía vio que se trataba de Gaitán. “Me impactó mucho, porque sabía de quién se trataba”, recuerda este médico, especializado en ortopedia.

Con minuciosos detalles comienza a narrar que Gaitán llegó en muy mal estado. “Tenía un tiro en la parte posterior de la cabeza, que era el que más sangraba, otro en la parte derecha del tórax y otro en la parte izquierda. Los tres eran mortales”, dice el médico Guerrero, quien por 40 años fue director del Instituto Franklin D. Roosevelt.

“Él llegó descerebrado y casi sin respiración -cuenta-, le adecuamos un apósito para tratar de contener la hemorragia y le pusimos plasma ante la cantidad de sangre perdida, pero realmente ya no había nada que hacer. Ni siquiera hoy en día se habría podido hacer algo”.

A esa hora, agrega, la gente había roto puertas y vidrios de la clínica y todos estaban prácticamente encima de los médicos.

Según Guerrero, unos 15 minutos después, el médico Pedro Eliseo Cruz, quien llegó con Gaitán, dijo: “No hay nada que hacer, está muerto”.

Muchos de los que habían llegado hasta la clínica, al escuchar estas palabras, de inmediato salieron a la calle y ahí comenzó el ‘Bogotazo’.

Y sigue con su relato. “Muchas personas entraban hasta la sala de cirugía para untar sus pañuelos de la sangre de Gaitán”. Incluso a él trataron de quitarle la bata debido a que la tenía manchada con la sangre del líder liberal.

“Durante un rato tuvimos que encerrarnos en una habitación con mi compañero porque en una emisora dijeron que a Gaitán lo habíamos matado con una inyección mal puesta”.

Mientras Bogotá se convertía en un caos, pues los almacenes eran saqueados y la violencia se apoderaba de las calles, el cuerpo de Gaitán se quedó solo, cubierto por una sábana blanca.

Entre tanto, Guerrero y Gutiérrez se dedicaron a atender los múltiples heridos que llegaron al centro asistencial.

Era tal el caos que los médicos se pusieron en las solapas las agujas y el hilo para coser a los heridos. “Muchos llegaron con los trajes finos que acaban de lograr en el saqueo”, dice.

Fue una noche larga, sin electricidad y con mucha lluvia que arrastró parte de la sangre derramada en las calles de la ciudad.

A la mañana siguiente, muy temprano, el cadáver de Gaitán fue recogido por familiares en un campero. No había nadie más. “La gente se fue al saqueo y se olvidó de Gaitán”, dice Guerrero, en 2017.

El 9 de abril en Ipiales

 

Dice el editorial del semanario Sur Liberal, Ipiales, Tipografía de Augusto Del Hierro, edición 1 año 1, 17 de julio de 1948 dirigido por Nelson Enríquez de los Ríos, fundado y gerenciado por Leo Nel Chávez Agudelo:

… Conocimos a Gaitán en 1933, cuando hacia un viaje por los países sudamericanos. En Ipiales, fue recibido como un prometido del destino para dar batallas y salir triunfante. En un día lluvioso de ambiente tempestuoso y rubricado por el rayo, el pueblo se apretujaba como uno solo para escuchar inconmovible, a pesar de la lluvia que tamboriteaba por doquiera, al tribuno que le decía que hay que purificar las ideas, como se purifica el agua entre las nubes para hacer fructificar la tierra. Y aquí lo conocimos: pausado en el hablar, hasta que lo arrebataba el verbo sublime que lo convertía en un semidiós de la palabra: de tez morena, marcado tinte de los fuertes que dominan sin importarles la intemperie; sus ojos inquietos para abarcar cuanto lo rodeaba; su bien formada cabeza que desafiaba el pedestal regio de sus hombros robustos; su brazo enhiesto que hacía de su oratoria el ímpetu de su inteligencia privilegiada; de regular estatura lo vimos avanzar pausado y sonriente para estrechar efusivamente a cuantos llegaban a saludarlo…”

 

En marzo de 1946 Gaitán aterriza una mañana día en el campo aéreo San Luís. Una gran multitud de ipialeños y obandeños lo reciben con vivas y aplausos, luego lo encaraman en uno de los automóviles de la Empresa Caldas y Castrillón hasta el recientemente nombrado Parque Santander; allí se apea y camina un amplio tramo hasta que Alfredo Pantoja, el popular “Cuadrado” le ofrece su bicicleta en la que se monta; al pasar por la puerta del Grupo Cabal, un oficial del ejército que estaba en la guardia grita “¡viva Gaitán!”,  -cuentan que este miembro del ejército nacional días más tarde fue destituido por tal atrevimiento-.

La caravana va por toda la carrera sexta hasta llegar a la Plaza de La Libertad, o Parque 20 de Julio, donde se desarrolla un acto político y Gaitán se dirige a la muchedumbre desde uno de los balcones del “Club Ipiales”, ubicado entre las carreras quina y sexta, en una casona ubicada donde ahora están ubicadas las oficinas de la Notaria Primera, dirigida por el doctor Mauricio Vela Orbegoso

Momentos, más tarde se dirige, a pie, hasta el “Gran Hotel” considerado el mejor hotel de la ciudad, de propiedad de Pastor Viveros. En el almuerzo, se dice, fue atendido en el restaurante de doña Rosa Ayala.

Siempre acompañado por una gran multitud de admiradores Ipialeños, Jorge Eliecer Gaitán, Visitó el estudio fotográfico del maestro Teófilo Mera, ubicado en la carrera 5ª entre 3ª y 4ª, contiguo, donde actualmente está la Institución Educativa Inmaculada Concepción. Don Teófilo le tomó una fotografía, tipo retrato, además Gaitán posó con lo más representativo de la dirigencia liberal de Ipiales. En esta histórica fotografía aparecen, con el caudillo, algunos de los más destacados dirigentes liberales de esa época en Ipiales. En la parte superior, de izquierda a derecha Diógenes Cabrera, Pedro Erazo, Antoliano López, Alfredo Polo, José María Caicedo, Norberto Bravo, Plácido Mera Sarasti, Lisímaco Castrillón, Miguel Medina, Augusto del Hierro, Efraín Mora Herrera, Guillermo Montenegro Vela, Leo Nel Chávez Agudelo, Eduardo Pérez, Alfonso Alexander Moncayo, Humberto Ordoñez, Isaías Chaves, Ernesto Vela Castrillón, y Nabor Revelo.

 

Jorge Eliécer Gaitán, brindó la oportunidad de fotografiarse con líderes de Ipiales, en su visita. Foto: Teófilo Mera Ponce

 

Todo era normal en Ipiales, normal como cualquier medio día de un fin de semana común y corriente. Viernes 9 de abril de 1948, la gente se disponía al almuerzo, cuando quienes transitaban por la esquina de la novena con sexta escucharon a través del radio público, ubicado en la sastrería de don Victoriano Almeida (Carrera sexta, con calle novena esquina), La noticia del ataque a bala del cual había sido víctima el caudillo.

Como ocurrió en otros lugares de la nación la Radio fue uno de los elementos claves para que, sobre todo, los liberales, aquellos que admiraban al caudillo, se enfurecieran y decidieran atacar a las entidades gubernamentales que en ese entonces estaban manejadas por el partido Conservador.

Según testimonios de la época, una vez conocido el asesinato de Gaitán, en Ipiales la gente salió a protestar y demostrar su dolor profundo, alrededor de las 2:00 de la tarde, la manifestación se inició en la plaza principal y continuó hasta el Grupo Cabal, de allí regresó por la séptima hasta la calle 15, llegando a la esquina de la Aduana, por el extremo opuesto donde estaba acantonado el puesto de Policía Nacional, (actual centro Comercial Estrella); allí le salió al paso un pelotón de uniformados al mando del sargento Oseas Cabrera; dada la presión la policía disparó sobre los manifestantes hecho que dejó como saldo un muerto y varios heridos, entre los agentes resultó herido alguien de nombre José R. Salas. Dada la confusión se disuelve la manifestación y algunos se refugian en las casas de las familias Vela y Bustos situadas en la Plaza La Pola (Carrera Sexta con calle 13, esquina).

