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BICENTENARIO DE UNA PREMONICIÓN: LAS LAJAS, TRUJILLO, LISBOA, BERRUECOS, PASTO, WASHINGTON

GEOMETRÍAS 

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Por:

Jorge Luis Piedrahita Pazmiño

 

Jorge Luis Piedrahita Pazmiño

 

En medio de las llamaradas voraces del 9 de abril, en el Gimnasio Moderno continuó sesionando la IX Conferencia Panamericana que componía la Carta de Bogotá, genitora de la Organización de los Estados Americanos, cuyo artículo noveno quedó así: La existencia política del estado es independiente de su reconocimiento por los demás estados. Aun antes de ser reconocido, el estado tiene el derecho de defender su integridad e independencia, proveer a su conservación y prosperidad, y por consiguiente de organizarse como mejor lo entendiere, legislar sobre sus intereses, administrar sus servicios y determinar la jurisdicción y competencia de sus tribunales. El ejercicio de estos derechos no tiene otros límites que el ejercicio de los derechos de otros estados conforme al derecho internacional.”

Pero, hace 200 años era irrefragable el reconocimiento internacional de las nuevas nacionalidades, más entratándose de su surgimiento independentista. A lo que no escapó ni siquiera la imperialista e imprevisora España que –coincidencialmente- en el mismo año del natalicio de Bolívar, 1783, se atrevió a reconocer la independencia de las colonias norteamericanas, sin saber que a la vuelta de la esquina, la América del Norte le devolvería los favores al reconocer la secesión de las colonias del sur del continente.

El reconocimiento de estado era requisito basilar para la existencia de cualquier nuevo miembro dentro de la familia universal de los pueblos.

I

Aunque han venido celebrándose discretamente –la verdad sea dicha-, los doscientos años del reconocimiento por parte de Estados Unidos de nuestra Independencia, la verdad es que –como lo veremos- primero lo hizo Portugal. Y no fueron paralíticos los esfuerzos de nuestra temprana diplomacia para ver de obtenerlo por parte de la Santa Sede, como lo comprobó en un trabajo asaz erudito y esmerado el historiador eclesiástico Justino Mejía y Mejía.  Todo para compulsar el evangelio de que no fueron los Estados Unidos los primeros que nos reconocieran como Estado. Con el agravante de que tal como lo presintió el Libertador fue para mal porque el decurso de sus hambrientas usuras imperialistas llegó hasta la propia amputación territorial.

En sus manuscritos sobre las pioneras relaciones entre la Santa Sede y el recién instalado gobierno de la Nueva Granada, “Diplomacia versus Diplomacia”, don Ignacio Tejada y la preconización de Obispos colombianos, (que ciertamente merecen los honores de una edición), el párroco y curador de Las Lajas comprueba que nuestra Cancillería designó en 1822 a don José Tiburcio Echeverría, a la sazón en Londres, su agente diplomático ante la corte romana, para solicitar en favor de Colombia la continuación de beneficios, privilegios y concesiones apostólicas de que habían gozado los Reyes de España así como también la facultad para que el gobierno pueda disponer de los diezmos y los obispos puedan conceder la secularización de los religiosos que la deseen y finalmente pedir el envío de un legado Ad latere, para facilitar la negociación de un concordato.

La misión no pudo llevarse a cabo, porque el señor Echeverría murió en Dieppe, el 12 de octubre de 1822, camino de su destino. Para sucederlo fue designado el doctor Agustín Gutiérrez Moreno, pero más intrigante fue aún que el paradero de Gutiérrez era ignorado por el Gobierno; por lo que tampoco llegó a hacerse efectiva la representación.

