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Víctimas, breve mirada histórica

La Real Academia de la Lengua define victima como: “Aquella persona o animal sacrificado o destinado a ser sacrificado. Persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra. Persona que padece daño por causa ajena o por causa fortuita.”

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Por. 
J.Mauricio Chaves-Bustos
Escritor, facilitador en procesos de construcción de diálogo para la paz.

 

 

J. Mauricio Chaves-Bustos

 

Canta, ¡oh diosa!, la cólera del Pelida Aquiles:
cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos
y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes,
a quienes hizo presa de perros y pasto de aves…
Homero, Ilíada, canto 1.

 

La Real Academia de la Lengua define victima como: “Aquella persona o animal sacrificado o destinado a ser sacrificado. Persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra. Persona que padece daño por causa ajena o por causa fortuita.” Aquí, como en toda definición, hay  limitación de lo que se quiere decir, además de una confusión de términos y situaciones que se hace pertinente aclarar.

En la antigüedad latina, se hablaba de victus para referirse al alimento; y de vieo que significa atar, amarrar. Si unimos las dos raíces, podríamos llegar a afirmar que estamos hablando de un ritual, de algo sagrado, en la medida que se ofrendaba un alimento para los dioses, este alimento representado en un sujeto atado, lo que de por sí expone ya un elemento sustancial, y es la pérdida volitiva del sujeto para ser sacrificado. Desde ya comprendemos que es el sujeto pasivo de una acción, es sobre quien recae una carga no deseada; sin embargo, hay aquí una significación importante, y es que la víctima es ofrecida por una comunidad o pueblo para agradar a sus dioses, es decir  hay conciencia de que el sacrificio copa la atención de esos seres superiores para aplacar o atraer su ánimo. Aquí la connotación religiosa es fundamental, es el mito vivenciado desde el sacrificio real de la víctima.

Para los griegos del periodo clásico, la connotación de víctima, ya mediada por el logos, está en entera circunscripción al concepto de libertad; se empezaba ya a abandonar ese sentimiento de comunidad de destino, donde lo que preocupa es la capacidad política para abordar los problemas entre el individuo, el ciudadano y el poder. En un primer momento, hay ese sentimiento expresado en la tragedia, es decir unos cantos que ensalzan el accionar de los dioses frente al destino de los hombres, en donde éste es una víctima de la predestinación de las deidades, así, al hombre le es sobrepuesta la fatuidad de los dioses sobre su propia voluntad; con el desarrollo de la tragedia, llega a convertirse en un acto de liberación ideológica, en donde mediante el teatro se representa el deseo, ya no puramente escatológico, sino fáctico, social y político de la polis; en esta segunda acepción, la victima surge a raíz de un concepto de helenismo, es decir el simple hecho de estar fuera de la sociedad griega, ser bárbaro representa un estado de indefensión y de inferioridad, lo que acarrea obligatoriamente la sumisión frente a lo superior, es decir lo puramente griego. A tal punto se llega en esta concepción, que el mismo Aristóteles avalará la esclavitud del inferior, es decir se victimiza a aquel que no ha sido capaz de defender su propia libertad. Así, Aristóteles está avalando el concepto de servidumbre natural. Es importante tener presente esta concepción, toda vez que va a ser sustento tanto para las denominadas guerras justas, así como por el concepto de tutelaje que se impone desde las supuestas culturas superiores sobre las supuestamente inferiores, precepto que se difundirá durante toda la edad media.

Con el cristianismo, sin tener en cuenta las cuestiones teológicas cardinales frente a lo que se considera la víctima –como el Sacrificado-, hay acepciones respecto de ese tutelaje aristotélico ya mencionado; especialmente frente a la necesidad de evangelizar y de dar conocimiento de una verdad a los pueblos paganos. En el texto Regimiento de los príncipes, durante mucho tiempo atribuido a Tomás de Aquino, pero que hoy se reconoce como autor a Tolomeo de Lucca, se postula la servidumbre por naturaleza, “pues faltos de razón por algún defecto natural, conviene reducirlos a obras serviles, ya que no pueden usar la razón”; por esto se dice que su estado es justo naturalmente.

La cuestión en Tomás de Aquino es diferente, aunque con el mismo resultado, para él la servidumbre no encierra razón natural, sino necesaria, toda vez que es útil al siervo ser regido por el sabio, y a este ser servido por aquel (Suma Teológica). Así, el derecho de gentes es natural, no según razón absoluta, sino en el sentido de tener consecuencias útiles. ¿No hay acaso aquí un necesario volver a esos preceptos religiosos antes mencionados, cuando la víctima es sacrificada por una necesidad, allá social –colectiva, si se quiere-, aquí personal, de servicio mutuo entre sujeto activo y sujeto pasivo? Aquí, desde luego, sigo una ilación entre esclavitud como victimización, y de estas frente a la libertad. Esto se puede sintetizar en el concepto dado por Palacios Rubios: “que el dominar y el servir son cosas necesarias y útiles. La naturaleza no falta en lo necesario. Unos hombres aventajan tanto a otros en inteligencia y capacidad que no parecen sino nacidos para el mando y la dominación, al paso que otros son tan toscos y obtusos por naturaleza que parecen destinados a obedecer y servir. Desde el momento mismo en que fueron engendrados, los unos son señores y los otros siervos.”

