CÁTEDRA DE LA NATURALEZA
(Al oído de los Ministros de Cultura y Educación)
Por:
Vicente Pérez Silva

En día reciente tuve personal conocimiento y la deferente participación de que una de las facultades de la Universidad Nacional, iba a promover la creación de la Cátedra José Eustasio Rivera, con motivo del Centenario de la publicación de La vorágine, que se cumple el 24 de octubre del próximo año del 2024. Nada más merecido, plausible y oportuno, sobra decirlo, un reconocimiento de esta altura y significación.
Sin embargo, con el debido respeto a la memoria de tan eminente poeta y narrador, y, desde luego, a los promotores de esta iniciativa, sin desestimar en lo más mínimo sus indiscutibles atributos personales, ciudadanos, profesionales e intelectuales, estimo que a lo largo de una centuria, a José Eustasio Rivera, mediante un considerable número de artículos, ensayos, estudios y publicaciones de obras biográficas y de la más seria investigación analítica y critica, se le han reconocido, en favor o en contra, sus merecimientos y se le han tributado los honores a quien se ocupó y se preocupó con entereza, por la mejor suerte e integración de los llamados antaño Territorios Nacionales y de las diversas etnias indígenas que los habitaron, desde tiempos remotos, en condiciones realmente lamentables. Aún más, es preciso ponderar que estamos ante el autor que vivió y padeció, cantó y contó los arcanos y la exuberancia de nuestra selva amazónica y se compenetró con las maravillas de la Naturaleza. De aquí, los rasgos autobiográficos que caracterizan el portento de sus vivencias y experiencias, y, entre todas esas virtudes, como el mismo narrador lo reconoce, el coraje con que “desafío la injusticia”.
Al contrario, ya lo hemos dicho y es preciso reiterarlo, una y otra vez, con el reconocimiento y el respeto que se imponen, me atrevo a manifestar, y así lo considero, que el justiciero homenaje que se le debe rendir al consagrado autor de La vorágine, una obra que entraña una acusación, una denuncia y una protesta, no es otro que el de la institución de la Catedra de la Naturaleza, en las diversas entidades educativas, de manera primordial en las escuelas de estudios primarios, en las lejanas escuelas rurales, y, en los colegios de estudios secundarios. Ya vendrán las razones que nos animan y nos inducen a formular una propuesta de esta importancia y trascendencia, pero, ante todo, así sea brevemente, es preciso considerar qué sabemos o qué entendemos por Naturaleza. Una palabra que, desde lejanas épocas, ha suscitado tantas lucubraciones e investigaciones, tantas controversias e interpretaciones, hasta los días que nos alcanzan. Un tema tan extraordinario, tan intenso y complejo, del cual se han ocupado, y aún se ocupan distinguidos tratadistas, en sus diversos aspectos, científico, filosófico, histórico literario.

Con sobrada razón, el ilustre catedrático y gran investigador Nicolás Naranjo Boza, en el prólogo de su reciente libro De la naturaleza y sus cantares (Medellín, 2023), nos alerta y predispone con toda propiedad, cuando afirma:
“Pero tratar de definir la Naturaleza se nos sale de las manos, su concepto es dificilísimo, posiblemente el más problemático, pues no se puede abarcar de lo complejo que es, entonces no queda sino acercarse a sus diversas manifestaciones, a sus variadas características, a sus múltiples rasgos, a lo que se nos alcanza para hacer el intento -con la clara conciencia de que no llegaremos a dar cuenta de la idea por completo- es un ente inabarcable por nuestro pensamiento, una potencia desmesurada en su poder. Spinoza establece en su Tratado Breve que ella y Dios son los mismos.
COROLARIO. La Naturaleza es conocida por sí misma y no por ninguna otra cosa. Ella consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales es infinito y perfecto en su género, y a cuya esencia pertenece la existencia. De ahí que, fuera de ella, ya no exista otra esencia o ser, y coincide, por lo tanto, exactamente con la esencia de Dios, único excelso y bendito.