Había que esperar insistiendo. Desde 1815 se había esperado y se había insistido. Desde entonces, acuciaba al gobierno colombiano procurarse el reconocimiento político de la Santa Sede a través de concesiones espirituales que ahincadamente venía solicitando por medio de sus diplomáticos. Sin embargo, las primeras relaciones del Gobierno colombiano con la Santa Sede fueron soterradas y colaterales. Ni pudieron ser de otro modo habida cuenta la sensibilidad política del mundo europeo de entonces: en 1815 predominaba en las cortes el espíritu de la santa alianza y, aunque Pío VII no adhirió a las conclusiones del Congreso de Viena, la doctrina pietista de Alejandro I no podía menos de interferir la situación temporal del pequeño estado pontificio, inclinándola a favor de España, acosada por problemas de legitimidad tanto en la Península como en las colonias de ultramar. Por otra parte, las convicciones religiosas del gobierno colombiano creaban por sí mismas una atmósfera de pudoroso recelo para acercarse abiertamente a quienes en recientes encíclicas había condenado su conducta subversiva y dañina.

El vicepresidente Santander y el socorrano Ignacio Tejada se echaron sobre sus hombros durante trece años la ingente campaña. Entrambos jugaron con fina sagacidad e inteligencia hasta finalmente coronar la conocida como “Ayacucho de Europa”.

El jesuita Pedro Leturia y más recientemente Julián Bastidas Urresty han investigado prolijamente lo que pudiera llamarse la diplomacia bolivariana ante Pío VII. Y de allí se desgaja la noticia de que esta fue la primera embestida en miras de adquirir personalidad internacional.

II

En América Hispana, en lo que puede considerarse el primer antecedente mundial de la historia moderna y un auténtico aporte a la paz y al humanismo, el 26 de noviembre de 1820, el Libertador Bolívar y el “pacificador” Pablo Morillo, pactaron la regularización de la guerra para exigir el respeto para los prisioneros de guerra, dándoles un especial cuidado a los heridos e incluso se convino el culto para con los cadáveres. En el archivo O’Leary, tomo XVII, ps. 575 y siguientes, figura tan notable primicia del derecho internacional humanitario. Amén de que este armisticio con el vencedor de Vigo es verdaderamente más que un triunfo militar, uno diplomático y político para Bolívar, como que por primera vez firmaba el gobierno de Colombia como alta parte contratante con Fernando VII, rey de España: ¡la soberanía de Colombia estaba reconocida!

Bolívar repitió el 17 de abril de 1821: “Se luchará por desarmar al adversario, no por destruirlo”.

En la misma casona trujillana donde Bolívar había firmado el célebre decreto de guerra a muerte, siete años atrás, ahora se firmaba el armisticio y el pacto de regularización de la guerra. De la barbarie pasamos a la civilización, así fuera con la perspectiva de que la guerra continuara. Por lo menos ahora no se remataría a los heridos, se respetará a la población inerme y los españoles y canarios contarían con la vida, aunque fueran culpables.

III

La monarquía de Juan IV de Portugal, solemne y protocolariamente avaló a los gobiernos independientes de la América española a tiempo que proclamaba una política de neutralidad absoluta en la beligerancia. Así lo manifestó el agente de su majestad fidelísima, don Juan Manuel Aguerrido, al enviado de Chile en Buenos Aires, señor Miguel Zaparte, de acuerdo con las instrucciones que meses antes le había impartido el ilustre secretario de estado del rey, don Silvestre Piñeiro Ferreira.

En el mensaje que dirigió al Congreso de la Gran Colombia de 17 de abril de 1823 el vicepresidente reconoció que “Su majestad fidelísima el rey de Portugal ha abierto la puerta en Europa al reconocimiento de los gobiernos americanos. El de Colombia había dirigido una misión diplomática a Lisboa, que entre otras cosas debía arreglar los límites de la república por la parte del Brasil; pero la inesperada muerte del señor Echevarría y los últimos acontecimientos de las provincias han frustrado nuestros designios.”  

Y la cancillería de don Pedro Gual enfatiza: El gobierno de Colombia no había tenido, sin embargo, una comunicación directa de estas disposiciones de la corte de Lisboa, hasta el año pasado, en que su excelencia el señor don Silvestre Piñeiro Ferreira, ministro y secretario de estado de su majestad fidelísima, las comunicó a nuestro enviado en Londres, con copia de las instrucciones que dio el 16 de abril de 1821 al señor Figuereiro con este mismo objeto.”

