APROXIMACIÓN HISTÓRICA AL CARNAVAL MULTICOLOR DE LA FRONTERA
Existen referencias de los carnavales de Ipiales desde 1916; quizás en muchos documentos o revistas de la época reposen otras referencias, las cuales permitan entender el desarrollo del mismo
Por:
J. Mauricio Chaves-Bustos

El Carnaval de negros y blancos se constituye en el elemento intangible que representa toda la vivencia de un pueblo, de ahí que sea necesario efectuar toda clase de estudios para preservar esta muestra de identidad del sur occidente colombiano, reconocido en sus tradiciones, vivo en el aporte de quienes hoy lo vivencian con sentimiento de pertenencia y apropiación, con el ánimo de compartirlo con quienes quieren ser por un día negros y blancos.
Desde épocas inmemoriales se celebra como manifestación cultural uniforme, en las poblaciones del departamento de Nariño, particularmente en lo que fue la exprovincia de Obando, creada mediante Ley 131 del 23 de octubre de 1863 por la Asamblea del Estado del Cauca, que tuvo por capital la que hoy es la ciudad de Ipiales, cuyo imaginario de identidad y pertenencia cultural se ha extendido hasta ahora, prueba de ello es que el 3 de enero de cada año, los municipios que integraban la citada provincia organizan el denominado Carnaval de la Provincia, con la asistencia de los 13 municipios y de las ciudades norteñas del Ecuador.
El carnaval de negros y blancos, que se celebra en todo el departamento de Nariño, sur del Cauca, Occidente del Putumayo y en parte del norte del Ecuador, es la manifestación fehaciente de ese sincretismo; es el carnaval de negros y blancos, 5 y 6 de enero de cada año, donde estos pueblos hacen concreción de sus identidades en una fecha determinada. Es esta fiesta andina de una importancia fundamental, pues en ella convergen tres sustratos fundacionales del mestizaje: los blancos, hacendados o citadinos que permitían el asueto; los indígenas, aportando elementos propios de la tierra con carices míticos en sus rituales; y los negros, libres para expresar sus manifestaciones simbólicas ancestrales.
El carnaval multicolor de la frontera recoge y amplía la tradición existente en Ipiales en lo que popularmente se llama carnaval de negros y blancos, de tal manera que en esta aproximación histórica empezaremos por auscultar esos antecedentes que decantaron en las fiestas como las conocemos hoy en día; la periodización utilizada sirve más como ayuda metodológica que permite comprender la evolución que ha tenido el carnaval en el sur de Colombia, de tal manera que se señalarán algunos hitos importantes y se analizará el devenir del mismo en un marco determinado, desde sus posibles orígenes hasta la actualidad.
Antecedentes indígenas e hispánicos: el mestizaje
Los carnavales de negros y blancos tienen un origen religioso y son, si se quiere, una extensión de las manifestaciones religiosas católicas que se celebran en diciembre, es decir la navidad, con el paso del niño el 16, vísperas de navidad, en donde las madrinas de las parroquias de la ciudad, principalmente San Pedro Apóstol, La Dolorosa y La Medalla Milagrosa, engalanaban la figura del niño Jesús en una carroza, con clara intervención de los artesanos de la ciudad, incluidas las modistas y los zapateros, ya que a ellos se les encomendaba el traje y los zapatos que el niño luciría ese día, de tal manera que hay un fuerte andamiaje artesanal, el cual posteriormente se dedica a la elaboración de las carrozas para el 6 de enero; de igual manera, en la misma fecha la presencia de la Vaca Loca, es el augurio de una fiesta con tintes sacros fuera de los templos, era la manera de anunciar la llegada de la navidad con pólvora, los artesanos debían elaborar la pieza o sostén donde se ubicaba la pólvora, además de buscar resistir las embestidas que los improvisados toreros hacían para derribar a la misma. Viene luego el 24 y los parques se llenan de castillos de pólvora, costeados por los fiesteros de cada parroquia, de tal manera que el sentido popular sigue emergiendo para costear la fiesta.

El 31 de enero la ciudad se llena de años viejos, monigotes construidos principalmente en cada hogar, utilizando las prendas que ya no se usan y empleando máscaras realizadas en papel mache, material imprescindible para la elaboración de las carrozas del 5 y 6; de manera espontánea fue surgiendo el desfile de años viejos, que inicialmente tenían una carga crítica muy fuerte, ya que era la oportunidad para desfogar la rabia contra la inoperancia de los gobernantes, para burlarse de quienes habían cometido errores sociales o políticos durante el año vencido, hasta decantar finalmente en lo que actualmente se hace, un homenaje a ciertos personajes de la ciudad, perdiendo de esta manera todo el sentido crítico de antaño. Y no sobra recordar que el 6 de enero es la fiesta de la epifanía, la visita de los reyes magos al niño Jesús, con una fuerte connotación hispánica, ya que, en muchos países europeos, entre estos España, ese día se entrega los regalos y no en el día de navidad. Del relacionamiento con Quito, más cercanos que Popayán o Santafé, es probable que venga la tradición de celebrar la fiesta de la epifanía, así como las fiestas de toros tan prominentes en Ipiales hasta mediados del siglo XX, la cual se conmemoraba con bombos y platillos en dicha ciudad desde el siglo XVI (Alfonso & Martínez, 2005).