Ciertamente, hay ideas, sentidos y significados que nunca alcanzaremos a comprenderla y a percibirla en toda su magnitud y plenitud. Ante nuestras limitaciones en la materia, con miras a contribuir al más conveniente e indispensable conocimiento de la Naturaleza, “sin la cual no es posible la existencia humana”, hemos de acudir a las luces de quienes, con el dominio del caso, tienen la suficiente autoridad para hacerlo.
Son tantas las obras y tantos los conceptos y apreciaciones emitidas a los largo de los siglos y los años que, para nuestro cometido, y, lo reitero, en gracia de una mayor brevedad, únicamente hemos de mencionar las más recientes publicaciones hechas en nuestro medio cultural, obras que contienen muy interesantes y valiosos estudios de varios autores, tanto colombianos como extranjeros, y, lo que es más, estudios e investigaciones que están acordes y responden a la crítica y alarmante crisis ambiental por la que atraviesa el planeta.
Obras que me han abierto los ojos, que me han instruido, y, sobre todo, que me han estimulado para aventurarme a una propuesta de tal conveniencia y oportunidad, como es la de propender por la institución de la Cátedra de la Naturaleza. Y estas obras son las siguientes:
Derechos de la Naturaleza y Políticas Ambientales de Eduardo Gudynas, Colección PérezArbeláez, Bogotá, 2014. Entre el acopio de sus estudios destacamos los siguientes: Los valores y la naturaleza; Valores en la naturaleza; Ambiente y naturaleza en la nueva constitución del Ecuador; Justicias ambiental y ecológica; Ensayos, avances y retrocesos.
Semillas de historia ambiental, de la Editora Stefanía Gallini, Jardín Botánico de Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. 2015. Obra dividida en estas secciones: Métodos y posturas: De paisajes rurales, clima y representaciones; Bogotá en dos historias ambientales; y Problemas ambientales que se construyen. De los ensayos y estudios aquí contenidos sólo mencionamos los que tienen por título: Historia ambiental: Raíz, Razón, Camino; y La Naturaleza en la historia. Tendencias y cambios en la historia ambiental: 1970-2010.
Interculturalidad, Protección de la Naturaleza y Construcción de Paz, del editor académico Manuel Alberto Restrepo Medina. Universidad del Rosario, Bogotá, 2020. Este es el título de una obra de méritos sustantivos, llevada a cabo por investigadores de las universidades de Colombia, Ecuador, España, Italia y Francia, con el propósito de “plantear la correlación existente entre la necesidad de la protección de la Naturaleza como solución de fondo a los conflictos ambientales y las situaciones de superación de la violación sistemática de los Derechos Humanos que se presentan, precisamente, en los países de mayor riqueza natural”. Sobresalientes los estudios contenidos en la segunda parte del libro: La sinuosa ruta hacia el reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derecho.
Coronamos esta relación bibliográfica con la obra titulada Presente y Futuro del Medio Ambiente en Colombia, del eminente catedrático de la Universidad de los Andes y tratadista Manuel Rodríguez Becerra, obra que vio la luz el pasado mes de septiembre del presente año. Es decir, ayer.
Con el dominio de los temas que trata y la profundidad de sus conocimientos y experiencias en la materia, el libro abre sus páginas con esta expresiva admonición:
Colombia es un país inmensamente rico en biodiversidad – diversidad de flora y fauna y de ecosistemas- y en fuentes de agua dulce. Es también un país con jurisdicción en dos mares cuya extensión es casi equivalente a la del área continental… Sin embargo, esta riqueza nacional se ha deteriorado – y en algunos casos destruido en forma irreversible – como consecuencia de la acción humana que ha contribuido a la crisis ecológica que enfrenta el mundo, representada en las tres principales amenazas para el planeta: en el cambio climático, en el declive de la biodiversidad y en la contaminación química…
Y concluye la obra con esta categórica exhortación:
En Colombia, detener la destrucción y deterioro de sus diversos ecosistemas, así como adelantar programas masivos para su restauración son, en sí mismas, medidas de adaptación y, en algunos casos de mitigación, como es la de detener la deforestación, pero más allá de ello, es un imperativo ético para nosotros los colombianos proteger la enorme riqueza en biodiversidad y en agua, y los prodigiosos paisajes que se pueden apreciar en nuestro país.