Una nueva palma de la diplomacia neogranadina al alcanzar de toda una monarquía –y emparentada con la española- el reconocimiento de la independencia grancolombiana.

IV

Las capitulaciones de Berruecos, de 6 de junio de 1822 y el tratado firmado en Pasto dos días después, en los que la corona española se rinde ante la espada independentista, es secuencia de todo un proceso de consolidación jurídica en el área internacional, que tiene en el Libertador su ideólogo, su hábil estratega y ejecutor principal. Diferente al armisticio que firmó con Morillo en Santa Ana en noviembre de 1820, cuando se regularizó la guerra de país a país y que constituyó colosal triunfo diplomático para la Colombia bolivariana.

A partir de las capitulaciones de Berruecos –por lo de Bomboná y Pichincha- el Libertador comienza su estrategia conciliadora con los factores reales del poder pastuso. Seduce exitosamente al episcopado y al cabildo comprometiéndose lealmente a respetarles sus privilegios y canonjías. De suyo el notablato rindió sus armas ante el nuevo dispensador del poder político.

No así los indios y demás sectores populares que disintieron de inmediato y produjeron la primera sublevación el 28 de octubre de 1822 comandada por el coronel español Benito Boves. El feroz, aunque cobarde secuaz no olvidó cortejar a los indígenas suspendiendo el cobro del tributo y trasladándoselo a las clases acaudaladas. Tenía claro el valor estratégico de la confrontación de clases en una sociedad polarizada como la pastusa.

La provincia de los Pastos, “tradicional refugio de patriotas” -como lo reconoció el decano de los historiadores José Manuel Restrepo, así como también Arturo Uslar Pietri en su biografía de Simón Rodríguez- fue devastada por los realistas: “todos los hombres útiles para las armas fueron reclutados, se recogieron cuantas armas se pudo conseguir, y otros varios efectos de valor que pasaron al lado septentrional del Guáitara” (José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución, Tomo IV, p. 419)

Esta fue la segunda época de la participación indígena en las luchas contraindependentistas. Su balance es deplorable en tanto como toda guerra dejó sangre, dolor y lágrimas. Quizás desde un punto de vista lúdico pueda decirse que porfiaron por perpetuar su lealtad a la incógnita monarquía, mantener sus tierras comunales, cofradías, ritos, fiestas religiosas, usos y costumbres tradicionales.

Otro documento que demuestra la firme intención del Libertador de lograr la paz para nuestros pueblos, aplicando el derecho internacional, es el oficio que dirige al señor comandante general de la segunda división española del sur, coronel Don Basilio García, de fecha mayo 29 de 1822, desde el cuartel general de Trapiche, y que dice:

“Tengo la satisfacción de incluir a V. S. una nota original del señor secretario de Estado de Colombia, ciudadano Pedro Gual, por la cual se impondrá V. S. del estado favorable en que se halla el gobierno español con respecto a la paz con los pueblos independientes de América. Tenemos las más fundadas esperanzas por todos los antecedentes muchas comunicaciones oficiales de que el gobierno español ha reconocido ya en este momento la independencia y la soberanía del gobierno de Colombia; y sin duda habrán llegado ya los plenipotenciarios de España o algunos de los puertos de Colombia, dirigidos al sano objeto de concluir la paz. Yo creo que es una demencia cruel la continuación de las hostilidades por esa parte. Por la nuestra es una necesidad que no podemos evitar, porque la permanencia de nuestras tropas en es de recursos, no nos permiten quedar en la inacción a esperar una muerte inútil pero infalible. Así señor coronel, V. S. debe desechar todas las sugestiones de las personas mal aconsejadas que pretenden continuar esta lucha sanguinaria y feroz. ¡Baste!, generosos nos mostramos con nuestros enemigos: tiempo es aún de evitar los torrentes de sangre que vamos a derramar, porque nuestro partido está tomado y no retrocederemos jamás los que siempre hemos sabido triunfar o perecer. Yo insto a V. S. todavía, señor coronel, a que oiga los acentos de la razón y de la justicia para que conjure la negra y terrible tempestad que va a descargarse sobre la infeliz Pasto; tempestad que arrojará más rayos, más fuegos y más estragos que todos los volcanes de los Andes, que con sus bocas infernales vomitan la muerte desde Pasto a Quito. Dios guarde a V. S. muchos años. – Bolívar”.

