ATIZAR LAS SOMBRAS
Antología del Poeta ipialeño Julio César Goyes. Un bello poemario que conmemora el recuerdo.

PRÓLOGO
Dos son las respectivas influencias que se vislumbran en la poesía de Julio César Goyes, por un lado, la reminiscencia lírica, vasta en palabras rurales, contagiada por esa arcadia elemental donde se nombran cosas y recuerdos al compás de la misteriosa naturaleza que deslumbra, por el otro lado está el tono elegíaco, técnica de la que se sirve para homenajear y revisitar la memoria de los ausentes o para dar cuenta exacta de la admiración que siente por sus ángeles tutelares.
Sus poemas están atravesados por premoniciones de origen terrígeno que al ser moldeadas por su palabra cobran el valor de tremendas figuras metafóricas, son, hay que exponerlo así, barruntos de una dimensión nostálgica que proveen a la naturaleza de una belleza especial: la del hombre que ama el campo y es sensible a cuanto hilo de luz cae sobre la tierra.
Leer a Julio César Goyes es dejarse llevar hacia una terra ignota repleta de figuraciones tiernas, protegidas por el suave y tibio abrazo de la sombra que recuerda.
Continuamos la colección Obra abierta 2, con Atizar las sombras, una muestra antológica de un avivador de espejismos memorables.
Entrar en la colección Obra abierta 2, significa sumergirse en los registros variados e insólitos de los poetas colombianos más originales. Es dar con una llave secreta para ver el universo. Por ello, continuamos la misión de publicar lo mejor de la poesía, en esta ocasión con Atizar las sombras.
Zeuxis Vargas
Director de la colección
MANSIÓN DESHABITADA
Hay una mansión con las puertas
abiertas, cubierta a veces de sol
y otras de niebla.
Hay días que bullen muchas voces,
deliciosas fiestas citadinas
o ritos paganos de interminables
sacrificios.
Siento pisadas, bien sé que está
deshabitada, nadie enciende la luz
excepto mis fantasmas.
DESPUÉS DE LA LLUVIA
Después de la lluvia todavía el camino,
chamicita prendida en la ranura nocturna.
Un trozo de espera parece siempre cercano,
pero la fiesta congrega a los nuevos vencidos
mas la diferencia es que no lo saben.
A ver habla no más tu deseo,
verás que no ayuda a convencerte,
no importa cantar para engañar el sueño
o que le eches fuego a tu casa
para alumbrar la noche.
A ver, habla tu silencio,
quizás el día te sorprenda con sus velas.
LA BRUJA DE LOS VADOS
La que canta desde adentro del barranco
mientras baña su cuerpo con aromas vegetales
es la veraneante bruja de los vados.
Escondidos detrás del silencio los ojos se destrozan
mientras al otro lado de la ribera los perros descubren
la casa de los Guarumos…
…alguien termina su conjuro agitando hojas de Paico
y Pilcuán, paraíso de piedras,
asciende nítido hacia el azul de los luceros.
La que canta sin fronteras abre una herida
en Rumichaca, roba amores en los arados fértiles,
pero no espera nada ni a nadie,
no más canta con sus flautas y bombos
enterrados en la noche,
en la noche de sapos y de truenos.
¿Y que canta?
La travesía de su cuerpo en el agua.
RARA PASIÓN
Con los ojos abiertos arrastra el Guáitara
a sus muertos, el Sur está cansado de oírlos
desplomarse entre las orquídeas.
¿Qué pasa con nuestro omnímodo sueño?
Estacionados en el parque de la patria
esperamos la luz eisteniana que pasa sin cupo
hacia el nunca jamás.
Estamos solos en medio de una rara pasión
de cantos y alabanzas
y robamos besos a las luciérnagas
y nuestras antiguas voces rumoran
para que crezcamos el día.
Viejos amadores, miren cómo destazan
y empacan nuestro sueño.
EL PATIO RECOBRADO
De montaña y mar somos, de ardor, de eclipse eterno.
La tierra no es perenne, acaso paisaje, recodo en la huida donde los amores se destrozan. Tierra de timbales en el viento, sendero de ojos y de oídos que pululan en la intimidad sin nombre.
