Por:
Graciela Sánchez Narváez

“Estamos tejidos de idéntica tela que los sueños,
y nuestra corta vida se cierra con un sueño”
Shakespeare en “La Tempestad”
Para seguir conversando con mis lectores sobre otro grande de la literatura universal como lo es William Shakespeare, irremediablemente debemos afrontar algunas generalidades relacionadas con el teatro. Esta modalidad literaria, nació de la liturgia cristiana en la Europa occidental. Los diálogos entre el sacerdote celebrante y el coro eran parte de los normales rituales religiosos en los templos. Poco a poco, se prolongaron al exterior, pues en el atrio de las iglesias, se realizaban representaciones teatrales de las escenas de la Historia Sagrada. El juego de Adán y Eva, escrita por un poeta anglonormando, es una de las obras famosas, que se presentaban en este espacio, en el siglo XII. Cuando el teatro religioso abandona el atrio y pasa a las calles y las plazas públicas, queda en manos de los laicos; los religiosos se encargan de escribir los libretos sencillamente.
Durante el Renacimiento y el período Isabelino, el teatro se sigue representando como una diversión preferida por la gente culta de esta época. Bajo la conducción de directores y escuelas se construyeron espacios circulares como circos, en cuyo fondo se ubicaba un alto escenario con telón. La preferencia de esta modalidad literaria, que era una tarea ardua porque se debía escribir la obra en su totalidad y luego los libretos, requería de un altísimo conocimiento sobre arte, política y filosofía. También el teatro le encantaba al pueblo, entonces, se vuelve un negocio importante.
Como todo hombre grande, la vida personal de Shakespeare, permanece aún en el misterio, pues sus contemporáneos lo citan, pero, no son muy prolijos en la información que brindan sobre su vida personal, de tal manera, que algunos investigadores han vuelto su vida una leyenda, tal vez, por la admiración que sintieron al analizar la cantidad y la profundidad de sus obras. En mi consideración, ellas sí hablan mucho de este hombre que, entre la magia y el misterio, no fue mencionado en antologías ni muy reconocido en el medio, sólo apareció su nombre cuando se evidenció la fuerza del contenido de sus obras que luego se constituyeron en el verdadero universo del autor.
Entre lo poco que se conoce de su vida personal sabemos que Shakespeare nace en Stratford en 1564 y se casa en esta ciudad, en 1582, donde según la historia, deja a su mujer y a sus hijos para trasladarse a Londres en 1586. Aquí fue donde prácticamente se convirtió en brillante escritor y actor de sus obras inmortales. Poco a poco se lo conoció en toda la ciudad y sus alrededores, pues, sin proponérselo, fue aplaudido por Isabel I y Jacobo II, quienes reconocieron en él un hombre grande en la cultura de su tiempo.
Hay tres períodos en los que podemos resumir la vida literaria de Shakespeare: El primero cuando escribió nueve comedias y diez dramas históricos. De este tiempo son las obras políticas como Tito Andrónico y Julio Cesar. En el segundo período las tragedias se convierten en tragicomedias, aquí se podría ubicar Romeo y Julieta y el Mercader de Venecia, en ellas, expone situaciones completamente humanas, en las que se muestra cómo el “dulce poeta” como lo llamaban. De aquí en adelante, se transforma en un escritor desenfrenado, con obras como: Hamlet, Otelo, El rey Lear, entre muchas otras. En el tercer período Shakespeare encuentra su solvencia literaria. Tiene cuarenta años y ya es famoso por la versatilidad en sus obras, entonces se convierte en un maduro romántico, pues escribe sus dramas: Pericles, Cuento de invierno y La Tempestad.
En esta época, el arte se regía por la razón, es más, en mi opinión, el éxito de Shakespeare se basa en obedecer más a su genialidad e imaginación que a todas las convenciones teóricas de la Literatura en esta época. El arte en este tiempo, se regía por el respeto a las reglas de la tragedia griega. La natural habilidad de Shakespeare, fluía de una manera mágica, su fuerza literaria fue enorme. Las consideraciones sobre la composición textual, la técnica del verso, vistos en, por ejemplo, el discurso dirigido por Hamlet a los comediantes que llegan al castillo donde su tío arma una fiesta después de asesinar a su hermano para quedarse con su esposa ejecutando la más vil traición de la que ha sido capaz el hombre, son completamente nuevas. Shakespeare, le hace decir a su héroe que la obra dramática es presentar un espejo a la naturaleza. Por otra parte, muestra en su obra que no es conveniente confundir los conceptos de “realidad” y “verdad”. Para este pensador, lo real, es sencillamente cierta forma estática de contemplación. Este concepto de realidad tiene que ver con lo aparente, con lo que deja de lado lo que no aparece. Pero la verdad, no es una cosa muerta sino un tejido de implicaciones, una especie de telaraña invisible. Es movible y plural.
Hamlet, su máxima obra, fue convertida en varias versiones a la cinematografía, es la esencia de la poesía Shakespeariana. En ella, no solo se muestran las cosas, las historias, los hombres o las situaciones particulares, sino lo que los discursos le producían al espectador o al lector. Shakespeare, en mi opinión no solo fue el hombre de teatro, fue un filósofo con una visión nueva de la vida y el universo, un crítico a la política de su tiempo, un escritor fabuloso, pues conocía el poder del verbo, de manera que no solo logró sobrepasar a muchos, sino a todos los escritores contemporáneos. “Es un grajo que se adorna con plumas” decía, agriamente uno de ellos: Robert Greene (1592).
Shakespeare logró trasladar a su obra todos los defectos y todas las cualidades del hombre de su época. Su lenguaje no conoce freno, y por esa misma impetuosidad, hace trizas a todo lo que es la visión utilitaria de las cosas. Su riqueza lingüística es tanta, que se confunde con las imágenes que evoca, de modo semejante al de un hechizo, suprime la frontera convencional entre el sueño (verdad) y la realidad, como lo muestra en la Tempestad, de la cual se toma el epígrafe de este artículo.

Su filosofía es el arte de vivir, pero también el de no vivir. No tiene pelos en la lengua para criticar la realidad acartonada de la época y no hay ninguna obra donde no aparezca un personaje escéptico, de carácter melancólico, expresando el mismo escepticismo desengañado por la incomprensión de los hombres frente a la vida y al mundo. Critica sobremanera sus afanes que sólo se centran en conseguir honores y en su lucha por competir con el otro para ganarle, aunque sea con un paso; para ser reconocido y nombrado, es tan grave esta tendencia decía, que los competidores los hacen resbalar en su propio espacio, no viven cómodos ni se alimentan bien, no respiran por aumentar fortuna y reconocimiento.
Los temas sobre esta lucha y la vanidad del hombre, sobre su necedad e ignorancia, sobre el sometimiento a las normas de una cultura dominante, se repiten constantemente. “La vida es una historia contada por un idiota llena de ruido y de furor que no significa nada”, dice en Macbeth. Finalizo recomendando a mis lectores sus obras transformadas a excelentes películas.
