Por:
Graciela Sánchez Narváez

“Aquí…
bebo tu savia verde
cada instante,
para ser semilla con tu canto,
para ser tierra abonada
con tu mirada en vuelo”
Del Poema Útero
Graciela Sánchez.
Se ha perdido la costumbre de escribir cartas. La tecnología realmente cambió comportamientos y especialmente formas de expresar nuestros afectos, sin embargo, quienes vivimos una época en la que enviábamos y recibíamos estos documentos como especial estrategia de comunicación, no podemos resistirnos a evocar estos románticos tiempos.
Y es que, escribir una carta de amor, fue un acto catártico y terapéutico, tanto para quien la enviaba como para quien la recibía, debido a que era un medio seguro para hacer conocer nuestras emociones y sentimientos a ese otro que amábamos. En cierto sentido, los beneficios eran para uno y para otro, pues tanto el lector como el escritor desahogaban con ellas, el estrés emocional que se vivía por las dificultades de comunicación inherentes a la época y por la inhibición de este natural sentimiento que en aquellos tiempos producía la distancia del ser amado, impuesta por la cultura del cuidado y la protección de los hijos, especialmente de las hijas, por parte de los padres y maestros.
Así que, lector y escritor, hacían frente a las tensiones emocionales amorosas, leyendo y escribiendo cartas. Muchas veces, en lugar de enviarlas, el escritor enamorado las guardaba, pues la intención no era otra que descargar sobre el silencioso papel, todo lo que sentía con ese amor, a veces, platónico y secreto. Con mucha mayor dedicación, el lector y destinatario de una carta, la atesoraba como un bien invaluable.
Todo lo anterior, para decir que, en una dimensión similar de significación afectiva, las cartas en el día de la madre también fueron una alternativa para expresarles a ellas todos nuestros sentimientos.
Como un homenaje a todas las madres en esta fecha, comparto esta carta de mi autoría, dedicada a la madre ausente, en la consideración de que ellas son esas personas que, más que hacedoras de nuestros días, de nuestra realización y nuestra felicidad, encarnan el significado del amor y la dedicación.
Querida mamá:
No tuve que ser madre para entender lo que realmente significaste para quienes formábamos tu hogar y tu familia: mi padre, tus ocho hijos, tus nietos y bisnietos.
No tenías que hablar mucho, se trataba de tu naturaleza de diosa omnipresente, la que nos dio tanta seguridad en todas partes pues, cuando tú estabas en casa, todo permanecía en armonía.
A tu lado, lo sé, nadie conoció el miedo, porque hasta esos cuentos de terror que se contaban en la noche a la luz de la hoguera, tú los volviste un juego. La casa estaba llena y segura, si te encontrábamos en ella. Queríamos contarte todo porque tuviste a flor de piel, para cada problema que afrontamos, la respuesta que necesitábamos, con esas sabias consignas populares que estaban llenas de una enorme filosofía. Ninguna fallabas en la aplicación que hasta ahora recordamos.
Un día te fuiste en silencio, casi sin despedirte, porque sabías que tu voz y tus recuerdos se quedaban a nuestro lado. Cuando me separé de ti aun siendo niña, para estudiar mi bachillerato en el internado, sentí un inmenso agujero negro abriéndose en mi alma; quedé sobrecogida, acurrucada, encapsulada como una larva; volví a tu vientre y me convertí en ese ser indefenso, que no puede hablar, ni caminar, ni valerse por sí mismo. Fue de esa manera, como al pasar los días tuve que dar la cara a la vida dura y seguir con el valor que nos enseñaste y la ruta que trazaste para tus hijos. Me quedé sin palabras y sin lágrimas.
Cuando te fuiste para siempre, la grieta se abrió, las cosas también perdieron su espíritu y su color. Están allí, pero no son las mismas: faltas tú, irremplazable siempre. Te he encontrado en cada pétalo de una flor y también en cada espina, sonriendo siempre para que nadie se entere de tu pena. Es con este recuerdo que todo se vuelve llevadero, y es con él cómo descubro tu compañía y tu sonrisa en el fondo de mi alma.
Después de ti, este territorio es inseguro, incierto y deleznable. Extraño tu mano siempre abierta. Nadie como tú para seguir amando y protegiendo a tus hijos, aún después de la confesión de sus pecados. Por eso todos para ti fuimos los mejores hijos del mundo. Gracias madre por quitarnos culpas y marcar nuestro camino de libertad y responsabilidad.
A tu memoria, tu hija que te adora.