Tierra de olvido en el alba, cuesta abajo en el corazón encendido, pestañeo en el pabilo de la noche cuando el deseo funda más allá de la compasión, la ira y la concupiscencia; carbón encendido, orificio sin fondo, mujer de labios poderosos atrapando una estampida de besos, mascando malva olorosa en la esquina de la cuadra, al filo de las goteras.
Patio de arrayán, cuyes y perros; escucha mía, la infancia revolcándose con un placer inmundo.
LAS MÁSCARAS DEL ABUELO
El sol, la misma luna u otros astros jugaban en la rejilla de la puerta al patio; allá, en la casa de amor y de bareque, en tu barrio obrero, Gólgota de golondrinas y de carnavales.
El mismo sol, la misma luna jugaban en las manos de un niño al filo de la sombra, de pronto cruza seguido por su perro y no regresa, mas toca el bombo en el umbral convocando a las nubes, fabula a contraluz con las máscaras del abuelo, el hombre que aprendió a conocer sin conocerlo. Es él, el que toca y canta con la abuela en los predios del fogón, el que rasga el yesquero para prender su tabaco debajo de la sábila, a ras de la herradura. Es él, el que huye en los caballos del sueño y se disuelve en los montes del atardecer. Es él, el mismo que acaricia los cabellos de una mujer cubierta con el día recién acabado de tejer; la desconocida recoge retazos de silencio, pinzas y manías, en vano intenta remediar las hilachas de nuestra ropa temporal.
La infancia avanza por el corredor de retrato en retrato, sus manos se agitan pero no sabes si te llaman o te dicen adiós.
DE LAS COSAS QUE SE CONSERVAN SIN DARSE CUENTA
Usted también tenía duende don Antonio,
como el niño Lorca que murió cantando al filo del agua.
Creo que sé lo que quiso decir con “estos días azules
y este sol de la infancia”.
En mi pueblo también el sol partía la tarde:
yo chupaba naranja y corría perseguido
por los perros de caza.
A la sombra de los geranios mis viejos hablaban
de cosas que hoy de todo corazón olvido,
y en el cielo, don Antonio, más allá de los volcanes,
huían en estampida una bandada de nubes verdes.
He guardado a través de la vida una pequeña gabardina,
el gesto de mis hermanas bajo las tardes frías del pueblo,
conservo un tren negro que pita silencioso por los libros,
un caballito de badana que relincha en el rincón
y un serrucho de lata con el que construí una biblioteca;
no se ría, poeta de los caminos, a veces los juguetes
reparan cualquier pena.
He trasteado olvidos entre películas de vaqueros
y dragones chinos,
conservo los cuentos de Arandú, el príncipe de la selva
y Kalimán, el que oscurecía el desierto.
Solín me acompaña en las preguntas de la noche,
cuando me abastezco en el mercado negro de ilusiones.
Perdone esta largura y la letra don Antonio,
sólo quería contarle que no olvido tocar los tambores
ni las flautas ansiosas y aunque hablo solo
y me da risa tanta seriedad,
salgo a jugar con el perrito del amor al parque
y le dejo mover la cola de vez en cuando a los silencios.
EL HORÓSCOPO EN LA ESQUINA
Llevas mariposas de luces en el cabello,
mirada sideral en el recoveco del alma
donde todo se extingue
y renace, todo parece
y no es.
Eres lo que sin buscar encuentras,
lo demás no lo tendrás nunca.
El horóscopo dice que terminarás dando la vida
por esa trizadura regalada por desconocidos:
dádivas de capricornio a tus presencias.
Velas blancas para los que sufren de mala suerte
y no prosperan en los negocios,
rojas para los que víctimas de traiciones
se consumen en la televisión toda la noche,
amarillas para los que no encargaron hijos,
se les recomienda hoy comprar la lotería,
podría mañana la suerte abandonarlos.
Virgo se reconciliará con la fotografía de su amante,
la ausencia le revelará los secretos del amor.
Velas verdes y una gris para afrontar el día.
A Géminis le picarán el ojo en los espejos,
se le aconseja barrer la peluquería del tiempo
y esconder su retrato bajo la almohada
por si después de la noche en que todo lo perdió,
se despierta otro.