También es importante reconocer los antecedentes festivos y carnavalescos de los pueblos originarios, particularmente del pueblo Pasto, quienes han estado presentes en el carnaval de Ipiales por décadas, primero de manera impuesta por los gamonales y hacendados, quienes los llevaban al caso urbano con el fin de amenizar las fiestas, sin desconocer también el sentimiento señorial y de vasallaje imperante hasta bien entrado el siglo XX, y posteriormente, especialmente después de la Constitución de 1991, de manera voluntaria y decidida, sabiéndose parte fundamental de la cultura del Sur-Sur, por eso la presencia de las danzas Pasto de los Sanjuanes y Vacas, así como de los Danzantes de Males y de la banda de Yegua, que requieren un detenimiento especial para reconocer su legado presente en los carnavales de hoy en día (Velásquez, 2013).

En la danza de Vacas, por ejemplo, llama mucho la atención la presencia de los mayordomos o negros, uno de los cuales toma el papel femenino, que puede estar relacionado con la presencia de las viudas del 31 de diciembre, sobre todo en sociedades donde impera el machismo, resultando curioso que haya ese transformismo, que no travestismo ya que no hay la intención de figurar como mujer más allá de la puesta en escena, y que se conserve en la ciudad; además, a esta figura le es dable subvertir el orden establecido, “es el prototipo de la inversión de los valores; es el único que se atreve o a quien le es permitido insubordinarse contra las autoridades de capilla e inclusive con las del resguardo; el orden axiológico en su actuación desparece dejando la sensación de anarquía, aunque en la visión de la comunidad aparezca como las diversiones del negro” (Osejo & Flores, 1992, p. 137).
Llama también poderosamente la atención la presencia constante del número 5 dentro de la visión simbólica del pueblo Pasto, con fuertes connotaciones sagradas (Osejo & Flores, 1992, p. 110), ¿quizá la celebración del día 5, conocida en la actualidad como el día de Negros, día en el cual hace décadas iniciaba realmente la fiesta, no es una perpetuación de esa connotación simbólica sobre el número cinco, antesala de la fiesta de reyes? Quizá esto merece un mayor detenimiento por parte de los investigadores de los carnavales y fiestas de la sierra nariñense.
Las comunidades indígenas del vecino Ecuador, especialmente en Otavalo, celebraban y celebran el 21 de diciembre el Kapac Raymi. Esta fiesta forma parte de un ciclo compuesto por 4 celebraciones anuales, las cuales inician el 21 de septiembre con la siembra, se cree que el sol y la luna coinciden, para lo cual celebran el Killa Raymi, fiesta de la feminidad en honor a la mujer y a la luna que permite la germinación; el 21 de diciembre “cuando la semilla toma forma”, se celebra el Kapac Raymi el cual coincide con el solsticio de invierno y se celebra la fiesta de los niños; el 21 de marzo el sembrado florece, celebrando el Paucar Raymi, que es donde realmente las comunidades indígenas del Ecuador celebran el carnaval; y finalmente el 21 de junio, fin del ciclo de los cultivos, donde se cosecha celebrando el Inti Raymi, la fiesta más grande de estos pueblos, con una fuerte connotación religiosa de agradecimiento por la vida (Arcos, et. al., 2016). Puede ser que estas fiestas fuesen también celebradas por las comunidades Pastos, desgraciadamente la imposición religiosa fue muy fuerte en el territorio y la ancestralidad cedió o dio paso a las fiestas religiosas católicas, como la de San Sebastián, San Pedro, San Francisco o la de las innumerables vírgenes que habitan desde entonces en el territorio, así como la veneración de diferentes advocaciones a Cristo, como la del Señor de los Milagros, que de todas formas marcan un derrotero festivo que rememora sus propias fiestas (Osejo & Flores, 1992), lo que reafirma la vivencia de un mestizaje no solamente en cruce de sangres, sino también en las expresiones culturales.

Fiesta de negritos y reinados
La fiesta de los negritos tiene su origen en el Cauca, la cual se extendió hacia el sur y llegó a los municipios y veredas del sur de Nariño. Ya en el siglo XVII en Barbacoas se hacían pantomimas carnavalescas, con juego de máscaras y borrachera, donde participaban tanto españoles como criollos, negros e indígenas, una antesala de lo que sería la fiesta más popular y reconocida del sur occidente colombiano (Muñoz, 2007, p132 ss.). En el Cauca la fiesta de los negritos se ha celebrado desde la Colonia y cobra especial fuerza en el siglo XIX (Millana, 1997) después de la ley que daba libertad a los esclavos, “el 5 de enero, a la hora nona, como dirían los antiguos romanos, se daba principio a los preparativos para divertirse y, antes que las sombras de la noche envolvieran a Popayán, se encendían luminarias en la ciudad, invadida por mojigangas ridículas, tiznadas las caras, por lo cual se les llamaba los Negritos. El hecho de tomar parte activa en la diversión era como patente de corso para ejecutar locuras y liviandades” (Córdovez, 1997, p. 836), además se relata también en el libro del escritor payanés, escrito a finales del siglo XIX, cómo se celebraban fiestas desde el 28 de diciembre, con las célebres inocentadas que jugaban nuestros abuelos también en Ipiales, hasta el “martes de Carnaval” (p. 837), de tal manera que la influencia es innegable. También describe el Carnaval de Pasto, durante su permanencia en 1854, de donde se deduce que éste se celebraba antes de nochebuena y no en los primeros días de enero, ya que describe con lujo de detalles como les lanzaban huevos llenos de aserrín y hollín desde los balcones, para luego describir cómo se celebraba la nochebuena.