Minutos más tarde los manifestantes se volvieron a reorganizar y tomaron la carrera sexta rumbo al parque 20 de Julio, dirigiéndose a la Cárcel del Circuito donde, se dice, liberaron a los presos y tomaron algunas armas para luego dirigirse a Agencia de Rentas ubicada sobre la esquina de la calle de la escala (8ª con carrera 5ª). El secretario de hacienda era don Clélio Alvarado, quien, según los relatos, por miedo a que le destrozaran el carro oficial que manejaba, huyó a la ciudad de Pasto; entre tanto en la Oficina de Rentas Alfonso Tupaz y Ricardo Revelo, en compañía del agente central de rentas, escondían los libros de contabilidad, cuentas y documentos de importancia; al escuchar los gritos de protesta y la algarabía de los manifestantes el Jefe de rentas dio la orden de disparar.

La gente al parecer se dispersó. Momentos más tarde, llegó hasta la Oficina de Rentas del departamento una tropa del Ejército al mando del Comandante Jorge Villamizar y el Capitán Anatolio Álvarez quienes comentaron que “afuera había un muerto”, el Jefe de rentas aceptó que “había dado la orden de disparar, pero al aire”. El comandante Villamizar sugirió que los agentes de rentas fueran trasladados al Grupo Cabal, y encuartelados, así como se había hecho con los agentes de la Policía, mientras que las tropas del ejército se encargarían de restablecer el orden público. Se decretó el toque de queda en todo el territorio colombiano y a partir del 10 de abril las autoridades iniciaron las pesquisas para determinar los responsables de la revuelta para lo cual ordenaron la captura de un sinnúmero de sospechosos acusados de liderar los disturbios el 9 de abril.  (Relatos tomados del ensayo “Testimonios y documentos de 1948 en Nariño”. Carlos Calvachi Vivas, Miembro de la FINCIC. Revista Cultural Reto, N° 112, Diario del Sur. 13 de abril de 1986)

Según la edición 2 de Sur Liberal, el 20 de julio de 1948, la Sociedad “20 de junio” de la ciudad de Tulcán, Ecuador, en la celebración del día clásico de Colombia entronizó el retrato de Jorge Eliecer Gaitán en el salón de sesiones de dicha institución de trabajadores carchenses, estuvieron presentes su presidente honorario Roberto Grijalva, el cónsul de Colombia, el director liberal de Obando,  Vicente Rada Castro… se colocó la fotografía al lado de la de Eloy Alfaro, la foto fue  obsequiada por el directorio liberal de Ipiales y fue tomada en Ipiales, cuando el Caudillo liberal hacia campaña, en 1946, por el maestro Teófilo Mera.

En Ipiales se atiende el llamado del Liberalismo capitalino para contribuir al pago de la multa de $ 3.000 pesos, a la cual fue condenado en sentencia, a Carlos H. Pareja, miembro de la junta revolucionaria del 9 de abril, tío de Gabriel García Márquez, y luego columnista de periódico ipialeño “Sur Liberal” por haber expresado su protesta con el pueblo, el 9 de abril de 1948, por el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. El dinero sobrante sería destinado a la compra de una imprenta para el partido.

142 personas aproximadamente procedentes de municipios de Ipiales, Iles y Cumbal, aportaron entre $ 0,50 centavos y 10 pesos, logrando recolectar la suma de $ 212 pesos

El 25 de marzo de 1949 se organizó el Comité Femenino Liberal Obrero, presidido por Clemencia Castillón de Mejía, más de 45 integrantes y su primera proposición, el día de la instalación, fue enviar nota de dolor y sentimientos de la mujer ipialeña a doña Amparo Jaramillo de Gaitán y Gloria Gaitán Jaramillo, esposa e hija del inmolado Jorge Eliecer Gaitán. Y como tributo a su memoria prometían defender los ideales por los cuales Gaitán ofreció su vida en aras de la reconquista del poder y unión del partido liberal.

El 8 de abril el comité Liberal Femenino, envió a la tumba de Gaitán en la capital de la república una corona de laurel y una tarjeta de plata para que sea depositada por la colonia ipialeña residente en Bogotá en nombre de la mujer de esta ciudad

En cumplimiento de la Resolución número 3 del comité Liberal Obrero, el liberalismo de Ipiales a partir de las 7:00 de la mañana ofreció una misa oficiada por el Presbítero Juan Bautista Pérez, párroco de San Pedro Mártir, por el alma de Jorge Eliécer Gaitán, al conmemorarse un año de su asesinato. Al acto se invitó a través de carteles murales, además, en todos los balcones, puertas y ventanas de las casas se izaron a media asta banderas rojas con cintas negras.

También el Concejo Municipal para conmemorar tan infausta fecha, a las 12 del día colocó en el salón de sesiones en la galería de los hombres ilustres de la patria un retrato artísticamente elaborado por el señor Teófilo Mera y tomó lo palabra el Presidente de la corporación Avelino Vela Angulo.

Un año después de los hechos del 9 de abril en Ipiales, el periódico Sur Liberal exalta de manera poética, las figuras de quienes resultaron muertos y heridos en ese fatídico día que partió en dos la historia de nuestro país:

 

Roberto Guerra López, El Pisambillo

 

“… Por una rara coincidencia es un auténtico hijo del pueblo, es un muchacho de aquellos que no saben quiénes son sus parientes, sólo conoce a sus amigos, sus hermanos son sus compañeros de taller, es un obrero que trabaja joyas y lleva en sus ojos pardos el reflejo de las piedras preciosas que abrillantan sus hábiles manos, su juventud envidiable, 18 años, su atlético cuerpo es una promesa humana, 1,65 de altura y sus músculos fuertes al trabajo. Estaba enamorado.

El llanto de las mujeres satura el ambiente. La tarde cierra sobre Ipiales, con su crepúsculo de nubes rojas, cada uno llega a su hogar, con las palabras que se anudan en la garganta.

Vida de trabajo y alegría. El brillo de sus ojos iba fundiendo ilusiones mientras sus manos tallaban piedras preciosas. Siempre recordamos su estampa. Romántico revolucionario. El dolor de todo un pueblo lo invocó en un remolino.

Llegó hasta el portalón del estanco. Oscuros asesinos en el zaguán lo esperaban. Llevaba una pica en lo alto y así quedó para siempre, clavado en la noche de la muerte.

Noche de ignominia, persecución y miseria, cavando hasta que encuentre la aurora del año 50. Entonces habrá dado a sus compañeros de trabajo la tranquilidad y la vida, Pica de duro acero siempre estarás clavada en la casa conservadora.”

Sur Liberal. Nº 13, “Nuestros muertos de abril”, 9 de octubre de 1948.

 

José Rafael Ponce

 

I

Altivo y valeroso Ipialeño de Verdad.

El 9 de abril naciste para toda una eternidad.

Artista por temperamento, joven, moreno y audaz,

Luz y sombra del paisaje, alegría y muerte fugaz.

Dibujo de cordillera contra el tablero del cielo,

Agazapada la muerte te esperaba detrás del miedo.

II

Serenatas en las noches, poemas a las doncellas.

En sus almas sensitivas dejaron hondas huellas.

Como el caudillo ya muerto estaba en tu corazón,

Las balas lo buscaron en el fuego de tu pasión.

III

Roja bandera clavada en los altos de la sierra,

Dejaste tu alma olvidada al amparo de esta tierra.

 

Luego dice: “este poema que canta mis pesares guárdalo tu Graciela: porque él lleva para ti “la epopeya de las lágrimas, y el beso amargo entre dos bocas Amantes que la amistad apaga, dulce y margo como los recuerdos”

Ipiales, abril 7 de 1948.  El autor José Rafael Ponce B.

Sur Liberal, abril 9 de 1949.

 

Facsímil Sur Liberal, periódico ipialeño de la época

 

José Rafael Ponce, joven, malogrado poeta de 18 años de edad, pareciera que presintió su muerte heroica que después de pocos días le cupo en suerte, dejó un poema sencillo, una canción de amor a una novia de colegial, su amor parece quejoso de la mujer amada.

