Por:
Jorge Luis Piedrahita Pazmiño

A partir de la mancilla que sufrió más que el pedestal, la memoria del gran perseguido, los once nariñistas decidieron desagraviarlo y en sendos materiales eruditos y conmovidos acometen el mandato con pulcritud, bizarría y aplomo.
Surgen incontrastables argumentos que dan cuenta de una biografía castigada pero así mismo arrogante y perseverante. “Este libro que recoge posturas de varios intelectuales nariñenses, dice Martínez Betancourt, tiene la intencionalidad de dejar una premisa histórica en defensa de nuestro precursor, ayer perseguido, encarcelado con grilletes en las mazmorras españolas por cerca de 16 años y hoy, después de 200 años, vilipendiada y apedreada su memoria, derrumbado su bronce por seres envenenados con odio abyecto y venganzas incomprensibles que dejan una infamante huella en las mentes de los pastusos, nariñenses y colombianos”.
El maestro Vicente Pérez Silva al celebrar la iniciativa de Álvaro y Fidel Darío Martínez, dice que efectivamente constituye “desagravio con motivo de la reciente ofensa de su estatua derrumbada en la plaza mayor de la ciudad de Pasto … Para ello han logrado la valiosa contribución de un grupo de coterráneos e intelectuales que han demostrado sus conocimientos y especial interés por el acontecer histórico del Sur colombiano”.
Los autores logran desmontar sumarias y gratuitas recriminaciones, a veces acusaciones, que impunemente se ensañaron en contra del protomártir, como eso de infamarlo con el desfalco de los diezmos como cabeza de proceso de su desgracia patibularia, si bien es sabido que el benedictino Guillermo Hernández de Alba exhumó todas las probanzas que dan cuenta del 29 de agosto de 1794, y no el 9 como lo acomodan los antinariñistas, como comienzo del calvario, toda vez que esa fecha es la de la impresión clandestina y mortal de la tabla de los derechos del hombre.
En abultados tomos del “Proceso de Nariño”, se lee: “En días cercanos, (el pastuso) Jorge Ricardo Vejarano ofrenda a la ciudad una atrayente vida de “Nariño” que ha tenido merecida difusión. Faltan, por desgracia, al historiador, los documentos indispensables y la exégesis requerida para resolver con justicia los graves cargos de tipo moral y político en los que, infortunadamente, fundamenta su obra” … “Allí aparece el día nueve, donde debería decir veintinueve de agosto de 1794, como el de la prisión de Nariño”.
Don Guillermo Hernández de Alba, exultante por haber exhumado el documento inexcusable en el Archivo Histórico de Madrid: “Nariño, es reducido a prisión por sus ideas y realizaciones revolucionarias, el 29 de agostos de 1794; secuencia de la pérdida total de sus bienes secuestrados por el Estado español, tiene que venir el descubierto en numerario, jamás defraudación de la Tesorería de Diezmos que desempeña; trágico suceso para un hombre de honor, que habría de acompañarlo hasta las postrimerías mismas de su gloriosa y dramática vida, recordada como una injuria, por sus detractores”.
También arengan de que fueron mujeres las que lo desbarataron en los ejidos, lo que es defenestrado por Carlos Bastidas Padilla y Mauricio Chaves Bustos; o la más inverosímil, de que fue detenido y extraditado por invasor, como lo apostrofó el alcalde que quiso reemplazar su pedestal en la antigua plaza de la Constitución, por la del chapetón proimperialista Agualongo.
Allan Gerardo Luna recuerda que Navarro era arrobado por la espada de Bolívar -la misma que robaron de la Quinta. ¿A qué hora se convirtió al agualonguismo? (¡Menos quiere saber -Allan Gerardo- del desconcertante Evelio Rosero!).
Surge enhiesta y erizada la exégesis de que la masonería intervino para evitar el fusilamiento del paladín, amén de que procesalmente se estaba a la expectativa de un canje con realistas caídos en Calibío, como el general Cajigal, intercambio que se frustró porque los enemigos del Precursor residenciados en Santafé no lo autorizarían nunca dada la jurada enemistad. Álvaro Martínez y Allan Gerardo Luna son los abanderados de la mano poderosa de la masonería que actuó para evitar el patíbulo: “¿Por qué don Tomás de Santacruz, que no había dudado en fusilar a su pariente don Joaquín de Caicedo y Cuero, desobedeció en dos ocasiones la orden del presidente de la Real Audiencia de Quito de decapitar a Nariño?”. Nariño era masón, se presume que el virrey Ezpeleta también lo era y es posible que cuando don Tomás de Santacruz estudió derecho en Salamanca haya tenido contacto con la masonería.