El periódico Ensayos, de la Sociedad del Carácter de Ipiales, fundada en 1913, recoge en su No. 17, del 15 de enero de 1916 la siguiente nota: “NEGRITOS. El día 6 del presente, un grupo de artesanos obsequiaron a la sociedad de Ipiales con un baile de máscaras, en el cual hicieron derroche de cultura, de honor y placer. Bien por los que saben enaltecer el trabajo y divertirse a lo caballeros” (Chaves-Bustos, 2019), esta breve nota que descubrimos en nuestras pesquisas da a entender que ya en las primeras décadas del siglo XX se jugaba el tradicional juego de negritos, además tiene una connotación muy importante y es el carácter popular-social de la fiesta, en el sentido de que es un grupo de artesanos quienes obsequiaron la fiesta, recordando que en ese año se funda la Sociedad de Obreros en la ciudad, que aglutinaba a este importante gremio, las cuales decantarían después en los sindicatos de motoristas de Obando (1936), zapateros (1937), peluqueros (1945), sastres, artesanos, carpinteros, entre otras, y que tendrían importancia vital para el desarrollo social de la ciudad, además de fortalecer los nexos culturales, ya que eran ellos quienes montaban las obras de teatro, entre otras las escritas por Félix María Morillo Cabrera, así como el montaje de poesías, como las del bardo Florentino Bustos, entre otros.

La nota sobre los Negritos de 1916, además, desmitifica un poco el tema de que las fiestas fuesen exclusivas de ciertas familias económicamente pudientes y con poder político, de las cuales se hablará más tarde, sino que la breve nota muestra el sentido popular de la fiesta, además de que obsequiar implica un sentido de afecto por el otro, hay implícito un trato considerado frente a la sociedad, de ahí que se resalte la vitalidad del sentido de esta palabra. Tan importante ha sido la presencia de los obreros en la ciudad, que con ocasión del centenario de la municipalidad se anota que: “obreros fueron quienes marcharon en la vanguardia de las campaña por el afianzamiento de nuestra independencia; obreros quienes expusieron sus vidas en defensa de nuestra integridad territorial; obreros quienes han estructurado la fisionomía democrática; obreros quienes han decidido el afianzamiento de la paz que nos embarga, porque con su serenidad, su comprensión y su alto espíritu patriótico y nunca desmentido amor al terruño, jamás se han comprometido en empresas de odio ni de retaliación” (Ipiales, 1963).
En la década de 1920 se presentan los primeros reinados en la ciudad, para entonces, algunos jóvenes ipialeños salieron a estudiar su bachillerato a Popayán o Bogotá, trayendo, cuando regresaban o en temporada de vacaciones, las costumbres de dichas ciudades, como las fiestas de los estudiantes, las cuales se celebraban eligiendo su reina, entre las cuales figuran Leonor Ortega Mora, Clemencia Vela, Isabel Eraso Martínez, elegidas en la década del 20 (Pantoja, 2003); para acompañarla, se elaboraban carrozas, las cuales eran decoradas con flores hechas en papel seda, así como con algunos monigotes o figuras alegóricas elaboradas en papel maché; la elección y coronación se realizaba en los patios de la casona de Ulpiano Telmo Miranda, de tal manera que la nota publicada en Ensayos puede tener directa relación con estas celebraciones, “en el programa no podía faltar, bajo ningún motivo, los discursos protocolarios y las recitaciones de versos de algún espontáneo, así como la participación musical de las mejores orquestas ipialeñas, que las había de óptima calidad y buen prestigio” (Pantoja, 2003, p. 126).
En 1924 se celebraban fiestas, eligiendo por voto popular, mediante la compra de un bono, a la respectiva reina del arte y la melodía, siendo elegida Leonor Ortega Mora, el 27 de abril de dicho año; la coronación se realizaba en una casa particular, en este caso de la señora Leonor Rivera, “entrando la reina con sus princesas, ministros y demás personajes honoríficos y, a la vez con el fin de colaborar a una compaña cívica que dotaría de uniformes a la banda municipal, de acuerdo a la iniciativa del alcalde Benjamín Alvarado” (Fundación Josefina Obando, 2013, p. 316). El poeta Florentino Bustos (1924) anota que el señor Azael Martínez donó la proyección de una película con el fin de recoger fondos para la Banda Municipal, que la iniciativa fue del reinado fue de los señores Benjamín Alvarado y Manuel María Echeverría y que se amenizó con la música de la banda ipialeña.
En abril de 1925 resulta elegida como reina del arte y la melodía Clemencia Vela, en acto especial amenizado por las orquestas Morales Pino y Lira Colombiana; el 1 de mayo fue coronada y el 19 de agosto organizó un concierto musical con los conjuntos de la ciudad, bajo la dirección del maestro Teófilo Monederos. En 1931, con ocasión del centenario de la muerte del Libertador, “se dejó de adelantar el reinado de la Simpatía que tenía por objeto -como siempre lo fue- el de organizar bailes y festivales en donde se recolectaban fondos para el ornato y el mantenimiento del nuevo teatro y la consecución de un proyector de cine” (Oviedo, 2006 p. 243), reconociendo la labor social que desempeñaban las reinas, como Leonor 1ª elegida en la década de los 20, quien adelantó importantes proyectos para dotar al hospital de una moderna sala, la cual fue bautizada con su nombre.