Es preciso que los desplazados no se resignen
y mantengan una hojita de arrayán entre los dientes,
servirá para que no olviden su origen divino.
No es más que un cigarrillo y unas ganas de amor
y de mirar, un desayuno sin nadie al filo
de los ojos que tiemblan,
un cruasán de ventana imposible con café hervido
y queso de la última encomienda.
Esos son los huesos de este mundo,
algo de eternidad debe haber en la música de bar
que pica desde temprano este silencio.
EL QUINDE Y LOS GERANIOS
A mi madre,
que sembró geranios en la luna del patio,
mucho antes que el viejo Armstrong.
I
Q´inti solitario en el capulí, diosito entretenido en la flor linda del patio, guerrero de la mañana en las frondas imaginarias de la morada, taita del fuego que atae el arrayán al cielo.
Desde la inscripción antigua que esculpió tu cuerpo en piedra, sostienes una lucha despiadada con el cóndor por estacionar la duda, por encontrar la frontera del gran impulso, el origen de la wachi que retorna, una y otra vez, a la herida del mundo.
El jardín cultivado por la madre está empapado de arco iris y de secretos aromas que esperan tu erecta lejanía; de repente tiñes la cinematografía de la infancia y acaricias las creencias mortales que te miran.
Mensajero de lo inmemorial fecundas los geranios, las hortensias, los jazmines; tejes la eternidad en la retina.
II
Quindesito del alma, estos son días oscuros. El nardo está marchito, inconseguible el crisantemo.
Hace rato que no vienes a rodear la fértil soledad del que te contempla.
Si vinieras alentarías al enfermo y donarías tu sonrisa al abandonado, repetirías el sueño del inesperado pariente que en las mañanas llega.
Verías lo que le pasa al cielo cuando la flor libera su deseo.
No demores, mimí de abril, ven a prolongar las buenas noticias con tu vuelo.
III
Pequeño helicóptero que paneas hacia una rosa roja y al tiempo vas hacia un desmemoriado nardo que todavía espera.
Tus alas ensambladas por un dios ebrio demoran la luz en tu diminuto cuerpo de fauno redentor; mas hay algo que con ímpetu rechazas, algo a lo que ningún humano juega.
Sediento atraviesas aromáticos campos de yerbabuena con hortensias y geranios, mientras anochece en tu asoleada memoria de viajero sin reposo.
IV
Sueñas con poseer flores abiertas y jugosas, flores sin cerco ni matera.
Vagabundo en una ciudad de pocos jardines, danzas sin vergüenza alguna, chupas el néctar como la llama el aire y tu veloz flecha succiona sin piedad el silencio florecido del arrayán.
Picas aquí, robas más allá, ladrón amado, como si fueras a morir y desearas el aliento de la madrugada. Aún así, cleptómano de la miel, resistes la luz convertido en mosquito, resarciendo tus alas con el néctar que alguna desconocida flor te convida.
V
Has visto moverse extraños nubarrones, quinde quisindi quinde, flamígero en el cielo, saeta de la ventana; no sabes otra cosa que gotear el día con tus alas verdeazuladas y tu cola gótica; no sabes más que dibujar en el aire un manojo de presentimientos que sólo el alelí amarillo sabe.
Cuando cese la lluvia mermará la mañana, la distancia te seguirá esperando y renacerás fénix del color en otra tormenta porque nada opacará la misión del polen que cargas.
VI
Tiemblan las ramas y se achilan las flores de azalea. Desciendes colibrí y asciendes entre pezones ardientes.
Vuelos infinitos habitan la casa del guerrero, auguran danzas henchidas y olores fulminantes.
No hay muerte más demorada y dichosa que la que abriga el néctar que te mata.
Picaflor del Ñambí múltiple, diabético del Guáitara que no se rinde. El día y la noche son uno en tu pico de eterno enamorado, como las raíces, las ramas y las flores son un árbol, una sola energía que se consume.
Buscas una reserva en el entresueño, un jardín oculto regado por nubes verdes, lágrima iridiscente que se posa entre el alhelí y los nenúfares.
VII
A la ventana llega un suave mensaje, casi susurro, procaz picoteo en el silencio.
