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Nariño en Nariño

En 1911 se inauguró en Pasto la estatua del General Nariño, acto que fue presidido por las autoridades de entonces

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Por:

J. Mauricio Chaves-Bustos

 

 

J. Mauricio Chaves-Bustos

 

 

En 1911 se inauguró en Pasto la estatua del General Nariño, acto que fue presidido por las autoridades de entonces, el Gobernador Gustavo Guerrero, y unas de las palabras fueron del sacerdote católico Benjamín Belalcázar, quien a propósito fue el primer rector de la Universidad de Nariño, en reemplazo del Dr. Rafael Sañudo, quien denegó tal designación por parte del gobernador Bucheli. En el discurso que nos trae a colación Iván Benavides, se presenta una tesis muy clara: la defensa de las ideas republicanas luego de más de 100 años del inicio de los sucesos de las guerras de Independencia, justificando, eso sí, la posición de algunos pastusos respecto de su realismo irrestricto, cuya cabeza cimera es el General Agustín Agualongo.

Es una historia que es harto discutida, debatida, contra debatida, condenada y exaltada. Para muchos la posición del solo nombre del departamento evoca un discurso de posición de las nuevas élites pastusas frente al concierto de la nación que buscaba consolidarse hace 110 años; para otros, es una posición de aceptación, en clara alusión a la expiación de un pueblo que necesita seguir pagando los errores de sus antepasados; sobra recordar que el Dr. Rafael Sañudo fue el expositor de esta tesis en sus principales obras; para otros, un acto de traición a los ideales que habían defendido los pastusos antes, durante y después de la causa independentista.

La propuesta fue que el departamento se llamara “De la Inmaculada Concepción”, en atención al clero católico que dominaba por entonces la región, idea que, menos mal, no fue atendida. Desconozco si hubo propuestas para que se llamara Agualongo, tal vez hubiese sido muy arriesgado en una época en donde la figura del criollo pastuso, General de los Ejércitos del Rey de España y del Mar Océano, aún despertaba toda clase de resquemores.

Cuando se contextualiza el discurso del sacerdote Belalcázar, aún más, el de salir a la defensa del nombre de Nariño para el departamento, sobre todo porque, a su juicio, representa la concordia y la caridad más que el sentimiento de odio irrestricto a una causa, como fue la de la independencia y por el afecto que Nariño guardó por estas tierras, pese a que de Pasto salió a Quito y de ahí a España, preso.

Al respecto, debo anotar lo siguiente: una de las grandes fallas de los historiadores nariñenses, en especial de los de Pasto, es desconocer la historiografía que se mueve alrededor de los conglomerados humanos; no sólo Pasto hizo historia, todo lo que compone el actual departamento de Nariño, entonces dependiente en lo civil de Quito y de lo Eclesial a Popayán, estuvo marcado por sus posiciones respecto de la independencia, inclusive no sobra recordar que las revoluciones comuneras del Sur se gestaron en diferentes territorios: Tumaco, Guaitarilla, Túquerres, Ipiales, y que, con excepción de San Juan de Pasto y de Pupiales, el resto del territorio era afecta a la causa patriota, caso excepcional el de Barbacoas, cuyas élites estaban regentadas por las propias pastusas o las de Popayán, en gracia al poder económico que de ahí salía.

La revolución comunera contra los Clavijos, que se extendió como pólvora por tierra de Pastos, la Revolución de Juan de la Cruz en Tumaco, la presencia del heraldo Francisco Sarasty en Ipiales, el Acta de Independencia de estos pueblos en Septiembre de 1810, así como su apoyo irrestricto a los quiteños, no hace sino ratificar la diferencia de posiciones frente a la asumida por San Juan de Pasto. Imposible que los dirigentes del resto de las provincias no conocieran estas diferencias y estas actitudes. Imposible que los quiteños no hayan informado a los caleños, santafereños y antioqueños sobre el apoyo que recibían de los Pastos. Esto debe estar documentado y hay que rastrearlo.

Por ello, frente al nombre del departamento, solo me resta agregar dos cosas:

1. Que el nombre pudo obedecer al sentimiento que se respiraba en la provincia antes que en el propio Pasto, y que fue una manera de atraer la atención de estos para poder generar un reconocimiento como región, cosa que, 110 años después, deja mucho que desear.

2. Los héroes de hoy ya no soy los de ayer. Bolívar, Santander, Nariño, Sucre, etcétera, poco o nada les dicen a las nuevas generaciones, inclusive a las no tan nuevas, como la mía. Y esto se debe a que hemos salido del molde clásico de una historia acuñada en la academia, ya nadie cree en ella, pues obedece más a un sustrato de poder-élite, por eso se muestra añeja así sea actual, del que realmente estamos agotados. Hemos tenido acceso a nuevos documentos, hemos aprendido a valorar y re-valorar la palabra, la tradición, el mito que ha pasado de generación en generación y que, los académicos, no valoraban y dejaban pasar por alto. El problema es que se busca con ello generar nuevos héroes y desconocer todo lo pasado, en una especie de borrón y cuenta nueva que la dialéctica histórica no nos permite hacer. Por eso se propone entonces que se eleve a Agualongo y se destrone a Nariño, como si con ello se re-compusiera la historia.

En este punto se hace importante resaltar una curiosidad, hablando del monumento como un pedestal que gloría a unos y deja por fuera a otros, en Pasto, sólo hasta hace algunos años se elevó un monumento a Bolívar; en Ipiales en cambio, hasta el día de hoy, no lo hay. Hay un Santander y una Pola, en detrimento de la propia memoria de su Josefina Obando, que se busca exaltar al igual que Agualongo en Pasto.

En vista de lo anterior, ese alejamiento hacia el monumento, hacia el símbolo que ha dejado de serlo para poblarse de odios y de ideologías que no ahondan en el misterio del sentimiento humano sobre las representaciones simbólicas, por eso nuestros Nariño, nuestros Bolívares, nuestras Polas, nuestros Santanderes, nuestros Agualongos, huelen y seguirán oliendo a orines.

 

 

Monumento de Antonio Nariño, tumbado en Pasto, el primero de mayo
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