Las reinas en un inicio tenían un compromiso social muy definido, a muchas de ellas se deben obras sociales como el hospital San Vicente, el teatro Bolívar, así como el ornamento de parques y calles, la dotación de hospitales, ancianatos y orfanatos, de tal manera que si bien el componente de la belleza física era importante, aún lo era más el pertenecer a una familia con buenos recursos económicos y buenas relaciones, para poder emprender estas labores sociales. Los reinados por tanto, constituyen un elemento importante para las fiestas de Ipiales, inicialmente se elegían en abril y mayo, lo cual muestra el distanciamiento con la fiesta de los Negritos, aunque a partir de 1976 se vinculan ya al carnaval de negros y blancos, con unas características diferentes a las de los reinados de los años 20 a 50, ya que se imponen modelos estéticos semejantes a los que imperan en los reinados nacionales desde Cartagena; pese a ello, con el nombramiento de la primera reina por decreto, Ana Lucía Enríquez Miranda, en la administración del alcalde Néstor Villota Méndez, los reinados han tenido un fuerte contenido barrial o gremial, ya que son estos quienes han participado en esta especie de concurso, pasando de la simple belleza física, al conocimiento de las artes o del propio carnaval, como se puede desprender del texto escrito por Gabriel González (2002), el cual ha sido actualizado y ampliado, el cual espera ser nuevamente editado. En la actualidad se elige reina y reinita del carnaval, esta última elegida o nombrada desde 1983, cuando se nombró por decreto a María Alicia Pinzón Montenegro.

En 1926, con ocasión de haberse iniciado antes la construcción del ferrocarril en Nariño, en Aguaclara, Tumaco, se festejó en Ipiales que una de las líneas, por lo menos en papeles, comunicara a Ipiales con el resto del país por vía férrea, a tal punto que el 3 de junio de ese año se celebró una especie de carnaval, con cuadrillas de máscaras, fiestas de toros en la plaza La Pola y el día 4 se llevó a cabo una batalla de flores en la misma plaza y en la de La Independencia; el día 5 se finalizó la celebración con fiesta y orquestas (Fundación Antonia Josefina Obando, 2013, pp. 121-126), lo cual recuerda, sin lugar a dudas, un carnaval, con junta organizadora y capitanes a bordo.
La nota de prensa en Ensayos, además, desmiente que el carnaval tenga su origen en los años 30 (Andrade, 1979), fecha que se ha perpetuado entre varios estudiosos del tema (Guerrero, 2001; Caicedo, 2016), desconociendo los antecedentes que pueden ser anteriores al siglo XX, tema que debe investigarse y estudiarse, desconociendo el proceso de fiestas y celebraciones que se venían adelantando ya en la comarca. La alusión a que el Carnaval de Negros tenga su origen en el corregimiento de Las Lajas en 1895, cuando el sabio pedagogo Rosendo Mora, fundador del Colegio Bolívar de Tulcán y del San Luis Gonzaga en Ipiales a finales del siglo XIX, se burló de la Virgen y empezó a tiznar con cenizas a los concurrentes al santuario (Guerrero, 2009), nos parece muy inverosímil, no solamente porque no fue excomulgado por dicha actitud, que nunca ha sido comprobada, sino que se debió al encono que el obispo de Pasto, Ezequiel Moreno Díaz, le tuvo al profesor Mora por departir las ideas liberales en su colegio, de ahí que haya buscado asilo en Ecuador y recibido el espaldarazo y el apoyo total de Eloy Alfaro; además, porque estudiando la obra y la trayectoria del profesor tuquerreño, a todas luces se percibe un ser más bien introspectivo, dedicado al estudio científico, no en vano murió siendo el subdirector del Observatorio Astronómico del Ecuador en Quito. Y, por último, porque por más liberales que se precien de ser los habitantes de Ipiales, siempre han guardado un respeto y una veneración por la Virgen de Las Lajas, de tal manera que, si la burla hubiese sido real, otro hubiese sido el destino final de Mora Rosero.
Como se ha dicho, el contexto de las primeras décadas del siglo XX es muy importante para el desarrollo del municipio y de la ciudad, además porque desde 1904 se vive la autonomía departamental; aparecen las principales sociedades culturales y de obreros, como se ha mencionado; en 1906 se crea la Banda Municipal, participando en cuanto evento social, cultural y político se ha realizado desde entonces, como en la recepción de la llegada de los presidentes Suárez de Colombia y Baquerizo del Ecuador en 1920; en la coronación de las reinas, entre otras Leonor I y la visita de Romelia I de Pasto; la visita de Stella Márquez, reina de Colombia y en las famosas retretas que se hacían en los parques La Pola y La Independencia. También están presentes en los Carnavales en los años 60 (Oviedo, 2006).
Lastimosamente, no existe un estudio sobre la música en los carnavales de Ipiales, lo más cercano es lo que se ha escrito sobre las murgas, además, porque como anota Martínez (2011): “La alegría de un pueblo que camina danzando en los carnavales a los festivos acordes de un grupo de guitarras y bandurrias, todo burbujea en el aire” (p. 61). En Ipiales, a partir de la década de 1940, diferentes grupos de campesinos llegaban del sector rural al casco urbano, con sus guitarras, quenas, flautas, pingullos y bombos, así como los grupos indígenas con sus instrumentos de viento y percusión, y como uno que otro instrumento de cuerdas, como el violín, “a estos los acompañaban grupos de músicos de la época comandados por don José Montenegro Rosero, el “Ñato”, integrante de la Banda Municipal” (Velásquez, 2013, p. 64), quienes los acompañaba con el saxofón, de tal manera que aquí se encuentran unos antecedentes que sería muy importante seguir rastreando.