“Había caído con el grito en los labios, su corazón de poeta partido en dos; sus manos de artista se recogían dibujando la eternidad, ya no escribiría versos enamorados a las doncellas amigas, ya no dibujaría cuerpos de lujuria, había muerto el pintor, el artista, el amigo de todos; todavía lo recordamos cuando  en el cincuentenario de la fundación del Colegio de Nuestra Señora de las Lajas, llegaba alegre hasta la pequeña radiodifusora, siempre tenía un chiste, siempre un gracejo para todos, Ipiales lo quería por su simpatía innata, era un muchacho de una popularidad excluyente, por eso su muerte unida a la del jefe prendió la hoguera de la inconformidad.”

 

Los Heridos

 

Apartes sobre doña Julia Solís y los hechos del 9 de abril en Ipiales, narrados por su hija Carmela Solís, “La solana”, tomado de la Revista cultural “Provincia”.

“… Mi mamá Julia Solís era liberala de raza. Cuando el 9 de abril ella ya luchaba hacía tiempos por Jorge Eliecer Gaitán. Él había venido varias veces a Ipiales, (…) El 9 de abril ella estaba pelando papas, era la una de la tarde, cuando dijeron “mataron a Gaitán”, ella dejó botando todo y salió a reunir gente, porque en esa época era la única liberala a quien le hacían caso, (…) salió la gente desde la calle cuarta con sexta y empezaron a aglomerarse (…) al llegar (la manifestación) a la esquina del parque San Felipe, la policía quedaba en donde ahora los turcos tienen el Almacén Estrella, y ahí ya habían estado armados esperándonos  (…) mi mamá recogió la bandera y siguió reuniendo gente y al dar la vuelta le dieron un balazo en la pierna (…)

 

Julia Solís

 

… En el Parque san Felipe mataron a un Ponce y en el Parque 20 de Julio los del Resguardo de Rentas mataron al difunto Roberto, criado por las Portillas. Después fueron perseguidos toditos los liberales, a mí me tocó ir con mi mamá a dormir hasta con los marranos, escondiéndonos y ella con la pierna mala. Los presos fueron varios, como treinta, y los llevaron a Pasto. La gente se fue de la ciudad, otros ya no salían, había toque de queda, después vino a amansar la ciudad un sargento al que le decían “el busiraco”, ese al que cogía en la calle, al menos que sea liberal, lo escapaba a matar; fueron las mujeres las que lo hicieron correr de Ipiales, entre todas las mujeres le dieron duro. Muchas familias se fueron a vivir al Ecuador”.

 

Elías Burbano

 

“Otra bala de los asesinos sin nombre. Tocó el campeón de los surcos, al hombre de la dura tierra. En la mitad de su vida, ya lleva a rastras su pierna. Dolor en la casa de don Eliseo Concha, desaparecido Médico de los Pobres. Así cumple el programa del Gobierno Conservador.

Proyección a los agricultores. 39 años de labor, y otros más con el doble trabajo de una pierna rota. Por ahora no le pasamos la cuenta al conservatismo, pronto se las cobraremos con creces.”

 

Destacados hombres liberales de Ipiales, que fueron perseguidos, tomados prisioneros, acusados de hostigar los hechos acaecidos en la tarde del 9 de abril de 1948, en protesta del asesinato del caudillo: Segundo Cisneros, Plácido Mera, Alberto Maya, Miguel Medina, Victoriano Almeida, Pedro Nel Viveros, Florentino Ramírez, Víctor Terán, Augusto del Hierro, Rómulo Burbano, Raúl Chávez y Carlos Montenegro , Rómulo Burbano, Leo Nel Chaves Agudelo, Avelino Vela Angulo, Florentino Ramírez T., Jorge Viveros, Carlos Montenegro, Humberto Ramírez, Raúl Chaves, Cornelio Estupiñán, Victoriano Acosta, Placido Mera, Hernando Cabrera y Segundo Cisneros. (Fuente:  El informativo “La ipialeñìsima”, revista digital dirigida por Alirio Velázquez, 2021)

 

La prédica inconsolable por la paz

 

 

Gaitán: Oración por la Paz

 

JEGA desde la tribuna acomete la tarea de predicar y practicar la anhelada convivencia. Con él no surgió la violencia, como se dice conveniente o perversamente, sino que él fue la víctima emblemática y propiciatoria de aquel dantesco proceso criminal desatado desde el propio palacio de los presidentes por un partido minoritario que porfiaba por perpetuarse.

La suya fue una hazaña descomunal porque los motores esquizofrénicos, reaccionarios y represivos del régimen, eran inatajables. Tanto en Manizales como en Bogotá el mártir pronuncia sus postreras plegarias por la paz esquiva. En la Capital, las vísperas de su magnicidio, más de doscientas mil banderas negras y mudas presagian la victoria o el fin del Moisés que vislumbra la tierra prometida.

El bogotazo por eso se señala como un crimen de Estado. Tan es así, que, en su desasosiego, el pueblo liberal arrastró el cadáver del presunto sicario hasta las mismas puertas del palacio de Ospina Pérez, a devolvérselo a quien señalaron como culpable.

Siguió luego la entrega impune de las huestes gaitanistas por parte de los improvisados albaceas que nunca quisieron al egregio difunto. Fernando González los delató cuando dijo: “Mataron a Gaitán y a la media hora todos estaban empleados”. Y su hija: “La vida de Gaitán significó la derrota de la oligarquía. La muerte de Gaitán y el Bogotazo, fue la derrota del pueblo”.

En el patético documento “El Bogotazo, memorias del olvido”, Arturo Alape consigna la denuncia de Fidel Castro y sus severas inculpaciones a Darío Echandía, a Carlos Lleras, a Luis Cano, a Alfonso Araujo, a los autodenominados próceres del liberalismo, herederos gratuitos del verdadero Caudillo

Cuando de tribuno del ágora férvida y de plaza encapotada, hizo tránsito a reposado hombre de gabinete, ejecutor de sus prédicas, y ungido a la jefatura única del liberalismo a las puertas mismas del gobierno, la clase dirigente bipartidista, aún temerosa del camarada de los años treinta, optó por cegarle cruelmente la vida. Ese día el establecimiento confirmó que la transformación democrática se controla con el abatimiento de sus apóstoles.

Le correspondió la más negra de las edades. Para él –en su sacrificio- parece tributado aquel sublime y lacerante canto: “… Adiós potro valiente/ brazo alerta/ Jorge Eliécer, compañero/ que tus huesos no tengan paz/ sino combate/… no te fue fácil la vida/ Un odio feroz/ alimaña gigante/ te persiguió/ te ultrajó/ no te dio tiempo/ para llegar hasta tus sueños…”

 

Mil variaciones alrededor del crimen

 

Todas las interpretaciones han sido divulgadas, que son variaciones de la impunidad jurídica, política, social e histórica que ha redundado a favor de los victimarios que no satisfechos con su asesinato físico buscaron y buscan tergiversar su patrimonio doctrinario y ético. Pero deberá imponerse la convicción de que sólo la lealtad a sus banderas permitirá al pueblo alcanzar la plenitud democrática.

Surgen pues las mil y una variaciones alrededor de su biografía lacerante:

“Sin hipérbole, puede afirmarse que era el primer agitador popular de todos los pueblos latinos de América: superaba con fortuna a Lombardo Toledano, a Rómulo Betancur, a Perón, a Prestes, a Víctor Raúl Haya de la Torre. Hace un año, cuando viajamos con él a Venezuela, –dice “el leopardo” Silvio Villegas, en el otro vértice del triángulo partidista- tuvimos la medida de su peligrosidad y de su fuerza. En la inmensa plaza de “El Silencio” se congregaba el pueblo de la revolución, una vasta marea humana, rumorosa como un mar agitado. Habló Carlos Lozano, doctoral y grave, habló Betancur, macizo y directo; Manuel Seoane, uno de los grandes oradores de América, se expresó con dignidad y nobleza. También allí los tribunos revolucionarios de Cuba y Guatemala. Hablamos luego nosotros. Coronó el ilustre certamen Jorge Eliécer Gaitán. Cinco o diez minutos nada más.