De estos preceptos arranca el harto debatido y conocido debate de Gines de Sepúlveda – Bartolomé de las Casas; en el primero era inseparable la tutela del bárbaro por parte del prudente, sin ser esto ajeno a  la esclavitud del derecho; el segundo, convencido firmemente en que los indios no eran ni irracionales ni bárbaros, y por otro lado interpreta la intención aristotélica de servidumbre natural como la capacidad de unos hombres para gobernar y de otros para ser gobernados, avalando un fundamento de gobierno civil y no esclavista. Sin embargo, si bien se ampara a unas victimas –los indios- nada se dice, y hasta se permita la de otros –los negros-. La trama y el escenario son los mismos, cambian los actores.

Hasta este punto no hemos hablado del delito y de la víctima como sujeto pasivo, en la medida que soporta una acción no buscada, es decir de padecimiento, toda vez que también hasta este punto hay una manera de compensar ese accionar sufrido, sin que haya una mediación por parte de la colectividad, jurídicamente hablando; impera es la ley del talión –ojo por ojo, diente por diente-  y la venganza por parte de los familiares de la víctima. Sólo con el advenimiento del Estado moderno, se entenderá el desplazamiento que hay de estos preceptos al campo de lo  social colectivo, es decir que será el Estado quien se abrogue la posibilidad de castigo y compensación. El papel de la víctima, dentro del proceso aludido, ira sufriendo un desarrollo, hasta el punto de terminar por desaparecer de los fundamentos del derecho penal mismo.

Hay es una preocupación por infringir castigo a quien contraviene la ley del Estado, cuanto no por resarcir la pérdida causada al sujeto pasivo. El interés, al decir de Foucault, es demostrar tanto el poder de esa fuerza gubernativa, así como el afán de disciplinar a toda la sociedad. Sólo a finales del XIX se empezó a hablar de la necesidad de reparar a la víctima, en el Congreso Penitenciario de París de 1895, y con anterioridad en el de Bruselas en 1894, siguiendo los postulados de teóricos como Garofalo y Prins, se pide la posibilidad de la reparación como sustituto de la pena de prisión.

Y sólo hasta el siglo XX se habla de la victimología como el estudio científico de las víctimas; sin embargo, es aquí necesario aclarar que en esta ciencia no hay una preocupación por la cuestión humanitaria frente a las víctimas, pues esta son su objeto de estudio, y cuyo fin es interpretar las posibilidades mismas que incitan al sujeto penal en su accionar, siendo la víctima el escenario principal para su ejercicio fáctico.

Las Naciones Unidas, en la declaración sobre los principios fundamentales de justicia para las víctimas de delitos y abusos de poder, Resolución 40/34 del 29 de noviembre de 1985, define a la víctima como: “es toda persona que de forma individual o colectiva, haya sufrido daños, lesiones físicas o morales, cualquier tipo de sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo de cualquier derecho fundamental como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación vigente en los estados miembros, incluidos los que proscriben como abuso de poder.”  

Desde la psiquiatría, el estadounidense Wertham, creador del término victimología, es decir la víctima contemplado desde la ciencia, define así:  “La víctima del homicidio es un hombre olvidado. Para las discusiones sensacionales sobre la psicología normal del asesino, hemos omitido poner de relieve la falta de protección de la víctima y el contentamiento de las autoridades. No se puede comprender la psicología del asesino si no se comprende la sociología de la víctima.”

Percepción que no compartimos, precisamente por no contemplar el aspecto humanitario de quien padece el accionar del sujeto pasivo; además porque de tajo se desconoce que víctima no necesariamente es el sujeto que padece una afrenta directamente sino que, como lo reconocen los organismos internacionales interesados en los derechos humanos, también es víctima quien sufre moralmente por ese accionar –familia, barrio, sociedad, ciudad, país-.

La mayoría de mitos fundacionales escatológicos, nos traen la referencia ya de las víctimas, ¿acaso los mismos Adán y Eva no reciben la fuerza desmesurada de abandonar su territorio, su hogar y se les condena y castiga en el Mundo, en este mundo? ¿Acaso Abel no se constituye en la primera víctima de un odio fratricida? ¿Acaso los Crónidas no son víctimas y victimarios de los Atlantes? ¿Y acaso los Olímpicos no son a la vez víctimas y victimarios de los Crónidas? Pareciera, en una interpretación fatalista, que el mundo se mueve entre víctimas y victimarios. Quizá el mito fundacional aún no se ha apartado de nuestras realidades.  Quizá aún persiste ese afán por el sacrificio… lo triste, lo verdaderamente triste, es que no hay dioses a quien hacer el sacrificio, ni dioses que se personalicen de nuestro sufrimiento.

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