Cabalgatas y familia Ipial

La tradición oral ipialeña recoge que en la década de los 30 y 40 se popularizó entre las familias más acomodadas económicamente la celebración de cabalgatas, trayendo de sus fincas los mejores ejemplares equinos, de tal manera que se generaba una especie de competencia entre éstos; como es lógico, salían ataviados con polainas y chaparreras de pieles que se conseguían en el Putumayo o en el Pacífico nariñense; los jinetes, que se paseaban del parque Bolívar -hoy Santander – al parque 20 de Julio, pasando por San Felipe, arrojaban dulces y monedas a los transeúntes, lo cual fue degenerando en varios exabruptos y atropellos, “En algún momento, estas cabalgatas fueron bien recibidas por los ipialeños pero la tensión se genera cuando estos personajes se embriagaron, arrojaron dinero a los transeúntes y estos en el afán de recoger las monedas fueron atropellados y humillados” (Caicedo, 2016, p. 5).

Las cabalgatas pueden estar asociadas a las fiestas de toros que se realizaban en estas décadas, “digamos que hasta hace pocos años los ipialeños practicábamos la costumbre de entusiasmarnos con las fiestas populares de toros, las cuales debieron llegar primero a Quito con el ánimo quijotesco de los conquistadores y luego a esta ciudad fronteriza por cualquier otro detalle, que pudo ser de don Pío Montúfar, Marqués de Selvalegre” (Pantoja, 2003, p. 141). Se menciona que las corridas se practicaban en los parques Santander, La Pola y 20 de Julio, y muy esporádicamente en la Plaza de los Mártires, donde durante tantos años funcionó la plaza de mercado municipal; son fiestas que se realizan también para ocasiones importantes con el fin de recoger recursos, como la inauguración del aeródromo o un cambio de gobierno; se resalta que eran auspiciadas por las autoridades municipales, los toros o novillos eran obsequiados o vendidos a bajos precios por las familias más adineradas de la ciudad, traídos de sus haciendas de Guachucal o Túquerres, y esporádicamente del Ecuador, lo que demuestra la interrelación regional frente al marco de las celebraciones, si bien no hubo reinado, sí hubo carrozas alegóricas a dicho centenario.
A mediados del siglo XX, salen los “Velas” con sus cabalgatas, junto con miembros de las familias más pudientes, a exhibir sus zamarros y sus yeguas finas, como una prolongación de la sociedad señorial, además traían su comitiva de indígenas para que alegraran las fiestas, ya que éstos habían sido desposeídos de sus resguardos por estas familias, quienes además habían recibido las tierras de la denominada “manos muertas”, ya que entonces no se reconocían los títulos que amparaban a estas comunidades en su propiedad sobre la tierra que habitaban ancestralmente. En el parque de La Independencia organizaban toros y fiestas, para luego divertirse domésticamente en el Club Ipiales, localizado en la calle 9ª. Una que otra vez salían nuevamente a la plaza y arrojaban serpentinas, dulces y monedas para los asistentes, principalmente niños de escasos recursos, muchos de los cuales fueron víctimas de las patas de los equinos, acumulando poco a poco la antipatía de los lugareños (Velásquez, 2013; Tobar, 2021).

Ya desde la década de 1940 se hacen desfiles y concursos de trajes individuales y una que otra carroza, como se puede testimoniar en fotografías de la época, especialmente las de Teófilo Mera; un comerciante dona un borrego, otros aguardiente, y así se van sumando los promotores y los protagonistas, hasta el punto que desde el parque La Pola hasta el parque de La Independencia, salen el 6 de enero un sinnúmero de personajes que le van dando y cariz a este carnaval, imitando al carnaval de Pasto, ya que muchos habitantes de Ipiales y de la comarca habían estado en estas fiestas capitalinas, ya más organizadas y con un arraigo popular importante, de tal manera que “hasta promediar la década de los años 50, la administración municipal empieza a organizarlo, contando con la colaboración de sectores y personas entusiastas que habían tenido la oportunidad de asistir al carnaval en la ciudad de Pasto” (Garzón, en Velásquez, 2013, p. 47). Este dato es revelador, ya que permite inferir que es en esta década cuando el gobierno municipal se apropia de los carnavales y empieza a destinar unos recursos para su organización, aunque los premios seguían siendo donados por particulares, especialmente por los comerciantes o la Aduana Nacional, según tradición oral recogida en el municipio.
Uno de los elementos que se ha mantenido a lo largo de los carnavales y del cual se tiene referencia desde los años 30 (Guerrero, 2001; Velásquez, 2013) es el Matachín, quien ataviado con una gruesa capa de musgo, que puede ser un oso o un mono, con fuertes connotaciones religiosas en el África, lo curioso es que este elemento también aparece en las fiestas del Pacífico nariñense, particularmente desde el 28 de diciembre, desde Ricaurte hasta Tumaco, y también en la vía que de Junín conduce a Barbacoas, en el Carnaval del Fuego de Tumaco está presente, muchas veces acompañado de un fuete para poner orden y también acompañando a quienes piden dinero para las fiestas, en particular a los vehículos que transitan por la vía al mar, ¿acaso una presencia ancestral que une a la sierra con la costa nariñense?