Como consecuencia de lo anterior vino el acta de ratificación y capitulación hechas por los comisionados de S. E. el presidente de Colombia, Simón Bolívar, y el coronel comandante general de la segunda división española, don Basilio García, en Pasto el 8 de junio de 1822, en la que se lee. “Artículo primero: No será perseguido ningún individuo del mando del señor comandante general de la segunda división del sur. Tampoco lo serán los últimamente pasados del ejército de Colombia, incluso las tropas vecinas de las provincias del mando de dicho señor comandante general, cuyo territorio es desde Tulcán hasta Popayán, y costa de Barbacoas. Los individuos del clero regular y secular que darán también exentos de todo cargo y responsabilidad. Concedido sin restricción alguna.   

Artículo segundo: Los oficiales y soldados españoles y los del país no podrán ser obligados a tomar partido en Colombia contra su voluntad; no siendo los primeros ni invitados ni amonestados. Concedido: entiéndese este artículo solamente con respecto a los soldados españoles y pastusos.

Artículo tercero: Los oficiales y tropa española que quieran ser transportados al primer puerto de España, lo serán, facilitándoseles buques; pagando los costos, bien la nación española, o como más haya lugar. Concedido: Si los oficiales y tropa española se conducen directamente a España, el gobierno español abonará los costos, pero si son conducidos a los puertos españoles de América, o a puertos neutros de la América, la república de Colombia abonará los costos.   

Artículo cuarto: Los oficiales y soldados españoles no serán insultados por ninguna persona de la República de Colombia, antes serán respetados y favorecidos por la ley. A los señores jefes y oficiales se les permitirá el uso de sus espadas, equipajes y propiedad, incluso los emigrados, que si delinquen los favorezca la ley de Colombia en su territorio, observándose el Tratado de Trujillo. Concedido.   

Artículo quinto: Los españoles militares o civiles que quieran jurar fidelidad al gobierno de la República de Colombia, conservarán sus empleos y propiedades, y sin embargo de lo que expresa el artículo primero se comprenderán en él y en los demás los individuos de las guerrillas de Patía y los que estén dentro de la línea del ejército de Colombia, dependientes del señor comandante general de la segunda división del ejército español del sur, a los que no se les podrán acusar las faltas que hayan cometido, aunque sean de la mayor responsabilidad.   

Por último, S. E., el presidente, como vencedor dotado de un alma grande, como lo está, usará para con los prisioneros de guerra y para con los vecinos del pueblo de Pasto y su jurisdicción la beneficencia de que es capaz. Concedido.   

Artículo sexto: Que así como se garantizan las personas y bienes de la tropa veterana y vecinos de Pasto, éstos y todos los que existen en él, aun cuando no sean nativos de allí, no podrán ser destinados en ningún tiempo a cuerpos vivos, sino que se mantendrán como hasta aquí en clase de urbanos, sin que jamás puedan salir de su territorio: que a los emigrados se les dé su pasaporte para retirarse al seno de sus familias y que atendiendo a la pobreza de Pasto y a las grandes erogaciones que ha sufrido durante la guerra, sea exenta de toda pensión. Los vecinos de Pasto sean nativos o transeúntes, serán tratados como los Colombia nos más favorecidos, y gozarán de todos los derechos de los ciudadanos de la república y llevarán al mismo tiempo las cargas del Estado como los demás ciudadanos de la República. S. E. el Libertador, ofrece constituirse en protector de todos los vecinos del territorio capitulado. S. E. hará conocer sus benéficas intenciones hacia los pastusos por una proclama particular, que será tan firme y valedera como lo más sagrado. Los emigrados obtendrán sus pasaportes para que se retiren al seno de sus familias.   

