Máquinas
Yo tampoco quiero más ministros que llamen 'máquinas de guerra' a niños reclutados y bombardeados.
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Por un lado, los valientes opositores a semejante “refundación de la patria” no han respondido al caudillismo con más democracia, sino con más caudillismo –y en estos tiempos de selfis contraen un ‘candidatismo’ que los reduce a propagadores de noticias falsas, a trolls, a epigramistas cojos, a caricaturas de sí mismos, a influencers– de tal modo que sus programas de Gobierno pueden ser propuestas fundamentales para una transformación social que nos libre de la cultura de la aniquilación e interpretaciones agudas de los riesgos que corren las democracias que insisten en la explotación, pero, de tanto jugar a aquello de “que hablen mal o bien de mí pero que hablen”, sus ideas ya no son recibidas como textos sino como pretextos: como excusas para seguir odiándolos o amándolos.
Por otra parte, la resistencia antiuribista no solo se la pasa canibalizándose y estigmatizándose con una severidad que ya querrían sus rivales, sino que tiende a desconocer a la gente que no vota por las propuestas reformistas o liberales: harían bien “los pactos históricos” y “las coaliciones de la esperanza” en notar que, entre los millones de personas que votan contra los progresismos que nosotros vemos tan urgentes y tan claros, sí hay fascistoides y negacionistas y tecnócratas atrevidos que hablan de alargar el periodo presidencial, pero también hay votantes demócratas –trabajadores de todas las suertes– que creen estarse resistiendo a desconocedores del Estado, a predicadores que no aplican, a charlatanes con una opinión sobre todas las cosas que además no piensan antes de hablar.
Yo también creo que sería fatal perpetuar a esos políticos rancios que en plena pandemia han tendido a echar para atrás las conquistas sociales, a poner en jaque a la clase media, a relativizar el desangre que contamos todos los días, a descreer de la justicia hasta tomársela, a estigmatizar a los opositores, a afinar el clientelismo, a desdibujar al Congreso, a ponerle el himno nacional a la brutalidad policial, a confundir los pactos de paz con los pactos de silencio, a reeditar la guerra, a reducir al Estado a las aventuras de su jefe de turno, a apostarle, en fin, a la polarización negativa –no al debate sino a la matanza entre opuestos–, pero para derrotar ese pensamiento pacificador que suele terminar en violencia se requiere de colectividades democráticas que no se resignen a protagonizar y a gobernar para su treinta por ciento de popularidad.
Yo tampoco quiero más ministros de Defensa que se resignen a llamar “máquinas de guerra” a los niños reclutados y bombardeados y asesinados entre el espanto, ni quiero presidentes tropicales que no sepan nombrar funcionarios ni puedan resignarse a sus cuatro años de gobierno, pero para librarnos de semejante karma vamos a necesitar que por fin se junte y vote –si lo dejan– el país entero y nuevo que se ha visto venir.
Ricardo Silva Romero
www.ricardosilvaromero.com, El Tiempo, Bogotá,
11 de marzo de 2021