Aquí se presenta un enfrentamiento social entre las familias pudientes y el conglomerado social mayoritario, en la medida que el pueblo ve el espectáculo de las cabalgatas como algo propio de los grandes terratenientes, quienes por demás han ostentado el poder político y cultural por décadas y a quienes el dinero les posibilita darse el lujo de las excentricidades y de participar en las fiestas en los salones de las viejas casonas republicanas o en las haciendas que se han transmitido de generación en generación; mientras que éstos ven a lo que denominaban “populacho” como algo inferior a sí mismos, de tal manera que requieren de su concurso para salir del barbarismo que los acompaña, como otrora hicieron los españoles con los nativos indígenas, de tal manera que la ostentación en el caballo cumple una misión simbólica de dominio sobre el otro, además el hecho de lanzar monedas para que éstos las recojan se aleja de toda comprensión solidaria, se hace para demostrar que tienen dinero para derrochar, muy alejados de la caridad cristiana, la cual pregonan en santuarios y templos. La agresión a un caballo de las cabalgatas (Guerrero, 2014, p. 26), tiene una connotación muy simbólica, ya que se recuerda la invasión bárbara que ejercieron los españoles contra los indígenas, viendo a este animal primero como un dios, al cual se reverencia, pero cuando éste forma parte del exterminio se busca agredirlo, hasta intentar desaparecerlo del paisaje o integrarlo, como se hizo con el mestizaje, a las labores agrícolas o de laboreo, hasta tal punto llegó el incidente que las cabalgatas desaparecieron del carnaval de Ipiales, hasta un intento de resurgimiento en los años 90, esta vez ligada más la simbología al paramilitarismo y a los dineros emergentes del narcotráfico, lo cual, como es obvio en un carnaval cimentando en lo popular, no arraigó y también se auto eliminó.
Las organizaciones sociales, desde diferentes matices, buscan que este carnaval se parezca un tanto más al de Pasto, de tal manera que se reúnen en un conocido bar de la época, años 60, y surge la idea de crear la Familia Ipial, en una clara concordancia con la llegada de la Familia Castañeda en Pasto. El carnaval de 1960 ya presenta una organización definida, en donde todavía las fiestas decembrinas, partiendo desde el 16, se conjugan con las del carnaval en una sola entidad, entonces habían desaparecido los negritos y únicamente se jugaba, que era el término empleado hasta los años 80, el “6 de enero”. Segundo Manuel Solís, más conocido como “El Tango”, es quien propone la idea de crear esa familia; personaje de extracción popular, quien fue integrante del sindicato de zapateros, así como miembro de la banda municipal, amante del fútbol, quien se radica en Pasto en 1955. Retorna a su tierra, y el 5 de enero de 1966 se cristaliza la “Familia Ipial”, saliendo por primera vez por las calles de la ciudad, bajo su dirección repetirán el acontecimiento durante los dos años siguientes, ya que fallece en 1968, retomando entonces la dirección su hermano Alirio Solís, actualmente radicado en Pasto (Chamorro, 1987). “La Familia Ipial surge en contraposición a las cabalgatas, propuesta ideada con el ánimo de cambio, innovación y transformación para que el carnaval pase del juego brusco a ser un espacio de demostración de la cultura popular, estadio en el cual se pueda hacer la representación, surja la crítica, el buen humor y la alegría dentro de un marco de respeto y en la búsqueda constante de nuestra identidad cultural” (Guerrero, 2009, p. 56).
Este acontecimiento va a marcar la historia del carnaval de negros y blancos de la ciudad de Ipiales en dos, ya que a partir de entonces hay un fuerte sentimiento popular de apropiación de la fiesta, integrando a los diferentes barrios donde habitaban los artesanos y artistas, murgueros y carroceros, que ya habían puesto en escena sus diferentes obras, ahí aparecen representantes de El Gólgota, Méjico, Alfonso López, El Charco, San Vicente, Centenario, Libertad, Benjamín Herrera, San Vicente (Velásquez, 2013), y con la participación de grupos culturales y de obreros, donde los estudiantes universitarios cobran especial importancia. De igual manera los personajes habituales en el carnaval, se mezclan con los nuevos, creando una hermosa amalgama entre lo tradicional y lo contemporáneo, tales como José Pepinosa -célebre por sus representaciones en Semana Santa como el Judío Errante, además de haber sido el primero en disfrazarse de mujer-, Gilberto Coral “El Chico”, Carlos Montenegro “Tolí de la Barca”, entre muchos otros más.
Imposible no hablar de los llamados convulsionados años 60, sobre todo porque a nivel mundial se experimenta una serie de cambios grandes a hechos muy importantes, como son: el Mayo Francés (1968), la Primavera de Praga (1968) y el Movimiento Estudiantil de México (1968), que se van gestando a raíz de diferentes movimientos y pensadores, los cuales de una u otra manera llegan hasta este territorio, no en vano en esta década se funda la Cámara de Comercio de Ipiales (1960) y la primera Junta de Acción Comunal del Barrio Obrero (1962), el Movimiento Cívico Popular (1969), así como la Casa de la Cultura (1971), en un claro reconocimiento de las incidencias mundiales dentro de una comarca que siempre ha estado abierta al mundo, dada su condición de frontera con el Ecuador, recibiendo a escritores, pensadores, políticos y artistas de todas las corrientes y vertientes.
Resulta interesante que en la década de 1960 el teatro en Ipiales presente un desarrollo importante, el antecedente principal son las obras montadas por las sociedades culturales y de obreros desde la segunda década del siglo XX, las cuales son recogidas por la Sociedad del Trabajo (1937), Sindicato de Carpinteros 12 de octubre y otros más. El Teatro Experimental del Aire, dirigido por Eliseo Concha, el Teatro Experimental de Ipiales, el Teatro Estudio, Teatro El Telón, Teatro Expresión y Teatro La Cantera (1978), son importantes para desarrollar el componente escénico en los carnavales de Negros y Blancos, hasta el punto de que este último obtiene varios premios en la modalidad de carrozas. El desarrollo del carnaval a partir de la fundación de la Casa de la Cultura (1971) es muy importante, porque se van a recoger las experiencias artísticas y estéticas de jóvenes profesionales que, contando con la experiencia de quienes hacían la fiesta tradicionalmente, permiten una identificación más profunda del carnaval de negros y blancos, además de intentar en algunos momentos la capacitación para artesanos y gestores del mismo (Velásquez, 2013, p. 78 ss.). En 1972 la Casa de la Cultura participa en los años viejos, con un tema social que determinó de una u otra manera el rumbo de este evento, iniciando de esta manera una crítica social desde la fiesta (Garzón, 2016).
