EL MÁS GRANDE DE LOS GRANDES
Por sus larguísimas frases, por su perfecta manera de describir paisajes, espacios, situaciones y temperamentos ha sido muy difícil conseguir que algún escritor lo repita o lo supere.
Por:
Gustavo Álvarez Gardeazábal
Hoy hace cien años murió en París, a los 51 años -a mi parecer- el más grande novelista de todos los tiempos, Marcel Proust, autor de una novela tan absolutamente característica que muchos hemos tratado de sentirnos influenciados por ella: En busca del tiempo perdido.
Fue una obra monumental cuando comenzó a publicarse en 1913; finalmente tuvo un poco más de tres mil páginas divididas en siete volúmenes, el primero de ellos titulado “Por el camino de Swan”, fue publicado gracias a su propia financiación. Ninguna editorial aceptó su publicación, pero el segundo volumen publicado por Gallimari en 1918 obtuvo el aprestigiado premio Goucourt y el reconocimiento primero de la estricta y caprichosa crítica francesa y después de todos los lectores y estudiosos de la novela en el mundo entero.
Por sus larguísimas frases, por su perfecta manera de describir paisajes, espacios, situaciones y temperamentos ha sido muy difícil conseguir que algún escritor lo repita o lo supere.
Estigmatizado por su apergaminado origen familiar, acuscambado por su homosexualismo que lo llevó a encerrase pero le facilitó la redacción de su obra y atormentado por el asma que tuvo desde su infancia y que finalmente lo llevaría por una pulmonía a su muerte, Proust liberó los fantasmas y las cadenas de esos estigmas retratando el mundo que lo rodeaba y en donde dice la leyenda que apenas se asomaba de vez en cuando o de cuando en vez yendo a lupanares o a salones de gozo burgués en la media noche parisina.
Impecable en el estilo, discreto en la ampulosidad con que se retrataba a sí mismo en sus personajes, orgulloso francés, se sintió más patriota cuando la primera guerra mundial tocó a sus puertas, y él, asmático y sicótico, a los 42 años no pudo volver al ejército donde había prestado su servicio militar en la juventud de Orleans, pero con su aliento y su calidad avivó la llama del patriotismo de sus conciudadanos que, desde antes de morir, lo consagraron como una de las glorias de Francia y hoy, al cumplirse los cien años de su muerte, le vuelven a rendir tales homenajes para alentarle desde la eternidad la vanidad que lo caracterizó.
Muchas gracias.