“Desde el primer momento se adueñó del auditorio. Nunca hemos visto en nuestra vida una compenetración más perfecta entre el orador y “su pueblo”. Era la voz del pueblo, un potente órgano ejecutado por cien mil manos delirantes. Hasta los más indiferentes espectadores sentían la emoción de las grandes ceremonias nacionales y cívicas, el estremecimiento cordial, el cosquilleo de la médula. Nos “barrió” literalmente a todos. La impresión colectiva era que sólo Gaitán había hablado en esa tarde memorable. Al día siguiente solicitaban su presencia en Barquisimeto, en Cumaná, en ciudad Bolívar, en Maracaibo. Entonces comprendimos plenamente que Gaitán era la revolución y que no era posible contener su marcha ascensional hacia el gobierno”.

El también penalista y universitario de izquierda Luis Carlos Pérez dijo que “mientras vivió, sobre todo en los últimos años, Gaitán fue, para unos, un apóstol. Para otros, un demagogo. El pueblo vio en él al intérprete vengador de los sufrimientos de su clase, mientras la burguesía lo tuvo por enemigo de su tranquilidad. Quienes no amaban al caudillo, lo odiaban, aunque, en el momento de la elevación triunfal, la gran mayoría de estos se viera precisada a aceptarlo”.

Alberto Zalamea en “Autobiografía de un pueblo” (Bogotá, 1999, Zalamea Fajardo editores) identifica a Gaitán con las batallas libradas contra las constantes nacionales: la guerra, la violencia, la división, el escándalo, la pobreza, pero también con la lucha por el progreso y el derecho a la esperanza. “Por eso los capítulos básicos de la historia de Colombia en este siglo, se condensan en temas y palabras claves, en encrucijadas en donde Gaitán y el pueblo colombiano siempre se encontraron: Panamá, las bananeras, la iglesia sectaria, el imperialismo intervencionista, el país político y el país nacional, la violencia, el nueve de abril…”

“En su momento, Gaitán era el país, el hijo de su pueblo y sus mismas virtudes potenciales. Su bondad, su capacidad de lucha, su resistencia, su carácter. Gaitán es el paradigma de los nuevos tiempos y por eso quiere ser siempre el primero y por eso lo consigue. La suya es una lucha procelosa con el diario existir. Es el primer alumno del primer colegio. Es el universitario cum laude. Es el abogado triunfante. Es el creador de una nueva teoría del derecho. Es el más valeroso de los denunciantes. Es el conferencista por antonomasia. Nadie lo supera en la oratoria. Es un hombre de cultura, sobrepasa a todos sus competidores. Sus triunfos le vaticinan el cadalso político, por eso lo matan y luego lo ignoran, lo descalifican, lo calumnian” (p.280)

En sus memorias el general Álvaro Valencia Tovar, sostiene que media hora antes del magnicidio, en Barquisimeto circuló ya la noticia. Y es conocido de los círculos comprometidos que Laureano Gómez estaba enterado con anticipación del atentado. No en vano el presunto sicario Juan Roa Sierra había sido operario de “El Siglo”.

 

De Gloria Gaitán Jaramillo

 

 

Jorge Eliecer Gaitán, Amparo Jaramillo de Gaitán y su hija Gloria Gaitán (Color digital Leonardo Ortiz)

 

“Quien está encargado del manejo de la Casa-Museo, un individuo de apellido Torres –a quien estoy enviándole copia de este correo–, les dice a los visitantes que mi mamá no amaba a mi papá y que, por eso, inmediatamente después de su asesinato, se “largó” (sic) para Europa con su amante. Tamaña infamia hace parte del propósito de sepultar la memoria de Jorge Eliécer Gaitán denigrando de su familia, cuando bien saben que a mi papá lo enterraron a la fuerza en la sala de nuestra casa para romper la resistencia de mi madre, que había jurado que no dejaría sacar su cuerpo de nuestro hogar hasta que cayera el presidente Mariano Ospina Pérez, por ser autor intelectual del crimen.

“Mamá tuvo que hacerles frente a grandes dificultades económicas y solo hasta 1952 no logró que pudiéramos exiliarnos en Suiza gracias al dinero que capitalizó con un almacén de antigüedades que puso con Gilberto Hernández. En Suiza, mi mamá se asoció con otro anticuario y así pudimos vivir seis años alejadas de la persecución que contra nosotras ejerció el Gobierno. Sufrir el memoricidio es una etapa terrible para quienes, además de vivir la impunidad y la hipocresía frente al asesinato de nuestros parientes, debemos someternos a la calumnia y a la persecución post mórtem.

Es un viejo método de acoso a las familias de los mártires, que está muy bien ilustrado en la condena a José Antonio Galán, el Comunero, firmada por Juan Francisco Pey y Ruiz, Juan Antonio Mon y Velarde, Joaquín Vasco y Vargas, Pedro Catani y Francisco Javier Serna, que dice: será ‘declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al Real Fisco; asolada su casa y sembrada de sal, para que de esta manera se dé al olvido su infame nombre…’.

“Este correo, entonces, hace las veces de pequeño homenaje a mi madre y mi abuela en el día en que en Colombia celebramos el día de la madre y yo tengo prohibido acercarme a sus tumbas. Gloria Gaitán”.

 

Su esposa Amparo jaramillo acompañándolo en su despedida, junto a su máscara mortuoria. Color agregado digitalmente por Leonardo Ortiz Díaz

 

De López Michelsen

 

Cuando López Michelsen ejercía la Presidencia lo escuchamos en su discurso conmemorativo de los 30 años de la muerte de Gaitán, en su Casa Museo del Barrio Teusaquillo. Acompañado del alcalde mayor Bernardo Gaitán Mahecha, aventuró la tesis del lio de faldas que, según él, había motivado el magnicidio. Pero no en el sentido que le dieron su hija o sus detractores, sino en el entendido de que el supuesto asesino, Jorge Roa, le había jurado a su amante que se recordaría de él por lo que estaba a punto de ejecutar.

Nada más lejos en López que descalificar a Gaitán, de quien había sido su amigo y colega de profesorado en La Nacional y en la Libre y de Cabildo en la Capital:

“Nunca fui amigo personal de Gaitán, dada la diferencia de edades entre los dos (diez años, jlp.), pero nuestras relaciones siempre fueron cordiales y respetuosas. Éramos colegas de la Universidad Nacional, cuando yo ingresé como profesor de Derecho Constitucional, a los 24 años. Gaitán tenía una gran curiosidad intelectual por nuestra generación, y muchas veces pasamos largas veladas en el Palace de la calle 26, que era su cuartel general, conversando horas enteras”.

En otra ocasión López relató que lo había conocido siendo adolescente “por mi tío, Luis Michelsen, un hermano de mi madre que, desde sus años de estudiante en Europa cuando habían convivido, había llegado a ser uno de sus amigos más íntimos, al punto de que, cuando se casó el doctor Gaitán, la relación se extendió a su hogar, en donde era considerado prácticamente como un miembro de la familia. Siguieron siendo amigos toda la vida, hasta el punto de que no sólo Gaitán sino la señora, cada vez que peleaban entre ellos, acudían a mi tío Luis Michelsen. Se murió antes del 9 de abril, y me acuerdo de Gaitán en el entierro llorando como si fuera uno de los deudos”.

Fueron también colegas en el Concejo Municipal de Bogotá, cuando López se iniciaba en la política combatiendo juntos un contrato de teléfonos, por medio del cual se adquiría la vieja planta, de propiedad de una compañía norteamericana, The Bogotá Telephone Company.

En algún texto López Michelsen relievaba la educación europea de Gaitán, esquiva a muchos de la llamada oligarquía:

“Contados en los dedos de la mano eran aquellos apellidos de quienes, por desempeñar sus progenitores cargos diplomáticos como un Arango Vélez, un Rueda Concha, un Lozano Lozano, o por pertenecer a las familias más acaudaladas de la nación, como los Valenzuelas, Obregones, Vengoecheas o Bordas, tuvieron el privilegio de frecuentar colegios y universidades del Viejo Mundo. Gaitán, sin pertenecer a ninguna de estas dos categorías, y gracias a su propio esfuerzo, perfeccionó sus estudios en Roma, como no pudieron hacerlo sus émulos: Los Lleras, Echandía, Gabriel Turbay, Antonio Rocha, Alejandro Galvis Galvis, Germán Arciniegas, Caicedo Castilla, Jorge Soto del Corral y tantos otros a quienes la vida aparentemente había dotado de comparables facultades intelectuales, y de superiores entronques familiares y económicos que, sin embargo, no les permitieron una tan precoz familiaridad con medios universitarios distintos de los de Bogotá, Medellín y Popayán”.