El aroma de las astromelias penetrando en el entresueño.
Todo jardín tiene su flor escondida y toda flor misterio en su vida.
VIII
El colibrí llega y se va, llega y se va. El niño abre los ojos y el colibrí ya no está.
Mago del alba, henchido de poesía andas por todo ello donando tiempos, escribiendo con tu estilizada pluma la historia del aire.
Cuando la cometa rompe su cuerda surcas con ella el inmenso cielo.
El colibrí llega y se va, llega y se va. El niño cierra los ojos y el colibrí ya no está.
IX
Ha venido un quinde a mi jardín esta mañana, se sació primero en un geranio hermoso, luego reposó su fuerza en uno de los tallos que lo balanceaba; nos quedamos mirando como viejos conocidos, un poco tímidos e indefinidos, casi melancólicos. Tu levedad –le susurré– aún en la ciudad es infinita, nuestra pesadez no será jamás eterna. De súbito tembló su cuerpo y un hueco de silencio quedó abandonado.
X
Dónde está tu nido amigo de muchas flores, dónde dejaste la noche con su sueño.
Suspendido en el carnaval de la flor te imagino estático, combatiendo con guerreros que no vemos. Curaca que sufres la ausencia del reposo, condenado por otro dios a no saciar el ansia.
Diosito mitad carne trémula, mitad relámpago.
XI
Bajo el trino de la memoria y la intermitencia de las pupilas apenas si vuelas entre geranios y rosas. Un gladiolo cree salvarte de una ausencia de luna, rescoldos de luz caen en las montañas donde el horizonte rasga.
El aguacero se avecina y las calles de la tarde, desprovistas de jardines, no podrán cubrir tu inmenso corazón de dios diminuto.
XII
Toda flor tiene una rama que la cubre, una sombra que la amenaza, un aroma que la delata cuando despunta el alba.
En tu aciago viaje colibrí, no hay flor que te detenga.
XIII
Sueñas que picoteas los últimos perfumes del geranio, que dibujas el infinito de tan veloz inmóvil, que te apareas al son chirriante de un epífano.
Toda locura guarda su inocencia, todo amor su soledad.
¿Dónde irás colibrí en pena, qué sombra acogerá tu vuelo? Esta alegría dura lo que demora tu aleteo entre la bruma. Amante abandonado, recuerda que la luz permanece más allá del olvido.
Diosito tornasolado que tejes la mirada al tacto, si vuelves a rozar un clavel rojo que sea como abrir los ojos en mitad del río, así, sólo así, con música ancestral, bonito y de repente.
XIV
La innúmera noche aletea en la ventana, rumora que un colibrí en la ciudad ha muerto.
Pensar no es otra cosa que imágenes en vuelo, de allá para acá, de adelante hacia atrás como guardián invisible de querencias y olvidos.
Chupaflor que vas hacia el mañana que nunca llega, ¿acaso presientes la hora en que los geranios duermen su silencio violeta, su gesto de rosas acribillado con sus propias espinas? No hay nada que calme el afán de fecundar las palabras que resbalan adentro de la corola, nada que las detenga en su descomposición de maleza.
Es tiempo de ser flor, sol, aroma; es tiempo de arrancarle al cielo las alas que adeuda, no importa si los alelíes amados ya no están cuando los ojos se abran a una prolongada visión de colibríes en estampida.
XV
Los desengaños se esfuman con el alado sueño. Más allá está el espacio mudo del rito en los geranios, la precisión del instante en que todos los quindes del mundo pican una flor y olvidan el vuelo. Tus diminutos ojos miran absortos la constelación en la que habitas, el jardín en penumbras que te escolta.
Cual dios borracho te dejas estar en el goce que ya fue y el silencio de lo que podrá ser. Rezongo en el vaivén de la memoria, búmeran del tiempo, dardo; tominejo íngrimo oculto en las materas de la infancia, chasqui del fuego; Luli revoloteando en las flores de la chagra y el arrayán que cura heridas.
Visitante de los escobillones rojos del barrio, inquilino desvelado que te lluspes con el mensaje iridiscente, déjanos ver el código, regálanos una señal para descifrar esa extraña flor que vive abriéndose al fracaso de toda realidad.
