A PROPÓSITO DE “LA LUZ QUE NO CESA”

Mis parabienes para el autor de tan oportuno y magnífico escrito.

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Por:

Vicente Pérez Silva

 

Vicente Pérez Silva

 

He leído el interesante y erudito artículo del escritor e historiador Jorge Luis Piedrahita sobre la vida intensa, visionaria y trágica del Precursor Don Antonio Nariño, con el iluminado título: “La luz que no cesa”. Muy oportuno, para que ojalá lo lean quienes están empeñados en la demolición de las estatuas, tal como se ha hecho con la del Precursor en la plaza principal de Pasto.

Todo esto, con una curiosa salvedad. Cuando el Libertador Simón Bolívar, en medio de su profunda desolación abandona la ciudad de Santafé, de tan ingratos recuerdos, no salió cubierto con una ruana pastusa, sino con una corrosca o sombrero de paja. Así lo describe con la más patética unción el atildado escritor y novelista Bernardo Arias Trujillo, en sus adoloridos y vibrantes Retablos Bolivarianos:

“La mañana del ocho de mayo de 1830 fue singularmente glacial. Caía sobre Bogotá una garúa tenaz que calaba los huesos de los transeúntes que se atrevían a cruzar las calles. Gasas de neblina gris amortajaban los tejados lívidos. Bolívar, a eso de las siete, salió con no más de cuatro amigos de su casa, y con este pobre séquito cruzó la Plaza de la Constitución, que hoy lleva su nombre vasco y sonoro. Iba don Simón Bolívar montado en una mula orejona de la sabana, cubría su cabeza con una corrosca pastusa de anchas alas, y su cuerpo enfermizo y apesadumbrado, con una bella ruana del país, leal, tibia, acogedora, criollita, y, sobre todo, grata, como ninguno de los cinco millones de mestizos que su sable libertara…”

Mis parabienes para el autor de tan oportuno y magnífico escrito. Su título lo dice todo: La luz que no cesa. Que su luz nos ilumine en la oscuridad que ahora vivimos; especial y lamentablemente, en cuanto tiene que ver con la supina ignorancia de nuestra historia.

VICENTE PÉREZ SILVA

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