El que sí se fue para Bélgica en 1906 fue Enrique Olaya Herrera recién graduado abogado de la Universidad Republicana con tesis de grado sobre “la libertad condicional”. En el país del noroeste europeo el guatecano se postgraduó en diplomacia y sociología en la Universidad Libre de Bruselas regresando en 1909 apenas para el 13 de marzo, para denostar de Rafael Reyes de quien había recibido la beca. Gracias a ese discurso febricitante Olaya fue Constituyente en 1910 por el Departamento de Quesada que había creado el dictador también boyacense.

Lejos de ser el demagogo barato que la tradición ha recogido, Gaitán era un hombre de disciplinas universitarias, de formación académica, que hubiera podido regentar su cátedra de Derecho Penal con singular brillo en cualquier universidad. Pocas artes, contrariamente a lo que piensa el vulgo, son tan esquivas como la demagogia, concluye López Michelsen en su versión apologética de JEGA

En la “Posdata” López reitera la característica muy gaitanista de exponer ante los auditorios cultos una construcción filosófica y jurídica de claros perfiles, sin perjuicio de simplificarla en la plaza pública como aquella teoría de la –desvirtuada por él- identidad de los partidos a propósito de las plataformas y los programas, pero a la hora de dirigirse a las muchedumbres no vacilaba en denunciar que “el hambre no es liberal ni conservadora sino pálida como la muerte”. Esa era su estrategia de desconocer las fronteras partidistas. De igual manera explicaba en la universidad el delito en función del medio social, “el caldo de cultivo”, del positivismo, pero cuando se trataba de hacer política transformado en espiritualista, “la restauración moral” florecía en sus labios con el mismo alcance con que los conservadores de nuestro tiempo analizan cuestiones sociales y económicas, como ocurrió con el proyecto de reforma agraria a la luz de sus implicaciones morales.

Y en otra ocasión recuerda el debate que libró Gaitán con José Mar, a propósito de la dialéctica materialista frente al tomismo, en la cual “pudimos apreciar, qué tan equivocados andaban quienes creían ver en Gaitán un político con facilidad de palabra. De ahí también, su perpetua obsesión contra lo que él llamaba “la mecánica política” y su insistencia en que se había “quemado las pestañas” estudiando en los textos todo lo relacionado con las cuestiones económicas y sociales”.

Y sobre “El Bogotazo” también echa su cuarto a espadas:

“Decíamos que “El bogotazo” es también una fecha en nuestra historia económica, porque aquel primer semestre de 1948, los índices del costo de vida especialmente en la ciudad de Bogotá, estaban alcanzando fabulosas proporciones y el descontento general alcanzaba a todos los sectores. Los comerciantes que experimentaban la limitación de sus aspiraciones de importar a su antojo, como lo habían hecho en los dos años anteriores, para vender en un mercado completamente desprovisto; los agricultores, que acababan de atravesar por uno de los más rigurosos veranos de que hay memoria, no estaban en capacidad de disfrutar de los altos precios causados por la gran demanda, en vísperas de la Novena Conferencia. Todo esto acababa de reflejarse en el precio de las matrículas de los colegios que resumen, en la respectiva alza anual, el balance económico para ciudadano en el año anterior, y muchos padres de familia tenían que prescindir de darles educación a sus hijos. Agréguese a esto -dice desde Méjico López en su estudio sobre Cuestiones Colombianas, 1955-, el descontento del partido liberal por la violencia que contra sus afiliados se ejercía en las provincias y lo escandaloso de los gastos inútiles que se adelantaban con ocasión de la Conferencia (decretados por el inefable Laureano Gómez, como canciller, jlp.) y se verá de qué manera, lejos de ser un fenómeno independiente, surgido de la nada, el “bogotazo” venía a ser la conjunción forzosa de un fenómeno económico y social nuestro.

Atribuir al partido comunista un plan premeditado del cual habría hecho parte el asesinato de Gaitán, para capitalizar el malestar reinante, es algo que no abonan los hechos conocidos hasta el presente y que, por el contrario, ante la repetición de sucesos semejantes, con motivos similares en otros países de la América Latina, si bien es menor escala pierde asidero cada día. Curioso es observar en qué manera la represalia popular por el asesinato de su conductor se ejerció principalmente contra los edificios públicos, las iglesias y conventos, los hoteles y comercio; pero en ningún caso contra las fábricas. Ahondando más en la investigación, me atrevería a pensar que los obreros industriales, casta privilegiada que he descrito en renglones anteriores, no participó inicialmente en los desórdenes”.

“Además —diría mucho después en “Palabras Pendientes”— nunca se ha conseguido comprometer a nadie distinto en el asesinato. Con policías ingleses, con un millón de folios en el expediente, con la historia de la CIA, nunca han conseguido comprometer a nadie más en la muerte de Gaitán. En cambio, sobre la desviación mental de Roa Sierra y sobre la historia de la mujer sí hay testimonios.

“Fue entonces cuando emplee la frase de que había sido una cuestión de faldas y eso sacó de casillas a la familia de Gaitán, que insiste en que fue un crimen ordenado por Ospina Pérez a través de un coronel llamado Virgilio Barco, tocayo de nuestro Virgilio, que era el jefe de la policía. La familia sostiene que Barco estaba sentado en un café viendo que se ejecutaran sus órdenes, y que luego el gobierno tapó todo. Yo no creo, ni hay ninguna prueba de que Ospina fue el autor intelectual de la muerte de Gaitán. Más aún: lo que yo creo es que no hubo un autor intelectual”

“Murió asesinado en circunstancias misteriosas, en lo que parece ser un magnicidio de larga gestación en el cerebro de un loco, despechado por los desdenes de una amante, a quien le prometió cobrar inolvidable estatura ante la historia. Roa Sierra, tal parece ser su nombre, fue el autor material del delito, al que jamás se le han podido establecer autores intelectuales. Dentro de la gran aldea, que era Bogotá, transformada súbitamente en ciudad huésped de una conferencia continental, se cumplió el holocausto, que partió en dos la historia de Colombia. Habíamos sido demasiado pobres, tradicionalmente, para asistir sin traumatismos a un despliegue de obras suntuarias, casi todas ellas útiles por otros aspectos, que se fueron realizando en la ciudad timorata y avara, en un ambiente comparable al que describe García Márquez en sus novelas, cuando va a ocurrir algún gran suceso. Durante cinco noches la ciudad fue saqueada y semidestruida en un acto de protesta colectiva comparable, proporciones guardadas, a la Comuna de París, cuando fue necesario recurrir a las tropas de Versalles para reducir a sangre y fuego al proletariado parisiense.

“¿El poder para qué?”, fue la frase que, según la crónica, brotó de los labios de Darío Echandía, cuando se le pidió que encabezara una marcha hacia palacio para exigir del Presidente de la República la entrega del poder, obligándolo a presentar renuncia de su cargo.

Nada desdeñable fueron estas palabras que muchos hemos puesto en solfa en horas de lucha, a través de los años. La verdad es que el ilustre repúblico, en plena lucidez, sabía que la protesta bogotana no era de carácter político sino social y que la comisión de liberales que se presentaría en Palacio, para pedir la entrega inmediata del mando, si bien tenia personería del Partido en la provincia, había perdido todo control sobre los insurrectos de la Capital, que no lloraba al jefe de un partido histórico sino a un apóstol de los nuevos tiempos, desligado de las lealtades tradicionales.

De esta suerte, el motín capitalino nada tuvo que ver con el dolor de los liberales rasos, de los viejos servidores de la causa. El equívoco frente al “establecimiento” y al “sistema” seguía a Gaitán más allá de la tumba y aquella misma noche entre las llamas y los disparos que habían convertido el centro de la ciudad, en un campo de batalla, el liberalismo se definió a sí mismo como una de las piezas claves de la burguesía nacional amenazada por quienes veían en Gaitán un Dios vengador de las injusticias sociales.