ABLUCIÓN
Allí están de nuevo los jardines árabes,
la sensación de un niño perdido por pasadizos
que crecen y decrecen según la sombra que los visita.
Soy el manjar que llega con miedo a la mano.
Ahora ya nadie puede detenerme, lo que busco
no está aquí, ni en ninguna parte. Lo que busco
lo he perdido siempre.
Soy la mirada que se hecha para adentro
sin reclamo ni pena.
La imagen del colibrí en mi memoria es también
caballo Persa y Madrid madrugada oliva
y verde manjar Ipiales. Caballo para dormir,
para despertar, para volver a soñar en su lomo
la geografía de Colombia:
soy el que quiere volver y decir una oración
que cierre los ojos a los calientes muertos.
LAS PENUMBRAS DE LA CALLE
La mano izquierda le increpa a la derecha
el que no haya chirimoya de madre cariñosa,
ni caballo de madera amarrado
al tallo del asombro.
Soy el colibrí, el vuelo que fecunda el alba.
Los niños venden penumbras en la calle
(a peso dicen, a dólar sueñan) y hablan del padre
que en duermevela anda. Su crimen no tiene
la ventura de una lágrima, es noticia que señala
una cruz hecha con ramas atroces.
Yo soy la sombra indignada que el sol de la mañana calla.
LA MEMORIA INFIEL
¿Quién anda ahí? Nadie. No es nada.
Es solo una botella de vino que es un reloj de arena,
el viento que juega con el gozne quebrado de la ventana,
la risa de una joven que en las escaleras alucina.
Yo soy las uñas del perro que hace días no lame
la mano de su dueño.
¿Quién anda ahí? Nadie. No es nada.
Quizá es la televisión encendida a plomo en la habitación de un jubilado, la fotografía de infancia que abre, una y otra vez, sus ojos rasgados en la sombra.
Soy el deseo a la espera de un signo que lo sacie,
la angora ciudad que juega con retazos de silencio,
el huésped que anhela el cielo desbastado de Bagdad
y que no quiere morir sin una toma de yagé en el Putumayo.
Tal vez es la memoria infiel en una habitación de paso, como gemidos y música de bar que caen eternamente en el oído.
Yo soy el desplazado del sueño que retorna con su precaria voz de desvelado.
Vuelve a dormirte.
ATIZAR LAS SOMBRAS
No hay otro balbuceo antiguo
y clandestino
como el de los seres que han
derribado
las puertas de su casa y a
fuego lento
atizan las sombras:
yo soy el que hurga
entre las llamas
y encadena palabras
hasta el alba.
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(*) Julio César Goyes Narváez
(Ipiales, Nariño, 1960).
Profesor del Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura – IECO– de la Universidad Nacional de Colombia. Libros de poesía: Tejedor de instantes (SMD, 1992), Imago silencio (Fondo Mixto de Cultura de Nariño, 1997), El eco y la mirada (Trilce, 2001), Imaginario postal (SMD, 2010), Nubes verdes para una ciudad gris (Caza de libros, 2010), Arrayán (Colección Los Conjurados, 2013), Pausada percusión (Galáctica, 2019), Guáitara, antología (Caza de libros, 2019), Ignición (Valparaíso Ediciones, España, 2021). Aparece en las antologías: Artesanías de la palabra (Panamericana, 2003), Desde el umbral (UPTC, 2004), Nubes verdes (Caza de libros, 2013), América revisitada y Palavbras andantes, poesía latinoamericana español/portugués (Editacuja, 2019). Libros de ensayo: El Rumor de la otra orilla, la poesía de Aurelio Arturo (SMD,1995); La imaginación poética (Caza de libros, 2012); La escena secreta (2011) y La mirada espejeante, el cine de Andréi Tarkovski (2016), editorial Universidad Nacional de Colombia. Realizaciones audiovisuales: Morada al sur (1999), El pacto (2003), Carros alegóricos (2009), La semana del diablo (2011), Viaje a laclaridad (2012), Guaviarí (2016), El retorno de la memoria (2018). Ha recibido diversos premios y reconocimientos nacionales e internacionales. Miembro de la junta directiva de la asociación cultural Trama y Fondo de España.