Emerge espectral la vitanda negativa del vicepresidente Santander cuando el jefe realista José María Barreiro le hizo la misma rogativa teniendo en cuenta su común rango masónico.
La rivalidad implacable de Torres, Caldas, Camacho, caucanos intransigentes, intervino para la derrota. Pero no más que la traición del “mosco” Rodríguez, neivano pero comisionado de los antioqueños para la perfidia de El Calvario cuando ya se vislumbraba la victoria en los propios ejidos de la ciudad teologal y realista.
De todas maneras, Nariño redactó y juró la primera Constitución de Popayán de 1814, una fecunda contribución al derecho público interno, no sin antes haber perpetrado el sacrilegio de fundir las reliquias de plata de las iglesias para solventar el avituallamiento, según lo recuerda Julián Bastidas.
Reconocen emocionados que el infausto resultado de la campaña al sur le impidió a Nariño ser el temprano Libertador de la Nueva Granada, anticipando y reemplazando al propio Libertador Simón Bolívar que, por fuerza de los hechos, no hubiera necesitado desplazarse a Bomboná ni a Pasto, a enemistarse con nuestros bisabuelos pastusos, que eso él no lo quiso nunca. Sólo la derrota, detención y posterior extradición del presidente de Cundinamarca Antonio Nariño, a las lúgubres mazmorras de la metrópoli opresora, en 1815, obligó a Bolìvar, como Penélope, a reconstruir la marcha para luchar por la libertad del sur del continente, desde el sorprendente y resistente Valle de Atriz. El propio anti-independentista Sañudo lo dice -como lo rescata Mauricio Chaves Bustos: “Duéleme a mí pastuso, puesto en el éxito de la independencia, que fuera vencido por mis compatriotas; pues es posible que a ser vencedor se cumpliera que ella, sin dar ocasión al influjo nefasto de Bolívar, y se constituyera Colombia con más seriedad, sin ser perturbada por las ambiciones dictatoriales de aquél”.
Así también lo han reiterado las cálidas y verosímiles biografías que han escrito sobre el Precursor historiadores tan linajudos como Soledad Acosta de Samper, Antonio Bejarano, Indalecio Liévano Aguirre, Jorge Ricardo Vejarano, Gabriel Giraldo Jaramillo, Eduardo Ruíz Martínez y Roberto Liévano, que su libro “La conjuración septembrina y otros ensayos”, así lo admiten explícitamente. Rodrigo Llano Isaza, inequívoco: “Si no hubiera sido por la traición de las tropas antioqueñas en los ejidos de Pasto, Antonio Nariño habría sido el Libertador de Colombia y la historia se habría escrito muy distinto”.
Arturo Bolaños diserta sobre el triunfo de las ideas y la tinta en la palabra que recoge su imprecación “una de las enfermedades más destructoras es la manía de los pleitos”; … el viento de los tiempos que le daban vuelo a su idea-fuerza del centralismo versus la patria boba de los áulicos de la carta de Filadelfia.
Edgar Bastidas Urresti puntualiza que el nombre del Precursor se interpreta como una rectificación histórica al realismo intransigente de Pasto “que tantos perjuicios le ha causado porque iba en contravía de la Independencia, de la historia”, luego de los triunfos legendarios de Bolívar. Y con Álvaro Martínez reitera que el Precursor buscó un avenimiento con el cabildo y con las fuerzas vivas de Pasto para evitar el derramamiento de sangre, “no para que Pasto se rindiera sino para que se sumara a la causa de la independencia”.
Todos los autores echan su cuarto a espadas para ver de desentrañar los orígenes del nombre del nuevo reparto territorial en 1904, sorteado entre pastusos -que fueron exclusivamente los fundadores- y la iglesia del rural y feroz san Ezequiel Moreno.
Orlando Morillo Santacruz no sólo nos repone la estampa e influencia de familia Santacruz, sino especialmente la del coronel Tomás, “dirigente índice” de los tercios de Fernando VII, pero que jugó -vía masonería- decisoria actuación en contra del fusilamiento del Precursor.
El antiguo concejal y ojalá repitente, Fidel Darío Martínez, es severo en enjuiciar al “agualonguismo pastuso”, que no será “producto de una autorreflexión, de un acto de autocomprensión histórica del pueblo pastuso, sino del celo a ultranza de la alpargatocracia hacendada que siempre temió el influjo libertario del ejército republicano”. Y todo, para reprochar de las alegrías y regocijos de algunos sectores de la sociedad de Pasto por la acometida furtiva en contra de la efigie del Precursor en Pasto… trasunto de vanidad fatua y vacía del segmento que venera la memoria de Agualongo. Y Fidel lo hace marchante más a nuestro Antonio por cuanto fue el primer ojo avizor de la tenebrosa debacle de nuestra democracia.