 

“El liberalismo de Bogotá dio la mayor demostración de su historia. Doscientos mil liberales rindieron tributo al doctor Gaitán” El Tiempo, 9 de abril de 1949 Foto Sady González (Color digital Leonardo Ortiz)

 

Gabo Gaitanista

 

Sin perjuicio de volver en otra publicación sobre este tema, vale la pena rescatar la versión de Gabo en “Vivir para contarla”, que últimamente se ha visto reforzada con una película de Miguel Torres:

“Cincuenta años después mi memoria sigue fija en la imagen del hombre que parecía instigar al gentío frente a la farmacia, y no lo he encontrado en ninguno de los innumerables testimonios que he leído sobre aquel día. Lo había visto muy de cerca, con un vestido de gran clase, una piel de alabastro y un control milimétrico de sus actos. Tanto me llamó la atención que seguí pendiente de él hasta que lo recogieron en un automóvil demasiado nuevo tan pronto como se llevaron el cadáver del asesino, y desde entonces pareció borrado de la memoria histórica. Incluso de la mía, hasta muchos años después, en mis tiempos de periodista, cuando me asaltó la ocurrencia de aquel hombre que había logrado que mataran a un falso asesino para proteger la identidad del verdadero”.

“Los conservadores habían gobernado el país desde la independencia de España, en 1830, hasta la elección de Olaya Herrera un siglo después, y todavía no daban muestra alguna de liberalización. Los liberales, en cambio, se hacían cada vez más conservadores en un país que iba dejando en su historia piltrafas del mismo. En aquel momento tenían una elite de intelectuales jóvenes fascinados por los señuelos del poder, cuyo ejemplar más radical y viable era Jorge Eliécer Gaitán. Este había sido uno de los héroes de mi infancia por sus acciones contra la represión de la zona bananera, de la cual oí hablar sin entenderla desde que tuve uso de razón. En su discurso no hablaba de liberales y conservadores, o de explotadores o explotados, como todo el mundo, sino de pobres y oligarcas, una palabra que escuché entonces por primera vez martillada en cada frase, y que me apresuré a buscar en el diccionario.

“El partido conservador que había recuperado la presidencia por la división liberal después de cuatro periodos consecutivos, estaba decidido por cualquier medio a no perderla de nuevo. Para lograrlo, el gobierno de Ospina Pérez adelantaba una política de tierra arrasada que ensangrentó el país hasta la vida cotidiana dentro de los hogares.

“Así fue la marcha del silencio, la más emocionante de cuantas se han hecho en Colombia. La impresión que quedó de aquella tarde histórica, entre partidarios y enemigos, fue que la elección de Gaitán era imparable. También los conservadores lo sabían, por el grado de contaminación que había logrado la violencia en todo el país, por la ferocidad de la policía del régimen contra el liberalismo desarmado y por la política de tierra arrasada.

“Las cuadrillas de limpiabotas armados con sus cajas de madera trataban de derribar a golpes las cortinas metálicas de la farmacia Nueva Granada, donde los escasos guardias habían encerrado al agresor para protegerlo de las turbas enardecidas. Un hombre alto y muy dueño de sí, con un traje gris impecable como para una boda, las incitaba con gritos bien calculados. Y tan efectivos, además, que el propietario de la farmacia subió las cortinas de acero por el temor de que la incendiaran. El agresor, aferrado a un agente de la policía, sucumbió al pánico ante los grupos enardecidos que se precipitaron contra él.

– Agente -suplicó casi sin voz-, no deje que me maten.

“Nunca podré olvidarlo”, recuerda emocionado Gabo. “Tenía el cabello revuelto, una barba de dos días y una lividez de muerto con los ojos sobresaltados por el terror. Llevaba un vestido de paño marrón, muy usado con rayas verticales y las solapas rotas por los primeros tirones de las turbas. Fue una aparición instantánea y eterna, porque los limpiabotas se lo arrebataron a los guardias a golpes de cajón y lo remataron a patadas.

– ¡A palacio!, ordenó a gritos el hombre de traje gris que nunca fue identificado. ¡A palacio!

“Permanecí en el lugar del crimen unos diez minutos más, sorprendido por la rapidez con que las versiones de los testigos iban cambiando de forma y de fondo hasta perder cualquier parecido con la realidad.

“Las discrepancias eran insalvables sobre el número y el papel de los protagonistas, pues algún testigo aseguraba que habían sido tres que se turnaron para disparar y otro decía que el verdadero se había escabullido entre la muchedumbre revuelta y había tomado sin prisa un tranvía en marcha.

“El liberalismo, en cambio, demostró estar dividido en las dos mitades denunciadas por Gaitán en su campaña: los dirigentes que trataban de negociar una cuota de poder en el palacio presidencial, y sus electores que resistieron como podían y hasta donde pudieron en torres y azoteas.

“La primera duda que surgió en relación con la muerte de Gaitán fue sobre la identidad del asesino. Todavía hoy no existe una convicción unánime de que fuera Juan Roa Sierra, el pistolero solitario que disparó contra él entre la muchedumbre de la carrera séptima. Lo que no es fácil de entender es que hubiera actuado por sí solo si no parecía tener una cultura autónoma para decidir por su cuenta aquella muerte devastadora en aquel día, en aquella hora, en aquel lugar y de la misma manera.

“Sin embargo, lo único que me dejó un rastro de dudas que nunca he podido superar fue el hombre elegante y bien vestido que lo había arrojado a las hordas enfurecidas y desapareció para siempre en un automóvil de lujo.

“En medio del fragor de la tragedia, mientras embalsamaban el cadáver del apóstol asesinado, los miembros de la Dirección Liberal se habían reunido en el comedor de la Clínica Central para acordar fórmulas de emergencia capaces de conjurar el cataclismo que amenazaba el país.

“Lo que se sabe de aquella audiencia se lo debemos a lo poco que contaron los mismos protagonistas, a las raras infidencias de algunos y a las muchas fantasías de otros, y a la reconstrucción de aquellos días aciagos armados a pedazos por el poeta e historiador Arturo Alape, que hizo posible en buena parte el sustento de estas memorias.

“Al cabo de un largo intercambio de numerosas tentativas, Carlos Lleras Restrepo propuso la que había acordado la Dirección Liberal en la Clínica Central y que se habían reservado como recurso extremo: proponerle al Presidente que delegara el poder en Darío Echandía, en aras de la concordia política y la paz social.

“Y ante una nueva insistencia de Lleras Restrepo sobre su retiro, Ospina se permitió recordar su obligación de defender la Constitución y las leyes, que no sólo había contraído con su patria sino también con su conciencia y con Dios. Fue entonces cuando dicen que dijo la frase histórica que al parecer no dijo nunca, pero quedó como suya para siempre jamás: “Para la democracia colombiana vale más un presidente muerto que un presidente fugitivo”.

“Ninguno de los testigos recordó haberla escuchado de sus labios ni de nadie. Con el tiempo se le atribuyeron talentos distintos, e incluso se discutieron sus méritos políticos y su validez histórica, pero nunca, su esplendor literario. Fue desde entonces la divisa del gobierno de Ospina Pérez y uno de los pilares de su gloria.

“Todo sueño de cambio social por el que había muerto Gaitán –sentencia un Gabo demudado-  se esfumó entre los escombros humeantes de la ciudad. Los muertos en las calles de Bogotá, y por la represión oficial de los años siguientes, debieron ser más de un millón, además de la miseria y el exilio de tantos. Desde mucho antes de que los dirigentes liberales en el alto gobierno empezaran a darse cuenta de que habían asumido el riesgo de pasar a la historia en situación de cómplices.

“Entre los muchos testigos históricos de aquel día en Bogotá, había dos que no se conocían entre sí, y que años después serían dos me mis grandes amigos. Uno era Luis Cardozo y Aragón, un poeta y ensayista político y literario de Guatemala, que asistía a la Conferencia Panamericana como canciller de su país y jefe de su delegación. El otro era Fidel Castro. Ambos, además fueron acusados en algún momento de estar implicados en los disturbios.

“De Cardoza y Aragón   se dijo en concreto que había sido uno de los promotores, embozado con su credencial de delegado especial del gobierno progresista de Jacobo Arbenz en Guatemala”.

Milita una nueva versión que apunta a una revancha de Roa contra la familia Gaitán si se tiene en cuenta que don Eliécer —el papá del caudillo— había rematado la casa de los Roa circunvecina en Las Cruces.