Artículo séptimo: Que no haya la más mínima alteración en cuanto a la sagrada religión católica, apostólica y romana y a lo inveterado de sus costumbres. Concedido: gloriándose la República de Colombia de estar bajo los auspicios de la sagrada religión de Jesús, no cometerá jamás el impío absurdo de alterarla.

Artículo octavo: Quedando sujeto a la República de Colombia el territorio del mando del señor comandante general de la segunda división española del sur, expresado en el artículo primero, las propiedades de los vecinos de Pasto y de todo el territorio serán garantizadas, y en ningún tiempo se les tocarán, sino que se les conservarán ilesas. Concedido.   

Artículo noveno: Que en caso de que S. E. el Libertador presidente tenga a bien ir a Pasto, espera que la trate con aquella consideración propia de su carácter humano, atendiendo a la miseria en que se halla. Concedido. S. E. el Libertador ofrece tratar a la ciudad de Pasto con la más grande benignidad y no le exigirá el más leve sacrificio para el servicio del ejército Libertador. La comisaría general pagará por su valor cuanto se necesite para continuar la marcha por el territorio de Pasto.   

Artículo décimo: Que respecto a que S. E. el Libertador se ha servido prometer a Pasto que gozará de las mismas prerrogativas que la capital de la República, se concederá el estable cimiento de la casa de moneda conforme lo está actualmente. S. E. el Libertador no tiene facultad para decidir con respecto al establecimiento de la casa de moneda conforme lo está actualmente. S. E. el Libertador no tiene facultad para decidir con respecto al establecimiento de la casa de moneda y amonedación, correspondiendo estas atribuciones al Congreso General, al cual podrán ocurrir los habitantes de Pasto a solicitar esta gracia directamente o por medio de sus diputados en el Congreso.

Artículo undécimo: Que la persona del Ilmo. Señor obispo de Popayán y la de los demás eclesiásticos forasteros sean tratadas con las mismas prerrogativas que se ofrecen a todos los vecinos de Pasto, respetando sus altas dignidades. Concedido. El gobierno y el pueblo de Colombia ha respetado siempre con la más profunda veneración al Ilmo. señor obispo de Popayán y a todo el clero de la nación, siendo los ministros del Altísimo y los legisladores de la moral.   

En cuyos artículos hemos convenido los comisionados a nombre de nuestros jefes respectivos. Este tratado deberá ser ratificado dentro de cuarenta y ocho horas por S. E. el Libertador presidente de Colombia, y el señor comandante general de la segunda división del sur, firmando dos de un tenor en el cuartel general- libertador de Berruecos a 6 de junio de 1822, a las seis de la tarde.

Pantaleón Hierro. – Miguel Retamar. – José Gabriel Pérez. – Vicente González.   

Cuartel general Libertador en Pasto a 8 de junio de 1822, apruebo y ratifico el presente tratado. Basilio García – Bolívar”.   

Por ello fue que Basilio García desde La Habana el 2 de noviembre de 1822 escribió en carta que se conserva en el Archivo General de Indias en Sevilla, España: Yo he sido transportado y recomendado por Bolívar en todos los puntos de su mando, habiendo sido socorrido generosamente para mi viaje, sin cargo alguno; y de la constancia de casi todo lo expresado, conservo documentos fieles”.

 V

El triunfo de las armas no lo era todo en aquellos ayeres cuando lo inexcusable era convencer a las insondables cancillerías de la conveniencia de dar el advenimiento formal a un nuevo Estado.

Los glosadores de esta diplomacia embrionaria validan el reconocimiento como una inequívoca tutela que las grandes potencias asumieron del orden mundial a partir de 1815, y como parte de la estrategia de la Santa Alianza. Soslayan deliberadamente la eventual circunspección de frenar el nacionalismo incipiente o a prolongar en forma indefinida la servidumbre colonial.