Mucho se ha especulado sobre la existencia del Cacique Ipial, quien a manera de Pericles Carnaval – cuyo origen se remonta a los carnavales y reinados estudiantiles en Bogotá – o Joselito Carnaval, era el encargado de abrir la fiesta y de presidirla. Desde luego que la figura histórica no está documentada por ningún lado, ni en los Cronistas de Indias que visitaron este territorio durante la Conquista, ni mucho menos en investigaciones posteriores, en razón a que es una invención del carnaval, fue una idea que surgió y que se valida en la medida en que en el carnaval todo está permitido, una especie de performance si se quiere, en donde se acude a un elemento ancestral aglutinador dentro del imaginario ipialeño que, a diferencia de la Familia Castañeda de Pasto, cuyo origen es netamente mestizo, en el de Ipiales se quiso simbolizar el sustrato indígena Pasto de la comarca, “don Segundo Manuel Solís, para Ipiales, buscó en los libros, en los escritos y los cuentos, sin encontrar algo que le diera identidad a nuestra región y a nuestra cultura, crear un cacique Ipial que nunca existió o si lo hubo poco o nada se sabe, pero lo importante es que detrás de ese intento una comparsa de danzantes, músicos, cómicos serios, se constituyeron en el pregón del 5 de enero” (Fundesa, 2001, p. 7).

La Familia Ipial, en su contexto primigenio, estuvo muy ligada al teatro callejero, su intención era alegrar la fiesta, de ahí los disfraces y el jolgorio que acompañaba durante todo el recorrido, “La segunda generación de la Familia Ipial se aparta del teatro callejero y se inclina por la versión indigenista que perdura hasta la época actual, pero opacada y con riesgo de desaparecer por los nuevos elementos que le ha introducido la organización de Eventos y Festejos Populares” (Guerrero, 2014, p. 68), lo cual también puede interpretarse como la evolución natural que debe tener el carnaval, entendido como algo que conserva las tradiciones pero que se acomoda a las circunstancias, entre estos las estéticas de las diferentes épocas. Durante muchos años la familia Ipial fue representada por la familia Solís, herederos de los fundadores, sin embargo, en 2015 la Secretaría de Cultura de Ipiales abre una convocatoria para que dicha representación sea asignada mediante concurso, lo cual se mantiene hasta la actualidad.
En la década de 1940 las carrozas eran muy sencillas, elaboradas por los artesanos que hacían también las decoraciones del 16 de diciembre para el paso del niño, muchos de los cuales elaboraban también los años viejos el 31 de diciembre; inicialmente fueron llevadas en carretas de caballos, comunes por entonces en el territorio; a partir de los años 50 y 60 se unen los motoristas y reemplazan la tracción animal, hasta llegar en los años 70 y 80 a ser llevadas sobre planchones en camiones, para ser sustituidos a mediados de los 80 por complejos sistemas móviles, a la usanza de los carros alegóricos de Pasto, para de esta manera tener un mayor movimiento y también un acercamiento al público espectador.
El 4 de enero, a partir de 1978, es el día del carnavalito, dedicado exclusivamente a los niños, también siguiendo al carnaval de Pasto, hasta decantar en las singularidades propias que lo caracterizan el día de hoy; su origen se encuentra en el barrio de artesanos Gólgota, origen de muchos elementos del carnaval en Ipiales; ahí se inició de manera barrial, hasta que muchos sctores instan a la Acción Comunal para que la expanda por toda la ciudad, de tal manera que así se ha hecho desde la fecha, evento financiado por la alcaldía municipal, pero bajo la organización de la JAC de este populoso barrio ipialeño, “se busca con ello la creatividad, despertando el interés que en cierta forma es la garantía de perpetuar nuestras tradicionales festividades, porque ello representa la mejor oportunidad de sostener una sana integración entre la familia” (Fundesa, 2001,p. 41).
Carnaval Multicolor de la Frontera

En 1992, bajo la administración del alcalde Eduardo Realpe Chamorro, surge la iniciativa por parte del poeta y gestor cultural Julio César Chamorro de convocar a todos los municipios de la Ex Provincia de Obando a participar de los Carnavales de Ipiales, de tal manera que se convoca a una reunión con las primeras damas de los diferentes municipios y se destina el 3 de enero para festejar el Carnaval Multicolor de la Ex Provincia de Obando, con presencia de los alcaldes y primeras damas, las bandas municipales y sus carrozas y murgas, toda una parafernalia que permitía el reencuentro de los diferentes municipios hermanos, evento que se inicia en 1993 (Chamorro, 2021). Políticamente, hay muchos antecedentes sobre la importancia de la integración regional de la Ex Provincia de Obando: en 1976, siendo alcaldesa de la ciudad Teresa Pérez de los Ríos, se realiza una importante reunión con todos los mandatarios municipales, entonces nombrados por el gobernador del departamento, y así varios intentos, entre otros bajo la administración del primer alcalde elegido popularmente, Carlos Pantoja Revelo; sin embargo, estos intentos nunca fructificaron. De ahí que resalta que sea el carnaval de Ipiales uno de los aglutinadores de estos municipios, en un momento de fiesta, pero que permite seguir reconstruyendo los nexos ancestrales.