 

Una variación nada alucinada

 

Jorge Plata Umaña declara que hizo tomas de la carrera 7ª y tuvo oportunidad de captar la escena del asesinato. Las películas fueron decomisadas. “Roa Sierra en el momento del asesinato estaba parado en la esquina con su caja de betún en la mano…  de un momento a otro aparecen unos tipos que gritan: ese fue, ese fue… cójanlo… que se le abalanzaron, lo mataron y lo arrastraron por la séptima…”

 

De Carlos Restrepo Piedrahíta

 

El encomiado constitucionalista Carlos Restrepo Piedrahita, quien vivió y estudió en Ipiales, Decano de Derecho Constitucional del Externado de Colombia, echa también su cuarto a espadas sobre “El Bogotazo”.

Restrepo Piedrahita trabajó con Jorge Eliecer Gaitán cuando era Ministro de Trabajo y durante “El Bogotazo” participó en la toma del radio periódico Ultimas Noticias para constituir una Junta Revolucionaria, junto con Diego Montaña Cuéllar, Adán Arriaga Andrade, Eduardo Gaitán Durán, Jorge Zalamea y Gerardo Molina. Sin menoscabar la impaciencia beligerante de Carlos H. Pareja.

Publicado originalmente en el semanario Sábado, Año VI, Nº 297, abril 9 de 1949, pp. 3 a 14, Restrepo Piedrahita relata:

“Un amigo, Santiago Muñoz Piedrahita, llegó a mi departamento pocos minutos antes de las dos de la tarde, con el mismo sobresalto que nos invadía a quienes aquella hora sabíamos ya de la trágica noticia, y en su automóvil nos dirigimos desde Chapinero hacia el centro de la ciudad. Veníamos a ponernos en contacto con nuestro habitual periódico de labores, El Liberal. Al pasar frente a la fábrica de “Bavaria”, uno de los obreros nos interceptó el paso, blandiendo una varilla de acero en una mano y una gruesa piedra en la otra. Con gesto desesperado y grito adolorido – signos de amor entrañable que el pueblo sentía por el Caudillo – quiso sorprendernos: – Asesinaron a Gaitán… Por la Radio Nacional, sin embargo, el gobierno informaba que “el caso no era desesperado” … – Declaren la huelga respondimos. – Ya paramos todas las máquinas, Vamos a tumbar a este gobierno de asesinos. Fue el primer impulso natural del pueblo. A nuestro paso notamos que las banderas de los países participantes en la Conferencia Panamericana y que habían sido izadas frente al antiguo Panóptico, no lucían sus colores al aire. Ni las banderolas instaladas en los postes y faroles de la energía. El pueblo anónimo en rebelión las había abatido, no como un sentimiento de animadversión contra la importante reunión diplomática de países americanos, sino porque en ellas y en muchas otras cosas y partes – en el Palacio de San Carlos, en la Cancillería, en el Venado de Oro – ese pueblo reconocía la impronta de un hombre, el más odiado en esas inenarrables horas de angustia. En la atormentada ánima de las gentes humildes, de las mujeres, de los niños, de los estudiantes, se descargaban como un fulminante arco voltaico dos tremendas fuerzas antitéticas: la desesperación por el asesinato que se acababa de perpetrar en el más caro de sus caudillos y el rencor infinito, aullante, contra el más caracterizado y reconocido evangelista de la violencia, cuyas prédicas venían dando en los últimos meses los malhadados “frutos de la maldición”, cuyos efectos padecía la inerme masa de la pobrecía con toda su secuela de miserias y desgracias. Ese hombre, Laureano Gómez, y el pueblo en rebelión no quería que en Colombia quedara siquiera una huella dejada por él. El nunca bien lamentado incendio de San Carlos y de varias dependencias oficiales no fue una reacción nihilista contra el Libertador, ni un deliberado y premeditado irrespeto contra nuestra más grande tradición histórica. No. Fue que, en ese instante supremo de ansiedad, de asombro y de ira, la multitud aguzó su olfato y donde percibió rastros de ese ciudadano, quiso calcinar la tierra. Yo no justifico aquellos irreparables y absurdos brotes de desenfreno, pero la explicación realista es esa. Por allí había pasado un hombre, a quien el pueblo odiaba con todas las fuerzas del alma. En todas partes estaban los aparatos de radio sintonizados a pleno volumen. De sus parlantes emergía un agitado rumor de tumulto in crescendo. Se multiplicaban en las ondas las voces inidentificables. La protesta se encendía fulgurante, como una tea, en cada arenga ¿De quién partió inicialmente la consigna de saquear las ferreterías, de que el pueblo se armara como pudiera? ¿Quién podría saberlo? – ¿Y quién es Fuente Ovejuna? – Todos a una De repente hubo alguien – ¿quién fue ese alguien? – que se atrevió a pronunciar en público lo que desde hacía medio siglo no se escuchaba en Colombia

– ¡A la revolución! Y todos proclamaban la revolución como el derecho primario del pueblo en ese instante. A medida que corrían los minutos, registrando el más temeroso ritmo que la nación haya producido a lo largo de su existencia, se evidenciaban dos fenómenos que sólo el oyente poseído de cierto grado de serenidad podía captar en medido del vértigo: de una parte, la creciente exacerbación de los espíritus. De otra, la presencia simultánea y acechante del más peligroso de los reactivos, de los catalizadores, para momentos como ese en que se requerían supremas decisiones subitáneas; ¡la anarquía! Era una ingenuidad, para no decir que una locura, invitar a una “revolución”: en esas condiciones, como si fuera posible hacer revoluciones por generación espontánea. – Los informes que tienen el gobierno son de que se trata de un golpe comunista de carácter internacional. El asesino era miembro activo de ese partido. Así, francamente, con cursiva y audaz tartufería, se lavaba el gobierno las manos en presencia de las delegaciones plenipotenciarias de todos los países de América. Esas declaraciones las hizo telefónicamente el entonces secretario general de la presidencia, señor Rafael Azula Barrera, cuando de El Liberal se les preguntó a las dos y media de la tarde sobre los sucesos. En media hora habían alcanzado a hornear en Palacio la versión adecuada para quedar bien con los huéspedes y no darles tiempo a que averiguaran por qué desde meses atrás estaba declarado el estado de sitio en las atormentadas tierras de Santander… Además, teníamos en casa a Mr. Marshall, y ninguna oportunidad mejor para impresionarlo decisivamente contra el partido liberal. De entonces data directamente la cruzada césaro-papista para identificar farisaicamente al liberalismo con el comunismo. Sólo que Mr. Marshall, menos sugestionable de lo que suponían aquí los miembros de la hegemonía efímera y funesta, cuando ya estuvo en Washington, tonificado por el enérgico aire de la primavera, pudo hacerse la reflexión íntima: – “Los conservadores me engañaron!”.

La pregunta que florecía en todos los labios, durante las dos primeras horas subsiguientes a la muerte de Jorge Eliécer Gaitán era: – ¿Y cómo va a responder el gobierno del asesinato? Pero, ¿cuál gobierno? Si el gobierno no es solamente una fórmula constitucional, una entelequia jurídica, un postulado institucional. El gobierno es esencialmente una relación humana indisoluble de gobernantes y gobernados con una correspondencia necesaria y constante de fines recíprocos, una alianza inevitable de la voluntad general con los mandatarios. Es, parafraseando la inmortal definición que el Dante consignó en su De Monarchia sobre el Derecho, una proporción real entre la autoridad y los ciudadanos, que cuando se respeta, asegura el orden social, pero que violada lo corrompe y desquicia.