Y Allan Gerardo Luna rectifica el grado de coronel “de los Ejércitos Reales de España”, que los agualonguistas le cuelgan a su caudillo. “No existe ninguna referencia a los grados militares de Agualongo en las partidas y archivos de los Ejércitos reales de España. En la misma ficha de filiación, del 7 de marzo de 1811, se establece claramente que Agualongo no se une al Ejército Real Español sino a la compañía tercera de milicias reales, de su antiguo padrón, el dueño de la casa a donde él llevaba el agua, aparece como flamante capitán”.
Para abonar el aserto Allan recurre a la filósofa e historiadora de la Complutense, -la querida Cecilita Caicedo-, que en su celebrada novela “Verdes sueños”, difunde la vocería de los potentados: “Aquí somos españoles, herederos o de crianza de la Hispania que rige don Fernando, aquí tenemos nuestras tierras, aquí tenemos nuestros indios que nos sirven y nos quieren, decimos “agualongo” y viene el mismo Agualongo con un vaso de agua cristalina, más pura y de mejor sabor que la que se da en la misma España. Nosotros defendemos nuestra agua, nuestros trigales, nuestro territorio y nuestra paz. No nos digan “pendejos” por defender lo nuestro”
Un antiguo gobernador del departamento doblado de historiador, Camilo Romero, dice en un reportaje para la revista BOCAS, diciembre 2021, que Agualongo derrotó dos veces al Libertador. La historia enseña que fue Bolívar quien destrozó a Agualongo y sus huestes en las cercanías a Ibarra.
Todo es verdad y todo es leyenda en esta atribulada pero apasionada vida del manchego que terminó de cristo laico. Las mejores plumas han redactado que … “a fin de permitir algún descanso a sus soldados Nariño detuvo su marcha en El Calvario y allí hubo de enfrentarse al primer ataque de las montoneras pastusas, que fueron rechazadas, después de un denodado combate a la bayoneta con los Granaderos de Cundinamarca.
La belicosidad de los atacantes le indicó al general granadino que la ciudad no se rendiría sin combatir y ordenó a sus tropas, por tanto, forzar las entradas. Como los soldados estaban empapados por la lluvia y hambrientos les dijo en el momento de la partida: “Muchachos, a comer pan fresco a Pasto, que es muy bueno”. En la mañana del 10 de mayo llegó Nariño a la altura de El Calvario, en el Ejido de Pasto, y desde allí pudo contemplar la ciudad, situada en el fondo de un valle radiante, rodeado de colinas amenas y una corona de pueblecillos blancos, que emergen de entre los campos de trigo, avena y alfalfa.
… Cuando las primeras patrullas republicanas se internaron en los arrabales de Pasto fueron recibidas con un intenso fuego de fusilería que partía de todas las casas y la resistencia creció en la medida en que las tropas trataban de abrirse paso hacia el centro de la ciudad.
Pronto se generalizó el combate y Nariño hubo de enfrentarse a la singular entereza de un pueblo unánimemente resuelto a no entregarse sin combatir.
… Después de trece lúgubres meses fue remitido por el antiguo camino real que saliendo de Obonuco avanza por Funes, Iles, por los aposentos de Gualmatán y en junio de 1815 atraviesa por Ipiales la comitiva de 300 alguaciles que conducían al infortunado presidente del Estado de Cundinamarca, general Antonio Nariño hacia Guayaquil, El Callao, Cabo de Hornos y por ahí a la fatídica cárcel de La Carraca, a su lúgubre cita con el agónico Miranda, el otro Precursor…
Todo este fue el itinerario de su vencimiento recreado y exaltado ahora por estos nuevos predicadores del evangelio libertario y democrático del Bautista granadino.
Unas finales apostillas:
1) Según su fe de bautismo, Antonio Amador José de Nariño y Álvarez del Casal, nació el 9 de abril de 1760 y no en 1765, así que murió en la Villa de Leiva, de 63 años;
2) “El general Nariño sí se entregó preso en Pasto”, (y sería el único cargo que prosperaría en el juicio de 1823), investigación de nuestro paisano Camilo Orbes Moreno, en los archivos de la Audiencia de Quito y avalada por Guillermo Hernández de Alba, “Proceso de Nariño”, tomo II, p. 478-497.