Francisco Antonio Zea, Joaquín Mosquera, Manuel Santamaría, Manuel de Torres, Pedro Gual, José Rafael Revenga, José Tiburcio Echevarría, Manuel José Hurtado, José Fernández Madrid, Ignacio Sánchez de Tejada, entre otros, ungidos en Angostura o en Cúcuta o en Bogotá, para anunciar a los Estados Unidos, a Europa y al mundo todo, el nacimiento de la Gran Colombia, constituida como soberana, republicana y jurídica. Y convertidos en evangelistas del alumbramiento de un nuevo país que porfiaba por crecer en la comunidad de naciones.

Ese mismo año de 19, Zea había confirmado el nombramiento de don Manuel de Torres como encargado de negocios de Colombia ante los Estados Unidos, poderes ampliados además del reconocimiento, a la posibilidad de celebrar un tratado de comercio, pactar una alianza y contratar un empréstito.

Empero, Estados Unidos había asumido una conducta que dijo neutral para no aniquilar la cesión de Las Floridas, por parte de España que aprovechó este atajo para prevenir el separatismo y el reconocimiento de las nuevas parcialidades por la nueva potencia. En mayo de 1820, el embajador español en Washington, señor Vives, había exigido del gobierno norteamericano la declaración solemne de no reconocer a las colonias insurgentes ni entrar en pactos o tratados con tales gobiernos, sin poner en peligro la suerte de la cesión territorial en que España se había comprometido.

La tenacidad de Manuel de Torres en noviembre de 1821 ante el secretario Adams: La gloria y satisfacción en ser el primero en reconocer la independencia de una nueva república en el sur de este continente, corresponde bajo todos sus aspectos y consideraciones al gobierno de los Estados Unidos; y ese reconocimiento no será, después de todo, sino una medida que reclama la humanidad, la justicia y la conveniencia e intereses de esa nación. Reducida como se halla España a una impotencia absoluta para continuar la guerra, su orgullo desearía quizás encontrar un pretexto para hacer paz con los americanos; ni ninguno llenaría mejor su objeto, como el reconocimiento de la independencia del gobierno de Colombia por el gobierno federal. Por otro lado, si la guerra debe continuar entre España y Colombia, la ley de neutralidad de Estados Unidos operará con igualdad respecto a ambos beligerantes; que no ha sido, ni puede ser el caso, mientras este gobierno no reconozca la independencia de la nueva república.”  

Hasta producir el mensaje del presidente Monroe de 8 de marzo de 1822, a la cámara de representantes, en el cual se expresa el reconocimiento.

Respecto de nuestro país afirma el jefe del estado: “Las provincias que componen la república de Colombia, después de haber declarado separadamente su independencia, se unieron por una ley fundamental el 17 de diciembre de 1819. Un fuerte ejército español ocupaba entonces cierta parte del territorio de aquellas provincias; después aquel ejército ha sido derrotado varias veces, y todo él destruido o hecho prisionero o expelido del país, con excepción de una insignificante parte que se halla bloqueada en dos fortalezas.”

El precario estado de salud del plenipotenciario Torres le impidió trasladarse de inmediato a Washington para ser recibido oficialmente como encargado de negocios de Colombia.

Fue precisamente el 19 de junio de 1822, hace 200 años, cuando intercambiaron sus cartas credenciales el presidente Monroe y don Manuel de Torres, en acto protocolario y solemne que cerraba felizmente el diámetro de las vicisitudes sufridas por adquirir la personalidad internacional. Culminada su jornada, el sobrino del Arzobispo Virrey no fue inferior a la casta de diplomáticos florentinos y puntillosos que clavan efectivamente la pica en Flandes, murió casi de inmediato con los lauros en sus alforjas.

 

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1 comentario
  1. Édgar Bastidas Urresty dice

    Artículo extenso que hace un recorrido por la historia colombiana del siglo XIX para explicar la gesta libertadora, las dificultades que encontró Bolívar sobre todo en Pasto, que parecía una muralla invencible, cuya caida tuvo perfiles heroicos.
    Para la derrota de Pasto, Bolívar utilizó
    no solo las armas sino la diplomacia, el poder de convicción.
    Valdría la pena que Jorge Luis publicara sus artículos en un libro como memoria histórica.

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