El horroroso crimen fue como una colosal descarga energética que penetró la estructura molecular de la nacionalidad, y estuvo a punto de desintegrarla. Para fortuna de Colombia, todavía le quedaba como última barrera defensiva la envoltura protectora del átomo esencial de su destino, que no pudo vencer la irradiación disolvente del caos. Por lo demás, el gobierno como forma humana, era una dispersión que el miedo físico de la mayoría de sus personajes había dejado precariamente reducido al jefe de Estado, uno o dos de sus ministros y su equipo de subalternos ministeriales. El ochenta por ciento del equipo de ese gabinete homogéneo y hegemónico de cuarenta días nefastos – 40 días que estremecieron a Colombia – yacía debajo de las mesas de la residencia de cada uno de los titulares. De uno de ellos se sabe, fuera de su vesánica ocurrencia de aconsejarle por control remoto al presidente que resignara su cetro en una junta militar, que durante su seguro refugio en el ministerio de guerra estuvo atacado de una reveladora y elocuente relajación intestinal incontenible. Así culminaban treinta años de predicar la violencia entre los colombianos. ¡Con pávida diarrea! (…)”

Congestión estomacal que certifica también la inefable doña Bertha de Ospina Pérez, primera dama, en reportaje a Iader Giraldo: “Fui a visitar a Laureano, que decían que estaba enfermo, en el Ministerio de Guerra…En realidad tenía un agudo dolor de estómago”.

 

En el edificio de Agustín Nieto

 

El 9 de abril de 1948, el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán se encontraba en su despacho con Plinio Mendoza Neira, Pedro Eliseo Cruz, Alejandro Vallejo y Jorge Padilla, salen a almorzar a la 1:00 pm y saliendo del ascensor, Mendoza Neira toma del brazo a Gaitán y se adelantan al resto de personas, al llegar a la puerta Juan Roa Sierra dispara sobre el político. Tres balas impactaron en el cuerpo del abogado penalista y dirigente liberal causándole la muerte pocos minutos después en la Clínica Central, mientras su amigo, el médico Pedro Eliseo Cruz procedía a efectuarle una transfusión de sangre. Los que presenciaron el trágico evento (personas humildes en su mayoría: limpiabotas, loteros, etc.) persiguieron al asesino mientras gritaban: “Mataron al doctor Gaitán, cojan al asesino”, hasta que finalmente un funcionario de la Policía lo introdujo en una droguería a unos pocos metros del lugar donde ocurrió el magnicidio e intentó protegerlo de la multitud que lo perseguía y lo empezó a interrogar, el joven solo decía: “ay virgen santísima”, dando muestras de nervios y angustia. La multitud penetró en la droguería y golpeó a Roa Sierra hasta dejarlo sin vida, para luego arrastrarlo por toda la carrera séptima hasta el Palacio de San Carlos, donde dejaron su cuerpo destrozado, sin vida y desnudo. Estos hechos llevaron a la revuelta nacional en contra del gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez, a quien le exigían la renuncia. Ese día hubo saqueos, principalmente en el centro de Bogotá, a lo largo de la carrera séptima inicialmente pero que luego se fueron esparciendo por gran parte de la ciudad para terminar extendiéndose a varias ciudades de Colombia. Además de los saqueos, hubo incendios provocados por los manifestantes: incendiaron los tranvías, iglesias, edificaciones importantes y los mismos locales saqueados. En un principio la policía intentó tomar control del asunto, pero luego, algunos policías y militares se unieron a la revuelta propiciando armas y esfuerzos, mientras que otros tomaron las armas y abrieron fuego sobre los manifestantes. El saldo de la revuelta fue de varios cientos de muertos y heridos. Las cifras van desde 500 muertos reportados por un cable de la Embajada Alemana hasta la extraoficial de más de 3.000. Los daños materiales correspondieron al incendio y posterior derrumbe de 142 construcciones incluyendo casas particulares, hoteles e iglesias del centro de la ciudad y múltiples saqueos.

Durante el proceso judicial por el asesinato, se presentaron testimonios que indicaban que Roa Sierra no fue el asesino, sino que fueron justamente él o los asesinos quienes condujeron a la multitud a tomarlo como el culpable y acabar con su vida. Otras versiones presentadas en el proceso indicaron que Roa Sierra sí fue culpable, pero actuó motivado o en acuerdo con otra persona. La justicia colombiana sentenció en 1978 que el asesino Juan Roa Sierra era esquizofrénico, actuó por motivos personales y sólo. Diversos analistas consideran que las consecuencias de este hecho contribuyeron a la creación de posteriores movimientos guerrilleros como las FARC y el ELN.

En el 2008 Caracol Televisión y The History Channel realizaron un documental llamado Bogotazo: Historia De Una Ilusión, en donde se hace un recuento de los hechos y se lanzan algunas teorías alrededor del asesinato de Gaitán y sus consecuencias.

La Novena Conferencia Panamericana estaba en plena realización en Bogotá y el principal objetivo del gobierno de los Estados Unidos en ella era la de convencer a los países participantes de realizar un acuerdo para declarar el comunismo como una actividad fuera de la ley. Esta daría comienzo a lo que más tarde se llamaría Organización de Estados Americanos (OEA). Paralelamente se estaba organizando un Congreso Latinoamericano de Estudiantes conformado como respuesta a la Conferencia Panamericana, con el fin de protestar contra el intervencionismo estadounidense en varias naciones de América. El Congreso Estudiantil fue ideado y promovido por un estudiante en Leyes cubano de nombre Fidel Castro, financiado por el gobierno peronista argentino y convocaba estudiantes de varios países latinoamericanos, en particular Panamá, Costa Rica, México, Venezuela y Cuba. Entre los estudiantes se encontraba el mismo Fidel Castro quien había llegado a Bogotá hacia el 31 de marzo y los otros después. Según un acuerdo previo realizado el día anterior en la oficina de Gaitán entre Fidel, otros estudiantes que lo acompañaban y Gaitán, se haría una manifestación que terminaría en la plaza de Bolívar en la cual Gaitán daría un discurso. Otra cita se había fijado para hablar del tema hacia las 2:00 de la tarde del 9 de abril, pero esta no alcanzó a realizarse debido al asesinato del líder liberal. Dos individuos sospechosos se habían visto unas 18 o 20 veces en las vecindades de las oficinas de Gaitán pasado el mediodía desde mediados de marzo lo que despertó sospechas en Pablo López, el ascensorista del edificio quien le expresó sus dudas a la secretaria de Gaitán. A la 1 de la tarde del 9 de abril, estos dos individuos fueron vistos nuevamente, uno más alto, más delgado y de mayor edad que el otro. Habían estado en la puerta del edificio o en sus alrededores preparados para la salida de Gaitán. Al ver que Gaitán salía uno de ellos (probablemente el más alto) le hizo una señal con la cabeza al otro que se mostraba bastante nervioso. Al salir Gaitán por el portón del edificio giró hacia el norte con el fin de ir a almorzar con sus amigos que lo acompañaban, uno junto a él y los otros más atrás. En este momento el hombre más bajo le dio el paso y le disparó por detrás. El número y frecuencia de los disparos varía de testigo en testigo, lo cierto es que una bala le dio en la nuca y dos en el cuerpo, todas mortales. El hombre alto se debió haber esfumado por entre la multitud, mientras que el más bajo se dio a la retirada retrocediendo y amenazando a los que podrían seguirlo hasta que el dragoneante de la policía Carlos Alberto Jiménez lo capturó, pero a pesar de los cuidados de los policías para protegerlo, la multitud se encargó de lincharlo. La persona linchada fue identificada como Juan Roa Sierra. Durante el desarrollo de los acontecimientos se llevaba a cabo la IX Conferencia Panamericana que reunía a importantes líderes de toda América y que dio nacimiento a la OEA con la firma de El Pacto de Bogotá.

La absurda y nunca aclarada muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, génesis del Bogotazo y del punto preciso que dividió la historia republicana del país, en antes y después del fogoso jurista bogotano, también marca un hito determinante en la prolongada historia de guerras civiles, conflictos armados y violencia política en Colombia.

Ante la ineficiencia de la justicia para llegar a la verdad, la imaginación popular optó por lo que se consideraría obvio. Que a Gaitán lo mataron los conservadores para sacar del camino a un hereje, casi comunista, personificación del demonio, y enemigo de la santa iglesia católica, etc., etc. Otros fueron más allá y dijeron, que su crimen fue el resultado de una componenda entre liberales derechistas y conservadores, ansiosos de perdurar en el poder.

Los reticentes gobiernos de Ospina Pérez, Laureano Gómez y Roberto Urdaneta, terminaron por encender las llamas de las pasiones bandera.

 

Cámara ardiente en la residencia de Jorge Eliécer Gaitán, 1948-04-09 Dolientes acompañan el féretro Sady González (Color digital Leonardo Ortiz Díaz)
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