De especial reconocimiento, imposible no hacer alusión a una obra que nos ha cautivado, y tiene el llamativo título: “En busca del origen, las exploraciones de Alfred Rossel Wallace en la Amazonia, 1848-1852; obra que acaba de publicar la Universidad de los Andes en una suntuosa segunda edición, con profusión de ilustraciones; realizada por Felipe Guhl, explorador que sigue y reivindica las huellas de su coterráneo londinense Alfred Russel.
Dos pinceladas de esta auténtica curiosidad bibliográfica nos dan una somera idea de sus vivencias personales y de sus minuciosas observaciones y atinadas investigaciones científicas. El capítulo dedicado a El Alto Rionegro, era el año de 1850, está presidido de este expresivo epígrafe, al igual que lo hace con los otros capítulos de la misma obra, es del siguiente tenor:
No basta con mirar alrededor
bien vale hacer una pausa y observar con detenimiento
entonces se descubren cosas maravillosas en la naturaleza
no se pierde la capacidad de asombro.
Y de parte del explorador que hace el recobro de la obra de Wallace, al referirse a la selva majestuosa lo hace con esta apreciación, que vale tanto como si fuera un tratado:
El bosque tropical amazónico ha sido reconocido por largo tiempo como una reserva de servicios ecológicos no solo para los pueblos indígenas y las comunidades locales, sino también para el resto del mundo, convirtiéndose además en el único bosque tropical de semejante tamaño y diversidad. En ninguna otra región de la tierra existen tantas especies de plantas y animales, muchas de ellas endémicas, y el origen y razones de este fenómeno han intrigado a los especialistas desde los tiempos de Wallace y Darwin… Es un lugar fascinante, un lugar mágico que resulta casi imposible de comprender o abarcar con la mente, en donde los bosques se extienden en áreas infinitas que se tragarían una docena de países europeos.
De comienzos del Siglo XX, imposible no traer a colación la obra Cuadros de la Naturaleza del sabio naturalista Joaquín Antonio Uribe, llamado con acierto, poeta en prosa de la Naturaleza, en la actualidad, infortunadamente ignorado y olvidado. Por su originalidad, erudición y la amenidad de sus relatos y por sus valiosos conocimientos acerca de la Naturaleza, ha sido considerado “uno de los más bellos libros escritos en Colombia”; tratado que, a nuestro parecer, cobra entera vigencia. Sin exageración alguna sería un extraordinario acierto su reedición y su lectura debería ser casi que obligatoria, mayormente en las instituciones educativas, de suma preferencia, para los alumnos de estudios primarios y secundarios. De igual modo, y, quizás con mayor razón, para la niñez y la juventud de las apartadas regiones campesinas, a donde nadie quiere llegar a enseñar. Peor aún, lugares en donde ni siquiera hay escuelas.
La anterior sugerencia, bien lo sabemos y nos percatamos, obedece a la circunstancia de que en la época actual, gracias a los avasallantes adelantos de la ciencia y la tecnología, y, a los consiguientes cambios personales en la cultura, concretamente, con el uso desmedido de los teléfonos celulares y las computadoras, sin desestimar en modo alguno, la utilidad de estos elementos, se ha llegado al punto de constituirlos en indesprendibles prendas del ser humano, en todo instante y en todo lugar, sin miramiento alguno. A tal extremo, y, en tal medida, de que quizás estemos llegando, si ya no hemos llegado, a la conversión de la persona, en un ente autómata. Causa verdadero estupor, el hecho de que los niños y adolescentes, quizás por distracción, curiosidad o contagio, se hayan convertido en los más diestros y adeptos al manejo y mantenimiento de dichos elementos.
¿Una niñez y una juventud camino al automatismo?, y lo que es más preocupante, ¿Totalmente ajena, desentendida e indiferente a todo cuanto implica el mundo de la Naturaleza?, ¿Qué futuro nos espera?