Como lo manifiesta Julio César Chamorro (2021), entonces director de prensa y turismo del municipio, en 1993 se buscó rescatar la vivencia de las tradiciones mediante la fiesta, la integración regional, con la participación de los diferentes municipios, de ahí que se haya decidido que esa celebración sea en todos los colores, una representación multicolor del territorio, de ahí el nombre, “se convirtió en el mejor día según criterio de analistas, expertos, visitantes y el pueblo en general. La historia del carnaval sufre una transformación radical, en adelante la fiesta cobra mayor atención por parte de los gobiernos municipales, los artistas se motivan y se convierte en el espectáculo de cultura popular de mayor trascendencia” (Guerrero, 2014, p. 78).
En 2008, mediante el Acuerdo 036, se denomina Carnaval Multicolor de la Frontera, las fiestas que van del 28 de diciembre al 6 de enero de cada año. Los intentos por crear una Junta de fiestas y festividades o una corporación de festejos y carnavales, como la Corporación de carnavales, ferias, turismo y fiestas tradicionales (Andrade, 1998), Fundesa 2001, Funarca 2012, sin embargo esto no ha dado resultado, bien por falta de interés de las administraciones municipales, porque han tenido duración muy breve o porque se ve todos los problemas que ha generado Corpocarnaval en la ciudad de Pasto, sobre todo después de la declaratoria de este carnaval como Patrimonio de la Humanidad en 2009. En 2012, mediante Acuerdo 026, se declara patrimonio cultural inmaterial del municipio al Carnaval Multicolor de la Frontera, el cual, según el acuerdo, se celebra entre el 31 de diciembre y el 6 de enero de cada año.
A partir de 2003 surge el día de la Juventud, que se celebra el 2 de enero, con presentación de varios grupos musicales, especialmente de rock, con la participación de la mayoría de instituciones educativas y los diversos clubes que existen en la ciudad. En 2006, la participación se amplía con muestras de danza, teatro y música, para terminar con el mencionado concierto en el parque de La Independencia. De esta manera se completa el ciclo del Carnaval, como se vive en la actualidad, el cual inicia el 28 de diciembre, día de Inocentes, que desde 1995 ya no se juega con agua y que por algún tiempo se denominó festival del confeti, para pasar al 31 con el desfile de años viejos y concurso de viudas, el día 2 de enero el carnaval de la Juventud, día 3 carnaval de la Provincia, día 4 carnavalito, día 5 juego de negros y día 6 juego de blancos.
A manera de conclusiones

La fiesta de negritos, carnaval de Ipiales, fiestas del 5 y 6, carnaval de negros y blancos de Ipiales, carnaval de la frontera, carnaval de la provincia, carnaval del sur, carnaval multicolor de la frontera, son los nombres con que la ciudadanía ipialeña ha llamado a sus carnavales, hoy reconocidos por su singularidad y por la manera como integra al vecino país y a los diferentes municipios que otrora conformaron la provincia de Obando (3 de enero), además de reconocer la importancia de la presencia -activa y festiva, como pedagógica- de los jóvenes (2 de enero) y de los niños (4 de enero) dentro de la tradición del juego de negros y blancos (5 y 6 de enero), garantizando de esta manera la continuación de la fiesta.
Se reconoce el sentir popular de la fiesta desde sus orígenes, rememorando a los artesanos que “obsequiaron” a la sociedad con un baile de máscaras en 1916, lo que permite concluir que esta fiesta de origen payanés, que se regó por gran parte del territorio de lo que fue el Estado del Cauca, se jugaba ya a inicios del siglo XX o con anterioridad. Lo popular ha sido recobrado, durante un tiempo la fiesta fue un pretexto, quizá no pretendido objetivamente, para mostrar el poder económico y político de las élites del sur; sin embargo, surge nuevamente desde el sustrato popular para hacerla suya a partir del surgimiento de la familia Ipial en 1966, sentir que no se ha perdido y que se mantiene con la participación activa de los diferentes barrios de la ciudad.
La influencia del carnaval de negros y blancos de Pasto es innegable, tanto en el sentir de la fiesta que utiliza lo bicromo para celebrarla, en la elaboración de carrozas y ejecución de comparsas, como con la misma presencia de la Familia Ipial imitando la llegada de la Familia Castañeda el 4 de enero, según testimonio de su gestor principal “El Tango Solís”. Desde luego que se va apartando del modelo original, para tomar sus propios matices, acorde con el sentir popular de una ciudad de frontera, diferente en muchos aspectos a la de la ciudad capital.
Como se aprecia en este estudio, existen referencias de los carnavales de Ipiales desde 1916; quizás en muchos documentos o revistas de la época reposen otras referencias, las cuales permitan entender el desarrollo del mismo, así como lo han hecho los datos suministrados a través del estudio de los reinados, que aparecen en la década de 1920 y se extienden hasta la actualidad.
Sobre el carnaval de Ipiales existen artículos en revistas, ensayos, tesis de grado, páginas web, libros, pero no existe un acopio de este material que permita, tanto al investigador como al gestor del carnaval, auscultar su historia, de manera que la creación de un archivo, mucho más allá de lo documental tradicional, es necesario, con la posibilidad de ampliar los recursos mediante la transmedia o acudiendo a las formas actuales de recoger información.
De ahí que este documento que se presenta esté en constructo permanente, no es un escrito acabado ni mucho menos un texto que busca narrar la esencia del carnaval de Ipiales; su objetivo es invitar a todos a alimentarlo con los conocimientos que van surgiendo a través del estudio, la experiencia y el afecto.

Referencias
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