Por:
Elsy Melo Maya

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos” J. L. Borges. Llegando a los cincuenta, me detengo, con un relato que seguramente nos identifica. Recuerdo al maestro Sartre cuando refería que “los hombres no somos más que la sumatoria de aquellas cosas que hicieron con nosotros”. Apareció entonces la infancia, el barrio, los amigos y por supuesto mi familia, mi Madre llena de afecto, mi Padre amándonos a su manera (como él aprendió a amar), mi hermano con su disciplina, mis hermanas con su compañía certera y mi perro el compañero con quien descubrí inicialmente qué era la fidelidad.
Lo que hicieron conmigo giró en torno al afecto, amor de familia, a reconocernos como unidad aún en medio de la adversidad y a veces en la escasez, hoy comprendo que era necesario para tornear nuestras vidas. Llega la escuela, mi primera profesora que me enseñó a leer y escribir, mi círculo de amigos que se ampliaba, conocí otras personas que no estaban en mi entorno, mi amigo Armando en especial, vaya si lo recuerdo; vivencias en el plantel educativo, el fútbol, el columpio, las carreras de atletismo y el llanto de la primera separación de mamá al ingresarme al salón de clases.
Llego la adolescencia, el colegio, el primer amor, la primera frustración emocional, los requerimientos de la moda, eran los 90’s, rock en español, las discotecas y las primeras salidas nocturnas. En mi juventud, tuve muy cerca a la hermana muerte, pero mi tiempo aún no cerraba el telón, así que seguí aprendiendo; ahora la responsabilidad toca mi puerta en ayuda a la mamá, a la familia. Una mala decisión marcó mi vida y el dolor fue la guía que llevó a descubrir la luz del Creador. Y llegan los hijos, extensión de mi vida, la filosofía dirá que en su existencia después de partir seguiré vivo, para mi es más importante el aporte que ellos desde su percepción hagan al mundo para cambiar el desequilibrio social que hace de la vida una experiencia turbia para algunos y placida para otros, en ese aporte con seguridad estaré presente desde mi ausencia.
Y así abrazo mis 50, soy la sumatoria de lo que que hicieron conmigo, pero también soy aquellas acciones del día a día. Abro entonces las puertas de mi percepción, como dice Morrison, para poder encontrar en las simples cosas-acciones el valor de mis 50’s, traducido a la cátedra con mis estudiantes, en la intervención psicosocial con mis pacientes, en los habitantes de calle, en las personas con discapacidad que tanto valor le han dado a mi existencia, en los perros en condición de abandono, en los adultos mayores y por supuesto en la naturaleza, la madre naturaleza, que una y otra vez nos da la oportunidad de volver a iniciar.
Entonces, soy eso, un esfuerzo permanente para que, parafraseando a Facundo Cabral, “este sea el nuevo día para empezar de nuevo, para cantar, para reír… para volver a ser feliz”.
(Giovanny Delgado Meneses, Docente ESAP).