Del presente, a ojos vista, no se nos escapa la suerte que ahora vivimos y padecemos. Los más críticos problemas ambientales; el cambio climático planetario; el deterioro ecológico del continente, que se agrava año tras año; la exagerada e incontenible explotación y manejo de los recursos naturales: la inicua deforestación de los bosques tropicales y de nuestra selva amazónica, en extensiones alarmantes; el agotamiento del agua, fuente de vida, “la esencia de la vida”.
En fin, los graves impactos ambientales de todo el planeta. Como si todo esto fuera poco, nos causa asombro la falta de sensibilidad, la pérdida de consciencia y la ausencia de voluntad, respeto y responsabilidad que debemos mantener con la Naturaleza.
Ante un panorama de esas dimensiones, se impone, como si fuera, no solamente un derecho sino una obligación, la protección del medio ambiente, en la medida en que la Naturaleza no nos pertenece, sino que nosotros pertenecemos a ella.
Para concluir, conviene recapacitar que, por fortuna, la Naturaleza no tiene opositores sino destructores y usurpadores. De aquí que, para quienes se ocupan del tema, ajenos en sus convicciones ideológicas o doctrinarias, diametralmente opuestas o antagónicas, la Naturaleza esté por encima de toda consideración. Así lo demuestran plenamente, estos dos casos de la más notoria y sorpresiva comprensión.
Ayer, José María Vargas Vila, para invocar la Naturaleza, un agnóstico por excelencia, con la altivez que lo caracterizó, levantó su voz para invocar la Naturaleza y decirnos de manera contundente:
La Naturaleza tiene Instintos, no tiene leyes
La ley hace esclavos a los hombres;
La Naturaleza los hace libres…
Todo lo que no viole la Naturaleza es sagrado
Aunque viole la ley
La Naturaleza la hicieron los Dioses
la ley la hicieron los hombres
no se puede vivir fuera de la Naturaleza
ni contra la Naturaleza…

Hoy, el Papa Francisco, sumo representante de la Iglesia Católica, con toda la fuerza de su espíritu y el ímpetu de sus más serias convicciones, en su Encíclica Alabado Seas, sobre el cuidado de la casa común, año del 2015; y en su Exhortación Apostólica Alabemos a Dios, del 4 de octubre del presente año, Día de San Francisco de Asís, el Pontífice, de manera insistente clama y reclama a toda la humanidad por el cuidado y la protección de la Naturaleza. Resalta la exclamación hecha por los obispos en el Sínodo por la Amazonia: los atentados contra la Naturaleza tienen consecuencias contra la vida de los pueblos. Además, nos revela esta intimidad: Estoy convencido de que todo cambio necesita motivaciones y un cambio educativo… Con semejante afirmación el Papa Francisco ha tocado, nada menos, que el punto neurálgico que estimula la motivación de esta propuesta: La educación.
Señores ministros de Cultura y Educación:
Ya existen, entre otras, la Catedra Bolivariana y la Cátedra de la Paz. ¿Estas razones, no serán suficientes para que justifiquen la pronta y eficaz institución de una Cátedra de la Naturaleza?
En esos términos, queda planteada y fundamentada nuestra ambicionada propuesta, con el más fincado anhelo de que se instituya la Cátedra de la Naturaleza. No sin antes concluir, con esta exhortación trinitaria, como el augurio del más eficaz emprendimiento en aras de una causa que nos incumbe a todos: la Naturaleza.
Retornemos, “Con prisa, pero sin pausa, como las estrellas”, por los fueros de la Naturaleza, en toda su magnitud e intensidad.
Reflexionemos, una y mil veces, que somos parte integrante de la Naturaleza, en todo cuanto ella vale, entraña y significa.
Reconozcamos, con entereza, todo cuanto la Naturaleza nos prodiga, a manos llenas, en bien y provecho de la existencia humana. Y, como un imperativo, en retribución y beneficio de nuestra supervivencia, con solidaridad y responsabilidad:
¡Amemos la Naturaleza! ¡Cuidemos la Naturaleza! ¡Protejamos la Naturaleza!

Bogotá, 2 de noviembre de 2023
