FRENTE A LA EDITORIAL DE EL ESPECTADOR “EL MATONEO TIENE POCO DE REVOLUCIONARIO”
No es matoneo, señor editorialista, son actos revolucionarios frente a un presidente que realmente no dio la talla. Las revoluciones sociales nunca se han hecho en silencio y bajando la cabeza para rendir pleitesía a quien no tiene dignidad
Por:
J. Mauricio Chaves-Bustos

“La manera en que se hace la política en las más altas esferas influencia el estado de ánimo nacional”, dice en un aparte la editorial del viernes 22 de julio, titulada, casi como una provocación más “El matoneo tiene poco de revolucionario”.
Llena de contradicciones, el editorialista cree que los abucheos que recibió, merecidamente según mi apreciación y la de miles de colombianos según las expresiones recogidas en las redes sociales -mucho más democráticas que muchos medios tradicionales-, el presidente Duque, obedecen a un revanchismo por parte de quien ahora lidera el Congreso de la República, es decir el Pacto Histórico. Pero antes ha dicho que había motivos para celebrar, ya que el Congreso se renovó en un 60%, y da una lista de quienes han llegado a renovarlo, como nunca antes en la historia de una de las instituciones más desprestigiadas del país.
Antes, y lo sé por experiencia propia, llegaban los Honorables Congresistas, así con mayúsculas, vestidos de saco leva, luciendo zapatos de charol de cuero italiano, con finas mancornas incrustadas en finas piedras, acompañados de sus esposas que parecían sacadas de los figurines parisinos, los niños no podían asistir, eran un estorbo, y los afros y los indígenas, se escondían en los corrillos de las cocinas de palacios y congresos. Hoy, muchos de esos que chiflaron al pequeño mentirosillo, se atrevieron a asistir al Congreso como son realmente, por eso hasta en tacones llegó procedente del Putumayo un joven defensor de los derechos de la población LGTB, además de las plumas, las batas tradicionales y los sombreros propios de nuestros campesinos -recuerdo aún como a los primeros indígenas caucanos que alcanzaron esas dignidades se les recriminaba que no se quitaran sus sombreros dentro de los recintos, añorando las viejas pleitesías heredadas en urbanidades entonces ya mandadas a recoger-.
Quizá ese 60% renovado y una gran parte de quienes ahí han permanecido, han entendido realmente el sentir popular, por eso nos representan, por eso las pancartas de lideres sociales junto a la de militares y policías asesinados no son sino el reflejo de un reclamo justo a un presidente que vivió de espaldas al país, aquel que en lugar de recriminar a la fuerza pública sus actos barbáricos, especialmente contra los jóvenes, se ponía el chaleco verde, no para unirse a esa fuerza pública, sino para intimidar aún más a los jóvenes y a los más desvalidos en este país de privilegios.
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Habla el editorialista de decoro, en un país en donde sus mayorías mueren de hambre, donde las mayorías no tienen acceso a servicios públicos, donde la mayoría de jóvenes ve frustrados sus sueños antes de terminar el bachillerato, mientras salen a la luz pública las infamias de contratos y robos bajo la mirada chata de un presidente que alimentó sus vanidades, paseándose por el mundo con su hermano, exigiendo las alfombras rojas en un país que se descuaderna, en donde hasta su propia madre se ve salpicada con la corrupción. Quizá ese es el decoro que algunos añoran, recuerden que bajo las alfombras se esconde la basura que no se quiere tirar. Ese es el decoro que pareciera reclamarse.
Precisamente la dignidad del Congreso está en esas rechiflas, no en la de los aplausos de los áulicos que celebraban las mentiras a medida que avanzaba el mentirosillo presidente, y lo opuesto a la mentira es la verdad, lo opuesto a la barbarie es el vivir sabroso, como sabiamente nos lo recuerdan los pueblos afros e indígenas, hoy en voz de una Vicepresidente digna. El discurso del opuesto se escucha cuando hay dialéctica para hacerlo, pero nada dice el editorialista de la dignidad o el decoro de Duque cuando abandonó el recinto y no escuchó a la oposición, como fue tradición en él, heredad segura de su viejo mentor, el ubérrimo, quien sin despacho le murmuraba al actual Presidente que era un sicario, o aún más quizá el decoro cuando en 1949 Gustavo Jiménez insultó a Carlos del Castillo, desatando un tiroteo que dejó hasta muertos. Esos eran de los que iban al Congreso en un mutismo cómplice, acompañando al Presidente por la Calle Real y sin rechiflas de ninguna especie.
No es matoneo, señor editorialista, son actos revolucionarios frente a un presidente que realmente no dio la talla. Las revoluciones sociales nunca se han hecho en silencio y bajando la cabeza para rendir pleitesía a quien no tiene dignidad, como Duque Márquez, pese a sus apellidos.
Escritor.